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Nos levantamos temprano y desayunamos estupendamente en el hotel por apenas 5 o 6€ y no nos cobraron nada por las peques. Otra vez cargamos el coche y nos acercamos a Valence, para dar una vuelta rápida antes de dirigirnos a Tain l´Hermitage.
Aclarar que ir en un coche con el cofre de techo puede resultar un poco incómodo a la hora de aparcar, puesto que la mayoría de las veces no puedes acceder a los parking subterráneos...aun así nos apañamos bastante bien.
Entrar en Valence fue algo improvisado en el último momento y nos sorprendió gratamente. Como una ciudad pequeña, agradable de patear y todo bastante cerca, con ambiente tranquilo...nos gustó bastante. En Valence aparcamos en una via comercial (zona de pago) muy cerca del Champ de Mars, donde se encuentra el famoso quiosco de Peynet, célebre ilustrador de los enamorados. Un paseo muy agradable para ir con niños, pues está junto al parque Jouvet. En él encontrarás fuentes y un mini tren para dar una vuelta con los niños. Hay que ver el horario, porque nocircula con mucha frecuencia, de hecho nosotros no pudimos cogerlo, pero les hubiera encantado a las nenas. Aún así disfrutaron de lo lindo en los parques de columpios y casitas que hay justo al lado.
A continuación nos adentramos en la parte más antigua de la ciudad, vimos la catedral por fuera porque estaba cerrada; la Maison de TÊtes, una construcción curiosa; dimos una vuelta en el tío vivo (es lo que tiene ir con niñ@s, se vuelven loc@s con las cosas que huelen a feria) y un breve "pateo", que nos supo a poco, pero teníamos más visitas previstas para la jornada y el tíquet del aparcamiento ya se nos había pasado, así que finalizamos la excursión a Valence. Parece que por los alrededores había bastantes cosas interesantes, entre ellas la Via Rhona: un camino por la orilla del Ródano para hacer en bicicleta que pintaba también muy interesante...pero para otra ocasión.
Nos dirigimos hacia Tain L´Hermitage para visitar la Cité du Chocolat, la sede de la fábrica de Valrhona. Un descubrimiento y un paraíso para los amantes del chocolate. No se accede a la zona industrial, es un museo donde te explican todo el proceso de elaboración del chocolate desde la recolección del cacao hasta la elaboración de postres. Durante el recorrido tienes posibilidad de probar y diferenciar matices de sabor, con actividades interactivas para los niños (aunque en francés e inglés). La entrada no es barata, pero termina bien amortizada. La tienda que tienen a la salida es de libre acceso y también te dan a probar de todo lo que hay. Además, por cada compra, te regalaban más "muestras".A nosotros se nos hizo un poco tarde para buscar un sitio para comer y decidimos tomar algo en el bar-restaurante que había en la planta alta. Es como un autoservicio pero de bastante calidad, intentando integrar el chocolate en gran parte de los platos que ofrecían. Estaba abierto sólo una semana y, tanto cocinero como dependientes, estaban muy pendientes de la aceptación de sus propuestas culinarias. Tienen justo al lado una salita con juguetes y libros para que los niños se entretengan mientras te tomas aunque sea un café (de Nespresso), pero en nuestra opinión, fallaba el menú infantil, no demasiado apropiado para todos los gustos infantiles. No sé si lo habrán modificado. En definitiva, merece la pena desviarse un poco para disfrutar de esta experiencia.
Nuestra próxima parada, antes de dirigirnos hacia Pont-en-Royans, fue el pueblo de Hauterives (33km), para visitar el Palacio Idéal de Chéval, un cartero que se dedicó toda su vida a construirse con sus propias manos un palacete con un estilo muy ecléctico, inspirándose en las fotografías de revistas y postales que repartía en su trabajo. Mi hija de 4 años disfrutó muchísimos explorando todos los rincones de este “castillo”, muy acorde con su medida, buscando algún tesoro. Se puede aparcar muy cerca de la entrada y está preparado para ir con silleta (aunque el palacio hay que recorrerlo andando y subiendo algunas escaleras). Al terminar la visita, como hacía bastante calor y hay un riachuelo justo al lado de donde se aparca con fácil acceso, las peques aprovecharon para chapotear un rato en el agua. ¡Cómo disfrutaron! Incluso yo metí los pies para descansar un poco.
Y de ahí, nos vamos, embelesados con el paisaje y atravesando St Antoine L´abbaye (30km) y varios pueblos muy pintorescos (creo que eran Chatte y La Sône), hasta Pont-en-Royans. Al llegar al HOTEL MUSÉE DE L´EAU tuvimos un pequeño incidente, puesto que no aparecía nuestra reserva hecha con Booking (fue un error del hotel, motivado por una doble reserva que hice con mucho tiempo de antelación y que corregí un mes antes). Nos pusimos todos bastante nerviosos, incluida la recepcionista, porque era un poco tarde para ellos y en todo el pueblo no había alojamientos libres (no hay muchos hoteles). Pero después de realizar varias llamadas nos ubicó para esa noche en una maison d´hôtes en Sainte-Eulalie en Royans, localidad vecina muy cercana, llamada L´EPICERIE. Pese al inconveniente de cambiar de alojamiento, todo estuvo estupendamente. La casa antigua en la que nos hospedamos era preciosa, con mucho encanto. Las habitaciones eran muy grandes y tenía un jardincito muy bonito que pudimos ver al despertarnos. Daba a la carretera, pero era una vía secundaria sin mucho tráfico. El anfitrión nos trató maravillosamente bien, era muy agradable.
Después de dejar todo el equipaje, volvimos a bajar a Pont-en-Royans para ver un poquito el pueblo y cenar algo rápido, porque eran las 21h y ya apenas había gente por la calle ni en los bares. Nos metimos en la pizzería Le Marostica, donde cenamos solos estupendamente y al lado de un balcón con unas vistas impresionantes a la cascada tan famosa del pueblo. Comimos ensalada con magret de pato, pizza y los ravioles (pasta típica de la zona, como pequeños raviolis) exquisitos. Los camareros eran también muy agradables. Y una vez cenados y más tranquilos, después del susto del hotel, nos fuimos a dormir.
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