![]() ![]() Islandia 2015: Cataratas, volcanes, cráteres y glaciares en campervan ✏️ Blogs of Iceland
Vuelta a Islandia en sentido antihorario en dos semanas en agosto-septiembre 2015.Author: Lou83 Input Date: ⭐ Points: 4.9 (37 Votes)
01: Introducción
02: Día 0: De Mallorca a Keflavik pasando por Barcelona
03: Día 1: Reykjavik y Círculo Dorado
04: Día 2: El día de las cataratas
05: Día 3: Skógafoss, trail junto al río Skógar y Kvernufoss
06: Día 4: Playas negras, Vík y Fjadrárgljúfur
07: Día 5: Skaftafell, Jokursálón y Fjallsárlón con sorpresa incluida
08: Día 6: De Fjallsárlón a Hengifoss pasando por Vesturhorn
09: Día 7: De Seydisfjördur a Mývatn pasando por Dettifoss y más auroras
10: Día 8: Viti, Dettifoss por el este y los Mývatn Nature Baths
11: Día 9: Visita a la zona de Myvatn
12: Día 10: Hverfjall, Godafoss, Fabrikkan y Kolugljufur
13: Día 11: Hvítserkur, Grábrók, Glanni y llegada a Snaefellness
14: Día 12: Recorriendo la península de Snaefellsness
15: Día 13: Kirkjufell, Hraunfossar y la cegadora aurora de Akranes
16: Día 14: Regreso a Reykjavik y despedida
17: Presupuesto
18: Coordenadas para el GPS
19: Vídeos útiles
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Journeys 7 to 9, Total 19
3 de septiembre de 2015
![]() Mapa de la etapa 5 Empieza un nuevo día en el sur de Islandia, iniciándolo a las seis de la mañana para no perder la costumbre. Durante la noche la calefacción ha permanecido más tiempo en marcha que en ocasiones anteriores, desconocemos si por haberla activado a mayor potencia o para compensar un mayor frío en el exterior. Tenemos ya mucha luz entrando por las ventanas, como si estuviera amaneciendo mucho antes de lo que corresponde. Hemos pasado una noche de lo más tranquila en este pueblo de nombre impronunciable. No hay adjetivos para lo que nos espera al otro lado de las ventanas de nuestra camper. Un sol de invierno ilumina un paisaje de ensueño, con el colosal glaciar Vatnajökull tiñéndose de grises hasta alcanzar el blanco impoluto. Corderos del tamaño de mamuts se saludan los unos a los otros. Al igual que yo, otro par de campistas no pueden evitar salir cámara en mano a intentar exprimir lo mejor del momento. ![]() Fantástico amanecer en Kirkjubaejarklaustur ![]() El sol aparece tras el glaciar de Vatnajökull ![]() Nuestro despertador para esta mañana Aprovechando la tranquilidad que reina en el lugar, desayunamos en una cocina comunitaria inicialmente vacía y que poco a poco va acogiendo a los más madrugadores. Llevamos con nosotros el arsenal de cargadores y aparatos, ya que nuestra próxima noche está prevista que sea en plena naturaleza y hay que estar prevenido en cuanto a reservas energéticas. Llevamos también los platos y cubiertos de la noche anterior para limpiarlos con el agua caliente del fregadero: mucho mejor que maltratando nuestros riñones en una posición antinatural mientras utilizamos la fría agua del depósito de la camper. Solo queda un problema por corregir, el mismo que en la noche anterior: los fogones de la cocina comunitaria necesitan un mechero y nadie de por aquí parece ser fumador. Al cabo de un rato llega una pareja alemana que tiene a bien prestarnos el suyo, aunque no sé si ese detalle compensa el rato que nos hace pasar el pequeño terrorista gritón y lleno de energía que traen consigo... Rellenamos la poca agua que hemos gastado del depósito en la manguera que el camping dispone para tal efecto y antes de partir definitivamente de Kirkjubaejarklaustur nos volvemos a detener en la gasolinera N1 para intentar llenar el depósito. Indicamos mediante la máquina de autoservicio que queremos repostar 5.000 coronas, pero finalmente solo nos queda espacio por valor de 4.200. Cuando comprobamos el extracto de la tarjeta de crédito, se han hecho dos autorizaciones pero damos por hecho que la correspondiente al primer cargo no se confirmará y desaparecerá tras unos días. Tras rellenar el depósito podemos sacar algunas cifras definitivas sobre nuestro consumo. Nos hemos gastado 9.200 coronas para recorrer 550 kilómetros, y tras esa distancia hemos consumido el 50% de nuestro depósito. Eso significa que tenemos autonomía para unos 1100 kilómetros gastándonos aproximadamente 120 euros en gasoil. A pocos kilómetros de nuestro punto de partida del día encontramos lo que iba a ser una parada la tarde anterior pero acabamos aplazando por motivos de agenda. Está chispeando cuando aparcamos junto a Stjornafoss, una no tan pequeña como creíamos catarata visible desde la carretera y a la que, aunque nosotros decidamos no hacerlo, uno se puede acercar tanto como quiera gracias el botador instalado junto a un puente. Varias ovejas siguen a lo suyo ajenas a las pocas caravanas y furgonetas que han pasado la noche aquí y allá. ![]() Stjornafoss desde la distancia Iniciamos el primero de los dos grandes tramos de carretera que nos esperan en el día de hoy, el que nos llevará hasta el Parque Nacional de Skaftafell. Se trata de unos agradables 60 km que nos acercan cada vez más a Vatnajökull, el imponente y mayor glaciar de Islandia. Un rayo de sol que escapara del manto de nubes e iluminase el frío hielo haría que el marco fuera excelente, pero su visión en el horizonte resulta espectacular de todos modos. A dos kilómetros de llegar a Skaftafell, no podemos evitar parar en un fantástico mirador que se encuentra pocos metros después del desvío hacia el parque y tras superar un puesto de excursiones en avioneta. Tenemos ante nosotros, imponente, una lengua glaciar que desciende desde las alturas hasta el nivel del mar. ![]() Una inevitable parada antes de llegar Nuestra furgoneta queda estacionada a las 9:30 en un aparcamiento ya bastante poblado mientras en el exterior la temperatura se ha estancado en los ocho grados. Será mejor replantearse el vestuario equipándonos de las camisetas térmicas que traemos de Decathlon. Encontramos varias Happy Camper de todos los modelos por aquí y allá y varios kioscos de excursiones en el perímetro del parking ofreciendo todas ellas caminar sobre el glaciar. Ya desde el primer momento comprobamos que todo está perfectamente señalizado, siendo la experiencia más parecida hasta el momento a visitar un Parque Nacional estadounidense. Accedemos al centro de visitantes para pedir consejo sobre cuál es la opción con menor dificultad que cubra los cuatro puntos de interés que venimos a visitar, y la agradable empleada del parque nos confirma el itinerario que ya intuíamos es el más adecuado. Durante nuestra investigación previa del Parque Nacional de Skaftafell encontramos cuatro puntos a destacar por los que queríamos pasar a toda costa: el mirador a una lengua glaciar de Sjónarnipa, la original catarata de Svartifoss, el mirador a los glaciares de Sjónarsker y la catarata de Hundafoss. Para cubrirlos todos haremos un recorrido en sentido contrario a las agujas del reloj partiendo del centro de visitantes, alcanzando los puntos en el orden enumerado y siendo el tramo más largo y exigente el que nos lleva al primer mirador, que requerirá ganar bastante altura en una distancia relativamente corta. Iniciamos la ruta atravesando parte del camping del parque, inmenso y compuesto por varias parcelas consecutivas. Entre dos de ellas aparece una cuesta con un cartel que indica que esa es la dirección para Svartifoss, casi con toda seguridad el lugar más popular y visitado del recinto. Iniciamos la subida, que es pronunciada y consigue que ganemos altitud en muy pocos pasos. No tarda mucho en aparecer el primero de los postes de información que nos encontraremos a lo largo de la excursión, marcando muy claramente la dirección y distancia a cada uno de los destinos. Una flecha derecha nos verifica que para llegar a Sjónarnipa debemos tomar una estrecha vía de tierra compacta. ![]() Sjónarnipa, por aquí Seguimos ganando altura rápidamente, caminando ahora entre arbustos y viendo las primeros saltos de agua a lo largo del río que fluye en paralelo a nuestra izquierda. Al otro lado varios cientos de metros más allá se observan pequeñas figuras correspondientes a los excursionistas que han elegido la vía directa hasta Svartifoss. Nadie por delante ni por detrás comparte nuestro destino, así que estamos prácticamente solos. ![]() Sjónarnipa, sigue siendo por aquí ![]() Un poco de agua para amenizar el camino Tras esos primeros cientos de metros de fuerte subida la pendiente se relaja y deja de ser tan exigente. Empezamos a cruzarnos con algunos grupos más bien pequeños, casi todos de origen francés. Finalmente el paisaje se abre y empezamos a ver la lengua a lo lejos. Poco antes de llegar al precipicio, el terreno desciende para dar la sensación de que entramos de lleno en la corriente de hielo que se precipita hasta el nivel del mar. Hemos llegado a Sjónarnipa y tenemos ante nosotros la enorme lengua Skaftafellsjökull. Y cosas del destino, se trata de la misma lengua que hemos avistado en nuestra parada improvisada a dos kilómetros de la entrada del parque. Sin saberlo, estábamos mirando entonces a nuestro primer destino del parque. Disfrutamos de la lengua con tranquilidad y la compañía de un bocadillo de tortilla casero, observando las pequeñas zonas donde el hielo se ha derretido así como aquellas en las que se ha tornado de un tono azul brillante que hipnotiza. Solo desmerece un poco la paleta de colores ante nosotros el tono marrón del agua en el que se acaba derritiendo depositando la lengua y hasta la cual llega el camino claramente distinguible correspondiente a una excursión clasificada por el parque como de dificultad fácil. ![]() Sjónarnipa... no es por aquí porque ya has llegado ![]() Skaftafellsjökull desde Sjónarnipa ![]() Observando la lengua lo más cerca posible Nos encontramos un poco de saturación de público en la punta última del mirador. Es una pena que los apenas 10 o 12 excursionistas con los que compartimos el momento no sean capaces de permanecer en silencio durante unos instantes. Me hubiera gustado disfrutar del lugar en un completo silencio que solo ellos impiden que tenga lugar. ![]() Nuestros ruidosos compañeros Tras un buen rato que asegure haber amortizado el esfuerzo realizado para llegar hasta aquí, emprendemos la siguiente etapa que durante dos kilómetros consiste en deshacer lo andado hasta alcanzar el cruce desde el que tomar la dirección a Svartifoss. Una vez desviados, transcurren 800 escasos metros rodeados de arbustos hasta que aparece tras uno de ellos un altiplano con algo de gente congregada. Resulta fácil adivinar qué deben estar viendo desde la distancia. Svartifoss es el buque insignia del Parque Nacional de Skaftafell y una de las cataratas más populares de toda Islandia. El motivo no lo encontramos en sus dimensiones o su caudal si no en su forma, que se asemeja a la de un órgano de iglesia gracias a las dos filas de columnas de basalto que deja el agua tras de sí. ![]() Bienvenidos a Svartifoss El mirador del altiplano es algo lejano teniendo en cuenta que Svartifoss es más pequeño de lo que pretenden sus fotografías, pero está centrado y eso permite un buen vistazo de bienvenida a toda la pared de columnas. Desde el puente situado más abajo una parte de las columnas de basalto queda oculta tras varios árboles. El único modo de contemplar la catarata a una distancia cercana y sin zonas escondidas es avanzando unos metros por el lateral derecho, superando unas rocas hasta el cordón de seguridad que los responsables del parque han marcado como lo máximo que puedes acercarte a la cascada. ![]() Svartifoss, su basalto... Cruzamos el puente para alejarnos de Svartifoss por el lado contrario del que procedemos. El camino se inicia con una serie escaleras de madera desde las cuales la catarata sigue siendo visible desde ángulos interesantes. Continuamos la marcha durante 400 metros, siendo solo los últimos 200 de pendiente más pronunciada. Alcanzamos así el mirador de Sjónarsker desde el cual se tiene una panorámica de 360 grados llena de detalles, como las lenguas glaciares de Morsarsjökull y Skaftafellsjökull que delimitan el parque. Nos hacemos desde aquí una buena impresión de la distancia que llevamos recorrida. ![]() Los últimos metros hasta Sjónarsker ![]() Morsarsjökull desde Sjónarsker ![]() Desde aquí comienzan algunas de las travesías más duras Desde este punto y antes de regresar al centro de visitantes, un desvío habitual es el que a mano derecha nos llevaría a la zona de Sel. En dicha área esperan una serie de grandes granjas con techos de césped así como bastante fauna autóctona. Sin embargo echando un vistazo al mapa la distancia adicional que supone este desvío empieza a no sonarnos demasiado bien con el esfuerzo que llevamos acumulado en las piernas, y decidimos pasarlo por alto. En su lugar, usaremos la vía directa de dos kilómetros para regresar a la casilla de salida. Los grandes escalones artificiales que encontramos consiguen que perdamos altura con la misma rapidez que la habíamos ganado. Tras exactamente uno de los dos kilómetros que constituyen el regreso, nos topamos por accidente con un aparcamiento alternativo del que habíamos oído hablar. Accesible tras una cuesta de un solo carril si se ignora el aparcamiento principal y se continúa la marcha por una carretera a la izquierda, es una forma de ahorrar pasos para alcanzar Svartifoss, que desde aquí se encuentra a menos de un kilómetro. Frente al mapa informativo que hay en el acceso a la ruta nos cruzamos un grupo de españoles que, tras descubrir que compartimos idioma, nos pregunta si merece la pena ver la catarata de... cobalto. Continuamos el descenso siguiendo los hitos que señalan el camino al centro de visitantes, aunque lo angosto que se torna el sendero y el escaso tráfico que encontramos nos hace dudar si estamos siguiendo la vía adecuada. Sea o no el correcto, celebramos la decisión: tras unos escalones más, encontramos el mirador perfecto hacia la catarata de Hundafoss, lugar perfecto para celebrar la hora de comer con unos wrap de sabor barbacoa que compramos ayer en el supermercado. ![]() Catarata de Hundafoss Finalizada la parada y bajo un cielo que se está tiñendo de un amenazante gris, completamos el descenso y llegamos a una carretera que parece encontrarse al oeste del parque. Consultando un mapa que nos encontramos al final del camino descubrimos que hemos seguido por la ruta equivocada: en lugar de la marcada por azul, de dificultad fácil, hemos descendido por otra clasificada como de dificultad "desafiante". Debemos corregir el error caminando otro tramo más hacia el este hasta conectar con el aparcamiento. Utilizamos durante unos minutos la conexión a Internet gratuita del centro de visitantes, que en cualquier caso no funciona demasiado bien. La aprovechamos para instalar unas actualizaciones de aplicaciones que nos parecen demasiado pesadas para descargar con la conexión móvil, y una vez completadas regresamos a nuestra furgoneta para darle a los pies un merecido descanso. La aplicación de seguimiento que hoy sí hemos recordado utilizar desde el principio asegura que hemos recorrido algo más de diez kilómetros desde que nos pusimos en marcha hace ya cinco horas. La división no da como resultado una velocidad media endiablada, pero tampoco era ese el objetivo. Se acercan las 16:00 cuando volvemos a la carretera 1 que rodea el país, y circulamos coqueteando con el límite de velocidad los siguientes 60 kilómetros haciendo una excepción en las puertas del pueblo de Hof, lugar en el que paramos cinco minutos para contemplar una iglesia popular por su techo de musgo. ![]() La iglesia de Hof Sigue la cuenta atrás de kilómetros hasta nuestro próximo hito y, tras un cambio de rasante, aparecen bajo un manto de nubes los glaciares que dan lugar a las lagunas de Fjallsárlón y Jokulsárlón. El termómetro no indica un descenso de las temperaturas pero la imagen transmite una sensación de frío. Según nos acercamos nos quedamos atónitos, siendo nuestro cerebro incapaz de comprender lo que estamos viendo. Alcanzamos el puente que cruza el río Jökulsá allí donde la laguna glaciar de Jokulsárlón conecta con el Atlántico... y alucinamos. Aparece a nuestra izquierda el ejército de bloques de hielo de varios colores, desde el blanco impoluto al eléctrico azul pasando por los de formas translúcidas con aspecto de cristal. Ni siquiera el incesante ajetreo y vehículos de los alrededores del puente nos distraen del asombro que sentimos y no nos permite cerrar nuestras mandíbulas, que han quedado desencajada. Llegamos al parking, muy poblado pero todavía con espacio libre de sobras. Todavía estamos en shock. Jokulsárlón es la laguna en la que termina el glaciar de Vatnajökull y sus descomunales dimensiones la han hecho merecedora de ser uno de los lugares más populares de todo Islandia. Contribuye a ello su atípico paisaje, con esos cientos de bloques en muchas ocasiones gigantescos surcando lentamente las aguas que forman un espejo infinito en el que el glaciar se ve reflejado. Tras nuestros primeros pasos, oímos un pequeño estruendo y giramos la cabeza a tiempo para ver como un bloque de varios metros cúbicos se parte en dos, se sumerge ruidosamente en el agua y acelera su ritmo hacia el puente con dirección a aguas abiertas. Parece irreal. ![]() Alucinando en Jokulsárlon, I ![]() Alucinando en Jokulsárlon, II ![]() Alucinando en Jokulsárlon, III Subimos a una colina cercana desde la que están pilotando un dron. Seguimos embobados, hipnotizados. El sol se abre paso entre las nubes y algunos bloques empiezan a brillar. Un grupo de focas asoman su cabeza mientras pasean por la superficie. Volvemos a bajar hasta la orilla, que en estos momentos no tiene demasiados bloques de hielo cerca de ella. La temperatura es suave y agradable. Solo algunos golpes de viento nos recuerdan que nos protejamos el cuello y la cara. A las 18:00, el termómetro marca 12 grados. ![]() Alucinando en Jokulsárlon, IV ![]() Alucinando en Jokulsárlon, V ![]() Alucinando en Jokulsárlon, VI ![]() El piloto y su juguete ![]() Alucinando en Jokulsárlon, VII ![]() Nadando en Jokulsárlon Nos desplazamos hasta un nuevo aparcamiento al otro lado de la carretera que nos deja a pocos metros de la playa en la que desembocan los bloques de hielo más aventureros. El viento es ahora muy frío aunque sigue siendo intermitente. Encontramos algunas piezas heladas esparcidas por la arena negra y otras de grandes dimensiones siendo zarandeadas por olas de un metro de altura. A un grupo de incautas una ola les coge desprevenidas provocando que el agua les alcance hasta las rodillas. ![]() Bloques abandonando Jokulsárlon... ![]() ... y llegando al Océano Atlántico ![]() Las olas que mecen el hielo ![]() Tanto nadar para quedarse en la orilla Que alguien como yo, fotógrafo de perfil más bien vago, haya montado y desmontado los tres objetivos que carga en la mochila durante la última hora, debería dar una idea de lo vasto en posibilidades que es Jokulsárlón. Un lugar llenísimo de posibilidades y que no deja de sorprenderte a cada paso. Antes de abandonarlo por hoy nos regresamos hasta el primero de los aparcamientos que habíamos pasado de largo a nuestra llegada. Nos volvemos a acercar a la laguna y aquí nos recibe la madre de todos los vendavales. No podemos escucharnos el uno al lado del otro mientras contemplamos desde aquí una visión más libre de obstáculos de la lengua glaciar al fondo de la laguna. ![]() Otro vistazo a Jokulsárlón Deshacemos diez kilómetros en dirección oeste para llegar a la hermana pequeña de Jokulsárlón, la laguna glaciar de Fjallsárlón. El acceso hasta su aparcamiento es de los divertidos, con baches que obligan a extremar la precaución especialmente en el caso de turismos pequeños. Sin embargo es una distancia corta y pronto estamos buscando un trozo de terreno en el que la camper quede lo más horizontal posible y la sangre no se concentre en la cabeza o los pies mientras dormimos. Porque siguiendo la recomendación de otros turistas que nos destacaban que se trata de un lugar mucho más tranquilo, este va a ser nuestro dormitorio de hoy. Nos acercamos al mirador para echar un primer pero no último vistazo a la laguna, ya que el sol ya ha superado su mejor momento y mañana a buen seguro no podremos desviar la mirada de la escena iluminada. Un pequeño camino te permite llegar hasta la orilla de la laguna, y una excursión que los carteles informan como de 15 kilómetros de solo ida conecta la laguna con su hermana mayor. ![]() Hola, Fjallsárlon Esta noche la pasaremos prácticamente incomunicados. Por primera vez desde que la compramos, la tarjeta prepago de Siminn es incapaz de establecer una conexión de datos estable. Apenas llegan unos hilos intermitentes de conexión a la velocidad más baja posible y solo somos capaces de leer las notificaciones que entran con cuentagotas en el teléfono. Imposible acceder a ningún contenido completo. Pasamos unos minutos en el interior de la furgoneta, viendo como las idas y venidas conforman lo que será nuestro vecindario definitivo de esta noche. Una pequeña furgoneta roja en el otro extremo del parking, y entre nosotros y ella otra Happy Camper de las mismas dimensiones que la nuestra de la que salen una mujer y dos hombres. La parte trasera de su vehículo está tan sucia y llena de barro que no se distinguen ni las pegatinas de la compañía. No lo puedo evitar, y según cae definitivamente el sol y el cielo empieza a teñirse, salgo a toda velocidad de la furgoneta cámara en mano y desciendo hasta las aguas de la laguna. Gracias a la combinación de bloques de hielo, viento moviendo el agua y esa nube de color rojizo que preside la escena, consigo algunas fotografías que a posteriori resultarán ser las mejores que obtenga del lugar. Lleno de satisfacción, regreso a la furgoneta cuando ya es un momento inmejorable para cenar. ![]() Los colores perfectos ![]() Hielo y atardecer, poderosa combinación ![]() Este día no puede mejorar más... creo Nos obsequiamos unos macarrones con tomate y queso cuya pasta habíamos cocido en la completa cocina comunitaria del camping anterior. Pasan ya las 22:00 cuando ha oscurecido casi por completo, aunque la media luna que surge del horizonte nos garantiza un mínimo de claridad durante la noche. Algo antes de las 23:00, una racha de viento suena con fuerza pero sin alcanzar el punto en el que la furgoneta se mueva bruscamente. En el silencio de la noche y con el sonido de la calefacción como única compañía, terminamos esta jornada frente a un cuadro de ensueño. ... Espera. Falta una cosa. Y si hoy fuera la noche en que... Me incorporo. Desplazo un poco la cortina de la furgoneta para mirar al exterior. Precisamente en esa dirección está la media luna evitando un cielo completamente oscuro. Pero eso de la izquierda... no, no puede ser. Probablemente sea una nube pasando a toda velocidad a causa del fuerte viento que estoy escuchando. Pero y si lo fuera. Saco la cámara de la mochila, monto el trípode con las dimensiones mínimas para poder desplegarlo sobre la cama apuntando hacia la ventana. Configuro 15 segundos de exposición a la máxima sensibilidad que el sensor permite sin deteriorar demasiado la imagen. Disparo. Espero. Oh, mierda. Le digo a L lo que acabo de ver. La pobre estaba ya a medio camino de caer en un dulce sueño pero sabe de la importancia que tiene para mí. Y qué demonios, para ella tampoco es algo que pueda ver cada día. Se incorpora y veo como sonríe ante lo que está viendo. Yo mientras tanto ya me he puesto la mitad de la ropa sobre el pijama. Termino de asegurarme un mínimo abrigo, desbloqueo las puertas y me lanzo al exterior. Hace frío, mucho frío. El viento es gélido y no he cogido mi cazadora, pero ni siquiera he reparado en ello. Planto el trípode, apunto a la laguna, disparo con la configuración que más luz me permite absorber. Y ahí está. ![]() Consiguiendo lo inesperado, I ![]() Consiguiendo lo inesperado, II ![]() Consiguiendo lo inesperado, III ![]() Consiguiendo lo inesperado, IV ![]() Consiguiendo lo inesperado, V Mientras planificábamos el viaje un amigo con mucho talento para la fotografía nos insistía una y otra vez en que debería por lo menos intentar llevarme mi propia aurora boreal de recuerdo. Yo, que me conozco, no me imaginaba soportando la fría noche a la intemperie solo por la remota posibilidad de fotografiar una. Pero ahora que lo he conseguido, debo agradecerle la insistencia. La sensación de satisfacción, el empuje de adrenalina que supone lo vivido esta noche y ese primer instante en el que vi las trazas verdes en la pantalla de mi cámara es algo que espero no olvidar jamás. En la noche de nuestro quinto día de aventura, puedo tachar una cosa más de la lista. He capturado mi propia aurora boreal. Y en una laguna glaciar, nada más y nada menos. Me voy a dormir, si es que soy capaz de conciliar el sueño. Journeys 7 to 9, Total 19
4 de septiembre de 2015
![]() Mapa de la etapa 6 Amanece y el viento islandés mece nuestra furgoneta como si nos acunara. Tenemos ya mucha claridad en el exterior y, todavía con una sonrisa en la cara tras la sorpresa de la noche anterior, nos abrigamos hasta las cejas y saltamos al exterior para ver Fjallsárlón junto a los primeros rayos de sol. ![]() Buenos días, Fjallsárlón Solo otra pareja desciende hasta la orilla de la laguna antes que nosotros, y se marchan enseguida tras conseguir gracias a nuestra presencia una foto de los dos con el glaciar al fondo. Nos quedamos completamente solos en el silencio solo interrumpido por algunos bloques de hielo chocando entre sí. El agua, una vez más, refleja la luz del sol como un espejo y duplica el espectáculo para la vista. Cuando el viento se detiene durante unos segundos la temperatura es perfecta pero no nos deshacemos de gorro, braga de cuello y guantes durante todo el paseo a lo largo de la corta orilla. ![]() Una laguna pequeña... ![]() ... pero que nos ha regalado uno de los momentazos del viaje ![]() Contemplándola... ![]() Inmortalizándola... Nos despedimos de Fjallsárlón, con la que ocurre lo mismo que con tantos y tantos lugares de Islandia: nunca sabes cuándo has tenido suficiente y ha llegado el momento de partir. Superamos en pocos minutos el tramo bacheado de regreso a la Ring Road y recorremos de nuevo los diez kilómetros que nos separan de Jokulsárlón en dirección al este. Nos detenemos esta vez en el aparcamiento que queda a mano izquierda justo antes de alcanzar el puente que conecta la laguna y el océano. Esperan aquí tres o cuatro autocaravanas que han debido pasar la noche acompañados de la fauna y hielo de Jokulsárlón. Reina el absoluto silencio cuando son las ocho de la mañana y nos preparamos el desayuno. Por desgracia, aquí tampoco hay buena cobertura móvil de Siminn. Deberemos esperar para ponernos al día tras casi 24 horas sin conectarnos a la red. Desayunados, subimos la pequeña colina para echar un último vistazo al espectáculo. Con menos gente que la pasada tarde, las gaviotas graznando, las focas nadando tranquilamente y una absoluta ausencia de viento, el momento es perfecto. Definitivamente y aunque nos reafirmemos como enamorados de las cataratas, Islandia nos ha regalado una muy grata e inusual sorpresa con sus lagunas glaciares. ![]() Volvemos a Jokulsárlón ![]() Gaviotas y focas campando a sus anchas ![]() Perfecta visibilidad en toda la laguna La etapa de hoy será la de mayor distancia en carretera hasta la fecha y se inicia con un tramo de 80 kilómetros que separan Jokulsárlón y el pueblo de Höfn. A 20 kilómetros del destino, la cobertura de Siminn regresa a nuestras vidas mientras superamos lejanas lenguas glaciares a nuestra izquierda. Llegamos al pueblo tras desviarnos durante cuatro kilómetros de la carretera 1 y éste nos recibe con un aspecto limpio y cuidado, incluso con un campo de golf en su vía de acceso. Hacemos aquí tiempo hasta las 10:00 para que abra sus puertas el supermercado Netto, que en los viernes demora un poco más su horario de apertura. Desde el aparcamiento, hacemos tiempo conectados a Internet y acompañados de vistas a las lenguas glaciares de las que procedemos. Los pasillos de Netto ofrecen bastante más variedad de productos que los de Bonus, y entre unas cosas y otras nos dejamos casi 5.000 coronas -unos 33 euros- por el camino. L se detiene en una panadería anexa al supermercado para dejarse 1.200 coronas -ocho eurazos- en una baguette y sendas porciones de pizza, pero debe volver hasta la línea de cajas del supermercado para pagarlas. A la salida una densa niebla nos priva de ver nuevamente los glaciares al oeste. ![]() Ocho eurazos Son las 11:00 cuando reemprendemos la marcha, ya ligeramente por detrás de nuestro horario previsto. Tras diez kilómetros más en dirección este tomamos el desvío señalado como "Stokksnes", y a partir de aquí nos esperan cinco kilómetros de terreno no asfaltado pero en bastante buen estado. Al alcanzar el Viking Café varias señales nos avisan de que no podemos continuar por ninguna de las vías si no hemos pagado la tarifa de admisión. Ésta consiste en 600 coronas o cinco euros por persona a pagar en la propia cafetería o depositando la cantidad en el buzón de la entrada en caso de estar cerrada. Pagamos las coronas en el interior del edificio, donde espera una amable señora que vive rodeada de tartas y un apetecible aroma de café. Nos entrega un mapa y nos resume las opciones que tenemos para visitar nuestro alrededor. Empezamos por un camino a pie que en varios minutos debería llevarnos a una aldea vikinga, pero la idea no nos entusiasma en exceso y nos limitamos a observarla desde la distancia tras conseguir una posición elevada. Regresamos al coche y recorremos los varios cientos de metros que nos llevan hasta una base militar. Aquí es donde podremos observar el motivo de nuestra parada: la vistosa cordillera junto a una playa de arena negra de Vesturhorn. ![]() La aldea vikinga Lo intentamos primero llegando hasta el final de un desvío a mano derecha de la base militar. Desde aquí las vistas no son las que buscamos, pero si giramos la cabeza hacia el océano la visión de varias decenas de patos dándose un chapuzón hacen que el error merezca la pena. Retrocedemos hasta la entrada de la base y desde aquí, previo estacionamiento de la furgoneta en el arcén, caminamos por uno de los múltiples estrechos senderos ya sobre arena negra que nos llevan hasta la gran orilla. Alcanzamos primero un mirador elevado desde el que podemos observar toda la extensión de arena ennegrecida con la cordillera al fondo. Por desgracia, varias nubes de aspecto amenazante están transitando por la zona alta de las montañas y parecen dispuestas a quedarse agarradas a los picos. ![]() Vesturhorn desde más allá de la base militar Descendemos hasta la orilla, donde tenemos cientos de metros por delante para nosotros solos. Dejamos la cámara disparando hasta el infinito gracias al intervalómetro y nos dejamos engullir por la playa. Caminamos, corremos, saltamos por ella, y siempre con la imponente ladera de Vesturhorn contemplando nuestras payasadas. El tiempo vuela cuando estás donde quieres estar, y así el reloj avanza a toda velocidad hasta que dan las 13:00 y regresamos a la furgoneta. ![]() Vesturhorn desde donde toca ![]() Otro lugar idílico para nosotros solos ![]() El tiempo pasa volando cuando estás agusto Iniciamos ahora un nuevo tramo largo de conducción, 90 kilómetros hasta la localidad de Djúpivogur. Allí nos espera Vid Voginn, un local que hemos descubierto navegando por la red y que a priori ofrece buena comida a un precio ajustado para los estándares islandeses. Cuando llevamos 40 kilómetros de camino empezamos a ver grupos de unos animales a medio camino entre cisnes y gansos disfrutando del sol que baña la costa. La carretera transcurre en paralelo a la línea del mar, convirtiéndose en un recorrido espectacular. En uno de los muchos, muchísimos puentes que hay que cruzar para sortear los ríos que descienden desde los glaciares tres ovejas provocan un pequeño atasco tomándose todo el tiempo del mundo para apartarse de la calzada. Llegamos a Djúpivogur pasadas las dos del mediodía. Siguiendo la carretera principal hasta el final, casi tocando el fiordo, aparcamos junto a Vid Voginn. En su interior encontramos una combinación de colmado y restaurante de comida rápida, donde las hamburguesas cuestan 1.600 coronas y el "fish & chips" 2.100, en ambos casos con patatas y bebida. Al cambio nos cuesta 25 euros, caro para tratarse de comida rápida pero una de las opciones más económicas para comer fuera de la camper, para variar. El ambiente es familiar y agradable, las mesas ofrecen vistas hacia el puerto pesquero en el fiordo y, la guinda del pastel, las paredes están adornadas con cuadros de distintas especies de patos. La hamburguesa es algo simple y sosa pero el pescado rebozado está bueno, con regusto a algún tipo de especia que nos recuerda al curry. ![]() Las vistas... ![]() ... y la comida Nos despedimos del agradable pueblo para enfrentarnos al tramo más duro aunque a la vez prometedor de la jornada. Aunque en línea recta nos separen unos 60 km de nuestro próximo destino, la serpenteante carretera que va recorriendo fiordos provoca que la distancia a recorrer sea cercana a los 200 kilómetros. El problema -bendito problema- con los fiordos del este de Islandia es que llegar del punto A al punto B no tiene una solución única. La carretera 1 los cruza a su manera, sí, pero existen carreteras secundarias que atajan tramos donde la Ring Road da un rodeo, o bien hacen todo lo contrario para ofrecer una ruta paisajista más extensa que la más rápida. En concreto, para el trayecto entre Djúpivogur y el inicio de la excursión a Hengifoss teníamos que tomar dos decisiones. Una, si utilizar la carretera 939 para reducir la distancia por un tramo más directo que nace y muere en la carretera 1. La segunda, si acompañar a la Ring Road en el momento en el que decide abandonar los fiordos o por el contrario conducir por la carretera 96 que continúa recorriendo el litoral para ofrecer vistas a cambio de un plus de distancia. La decisión final es seguir la Ring Road de principio a fin. En el primer caso, porque el atajo puede ser contraproducente debido a que tiene fama de estar en muy mal estado y ralentizar la marcha. Se trata de solo 20 km en comparación a los 80 de la carretera 1, pero según la estimación de Google Maps en realidad perderíamos tiempo. En el segundo caso, creemos que con los fiordos recorridos hasta esa bifurcación y los que planeamos visitar más adelante ya tendremos suficiente. Esto provocará circular por el único tramo no asfaltado de la Ring Road, pero decidimos correr el riesgo. Empezamos la ruta escogida rodeando el fiordo de Berufjördur. Y rodearlo es en sentido literal: nos topamos con él, recorremos su lateral izquierdo, llegamos hasta el final para dar un giro de casi 180 grados y deshacemos la misma distancia por el lateral derecho. Un largo paseo que se resolvería trazando un puente, pero que por motivos de conservación del entorno y de escasez de tráfico supongo que no se trataría de la inversión más inteligente. En cualquier caso la experiencia es muy gratificante, aunque si trabajase aquí y debiera dar todo el rodeo a diario no me haría la misma gracia. Nos esperan varios kilómetros bordeando la costa por una carretera que en ocasiones se eleva varios metros por encima del nivel del mar regalándonos una postal tras otra. Llega el temido momento del tramo no asfaltado y efectivamente aparecen algunos baches en la grava que nos obligan a reducir una marcha hasta entonces rozando los 100 kilómetros por hora. No obstante, por momentos podemos llegar hasta los 80 km/h sin poner en peligro la integridad física de la furgoneta. Por desgracia un poco más adelante aparece un turismo en el horizonte que será quien determine nuestro ritmo, ya que la grava que desprenden los vehículos y la calzada estrecha hace poco recomendable practicar un adelantamiento. Durante los primeros minutos la cabeza de carrera lleva un buen ritmo, pero luego se torna errática y decide frenar en tramos donde no se requiere. Mientras tanto, se suceden subidas y bajadas en un verdadero puerto de montaña que se recorre de forma amena. Las ovejas, más despistadas que nunca, nos obligan en más de una ocasión a tocar el claxon para que se aparten de nuestro camino. Al fin termina el tramo de peores condiciones y volvemos al maravilloso piso asfaltado de la Ring Road en su estado habitual. Han sido 26 kilómetros de aventuras sobre la grava. ![]() La Ring Road se pone fea ![]() Pero todo lo contrario ocurre con sus vistas ![]() Atravesando fiordos y valles ![]() Y como siempre, agua fluyendo por todas partes Cuando quedan varios kilómetros para alcanzar Egilsstadir, el pueblo que nos servirá de dormitorio esta noche, nos desviamos a la izquierda por la carretera 931 poniendo así rumbo al suroeste recorriendo un lago. Nos quedan por recorrer 29 kilómetros que superamos a una velocidad óptima, arañando minutos al reloj. Son las 17:30 cuando paramos el motor frente a la subida que lleva a la catarata de Hengifoss. Preveíamos la llegada a las 15:15, así que vamos con un notable retraso de dos horas y cuarto. Desde que empezamos a recorrer fiordos, la temperatura ha caído varios grados. En el termómetro del coche figura un número siete que se nota y mucho al poner los pies fuera de la furgoneta. Hengifoss es una cascada de tamaño, altura y caudal notables situada detrás de una cuesta que se prolonga por dos kilómetros y medio y asciende 260 metros de altura. A medio camino se encuentra Litlanesfoss, otra catarata que permite hacer un alto en el camino antes de seguir hasta su hermana mayor. Comenzamos a subir y pronto comprobamos que uno de los mejores aspectos de la excursión es que nunca pierdes de vista ni de dónde vienes ni a dónde vas, ya que el ascenso es casi en línea recta desde la falda de la montaña hasta lo más alto de esta donde espera la meta. ![]() Hengifoss, vamos allá ![]() Ganamos altura rápidamente ![]() Pequeños tramos que dan una tregua... ![]() ... antes de seguir ascendiendo Tras 30 minutos con un ritmo calmado pero constante llegamos al mirador de Litlanesfoss. Nos gusta, y mucho. El agua también cae durante varios metros y está rodeada en la mitad superior de la caída por columnas de basalto que recuerdan inevitablemente a Svartifoss. Es como una melliza de la cascada de Skaftafell pero a varios cientos de kilómetros de distancia. Poniendo la vista más allá, las aguas de Hengifoss ya son perfectamente distinguibles. ![]() Litlanesfoss, más basalto ![]() Un agradable alto en el camino ![]() Ya queda menos para Hengifoss Otros 30 minutos más que hacen un total de 60 caminando nos llevan a los pies de Hengifoss. Coincidimos con una familia española, pero a los pocos minutos nos quedamos solos ante 128 metros de caída de agua. Según la Wikipedia, son seis metros más que esa Háifoss que hace unos días nos dejó asombrados. Lo más lejos que podemos llegar a ella sin mojarnos los pies es a una gran roca a... digamos entre 100 y 200 metros, ya que la percepción de distancias no es mi fuerte. Una pareja que llega más tarde busca un paso por el río para poder cruzar al otro lado e intentar acercarse más, pero no parece encontrarlo. A las 19:00, 90 minutos después de iniciar la excursión, comenzamos a descender. ![]() Hengifoss, más lejos... ![]() ... y Hengifoss, más cerca Dos semanas en Islandia no serían tales sin alguna caída, y en mi caso sucede de la forma más tonta y en el lugar más insospechado. En un tramo sin ninguna dificultad en particular según nos alejamos de Hengifoss, mi pie derecho decide ir por libre y hacer un extraño giro, provocando que me vaya al suelo tras golpear con la pierna una roca y desconozco de qué forma acabar aterrizando con mis posaderas. Tras medio segundo de tenso silencio tanto mío como de L, nos reímos a carcajadas. El pie derecho ha quedado dolorido pero por fortuna no ha habido esguince, y en la pierna derecha tengo una raspadura más aparatosa de lo que realmente es. El mayor damnificado ha sido mi pantalón estrenado hace menos de 48 horas, que ha quedado desgarrado en el lugar donde me he golpeado con la roca. Teniendo en cuenta que es un pantalón de caza especialmente resistente, es probable que me haya librado de que la afilada roca con la que he chocado me levantase la piel. Como habíamos previsto, en una hora más y tras volver a parar unos instantes frente a Litlanesfoss ya hemos vuelto a la furgoneta. En total hemos invertido 150 minutos en subir y bajar sin privarnos de disfrutar del paisaje. Devolvemos al buzón junto al aparcamiento un mapa gratuito de la zona que hemos cogido al llegar y nos ponemos en marcha. Nos separan 30 kilómetros hacia el noreste para llegar a Egilsstadir, donde nos espera el camping para esta noche. ![]() Emprendiendo el regreso Sin ningún percance ni dato a aportar alcanzamos el pueblo, que ya desde el primer momento deja claro que se trata de una parada importante con multitud de tiendas y otros servicios. Inicialmente pasado de largo por no estar demasiado señalizado, entramos en el Egilsstadir Camping Ground, una enorme explanada con postes de electricidad repartidos por su superficie y columpios y un tobogán en el centro. Aparcamos en un sitio que consideramos lo suficientemente plano para poder dormir y nos dirigimos al edificio principal situado en una esquina. Nos encontramos la puerta de acceso a la oficina cerrada, pese a que habíamos leído por la red que el camping seguía abierto en septiembre y a estas horas debería tener su recepción abierta. Tras leer un par de carteles en la puerta, encontramos uno que informa de que durante el mes actual la oficina solo permanecerá abierta de 9:00 a 16:00, y "nos sintamos libres de acampar". Me pregunto qué supone esto si nosotros pensamos partir antes de que abran las oficinas mañana por la mañana. Pasa junto a nosotros una pareja que nos hemos cruzado anteriormente en Hengifoss, y tras comentarlo con ella nos reconocen que hay gente que aprovecha esta situación para dormir gratis en los campings sin vigilancia. No era nuestra intención y no nos importaba pagar las 1.300 coronas por persona y noche que incluyen acceso ilimitado a las duchas, pero si tiene que ser gratis, así será. Volvemos a nuestra furgoneta para descubrir que nuestros vecinos de al lado son alemanes y, aquí llega lo que nos preocupa, algo ruidosos. Están preparando salchichas en una plancha que me abre el apetito, pero mientras lo hacen escuchan música a un volumen demasiado alto que no habíamos sufrido en ninguna zona de acampada anterior. Por ahora seguimos nuestros planes y cogemos la ropa de aseo así como un vestuario nuevo para ducharnos de vuelta en el edificio principal. Allí encontramos unas duchas maravillosas. Potentes, calientes y con calefacción. Nos quitamos dos días de turismo y senderismo de encima y salimos como nuevos. Al regresar a nuestra parcela, decidimos movernos unos cuantos metros más allá para quedarnos en tierra de nadie y no correr el riesgo de que los vecinos alemanes quieran alargar la noche. Son las 21:30 cuando empezamos a preparar la cena, que esta noche serán nuevamente macarrones sobrantes de la noche anterior y una crema de verduras traída de un Mercadona. ![]() Islandia y el cine, un homenaje en las paredes del camping Hasta este momento, los seis días que llevamos de viaje han rozado la perfección. Ni un solo imprevisto, ni un obstáculo insalvable. Estando casi dos semanas rodeando la isla, tarde o temprano tenía que empezar a cambiar la suerte. Y eso es lo que iba a ocurrir ahora. Ya había pasado fugazmente la noche anterior, pero pareció ser una falsa alarma y no le quisimos dar mayor importancia: tras unos minutos encendido, el piloto del sistema de calefacción empezó a parpadear. En este caso una luz parpadeando no es buena señal: significa que o bien la batería adicional de la que se alimenta el sistema se está agotando, o bien el depósito de combustible del vehículo está en horas bajas. En el caso de ayer, tras apagarlo, esperar unos minutos y volverlo a encenderlo todo volvió a la normalidad y fuimos capaces de dormir tan plácidamente como siempre, dejando de lado salidas espontáneas para fotografiar auroras boreales. Pero esta noche parece que la típica solución informática de "apagar y volver a encender" no va a ser suficiente, ya que en el segundo intento volvemos a sufrir el parpadeo tras apenas un minuto. Llegaba el momento de llamar al teléfono de emergencias de Happy Campers, y así lo hacemos aprovechando el saldo que nos queda en Skype. Al otro lado contesta un hombre con voz calmada y un perfecto inglés, al que le explicamos el problema y nos informa de las posibles razones del problema y acciones a tomar. La primera y más obvia es que la batería extra se esté agotando. Es un motivo muy plausible, ya que como nos confirma la mayoría de clientes enciende el sistema durante dos o tres horas y lo apaga antes de irse a dormir. Supuestamente con eso es suficiente para que el habitáculo permanezca caliente durante toda la noche. Nosotros no lo consideramos así desde nuestra primera noche, ya que a los pocos minutos de apagarlo el frío volvía a entrar en nuestro "hogar". Así que hicimos la prueba de dejarlo encendido toda la noche -el propio sistema se detiene y vuelve a arrancar cuando la temperatura desciende- y viendo que la estrategia funcionaba la seguimos llevando a cabo noche tras noche. Si ese era el caso, la solución pasaba por empezar a racionalizar mejor la batería. Y una primera prueba para confirmarlo era encender el motor del coche durante unos minutos y, sin apagarlo, encender el sistema de calefacción y comprobar que dejaba de parpadear. Si no fuera el caso, entonces podría haber un problema mayor y el fabricante -Webasto, una marca muy popular para este tipo de sistemas- debería echarle un vistazo. La peor noticia es que el punto más cercano donde podrían hacerlo es en Akureyri, la considerada capital del norte de Islandia y por la que no pasaríamos hasta cuatro días más tarde. Así que convenimos que seguiríamos los pasos que nos había indicado y al día siguiente volveríamos a llamar para continuar buscando una solución. Encendemos el motor en el silencio de la noche, a riesgo de que los vecinos con tienda de campaña no aislados acústicamente se acuerden durante unos minutos de nuestra familia. Tras varios minutos, arrancamos el sistema de calefacción. Pasa el tiempo y el parpadeo no regresa, pero el aire que expulsa el sistema es frío, casi equiparable al que sopla en el exterior. Viendo que la situación no mejora, lo apagamos y nos abrigamos algo más de lo habitual para pasar la noche lo mejor que se pueda sin disponer de calefacción. Y así termina el día, con más frío del habitual pero sobre todo una tensión latente por no saber cómo vamos a pasar las noches que quedan por vivir. Sería una pena deslucir un viaje hasta el momento tan magnífico, así que evitaremos pensar en lo peor. Journeys 7 to 9, Total 19
5 de septiembre de 2015
![]() Mapa de la etapa 7 No hay que ser un visionario para anticipar a qué hora empieza el relato de hoy: efectivamente, a las seis de la mañana como siempre. Parece que nuestro reloj interno funciona con precisión suiza en cuanto adoptamos un nuevo horario de sueño. ¿Cómo ha ido la noche sin el sistema de calefacción? Pues fría, para qué engañarnos. Especialmente para los pies y la cara, que estando menos protegidos por las capas de ropa han acusado la falta de calor en el interior de la camper. Pero hay que reconocer que no ha sido una noche tan traumática como un pesimista podría anticipar, ya que hemos podido conciliar el sueño y descansar un buen puñado de horas. Notamos el cuerpo algo dolorido, y eso es fruto de que hemos tensado los músculos y hemos pasado la noche agazapados en posturas más forzadas intentando retener el calor corporal. Más ha influido en nuestras últimas horas del sueño el repiqueteo de la lluvia sobre el techo de la furgoneta. Al fin, y casi parece que nos quitemos una espina al decirlo, ha llovido en Islandia. Observando la previsión de Vedur -supuestamente unos auténticos prodigios anticipando el clima a corto plazo- vemos que las zonas que queremos visitar tendrán una ventana de tiempo sin lluvia a media mañana. Será cuestión de adecuar nuestra agenda para aprovechar dicha ventana. Alrededor de las 7:00 empezamos a incorporarnos para relajar los músculos y probar una vez más el sistema de calefacción. Y sorpresa, tras 20 largos minutos sigue sin parpadear y el aire que expulsa es maravillosamente caliente. Quizás los minutos que pasamos con el motor encendido y la poca, poquísima luz solar que debe haber absorbido la placa instalada en el techo en los últimos minutos le han dado a la batería extra el empujón que necesitaba. Parece que llueve menos, pero en el sentido figurado. Aunque el indicador de nuestra furgoneta todavía marque medio depósito de gasoil, paramos en la N1 cercana a nuestro camping para rellenarlo. Una vez más funciona por autoservicio operando directamente con unos cajeros automáticos junto a los surtidores, con la limitación de poder repostar solamente cantidades predefinidas. Con el depósito lleno en previsión a la posible escasez de gasolineras en el resto de la etapa, nos ponemos rumbo al fiordo de Seydisfjördur. Los fiordos del este de Islandia son una zona bastante menos turística que otras como la costa norte o, sobre todo, los alrededores de Reyjkavik y su "Círculo Dorado". Sin embargo, algunos turistas como es nuestro caso la incluimos en nuestro plan si los días disponibles lo permiten para darle todavía un punto más de variedad a la colección de imágenes recopiladas, en este caso con las notables entradas del océano tierra adentro formando estos canales custodiados por dos altas paredes de tierra. Dentro de las opciones posibles, Seydisfjördur es uno de los fiordos más escogidos para visitar. El motivo es claro: su acceso es de los más asequibles. Y lo es gracias a que su carretera, la 93, debe estar en condiciones suficientemente buenas para acoger los camiones que la recorren desde y hasta el puerto del pueblo situado en la punta, que ofrece la línea marítima que conecta los países de Islandia y Dinamarca. El periplo, de unos 27 kilómetros, arranca con una cuesta pronunciada ya desde antes de abandonar por completo los edificios de Egilsstadir. No tardan en aparecer reclamos para la vista por todas partes, desde verdes laderas de montaña hasta hilos de agua cayendo por ellos en forma de pequeñas cataratas. La carretera está a la altura de las expectativas y se encuentra en un estado impecable. Podemos transitar sin problema a 80 kilómetros por hora atravesando el puerto de montaña, extremando siempre la precaución en las curvas y los cambios de rasante. A mitad del trayecto divisamos en un pequeño cartel una leyenda que nos resulta familiar. Habíamos olvidado por completo que en nuestra ruta hasta el fiordo teníamos planificada una parada intermedia para una... sí, correcto, una nueva catarata. Como una hendidura creada a propósito por debajo de la carretera encontramos Gufufoss, accesible tras caminar un pequeño puñado de metros desde un apartadero reservado para visitarla. Entra en la categoría de cataratas resguardadas por un pequeño anfiteatro de roca, dando la ilusión de que estuvieran construidas así con el objetivo de que la caída de agua sea más atractiva. ![]() Casi nos olvidamos de Gufufoss ![]() Aunque no aparezca mucho, sigue con nosotros ![]() ¿Y ese pedestal? ![]() La escasa distancia entre Gufufoss y el apartadero Aprovechamos el momento para llamar a través de Skype a Happy Campers con el objetivo de seguir buscando una solución a los problemas con el sistema de calefacción. Como descubriríamos al finalizar la llamada, el empleado que nos atiende vuelve a ser el ya conocido para nosotros como "Tío Jon", mismo chico que nos estuvo atendiendo por correo electrónico durante los preparativos del viaje y nos entregó la documentación del alquiler en el momento de la recogida días atrás. Le ponemos al día acerca de probar el sistema con el motor del vehículo en marcha, cómo resultó en pasar la noche sin su ayuda y cómo esta mañana parecía mofarse de nosotros funcionando sin interrupción. El Tío Jon tiene tantas dudas como nosotros y nos sugiere que siempre que iniciemos el sistema por primera vez lo hagamos a su máxima potencia ya que de lo contrario existen precedentes de comportamientos extraños. Durante la conversación se agota el crédito de Skype -las llamadas a móviles islandeses son absurdamente caras- y no hemos terminado de recargarlo cuando nos devuelve la llamada por telefonía móvil convencional. También nos plantea, y aunque fuera algo que yo mismo iba a intentar sonsacarle el hecho de que lo haga por iniciativa propia habla muy bien de él, que en caso de necesitar comprar mantas u otros artículos para compensar los problemas encontrados se nos será reembolsado el coste de éstos cuando devolvamos la furgoneta. Hay que reconocer que el personal de Happy Campers está entregado al máximo para que sus clientes queden satisfechos. Aprovechando todavía la parada y las vistas a Gufufoss desde nuestra ventana, desayunamos. Hoy hemos decidido emprender la marcha primero y desayunar después, dado que no había mucho aliciente en desayunar rodeado de tiendas de campaña y algunos edificios en nuestro camping. Somos testigos de cómo la gente llega al apartadero, se baja del coche, toma tres fotografías de la catarata desde la misma puerta y se marcha. Así se puede visitar Islandia en dos días. Proseguimos la marcha hasta llegar al pueblo de Seydisfjördur, que comparte nombre con el fiordo que preside. Se trata de un conjunto de casas la mitad de las cuales tienen aspecto de ser alquileres turísticos. Claramente su instalación más importante es el puerto conectado a Dinamarca, el cual pasamos de largo para proseguir la marcha por el lateral derecho del fiordo. Para llevarnos hasta el punto geográfico que hemos introducido con el objetivo de adentrarnos lo máximo posible por el lateral, el navegador GPS pretende que cojamos un ferry. Pero de eso nada, ya que sabemos por nuestra preparación previa al viaje que es posible transitar un buen trecho por una carretera escondida tras un puñado de naves industriales hasta alcanzar una granja desde la que poder admirar con más contexto el brazo de mar que se adentra tierra adentro. Nadie nos sigue, claramente beneficiados por la falta de señales de tráfico que envíen hacia aquí a turistas que solo se orienten a través de ellas. El lateral se convierte en un camino de tierra en buen estado, y llega a su fin cuando alcanzamos la valla que delimita el acceso privado a la granja. Aquí tenemos una vista panorámica desde la que presenciar cómo las aguas del fiordo avanzan al oeste hasta topar con el pueblo, ya fuera de nuestro ángulo de visión. Todo sin una sola embarcación y ningún crucero gigantesco entorpeciendo la escena. Y vaya escena. ![]() Listos para disfrutar de Seydisfjördur ![]() Señales de tráfico que no encuentras en cualquier lugar ![]() Agua y tierra luchando entre sí por todas partes Nos apeamos y dedicamos unos largos minutos a dar un paseo por los alrededores de la granja. Vacas pastando por aquí, rebaños de ovejas por allá. No poder divisar desde aquí el pueblo es el único pero de las vistas que nos ofrece el lugar. Nos acompañan unos increíbles 16 grados al sol, difíciles de prever cuando unas horas antes el día había amanecido lluvioso y cubierto de oscuras nubes que no auguraban nada bueno para la mañana. ![]() Ni un alma junto a la granja en la punta del fiordo ![]() No faltan aquí vistas a nieve en las cotas más altas ![]() Una pena que la colina nos tape el pueblo donde termina el fiordo ![]() Seydisfjördur, de principio a fin Deshacemos nuestro recorrido por el fiordo dándole una nueva oportunidad al inverter de alquiler para que muestre su potencial. En el primer intento resultó que la carga no soportaba más de un aparato a la vez, pero ahora por arte de magia aguanta todo lo que le echen. GPS, ordenador portátil y teléfono móvil enchufados y con sus baterías rellenándose simultáneamente. ![]() Seydisfjördur también es un pueblo Tras varios kilómetros y pasar de largo la ya conocida catarata de Gufufoss encontramos no sin esfuerzo el desvío desde el que comienza el ascenso a Bjólfur. Se trata de un monte que alcanza cotas por encima de los 600 metros con la recompensa final de un mirador con vistas de infarto al fiordo en toda su extensión. Supuestamente y según algunos artículos en Internet, se puede alcanzar dicho final incluso al volante, pero en cuanto encontramos el desvío ponemos en duda dicha afirmación. El terreno es de lo peor que hemos transitado hasta ahora, poblado de piedras de gran tamaño y muy irregulares. La otra opción es aparcar en el acceso y recorrer a pie los cinco kilómetros de excursión. Pero por primera vez en una semana, la climatología juega en nuestra contra. En el preciso instante en que debemos decidir si seguir adelante con la excursión o abortar los planes, una lluvia espontánea hace acto de presencia acompañada de un viento huracanado que alcanza el umbral de poner en riesgo la seguridad de un senderista. No llegamos a los niveles de osadía para continuar... y no es por falta de ganas, ya que el desnivel a superar parece muy gradual y asequible y nos apetecía mucho disfrutar de esas prometidas vistas al fiordo. Pero irremediablemente la excursión de Bjólfur se cae de nuestra agenda. ![]() Vistas desde el desvío a Bjólfur que no pudo ser Completamos el regreso de nuestra ruta matutina al alcanzar de nuevo el pueblo de Egilsstadir, visible desde las alturas durante el último tramo en descenso. Pasamos a "modo supermercado", empezando con el primer Bonus que se cruza con nuestra ruta desde que abandonamos Reyjkavik el primer día. Se trata de un local de la franquicia mucho más variado y amplio que el del centro comercial de Kringlan, y gastamos en él 3.000 coronas en unos pocos artículos como por ejemplo pan de molde o más yogures Skyr, que nos tienen enganchados. ![]() Reaparecen los Bonus en Egilsstadir Nuestro otro objetivo, ahora que el Tío Jon se ha ofrecido a pagarlo en caso de necesidad, es encontrar algo con lo que abrigarnos más por las noches como una gruesa manta o un nórdico. No encontramos nada en esa línea en Bonus así que nos desplazamos hasta el supermercado Netto. Una vez más, nos topamos con una plantilla de empleados cuya media de edad no supera los 20 y pocos años. Tampoco aquí tenemos suerte con la "operación noche calentita" y solo nos llevamos un imán de nevera más para nuestra colección. Damos una serie de vueltas por el pueblo de forma aleatoria esperando encontrar alguna tienda que pueda tener lo que andamos buscando. Recaemos en Husasmidjan, una tienda de bricolaje y jardinería muy similar a Bauhaus. Creemos ver a lo lejos algo que nos hace recobrar la esperanza, pero resultan ser unas mantas sintéticas de poco grosor que apenas sirven para celebrar un picnic sobre la hierba. Dado que no encontramos otra cosa y solo cuestan 1.300 coronas, nos llevamos una por si acaso fuera capaz de retener un poco el calor al colocarla encima de nuestra ropa de cama actual. Yo empiezo a darme por vencido y creer que, salvo sorpresa, esta noche volveremos a estar expuestos a los caprichos del sistema de calefacción. Buscando por Internet asumo que no será hasta llegar a Akureyri, dentro de tres días, cuando volvamos a tener opción de buscar ropa de cama que pueda abrigarnos. Afortunadamente, en esta ocasión L fue más persistente que yo y se obliga a seguir intentándolo a pesar de las probabilidades. Y voy a estar en deuda con ella, ya que tras tres saltos de tienda en tienda preguntando, siguiendo indicaciones y sintiéndonos como una pareja de concursantes de Pekín Express, llegamos a Vaskur. Se trata de una tienda situada al final de una cuesta siendo literalmente el último edificio del pueblo. Y en la entrada, un prometedor rótulo anunciando lana islandesa. Pero aquí llega lo más divertido de todo: L es alérgica a la lana. Cruzamos los dedos al atravesar la puerta. En un extremo encontramos rollos de gruesa lana para comprar a granel, y al transitar por los desiertos pasillos, aparecen unas cestas acompañadas de un rayo de sol sobre ellas y música celestial de fondo. Nórdicos. Acogedores y gruesos nórdicos. Uno de ellos, de dimensiones para cubrir una sola persona, cuesta 13.000 coronas, unos 90 euros al cambio. En la cesta de al lado, otro nórdico azul pero de tamaño doble marca en la etiqueta 10.000 coronas, unos 70 euros. La decisión está clara. Agarro la bolsa como si me fuera la vida en ello, y lo hubiera hecho aunque el precio de la etiqueta hubiera sido el triple. La tranquilidad de dormir caliente todas las noches que quedan no tiene precio. Ya veremos si Happy Campers cumple su promesa de pagarnos el sobrecoste de los problemas con la calefacción, pero aunque no fuera así no nos arrepentimos de la compra. Al despedirnos de la cajera y única empleada de la tienda a estas horas le digo con una sonrisa en la cara que nos ha salvado la vida. Completar con éxito la misión de conseguir abrigo para las noches nos ha dejado a las 15:00 todavía en Egilsstadir. Este sería el momento en el que saltar hasta el segundo fiordo de nuestra agenda, pero con nuestro regreso desde Seydisfjördur ha vuelto el temporal de lluvia y viento abortando completamente la posibilidad de visitar el fiordo de Mjóifjördur. Situado al sur de Seydisfjördur, el trayecto hasta él se cruza con la escalonada catarata de Klifbrekkufossar y un paso elevado de la carretera que ofrece buenas vistas hacia el brazo de agua. La contrapartida es que a éste no llegan camiones desde Dinamarca, y como consecuencia la carretera no está obligada a guardar las mismas buenas condiciones que la de su vecina al norte. Es más, según lo investigado parece que el acceso es bastante malo y totalmente desaconsejado para turismos sin tracción a las cuatro ruedas en caso de riesgo de que haya llovido sobre ella. Así que también tachamos Mjóifjördur de los planes para el día de hoy. Ponemos rumbo al noroeste, donde nos espera el camping proyectado para esta noche todavía a cierta distancia de los puntos que queremos visitar el día de mañana. Por el camino paramos en un merendero junto a un puente con vistas a un pequeño cañón. En esta zona del país, con mucho menos tránsito de turismo internacional, es más habitual encontrar excursionistas locales que están haciendo escapadas de uno o pocos días. Y aquí se hace palpable: en el rato en el que paramos para comer vemos llegar y partir un goteo de coches del que baja gente con esos rasgos vikingos de pelo rubio y piel y ojos claros. Su moda a veces un tanto extravagante para los de la Europa continental es también una manera de identificarlos. Algunos de ellos montan su pequeño comedor familiar en las mesas de madera junto al mirador, pero no entiendo cómo pueden disfrutar de una comida azotada por los fuertes vientos que protagonizan la escena. ![]() Un vistazo furtivo al cañón junto al mirador Retomamos la marcha y se enciende una bombilla sobre nuestras cabezas. Todavía nos queda mucha tarde por delante y nuestra parada de hoy no tiene mayor aliciente que ser un punto intermedio conveniente hasta nuestro siguiente destino real. Con el tiempo que tenemos disponible, no es descabellado pensar en saltarnos esta parada a medio camino y con un poco de paciencia al volante ir mucho más allá, llegando al lago Mývatn una noche antes de lo previsto. Este cambio nos obligaría mañana a deshacer algo de la distancia recorrida para realizar la muy obligatoria visita a Dettifoss, pero se trataría en todo caso de una distancia mucho menor a la que hoy podríamos adelantar. Es sin duda una oportunidad puesta en bandeja de ganar tiempo al reloj y tener más margen de tiempo ante futuros imprevistos. Pensando en ello, alcanzamos el apartadero de las cataratas de Rjúkandi. Rjúkandi no es una sola catarata, sino un conjunto de ellas que se suceden a lo largo de la falda de una montaña. Su ubicación está señalizada por sendos carteles junto a la carretera que traducidos del islandés dirían algo así como "Entrando en Rjúkandi" y "Saliendo de Rjúkandi". Dos son las cataratas de mayor envergadura de todo el conjunto, y la primera de ellas y a nuestro juicio la más atractiva se encuentra a la altura del primero de los dos carteles según venimos del este. Ya desde el aparcamiento podemos ver su tramo superior y pensamos que no está nada mal. Entonces comenzamos a subir, superando una pendiente con buen terreno y poco exigente, y es cuando pasa a parecernos una maravilla. De gran altura, caudalosa y muy bien acompañada por el verde de la montaña a lado y lado y otro salto de agua más pequeño varios metros por debajo de ella. La habíamos añadido a nuestra ruta como una parada intermedia y circunstancial, pero nos lo agradece dándonos un espectáculo mucho mayor del que anticipábamos. Con todo lo que llevamos ya a nuestras espaldas, decir que es una de las cataratas que más nos gustan es decir mucho. ![]() Rjúkandi, otra sorpresa ![]() Un escenario perfecto coronado por una gran catarata Tras una hora -quizás algo más, incluyendo paradas- disfrutando del camino y de la base de la cascada en la más absoluta soledad solo interrumpida por algún senderista esporádico que nos cruzamos, regresamos al coche y reemprendemos la marcha al oeste. Y por segunda vez, cambiamos nuestros planes. Porque... qué demonios, son las 17:00. Tenemos todavía tres largas horas de luz natural por delante, y a algo más de una hora de camino podríamos alcanzar uno de los dos miradores de la colosal Dettifoss, accesible tanto por el este como por el oeste. Nuestro plan original era visitar ambos lados mañana, que pese a verse uno desde el otro requieren deshacer y rehacer 20 km por lateral, así que la posibilidad de repartirlo en dos días viendo un lateral hoy y el lado opuesto el día siguiente resulta de lo más apetecible. Está decidido, Dettifoss se adelanta un día. Hasta ahora y encontrándonos ya en el séptimo día de viaje, no ha habido prácticamente un tramo de carretera que no tuviera algo nuevo que ofrecer. Esto cambia en los 80 km que separan Rjúkandi del desvío al lateral oeste de Dettifoss. Una carretera en perfecto estado pero rodeada de la más absoluta nada. Ni en primer plano, ni en segundo, ni en ninguno. Pasamos de largo primero el desvío a la carretera 864, con fama de estar en estado discutible y que nos llevará más adelante al lateral este de la catarata. Poco después encontramos el desvío a la 862, y nos despedimos de un Volkswagen que ha ido siguiendo nuestro ritmo durante los 80 km y creía iba a acompañarnos hasta el final del trayecto. Hasta hace unos años la carretera 862 tenía fama de ser un camino de cabras, pero eso cambió tras la inversión que la convirtió prácticamente en una prolongación del buen asfalto de la Ring Road. Recorremos a toda velocidad los 20 km hacia el norte hasta el giro que da acceso a Dettifoss, comprobando como en caso de seguir recto a partir de ese punto, la 862 vuelve ya a su estado original con señales que prohíben circular por ella a vehículos sin la tracción adecuada. Llegamos al aparcamiento a las 18:30. Sin darnos cuenta, durante el último tramo hemos permanecido en un inusual y tenso silencio. Estamos muy cerca de uno de los supuestos puntos estrella del viaje, y creemos, sabemos, que debe ser impresionante. El spray escupido por la cascada es ya visible desde varios cientos de metros antes de alcanzar el parking. Nos equipamos para la aventura y empezamos a caminar. Dettifoss queda más lejos del aparcamiento de lo que creíamos, requiriendo para alcanzarla alrededor de diez minutos de paseo a velocidad estándar. El camino está muy bien señalizado, con los mismos postes de direcciones y distancias que habíamos visto en Skaftafell y marcando múltiples desvíos a la derecha hasta la cascada vecina de Selfoss. Solo hay que sortear de vez en cuando alguna roca grande en el camino y un tramo que otro embarrado por el agua y la tierra. Tras esos diez minutos, vuelves a divisar el spray y oyes por primera vez el estruendo del agua, y entonces aparece. Nada impactante, qué va. Solo cerca de doscientos mil litros de agua cayendo por segundo a lo largo de 100 metros de ancho, teñidos de marrón por los sedimentos que arrastra y precipitándose desde una altura de 45 metros, con tal violencia que todo lo que queda alrededor carece de importancia. Tan atípica, tan única, que irónicamente resulta antinatural cuando es precisamente la naturaleza la que ha tenido a bien generar esta maravilla. ![]() Dettifoss, esa barbaridad ![]() Tras varios minutos, sus dimensiones dejan de parecer escandalosas ![]() Alguna figura lejana te recuerda las proporciones Descendemos hasta el mirador más cercano a la cascada en este lado del río. Desde aquí vemos ya a los valientes que han alcanzado la otra orilla, mucho más salvaje dada la ausencia de medidas de seguridad. Por ahora no sufrimos el efecto del spray, ya que la nube de agua expulsada por el impacto se dirige a nuestra izquierda hasta un mirador mucho más elevado. Como nos va la marcha, ascendemos hasta él. Al principio parece que seguimos a salvo del spray, pero entonces el viento cambia y literalmente nos duchamos. En tres segundos nuestra ropa queda impregnada de pequeñas gotas por todas partes y las que quedan adheridas al rostro provocan una sensación muy desagradable. Entonces reflexionas sobre dónde han estado todas esas gotas hace apenas unos segundos, y lo ves con un enfoque diferente. Decidimos que un minuto permaneciendo en el interior de una nube ya es suficiente y empezamos a alejarnos de Dettifoss. Hay cierto tráfico de gente por aquí y allá, pero nada que no sea soportable. ![]() Dettifoss durante las dos décimas de segundo en las que la lente estuvo seca ![]() Agua, ven a nosotros Como esa barbaridad de agua nos parece poco, giramos a la izquierda por uno de los caminos señalizados hasta Selfoss. A solo 700 metros de distancia, aquí el río crea una forma mucho más estilizada, reencontrándonos con columnas de basalto y pequeñas orillas negras en la pared izquierda y con finos saltos de agua en la pared derecha. La luz natural comienza ya a escasear, lo que sumado a la sensación de que el mirador opuesto de Selfoss que visitaremos mañana es más vistoso hace que no tardemos mucho en dar por finalizada la visita. ![]() Selfoss, un poco más lejos ![]() Y Selfoss, un poco más cerca Estamos de nuevo en la furgoneta a las 20:30, sabiendo que en menos de 24 horas regresaremos a otra versión más salvaje todavía de estos mismos paisajes. El termómetro marca 12 grados y nos preguntamos hasta cuándo durará esta suerte. Desde que abandonamos los fiordos del este no ha vuelto a llover pese a la presencia de nubes oscuras amenazadoras a lo largo de todo el camino. Emprendemos los 52 km -20 deshaciendo la carretera 862 y otros 34 hacia el oeste por la Ring Road- con el objetivo de alcanzar Mývatn. A dos kilómetros del camping y antes de poder divisar el lago que da nombre a la zona aparecen a lado y lado de la carretera múltiples columnas de vapor acompañadas por el olor a huevos podridos. Nos estamos metiendo de lleno en una zona de actividad geotermal, y el recuerdo de hace un año en Yellowstone revive en nuestras cabezas. Es una pena que nuestra primera aproximación a la región sea ya de noche y no podamos apreciar en todo su esplendor la riqueza y variedad del entorno. Sin embargo, la luz todavía nos permite ver una congregación enorme de ovejas contenidas en un corral a mano izquierda. Nos cuesta un poco dar no tanto con el camping, si no con el acceso a su interior. Llegar de noche a lugares que no conoces y que no se prodigan en farolas no es una experiencia agradable. Al fin encontramos la rampa de acceso y conseguimos ingresar en la gran superficie de césped, buscando a ciegas una parcela lo suficientemente horizontal para pasar la noche. Tras encontrarla no sin esfuerzo, caminamos hasta la pizzería que hace las veces de recepción del lugar y el olor de las pizzas que salen de la cocina nos atrapa. El camping de Vogahraun cuesta 1.500 coronas por persona y noche, una cantidad que puede parecer elevada pero deja de ser tal cuando sabes que incluye duchas y electricidad -si nuestro vehículo pudiese beneficiarse de ella-. Mientras pagamos, la encargada nos comunica que mañana es una jornada especial en Mývatn en la que los granjeros de los alrededores congregan a todo su rebaño para lo que podríamos denominar "la gran esquilada". Eso explica la concentración de ovejas recluidas que hemos visto junto a la carretera. Hacemos un reconocimiento rápido del recinto en la medida que la linterna nos permite, paseando junto a las casetas con habitaciones para alquilar y descubriendo el pequeño edificio con dos únicas duchas para todos los campistas. Parecen calientes y relativamente limpias, que es lo que importa. Son las 21:40 cuando nos metemos ya de noche cerrada en nuestra furgoneta, demasiado tarde y demasiado cansados. Usamos nuestras últimas fuerzas para cocinar unas hamburguesas caseras que a L le salen de maravilla y las acompañamos con una nueva ensalada de patata con pepinillos que nos hemos traído del Bonus. Apuramos los restos de otro yogur Skyr, que está siendo uno de los descubrimientos gastronómicos del viaje. Antes de preparar la cama y dar por cerrado el día, salimos fuera una última vez para disfrutar del entorno. Y es entonces cuando miramos al cielo y la volvemos a liar. Otra vez ese pequeño resplandor que te hace dudar si has visto una nube en movimiento o algo más. Y otra vez un disparo de prueba, para descubrir que vas a pasar más rato del que esperabas a la intemperie. El cielo abierto sobre Mývatn nos regala la segunda tanda de auroras boreales de nuestro viaje, y esta vez estoy mucho más despierto para disfrutarla. Disparo a discreción allá donde creo ver mayor actividad, hoy más a ciegas dado que no son tan intensas como sobre la laguna glaciar de Fjallsárlón y hay que usar la intuición para acertar donde se encuentran las formas de luz más complejas. Unos metros más allá, otros campistas ríen nerviosos con el espectáculo. Y disparan fotos... con flash. Voy a ahorrarme los comentarios para que este diario siga siendo para todos los públicos. ![]() Noches mágicas, capítulo II, introducción ![]() Noches mágicas, capítulo II, nudo ![]() Noches mágicas, capítulo II, desenlace ![]() Noches mágicas, capítulo II, créditos finales Journeys 7 to 9, Total 19
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