ATENAS. PRIMER DÍA EN GRECIA.
En un principio, teníamos reservado un vuelo que llegaba a Atenas a la una de la tarde, con lo cual podríamos aprovechar muy bien la jornada. Cuando lo cambiamos de fecha, ya no había disponibilidad, y tuvimos que coger uno que aterrizaba a las 23:15, con lo cual la jornada estaba completamente perdida. De todas formas, lo peor era que a las 24:00 empezaba la huelga general y tal como estaban las cosas en Grecia si había retrasos nos podíamos ver metidos en algún problema para llegar al hotel. Así que reservamos el traslado por anticipado. Por fortuna, llegamos muy puntuales y los servicios funcionaban con toda normalidad. Por el camino vimos las calles prácticamente desiertas y en la simbólica la Plaza Sintagma apenas había algunos grupos pequeños de gente con pancartas y bastante policía, pero en general reinaba la calma. Sin embargo, según nos comentaron varios griegos la situación era muy compleja y no se sabía que pasaría por la mañana: su futuro estaba en juego y se les notaba realmente preocupados, lógicamente.
Atenas es una ciudad enorme (su área metropolitana, en realidad) y muy extendida.
Teníamos alojamiento reservado en el Hotel Hermes, de tres estrellas, magníficamente situado para poder recorrer los lugares más turísticos de Atenas caminando. Estábamos cansados y dormimos bien. Al día siguiente desayunamos en el propio hotel pues llevábamos incluido AD. Pese a ser jornada de huelga, allí los empleados parecían trabajar con normalidad. No era así en realidad, pero nosotros no nos dimos cuenta.
Atenas es una ciudad controvertida desde el punto de vista de su atractivo turístico: hay a quien le encanta y quien la encuentra fea, caótica y exenta de interés, merecedora únicamente de una visita de media jornada para ver la Acrópolis, cuya construcción por Pericles en el siglo V a.C. marcó su periodo de mayor esplendor. Bien, al fin nos tocaba comprobarlo por nosotros mismos.
Atenas cuenta con algo más de 670.000 habitantes, pero su área metropolitana es mucho mayor pues casi alcanza los tres millones y medio de personas censadas, ya que comprende 54 municipios y se encuentra muy extendida. Esta circunstancia se aprecia muy bien desde lo alto de sus colinas (Filopapo, Licabetos, las Ninfas o desde la misma Acrópolis), que muestran hacia los cuatro puntos cardinales una inmensidad blanca de casas (no es que las casas sean blancas sino que al verlas en conjunto, el todo parece blanco) y mirando hacia el mar se ve con claridad el Egeo y el Puerto del Pireo con sus barcos.
Atenas cuenta con algo más de 670.000 habitantes, pero su área metropolitana es mucho mayor pues casi alcanza los tres millones y medio de personas censadas, ya que comprende 54 municipios y se encuentra muy extendida. Esta circunstancia se aprecia muy bien desde lo alto de sus colinas (Filopapo, Licabetos, las Ninfas o desde la misma Acrópolis), que muestran hacia los cuatro puntos cardinales una inmensidad blanca de casas (no es que las casas sean blancas sino que al verlas en conjunto, el todo parece blanco) y mirando hacia el mar se ve con claridad el Egeo y el Puerto del Pireo con sus barcos.
La Acrópolis se ve desde gran parte de la ciudad, ofreciendo diferentes perspectivas.
Tal como nos habían aconsejado, lo primero que hicimos fue dirigirnos a la Acrópolis, pues hay que madrugar para evitar el calor (no hacía demasiado ese día) y la masificación. La avenida Dionisiou Areopagitou, a los pies de la colina, es peatonal y a las 08:30 estaba bastante concurrida. Pasamos por delante de la Embajada de España, que se encuentra en el número 21, y saludé a mi amiga, con la que quedé para vernos el domingo (aquel día era martes).En principio, no vimos nada fuera de lo normal por la huelga y las taquillas estaban abiertas. Compramos un bono, que permitía visitar varios monumentos en el plazo máximo de tres días: la Acrópolis, el Templo de Zeus Olímpico, el Ágora antigua, el Ágora romana, la Biblioteca de Adriano y el cementerio de Karameikos. Sin embargo, nosotros teníamos que visitar todo lo posible esa misma jornada ya que al siguiente saldríamos de la capital griega para hacer el tour y no volveríamos hasta cuatro días después. Es de los pocos tickets que no he conservado, asi que no recuerdo lo que nos costó el bono, pero según he visto en internet los precios parecen haber subido bastante. Actualmente la entrada normal a la Acrópolis cuesta 20 euros y la combinada, 30 euros, es válida para cinco días y creo que incluye algún lugar más que cuando estuvimos nosotros. Hay descuentos para estudiantes, mayores, familias numerosas, etc.
Desde esta Avenida se tiene acceso al Teatro de Dionisos, cuna de la tragedia griega y primer teatro construido en piedra en 342 a.C., que contaba con un aforo de 17.000 espectadores. Tenía 64 gradas, de las que se conservan 20. La primera fila estaba compuesta por tronos de mármol para autoridades y sacerdotes. El trono central estaba destinado al dios Dionisio, conserva unas garras de león a los lados y contaba con un dosel. El resto de las filas, para gente del pueblo, eran de piedra caliza y las mujeres estaban relegadas a las últimas filas. La mayor parte de lo que queda actualmente corresponde a construcciones romanas posteriores. Se puede recorrer libremente
Un poco más adelante se ve el exterior del Teatro de Herodes Ático, que data del año 161 a.C. Subiendo unos metros, por un camino hacia la derecha, pudimos verlo desde arriba, a nuestros pies. Fue restaurado en 1955 y se celebran conciertos al aire libre. No se puede acceder salvo para los espectáculos, pero desde lo alto se aprecia perfectamente y se tiene una bonita perspectiva de la Colina de las Ninfas y la Colina de Filopapo con su monumento, que iríamos a ver más adelante.
La Acrópolis.
El horario es de 08:00 a 20:00. A las nueve de la mañana había bastante gente en las taquillas, pero nada exagerado y apenas esperamos cinco minutos para coger el bono. Primer consejo, sabido y resabido: hay que ir muy temprano a la Acrópolis, sobre todo antes de que lleguen las visitas de los cruceros que lo desbordan todo. Pasamos por la Puerta de Beulé y subimos las escaleras hacia los Propileos (siglo V a.C.). A un lado se encuentra el pequeño Templo de Atenea Niké, construido para conmemorar las victorias atenienses sobre los persas en torno al año 421 a.C.
Propileos.
Templo de Atenea Niké.
Continuamos hacia el Partenón, con sus sempiternos andamios y la enorme grúa, que se ha convertido casi en una seña de identidad. Se terminó de construir en el año 438 a.C. y albergó una estatua monumental en madera, oro y marfil, de 12 metros de altura, de la diosa Atenea, a la que se consagró el templo. Medía 70 metros de largo y 30 de ancho y tenía columnas de mármol en todos sus frentes. Con el paso de los siglos fue iglesia, mezquita y arsenal, cuya explosión en 1687 destruyó gran parte del templo incluyendo el tejado. Todavía se pueden contemplar in situ los restos de algunas esculturas en los frisos y frontones.
El Partenón con sus andamios.
Pero también se pueden esquivar las grúas y los hierros para sacar las fotos.
Pero también se pueden esquivar las grúas y los hierros para sacar las fotos.
Seguimos hasta el Erecteón, también del siglo V a.C. De estilo jónico y construido en diferentes niveles, se dice que fue donde Poseidón clavó su tridente en una roca y que aquí brotó el olivo que plantó Atenea en el curso de su contienda con el dios del mar por la ciudad. Lo más famoso de este templo es su pórtico sur con sus cariátides. Sin embargo, las que se pueden ver actualmente son copias, ya que las originales están en el Museo de la Acrópolis.
El Erecteón con sus cariatides no originales.
La visita de la Acrópolis, como casi todo en Grecia, es más un sentimiento personal que la admiración de los propios monumentos. El paso del tiempo y la acción devastadora de la naturaleza y, sobre todo, del hombre han causado estragos en estas obras maestras de la arquitectura y la escultura hasta dejarlas reducidas a una mera sombra de lo que fueron antaño. Sin embargo, estar frente a esas columnas que constituyeron una de las cunas de nuestra civilización impresiona y emociona, por lo menos a mi me pasó. También sé que no le sucede a todo el mundo, pero en mi opinión la Acrópolis es uno de esos lugares que nadie debe dejar de visitar aunque no le entusiasmen las piedras y menos si están rotas. Por si fuera poco, las vistas de Atenas desde allí son extraordinarias hacia los cuatro puntos cardinales.
La Colina de Licabeto al fondo.
El Ágora griega.
El Teatro de Herodes Ático y la colina de Filopapo extendiéndose hasta el mar.
El Templo de Zeus Olímpico y el estadio antiguo a la izquierda.
El teatro de Dionisios. Arriba, a la derecha, el Museo de la Acrópolis.
El Teatro de Herodes Ático y la colina de Filopapo extendiéndose hasta el mar.
El Templo de Zeus Olímpico y el estadio antiguo a la izquierda.
El teatro de Dionisios. Arriba, a la derecha, el Museo de la Acrópolis.
Antes de irnos de la Acrópolis, fuimos por un camino en la roca que luego continúa hacia el Ágora antigua. No íbamos a seguir hasta allí en ese momento, pero es muy recomendable acercarse para tener unas vistas estupendas de los Propileos, de la Acrópolis y de los alrededores. Lástima que diera el sol de frente hacia la Acrópolis. En total estuvimos más de dos horas visitando todo el recinto.
Vista de los Propileos y del Templo de Atenea Niké desde el camino que baja al Ágora.
Museo de la Acrópolis.
Construido para sustituir al antiguo museo, que se encontraba junto al Partenón, este moderno edificio de cemento, hierro y cristal se inauguró en el año 2009, y reúne una gran colección de tesoros recuperados de la Acrópolis que se encontraban repartidos en varios museos griegos y también piezas devueltas por algunos museos europeos. También se encuentran aquí las cariátides originales y los restos de una antigua ciudad ateniense encontrada durante las obras de su construcción, que puede verse bajo un suelo de cristal. El museo me pareció francamente interesante, entretenido incluso para los no aficionados a los museos, y no se tarda demasiado en ver. Aunque no lo recuerdo, supongo que no se puede hacer fotos porque no tengo ninguna del interior. Lo curioso es que en el resto de museos griegos sí pude hacer sin problemas. En fin. no estoy segura. Lo que sí que hice desde la terraza fue una foto de la Embajada de España, como se puede ver magníficamente situada debajo de la Acrópolis.
La Embajada de España es el edificio blanco, con las banderas, en el centro de la foto.
Aprovechando que todavía faltaba un rato para la hora de la comida, fuimos hasta el Templo de Zeus Olímpico, que es el más grande de Grecia, incluyendo el Partenón. Se empezó a construir en el siglo VI a.C. pero tardó 650 años en concluirse. Actualmente solo se conservan 15 de las 104 columnas de 17 metros de altura que llegó a tener. Nosotros entramos, pero si no se quiere pasar, se ve muy bien desde la Acrópolis o, incluso, desde el exterior.
Muy cerca se encuentra el Arco de Adriano, de 18 metros de altura.
Luego nos acercamos hasta el antiguo Estadio Olímpico, realizado en mármol y que ocupa el emplazamiento de otro anterior, del siglo IV a.C. Se construyó bajo el reinado del Emperador romano Adriano entre 117 y 138 d.C. y fue restaurado a finales del siglo XIX para la celebración de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna en 1896. No pudimos entrar porque se estaban celebrando unos conciertos, pero se ve bastante bien desde el exterior. Este estadio no tiene nada que ver con el que se construyó para los Juegos de 2004.
Desde el estadio, regresamos atravesando los Jardines Nacionales, con arboleda y unos pequeños estanques. Están bien para dar un paseíto, aunque algunas zonas se veían un poco descuidadas. Al salir a la Avenida Leoforos Vasilissis, que lleva hacia la Plaza Sintagma, empezamos a ver las primeras muestras de que aquél no era un día normal. Muchos coches de policía y agentes a pie, el tráfico cortado, vallas que impedían el paso hacia la Plaza Sintagma y, sobre todo, un enorme griterío en lontananza. Los agentes intentaban desviar a los turistas hacia la zona de Plaka y la Acrópolis, aunque sin obligar a nadie.
Fuimos hacia Plaka y almorzamos en uno de los muchos restaurantes que hay por la zona. A estas alturas no recuerdo todo lo que tomamos pero sí que uno de los platos era pulpo y otro musaka, que nos gustó, que no fue caro y que, como suele pasarnos al principio de los viajes, pedimos demasiadas cosas y nos sobró la mitad. También me acuerdo que los “captadores” de los restaurantes eran bastante pesados porque en cuanto te parabas a ver los menús, trataban de no dejarte escapar. Me sienta fatal que me acosen, la verdad, y es una costumbre que se está extendiendo en casi todos los lugares turísticos, España incluida.
Ya por la tarde, fuimos hacia la zona del Ágora griega, la antigua plaza del mercado donde se realizaba la mayor parte de las actividades comerciales y que conserva varios conjuntos de ruinas. Además, ofrece unas vistas muy bonitas de la Acrópolis, sobre todo al atardecer.
Nos llamó la atención el Hefesteón (o Teseón), dedicado a Hefesto, dios de la forja. Lo construyó uno de los arquitectos del Partenón en el año 449 a.C. Está muy bien conservado, tiene 34 columnas y un friso con esculturas de 9 de los 12 trabajos de Heracles o Hércules. Por cierto que había un montón de tortugas en el césped que lo rodea.
También vimos la Estoa de Attalos, edificio reconstruido entre 1953 y 1956 sobre los cimientos del que erigió el rey Atalo II de Pérgamo en el siglo II a.C. Alberga una maqueta del antiguo ágora y un museo con numerosas piezas del yacimiento, incluyendo varias esculturas al aire libre. Esta zona estaba muy tranquila y nos gustó bastante, tenía un encanto especial.
Después, seguimos por la zona posterior, no sé por donde nos metimos que nos topamos con unas vías (del metro o del tren) y tuvimos que darnos otra caminata para encontrar un sitio por donde cruzar. Al final, gracias al plano de la guía que llevábamos (entonces no teníamos GPS en el teléfono) llegamos a la Plaza de Monastiraki, que estaba abarrotada de gente y de la que comentaré algo más en la siguiente etapa dedicada a Atenas. Vimos que la estación del metro estaba cerrada, al igual que algunas tiendas, pero aparte de eso no notamos nada especial. Por cierto que este es uno de los sitios de Atenas en los que hay que cuidar bien los monederos y bolsos (cruzados en bandolera, mejor), una precaución habitual en las plazas de las grandes ciudades, donde confluye tanta gente, en especial extranjeros. Después de tomar unos helados buenísimos, recorrimos las zonas aledañas con sus numerosas tiendas para turistas.
Además, necesitábamos aprovechar el bono de los monumentos y en las proximidades hay varias zonas arqueológicas, como el Ágora romana, con la Biblioteca de Adriano, construida en el año 132 por el emperador para albergar su enorme colección de libros; también funcionaba como centro de convenciones y contaba incluso con piscina y los techos eran de alabastro y adornos de oro. Después de su destrucción en el 267, fue reparada y utilizada como iglesia paleocristiana, y bizantina, convertida en casa del gobernador otomano y luego en iglesia nuevamente hasta que la destruyó un incendio. En el siglo XX se retomaron las excavaciones y se restauró su fachada oeste entre 1960 y 1970.
En la zona del ágora romana se encuentra también la Torre de los Vientos, que, sin embargo, data del siglo II a.C. y es de estilo helenístico, construida en mármol y con una peculiar forma octogonal. Su hacedor fue el astrónomo sirio Andronikos Kyrrestres, que la utilizó como reloj de agua y veleta. Con una altura de 12 metros y un diámetro de 8, su nombre se debe a los ocho vientos que están esculpidos en los frisos de sus lados, debajo de cada uno de los cuales hay un reloj de sol.
Entre unas cosas y otras, llegó la hora de cenar y decidimos ir a la zona de Monastiraki donde las terrazas de los restaurantes miran hacia la Acrópolis. Tomamos una mariscada con vino griego, ensalada y pan de pita, viendo el Partenón iluminado. Todo un lujo, la verdad. Una pena que mi cámara de entonces no fuese muy buena haciendo fotos nocturnas. Nos conformaremos con ésta, que fue la que mejor salió .
De vuelta al hotel, por la zona de Plaka, entre la multitud de turistas ajenos a lo que estaba ocurriendo en la ciudad y a sus ciudadanos, nos llegó el eco de un enorme griterío de protestas y sirenas de policía en una distancia no lejana en metros pero sí en la actitud de la gente. Parecía mentira que allí el ambiente fuese el de una noche normal, bullicioso y turístico, y a menos de un kilómetro un país entero se estuviera jugando su futuro. Sin saber cómo (o sabiéndolo, quizás), fuimos acercándonos hasta llegar a las inmediaciones de la Plaza Sintagma. Había muchos grupos de manifestantes, se notaba tensión pero todo parecía tranquilo. Hasta que, de repente, no sé de dónde ni cómo se empezaron a oír gritos, se escucharon sirenas y aparecieron varios coches con antidisturbios, y todo se desbocó: los unos hacia un lado, los otros hacia otro y nosotros tuvimos que echar a correr también para intentar salir de aquel embrollo en el que nos habíamos metido sin pretenderlo. La solución estaba clara: meternos por las pequeñas calles que conducían a Plaka, en las que la movida apenas se notaba.
Ambiente frente al Parlamento cuando llegamos. Luego todo se complicó y tuvimos que salir corriendo.