![]() ![]() BOTSUANA: La vuelta al Sur de África en 80 días (3) ✏️ Blogs de Botswana
Desarrollo natural. Un recorrido por libre alrededor del extremo sur del continente africano.Autor: Globaltrote Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (6 Votos) Índice del Diario: BOTSUANA: La vuelta al Sur de África en 80 días (3)
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Etapas 4 a 6, total 6
Kasane no parece una ciudad histórica. Se trata de un conjunto de lodges distribuidos a lo largo de la ribera del rio Chobe que sirven como base de los safaris al Parque Nacional del mismo nombre. Los alojamientos son caros, pero después de tres días de acampada me apetecía algo de confort.
![]() Internet ha cambiado muchas cosas y una de ellas es la forma de viajar. Chateando con mi hermana me pasa la información de una amiga suya que ha regresado recientemente de su viaje por la zona. Me envía un mensaje de voz con los comentarios entusiasmados de su amiga Eli, sobre un lodge llamado Elephant Sands, en el cual las instalaciones se encuentran alrededor de una poza de agua a la que acuden cantidades de elefantes. Navego por internet, encuentro la referencia y remito un correo. Además, en su página web ofrece excursiones a la isla de Kubu que, no sé por qué razón, figuraba en mi lista de lugares a visitar. Me está gustando Botsuana, así que modifico mis planes y en vez de cruzar la frontera e ir a las Cataratas Victoria, a una hora escasa de Kasane, tomo un autobús en dirección a Nata, indicando al chaval que vende los billetes dónde quiero parar. El autobús sale a las 11h y tengo tiempo de comer un bocadillo. Botsuana es el cuarto país con mayor índice de desarrollo humano en África. Lo compruebo nada más entrar en el autobús, limpio y ordenado. Nadie eleva el tono de voz y todos lanzan los restos a una papelera. En uno de los puntos de control sanitario debo sacar todo mi calzado de la mochila y pasarlo sobre unas alfombras impregnadas de un líquido pegajoso. Se trata de una medida para no propagar enfermedades de origen animal de unas zonas a otras. Allí, uno de los empleados, a la probable pregunta del chaval del autobús de dónde está el dichoso Elephant Sands, me indica que es peligroso ir caminando hasta allá, que está lleno de animales como elefantes o hienas. ![]() Sin decirle nada, me organiza el transporte. El coche que va detrás del autobús es un monovolumen en el que seis universitarios australianos van en mi misma dirección. El interior tiene el desorden propio de seis habitaciones de veinteañeros fusionadas. Mil objetos como libros, ropa, mochilas, un cubo rubik, cajetillas de tabaco o un balón de rugby ocupaban todos los rincones del habitáculo. Y en medio de ese desorden me ubicaron a mí y a mi equipaje. Tardamos diez minutos en llegar al destino a través de un camino de mierda. Literalmente la mierda de elefante sirve como pavimento para facilitar el paso de las ruedas sobre la arena. Les doy las gracias y planto la tienda al lado de un tronco caído. Hace mucho calor. Cojo una cerveza y me siento en la terraza, frente al bebedero de elefantes. Abandono el lugar cuando la excesiva proximidad me permitió apreciar con demasiado detalle cómo defecan estos animales. ![]() ![]() Me mudo a un cobertizo y empiezo la lectura de ‘Vagabundo en África’, de Javier Reverte, levantando la vista de vez en cuando para ver qué sucede en la charca. La primera parte del libro repasa la historia de una parte del sur de África, durante un viaje que realiza por Sudáfrica y Zimbabue. Resulta interesante. Al atardecer doy una vuelta por el recinto y veo la puesta de sol entre las acacias. Cerca de mi tienda han plantado los australianos la suya y observan sentados sobre el capó de su monovolumen cómo acuden los elefantes a beber. Me saludan y me invitan a jugar a futbol australiano bajo el cielo naranja. ![]() Al día siguiente no había ninguna actividad programada, así que decido ir hasta Nata a averiguar si desde allí puedo llegar a la isla de Kubu, pero no hay suerte. En la gasolinera me despido de los australianos, que me han acercado hasta allí y doy una vuelta por la ciudad. Descubro un edificio de ladrillo que parece nuevo. Al lado de la puerta entreabierta hay un cartel que dice: Biblioteca. Entro y curioseo los libros. Simón, el bibliotecario se acerca y me pregunta si necesito algo. Le digo que no y le doy las gracias. En un rincón hay un mapa de Botswana, en el que aparece sombreada como destino turístico una población cerca de Kubu, del que la guía de viajes no dice nada. Me despido y regreso al hotel donde me he informado y he abandonado la mochila. La chica de la recepción me indica qué autobuses debo tomar para llegar allí y el guarda de la puerta, cuando me saluda, me pregunta por mi destino. Letlhakane, le digo. Él es de allí. ¿Hay alojamientos?, le pregunto. Muchos, me responde. No hay duda, se trata de otra señal. Así que no dudo en poner rumbo hacia allí. Cruzo la carretera y en la tienda de la gasolinera de enfrente, compro cordero con puré patatas y calabaza, servido en una bandeja de porexpan. Mientras lo como, llega el autobús a Maun. Me bajo en Motopi, tal y como me indicaron. Allí, una pareja de ancianos me señala la parada en la que debo esperar el autobús a Letlhakane. Hace mucho calor y sólo veo a tres personas pegadas a la escasa sombra que el sol proyecta a las 14h. No hay nada que hacer, así que continúo con la lectura hasta la llegada del autobús, una hora después. ![]() ![]() Al atardecer, cansado de leer, saco la cámara y empiezo a hacer fotos. David, un chaval que está sentado detrás, me pregunta por qué saco fotos. Porque me gusta, le digo. Y responde: Debe ser fascinante ver cosas que nunca has visto. Me dejó sin palabras. A David le gustaba nadar y no había visto el mar. Día 36, Letlhakane. Etapas 4 a 6, total 6
Me alojé en el hotel al que llevó el taxista. Fuera del circuito turístico, en aquella habitación de cortinas descoloridas estampadas con motivos animales, nada funcionaba. No solo el olor era a viejo. Cené lo que había en el restaurante y bebí una cerveza que compré en el bar de al lado.
Al día siguiente no pude desayunar allí. No había pan. Al otro lado de la carretera había una carnicería donde servían comidas. Los fogones calentaban unas ollas y el comedor desprendía un agradable olor a comida. Tomé huevos y té mientras observaba el día a día local a través del ventanal. Una mujer recogía las botellas vacías de cerveza de la juerga del día anterior, mientras grupos de trabajadores uniformados se dirigían a la mina de diamantes próxima. Eran las 7h. Tenía todo el día por delante, así que me dirijo al centro de la ciudad a indagar sobre la posibilidad de llegar a Kubu, mi objetivo se había convertido en una obsesión. Me topo con Kabo, un taxista espabilado que contacta con un amigo que se ofrece a llevarme en su 4x4 por 2000 pulas (180€). Digo que no pago más de 500. No hay trato, pero Kabo se ofrece a llevarme en su Toyota Corolla por esa cantidad, a pesar de que no haya ido nunca. No sé hasta dónde llegaré, pero hasta donde sea habré disfrutado del trayecto, pienso. Allí donde el asfalto da paso a la arena hay un hombre bajo un árbol. Se dirige a un pueblo que se encuentra en medio del desierto de Makgadikgadi. Kabo se para a recoger al muchacho, quien le guía en la maraña de caminos. Gracias a Kabo, que conduce bien, y a las indicaciones del chaval, logramos pasar por el arenal sin incidentes hasta llegar al salar. Allí podemos superar los 20km/h de media del tramo anterior. Kubu no está lejos, decía Kabo sorprendido, es la carretera. Lo logramos, llegamos a Kubu. Una isla que no lo es. Un promontorio en medio de los salares de Ntwetwe y Sowa y desde el que se ve un horizonte blanco entre baobabs. Saludamos a los miembros de la comunidad que cuida del campamento y abono la entrada mientras Kabo come del plato de uno de ellos. El chaval descarga su equipaje y acude a la cocina a servirse un plato de comida. Aguardará allí el tiempo necesario hasta que pase un transporte que pueda dejarlo cerca de Tsigara. Aquí el tiempo se mide en días. Recorremos la isla y nos marchamos. No sé quien hizo más fotos, si Kabo o yo. ![]() Deshacemos el camino, pero cerca de Mmatshumo quedamos embarrancados. Tenemos la inmensa fortuna que a los cinco minutos pasase un 4x4 que se para y nos ayuda a salir de la arena. El coche tiene una rueda pinchada. Kabo tiene rueda de recambio pero no gato, así que decide seguir la marcha hasta el pueblo, donde para al lado de un kiosko. Toma prestado la herramienta y cambia la rueda mientras me tomo una cocacola. Está contento, ha logrado su objetivo de llegar a Kubu con un coche convencional y su ego se va agrandando a medida que va contando su proeza a la gente con la que nos vamos cruzando. Cuando llegamos a la estación no hay ningún autobús que se dirija a Francistown, así que me acompaña hasta encontrar un hotel adecuado. Al día siguiente decido pasar por Mosu, un pueblo al margen del salar de Sawa del que me habían hablado varias personas, entre ellas Kabo. Frente al hotel, al otro lado de la carretera, hay una parada de autobús. Allí me parapeto con todo el equipaje y comienzo a leer ….. Al cabo de una hora pasa un autobús en dirección a Francistown, pero decido parar en el desvío a Mosu. Un hombre se baja conmigo y se une a una mujer que espera bajo un árbol desde las 10h. Son las 12h. El hombre me pregunta qué voy a hacer allí, que no hay alojamiento. Ante tan negro panorama decido cambiar de planes y plantarme al otro lado de la carretera, al lado del carril que se dirige a la ciudad. Pero en ese momento una mujer se para ante nosotros y nos acerca a Mosu. Para frente a una institución pública y allí me atiende Merielene, quien me acompaña a un manantial. No me sorprende que sea considerado sagrado, ya que alimenta a un auténtico oasis en medio de aquel secarral. ![]() Regresamos a las oficinas bajo un calor brutal. Ella me ofrece rellenar mi botella de agua. Se lo agradezco y me dirijo cargado al lejano punto de auto-stop, ya que no hay servicio público. Sudoroso, apuro todo el agua mientras me cobijo bajo la marquesina y retomo la lectura. Son las 14:30h. A la media hora, sediento, me levanto cuando oigo el ruido de un coche. Va en dirección opuesta. Reparo en un cartel clavado en un árbol. Indica que se venden refrescos y helados en la casa verde de detrás. Me atiende una mujer, que me vende una cocacola por 9 pulas (0,8€) que bebo de un trago. Saludo a su marido, el hombre con quien hablé en el cruce, quien me pregunta sorprendido qué he visitado en esas dos horas. Me dice que las vistas bonitas están en lo alto de la colina y le digo que no tengo tiempo. Pido agua a la mujer, pero me dice que sólo tiene para beber, no para vender y me alcanza una botella con agua congelada. En ese caso, deme una cocacola también, le digo. Enseguida pasó una ranchera que me acercó a Francistown. Me preguntaron por mi destino. La estación de tren, les digo. Quiero comprar un billete a Zimbabue, así que me llevan literalmente dentro de la estación, donde averiguan que el tren sale al día siguiente y me muestran el edificio donde comprar el pasaje. Se despiden con un ‘toma unos tragos por nosotros’, a lo que les respondo si quieren una cerveza. Acceden, pero debió haber algún malentendido. Entramos en un colmado y cogen un par de Xibecas. ¿Vamos a hacer botellón en un centro comercial?, pensé. No, se llevaron las cervezas para tomarlas en mejor compañía. Día 38, Francistown. Etapas 4 a 6, total 6
El hotel Gran Lodge estaba algo destartalado, pero muy cerca de la estación. Un cartel en la entrada presumía que era el más barato de la ciudad. Fue fácil encontrarlo, ya que era el único local con luz en la oscura calle.
Al día siguiente me levanté a las 7h, y en la cocina office de la habitación desayuné zumo y cereales con leche que había comprado la noche anterior. Mientras veía el resumen de la jornada liguera. De camino a la estación, la calle era un continuo de bazares chinos, vendiendo los mismos productos que en Barcelona, pero en un espacio diez veces superior. ![]() La información de la hora de salida del tren era contradictoria, el día anterior me habían dicho que era a las 12:30, pero el hombre que me vendió el billete me indicó que a las 11h. Hago tiempo tomándome el mejor café de Botsuana mientras me pongo al día. A las 11h, cuando llego a la estación compruebo que el tren está lleno de bultos ocupando casi todas las plazas y pocas personas se hallan sentadas. Un padre y un hijo blancos me saludan desde sus asientos mientras escuchan música a través de un altavoz alimentado por una placa solar. Mientras espero, empiezo a leer lo que ofrece la guía para visitar en Zimbabue y planear los siguientes días. Hace mucho calor y los asientos de escay arden. A las 12h el vagón parece un mercado y todo el mundo se acomoda en su asiento, pero el tren no comienza a andar hasta las 13:30h. ![]() Al cabo de media hora el tren se detiene por primera vez. El revisor, que es un tipo simpático, informa de la incidencia, una de las lonas que cubre la carga de sal se ha desprendido y tienen que venir unos operarios a fijarla de nuevo. El apaño supone una hora a plena solana africana y el personal de inmigración botsuanés recorre los pasillos para sellar la salida del país en los pasaportes. A las 15h se reanuda la marcha para volverse a detener a las 16h. Esta vez es la locomotora la que falla y tiene que venir una de repuesto desde Francistown para remolcarnos. El revisor simpático dice que la buena noticia es que podremos hacer los trámites de inmigración en el puesto fronterizo, a pesar de que lleguemos fuera de horario. Dentro del tren hace mucho calor y se ofrecen voluntarios para buscar agua. Mientras, el resto se cobija a la sombra de los vagones. Sentados sobre las vías. Una mujer aprovecha para poner a otra las extensiones de plástico compradas en un chinashop. El ambiente es relajado y nadie parece indignarse. Me miran y sonríen, soy el elemento extraño en ese panorama. Aprovechan la ocasión para preguntar por mí, por mi vida y por España. ‘How is Spain?’ resulta una pregunta común. ![]() Los voluntarios llegan con el agua y, ordenadamente, los pasajeros rellenan sus botellas mientras se pone el sol sobre la sabana. Poco después se reanuda la marcha para llegar al puesto fronterizo de Plumtree a las 20h. No hay kioskos ni nadie que veda nada y para entonces todos hemos agotado el agua. Hago cola en un grifo de riego para poder beber mientras abren la oficina donde sellar el pasaporte de entrada al nuevo país. Casi todos los pasajeros son zimbabuenses que llevan productos comprados en los bazares chinos que declaran en la aduana. Los bienes declarados son en su mayoría ropa de cama y su valor no supera los 20€. En la oscuridad de la noche los compañeros de viaje me empiezan a advertir de los peligros de la ciudad, recomendándome no caminar de noche. La guía también dice lo mismo, por lo que el nivel de paranoia va en aumento. Tal sugestión no parece la mejor tarjeta de visita al nuevo país: Zimbabue. Tras las formalidades, retomamos la marcha alrededor de las 21h. Todavía quedaban 3h más de viaje que haré dormido. Maldito el momento en que decidí viajar en tren un trayecto que, por carretera, supone escasas 4h. ... Día 41, Bulawayo. Etapas 4 a 6, total 6
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