El 5º día del viaje es el último en Tokio, antes de comenzar el circuito por las zonas rurales hasta llegar a Kanazawa y Kyoto. Tras el desayuno, salimos sobre las 11 de la mañana para visitar algunos puntos de interés que nos faltan. Hoy nos decantamos por comprar billetes de tren individual en lugar del pase de 1590 JPY, ya que éste no salió muy rentable. En la estación de Shinagawa cogemos la línea JR Yamanote para ir hasta la estación Tokio (una de las estaciones principale de la ciudad). El primer objetivo del día es dar un paseo por la explanada del Palacio Imperial y si es posible por los jardines que lo rodean. El día es el más sofocante de los que llevamos en Tokio. Debemos de estar cerca de los 40 ºC y la humedad es altísima. Cuando llegamos a la zona del Palacio Imperial comprobamos que se trata exclusivamente de un gran espacio en cuya zona central hay un foso. A un lado hay una plaza, Wadadura, con una fuente y un edificio original, desde la que me gusta especialmente la panorámica que se ve con los grandes edificios de oficinas y algún que otro hotel justo enfrente.
Los jardines que hay en esta parte no tienen árboles apenas, por lo que se pasa un poco mal. Justo enfrente del foso, y al final de la explanada, se encuentra el Palacio Imperial, aunque no se ve desde aquí, al estar protegido por una muralla exterior y por el bosque que hay en su interior. Nos acercamos a la muralla para ver una de sus puertas, la Sakashita-Mon.
Seguimos recorriendo la explanada y vemos el puente Niju-Bashi, por el que hay también una excelente panorámica. Dado lo caluroso de la mañana nos dirigimos a unos chiringuitos que hay en la sombra. Ni aquí se puede estar. Es el primer día del viaje que deseo, y mis compañeros también, haberme quedado en el hotel en vez de salir a pasear. Por contra, observamos que están haciendo algún tipo de carrera popular dando vueltas a la explanada imperial. ¡Con el calor que hace!. Sobre las 13:00 nos vamos de la explanada. Es tan insoportable la mañana que ni siquiera hacemos por explorar los alrededores de este distrito. La verdad es que no puedo evitar pensar que me ha decepcionado un poco.
Nos dirigimos a la estación de tren de Ginza. Por el camino entramos a una tienda de un centro comercial en la que venden kimonos. Tras hacer unas compras, nos vamos a la estación. Decidimos visitar el jardín Rikugi-En, uno de los mejores de Tokio según la Lonely Planet. Está cerca de la estación de Komagome, a poco distancia de Ikebukuro. La zona ésta a simple vista no tiene ningún interés. Es como estar un barrio de la periferia cualquiera. Como son más de las 3 buscamos un restaurante antes de visitar el jardín. Encontramos sólo un restaurante de comida rápida, un MacDonald pero a la japonesa. Sin duda alguna el día que peor como y espero no repetir más en lo que queda de viaje. El jardín cierra a las 5, así que no nos podemos descuidar. Por el camino sólo vemos edificios altos y no muy bonitos, y yo tengo la duda de cómo en un barrio así puede haber un jardín considerado como de los más bonitos de la ciudad. Pero por fin lo encontramos, y ......¡es una maravilla!. Es un jardín de estilo Edo en cuyo centro se ubica un estanque con carpas, y también tortugas. Nos dan un folleto para ver los principales puntos de interés que podemos observar. Hay un itinerario señalizado. No sólo podemos ver diferentes especies arbóreas perfectamente identificadas, sino también linternas de piedra y casas de té. Hay rincones que son de lo más bucólicos. Me gusta uno especialmente en el que hay una casa de té junto a un pequeño arroyo, y unas piedrecitas sobre él para poder cruzarlo. Llegamos a un pequeño puente de madera sobre el estanque desde el que podemos ver a las carpas. Se escucha graznar a los cuervos a cada momento. Curiosamente en esta ciudad hay cuervos a montones. Se podría decir que son las palomas japonesas
Nos dirigimos a la estación de tren de Ginza. Por el camino entramos a una tienda de un centro comercial en la que venden kimonos. Tras hacer unas compras, nos vamos a la estación. Decidimos visitar el jardín Rikugi-En, uno de los mejores de Tokio según la Lonely Planet. Está cerca de la estación de Komagome, a poco distancia de Ikebukuro. La zona ésta a simple vista no tiene ningún interés. Es como estar un barrio de la periferia cualquiera. Como son más de las 3 buscamos un restaurante antes de visitar el jardín. Encontramos sólo un restaurante de comida rápida, un MacDonald pero a la japonesa. Sin duda alguna el día que peor como y espero no repetir más en lo que queda de viaje. El jardín cierra a las 5, así que no nos podemos descuidar. Por el camino sólo vemos edificios altos y no muy bonitos, y yo tengo la duda de cómo en un barrio así puede haber un jardín considerado como de los más bonitos de la ciudad. Pero por fin lo encontramos, y ......¡es una maravilla!. Es un jardín de estilo Edo en cuyo centro se ubica un estanque con carpas, y también tortugas. Nos dan un folleto para ver los principales puntos de interés que podemos observar. Hay un itinerario señalizado. No sólo podemos ver diferentes especies arbóreas perfectamente identificadas, sino también linternas de piedra y casas de té. Hay rincones que son de lo más bucólicos. Me gusta uno especialmente en el que hay una casa de té junto a un pequeño arroyo, y unas piedrecitas sobre él para poder cruzarlo. Llegamos a un pequeño puente de madera sobre el estanque desde el que podemos ver a las carpas. Se escucha graznar a los cuervos a cada momento. Curiosamente en esta ciudad hay cuervos a montones. Se podría decir que son las palomas japonesas
Rodeando el jardín, se llega a una pequeña elevación o colina desde la que se obtiene una panorámica bastante completa del jardín. Al fondo los edificios altos y algún que otro córvido posando para la cámara.
En este lugar, disfrutamos un rato de la tranquilidad y suave temperatura del jardín. Todo lo contrario al asfalto que ruge en el exterior. A nuestro lado tenemos otro pequeño estanque donde vemos nadar un numeroso grupo de tortugas.
Aproximándose la hora de cierre del jardín hacemos ganas para ir hacia el santuario Meiji, ubicado en el parque de Yoyogi. Cogemos de nuevo el tren en Komagome y vamos hasta la parada de Yoyogi. Estamos por el barrio de Harajuku. Empezamos a callejear y damos unas cuantas vueltas sin saber muy bien cómo ir hasta el santuario, a pesar de que preguntamos varias veces. Por fin, pasadas las 6 de la tarde conseguimos llegar hasta el extremo del parque Yoyogi donde está el santuario. Por desgracia, han cerrado el recinto del santuario hace unos minutos. Descartamos dada la hora, recorrer el parque para llegar hasta la zona donde se reunen las chicas jóvenes. Está ya de noche y probablemente no haya mucho ambiente. Además, es el primer día que hace un amago de tormenta, así que damos por concluida la visita a Tokio y nos volvemos al hotel.
Ha sido un día raro. No lo hemos aprovechado nada bien. Creo que la sensación de bochorno asfixiante ha podido más con nosotros.
Por la noche, después de nuestro merecido descanso, pensamos que como despedida de la ciudad podríamos darnos un homenaje gastronómico a lo grande. A eso de las 9 de la noche vamos a un restaurante cercano a nuestro hotel para probar el buey y la ternera de Kobe, y un concepto diferente de cocina: el teppayanki. En este tipo de cocina el cliente tiene la posibilidad de ver en directo el proceso de preparación. Entramos en una sala y nos sientan a una mesa que tiene incorporada una enorme plancha en el centro, con su extractor y todo. Nos ponen el mandil
Mientras que el cocinero va preparando la plancha, se va calentando, etc... nos traen los aperitivos: sopa, tempura, sushi, .... En esto comienzan a asar la ternera y el buey de Kobe, el pescado, a aliñarlo,... Nosotros con la boca abierta, no sé si por la comida o por ver en directo la preparaciión La cena excelente y también los 18000 JPY por persona que nos cuesta. La ternera de Kobe estaba buena, pero tampoco para ser la mejor del mundo. Se ve que no le habían dado a la vaca suficientes masajes con cerveza o sake
Para bajar un poco la cena, y la factura, nos vamos de paseo al distrito de Shibuya, que no conocíamos hasta el momento. Me da mucha mejor sensación que Roppongi. Hubiera preferido salir por aquí la noche anterior, en lugar de ir al garito aquel de guiris de Roppongi. La única pega es que parece que en este lugar la animación se acaba pronto. Llegamos pasadas las 11 de la noche y no hay excesivo ambiente por las calles. Nos damos una vuelta con el objetivo de llegar a Harajuku, pero como vemos que nos vamos alejando por unas calles bastante solitarias, cogemos un taxi y nos volvemos al hotel. ¡Qué de vueltas estamos dando!
Ya en el hotel decidimos entrar al pub que hay en la planta 38 y pedirnos una botella de champagne, mientras disfrutamos de una bella panorámica nocturna con todos los rascacielos iluminados. La verdad es que es uno de esos momentos que te da la vida en los que hace sentirte eufórico y que te gustaría prolongar todo el tiempo posible. No importa los 3000 JPY que nos dejamos por persona en la botellita. Al fin y al cabo no sabemos si volveremos a Tokio. El colofón magnífico para una ciudad que me ha sorprendido y que no esperaba antes del viaje que fuera a gustarme tanto. Me hubieran hecho falta un par de días más, para ver en condiciones Ueno, Shinjuku y también el parque Yoyogi y sus lolitas.
Con esta sensación, nos despedimos de Tokio, para iniciar al día siguiente un viaje por lo más rural del país.
Ha sido un día raro. No lo hemos aprovechado nada bien. Creo que la sensación de bochorno asfixiante ha podido más con nosotros.
Por la noche, después de nuestro merecido descanso, pensamos que como despedida de la ciudad podríamos darnos un homenaje gastronómico a lo grande. A eso de las 9 de la noche vamos a un restaurante cercano a nuestro hotel para probar el buey y la ternera de Kobe, y un concepto diferente de cocina: el teppayanki. En este tipo de cocina el cliente tiene la posibilidad de ver en directo el proceso de preparación. Entramos en una sala y nos sientan a una mesa que tiene incorporada una enorme plancha en el centro, con su extractor y todo. Nos ponen el mandil
Mientras que el cocinero va preparando la plancha, se va calentando, etc... nos traen los aperitivos: sopa, tempura, sushi, .... En esto comienzan a asar la ternera y el buey de Kobe, el pescado, a aliñarlo,... Nosotros con la boca abierta, no sé si por la comida o por ver en directo la preparaciión La cena excelente y también los 18000 JPY por persona que nos cuesta. La ternera de Kobe estaba buena, pero tampoco para ser la mejor del mundo. Se ve que no le habían dado a la vaca suficientes masajes con cerveza o sake
Para bajar un poco la cena, y la factura, nos vamos de paseo al distrito de Shibuya, que no conocíamos hasta el momento. Me da mucha mejor sensación que Roppongi. Hubiera preferido salir por aquí la noche anterior, en lugar de ir al garito aquel de guiris de Roppongi. La única pega es que parece que en este lugar la animación se acaba pronto. Llegamos pasadas las 11 de la noche y no hay excesivo ambiente por las calles. Nos damos una vuelta con el objetivo de llegar a Harajuku, pero como vemos que nos vamos alejando por unas calles bastante solitarias, cogemos un taxi y nos volvemos al hotel. ¡Qué de vueltas estamos dando!
Ya en el hotel decidimos entrar al pub que hay en la planta 38 y pedirnos una botella de champagne, mientras disfrutamos de una bella panorámica nocturna con todos los rascacielos iluminados. La verdad es que es uno de esos momentos que te da la vida en los que hace sentirte eufórico y que te gustaría prolongar todo el tiempo posible. No importa los 3000 JPY que nos dejamos por persona en la botellita. Al fin y al cabo no sabemos si volveremos a Tokio. El colofón magnífico para una ciudad que me ha sorprendido y que no esperaba antes del viaje que fuera a gustarme tanto. Me hubieran hecho falta un par de días más, para ver en condiciones Ueno, Shinjuku y también el parque Yoyogi y sus lolitas.
Con esta sensación, nos despedimos de Tokio, para iniciar al día siguiente un viaje por lo más rural del país.