Lisboa. Tan cerca y tan lejos. Uno de esos lugares que siempre surgen a la hora de idear una escapada y se terminan aparcando. “Total, está aquí al lado…. Ya habrá tiempo”. Pues si no se saca, no lo hay… y así fueron pasando los años hasta que, por fin, pensando en cómo “gastar” un día de vacaciones que me sobraba a final de año empalmándolo con el fin de semana, me decidí finalmente a visitar la capital lusa.
¿La compañía? Esta vez, mi me mejor amigo. Ambos conocíamos ya Portugal pero ninguno la capital.
VUELOS
Viajamos a mediados de diciembre y los compré con mes y medio de antelación con Iberia, que ofrecía un precio aceptable y unos horarios buenos para aprovechar el tiempo al máximo saliendo un viernes por la mañana y regresando un domingo por la tarde. Costaron 83,56€ cada uno.
HOTEL
Buscábamos algo céntrico, bien comunicado sencillo y a buen precio. El lugar elegido fue Martin Moniz 26 Guest House.
Dos noches en habitación doble con baño privado y por 94€.
Salimos de Madrid el 14 de Diciembre a las 11:30 y aterrizamos en Lisboa a las 11:50 con el cambio horario. Apenas habíamos perdido 20 minutos. No tenía grandes recuerdos del aeropuerto lisboeta, ya que en una escala hacia Nueva York allí vivimos uno de los aterrizajes más movidos que recuerdo, y me consta que no he sido la única, pero afortunadamente todo se desarrolló con tranquilidad.
Como viajábamos con equipaje de mano, salimos directos hacia el metro y compramos la tarjeta de viaje Viva Viagem de 48 horas por 10,40€ cada uno. Cogimos la modalidad Carris/Metro/CP (Comboios de Portugal) que abarca las zonas Cacilhas da Transtejo y la las líneas CP Sintra, Cascais, Azambuja y Sado, ya que al día siguiente íbamos a visitar Sintra y posiblemente Cascais, así que por precio estaba amortizada.
Llegamos al hotel y dejamos las maletas en recepción porque la habitación no estaba lista para, sin más dilación, comenzar a conocer la ciudad. Pasamos por la plaza de Martim Moniz y empezamos a callejear subiendo por el barrio de Alfama, pintoresco y fotografiable donde los haya. Coloridas fachadas de azulejo y edificios con haciendo gala de la encantadora decadencia de la ciudad.
Compramos unos bebidas y un snack en un supermercado (ya habíamos tomado unos bocatas de casa en el aeropuerto a modo de brunch) y tomamos el ascensor del Castelo de San Jorge, que es gratuito. Una vez arriba, disfrutamos de las vistas y nos dirigimos por los caminos de piedra a la entrada del castillo. Pagamos 8.50€ por la entrada y disfrutamos muchísimo de las vistas del primer mirador.
Acababa de llegar y la ciudad ya me encantaba. Me parecía una mezcla entre un país del este de Europa, el señorío de la costa atlántica francesa y un ambiente típico de un país mediterráneo. Además el tiempo acompañaba: solazo y temperatura para ir en mangas de camisa en pleno diciembre.
Subimos al castillo y fotografiamos la ciudad desde todas las torres. También visitamos el museo de arqueología ay una interesante Cámara Obscura a tiempo real de la ciudad. Para terminar, nos encontramos junto a la cafetería un grupo de pavos reales en pleno acto de cortejo.
Continuamos callejeando por el barrio de Alfama hasta que nos encontramos con uno de los miradores más famosos y, bajo mi punto de vista, el más bonito de la ciudad: Santa Luzia. Azulejos, jardines cuidados, fado en directo…. Mucho, mucho encanto.
Justo al lado, está otro de los miradores que aparecen en todas las listas: Portas do Sol. No me pareció tan completo como el anterior, pero ofrece unas vistas ligeramente distintas.
Bajamos por la Rua Limoneiro y justo nos encontramos descendiendo el tranvía nº28, uno de los más míticos de la ciudad, pues recorre todo el barrio de Alfama.
Nosotros contiuamos andando pero no pudios evitar parar junto a una pastelería. Ya habría tiempo para los famsosos Pasteis de Belem, en esa ocasión nos decantamos por una queixada de limón y un pastel de almendras para compartir por 3€. Estaban deliciosos y nos dejaron claro algo que ya nos habían dicho: Ibámos a comer muy bien en Portugal.
Así, llegamos a la Catedral de la Sé, de estilo Románico. El acceso es gratuito si no visitas el Tesoro ni el Claustro, algo que no hicimos. Es de visita obligada, pero sinceramente no me pareció gran cosa.
Continuamos el paseo por Alfama hasta llegar a la impresionante Plaza do Comercio. No sólo es preciosa por sí misma con el Arco Triunfal y la estatua de José I (además del árbol de navidad, por le época), sino que además es original ya que uno de sus lados da directamente al río Tajo, que bien podría inundarla si le diera por crecer un metro.
Después nos dirigimos al elevador de Santa Justa, que gracias a la tarjeta de transporte podíamos pagar sin abonar extra, pero era tanta la cola y tan escasas las horas de subida que nos conformamos con ver sólo su magnífica estructura.
Subimos andando así por los barrios de Chiado y Baixa comprobando que Lisboa es una ciudad con muchísimo ambiente tanto local como turístico. Desde la zona alta nos acercamos a la pasarela de Mirador de Sana Justa, pero nos gustaron más las vistas de cualquiera de los otros 3. También vimos parte del claustro de la Iglesia do Carmo, que no visitamos por estar cerrada.
Ya era hora de hacer un alto en el camino y ¿qué mejor forma que de la manera que más nos gusta? Sí, comer. Días antes había visto por Instagram unos irresistibles croissants de red velvet que hacía una cafetería lisboeta y allá que fuimos. Tomamos el metro porques estaba retirado del centro, concretamente en la parada de Saldanha. El sitio se llama Choupana Caffé y desde luego os lo recomiendo si tenéis un ratito. Allí tomamos un café con aroma de coco, un té al limón y dos croissants de red velvet y. Fueron un escándalo, de ricos y de grandes. Todo, más un par de cookies grandes de sabores que nos llevamos para desayunar al día siguiente, nos costó 8,95€. Seguíamos comiendo genial, al menos en lo que a dulce se refiere.
Ya hacía rato de noche regresamos en metro al hotel, descansamos un rato, nos duchamos y salimos de nuevo andando hacia el centro para ver la decoración navideña. Realmente no era nada del otro mundo, pero las calles seguían con tanto ambiente como el resto del día. Sí que nos gustó especialmente la Plaza de Rossio y la iluinación del Teatro Nacional.
Paseando por la Rua Augusta no pudimos evitar pararnos en la Casa Portuguesa do Pastel de Bacalhau y probar las riquísimas croquetas. Tenían pinta de ser contundentes, así que sólo pedimos una enorme para compartir (3€) e hicimos bien, y es que aún nos quedaba la cena.
Un sitio muy recomendado era Crisfama, algo alejado del centro, pero gracias a la tarjeta de transporte no tardamos mucho en llegar cogiendo un par de autobuses. Está en una calle oscura y desierta pero una vez dentro, había varios grupos de turistas. Nosotros pedimos lo que íbamos buscando: Dos arroces de pulpo con cilantro que regamos con agua y vino blanco. Las raciones eran generosas y si bien estaban bastante buenos, tampoco eran una locura. Eso sí, la atención y simpatía del personal, de 10. El total de la cuenta fue de 31,55€ y ahora sí que podíamos decir que en Portugal estábamos comiendo muy pero que muy bien, de dulce y salado.
Un paseo y un par de autobuses después, estábamos de vuelta en el hotel para descansar.
GASTOS DEL DIA
Tarjetas de transporte: 21,20€
Entradas Castelo de San Jorge: 17€
Pasteles: 3€
Coirssant s+ Cafés: 8,75€
Cena: 31.55€
Aquel día tocaba visitar los alrededores de la ciudad así que si perder mucho tiempo, nos preparamos y nos dirigimos andando a la estación de Rossio. Compramos un par de tés en el Starbucks para complementar las cookies que habíamos comprado el día anterior y tomamos el primer tren que salió en dirección Sintra sin tener que abonar ningún extra al contar con la tarjeta de transportes ampliada a todas las zonas.
40 minutos después, ya estábamos en Sintra. Existe la opción de coger un billete turístico de un día para coger el transporte público en la ciudad (no entra en la tarjeta Viva Viagem), pero a nosotros nos apetecía andar a sabiendas de que a la vuelta alguno tendríamos que usar. Caminando tranquilamente, pasamos por las calles y plazas principales hasta llegar a la Quinta da Regaleira.
Pagamos 6.50€ por la entrada, paseamos po sus senderos, nos fotografiamos en sus torreones, visitamos sun edificions de aspecto gaudiniano y nos maravillamos con el Pozo Iniciático, la estrella del recinto.
Al la salida, quisimos visitar el Castelo dos Mouros pero nos equivocamos de sentido y andamos mucho por una carretera desierta, así que tocó desandar el camino andado hasta el centro de la ciudad y subir por un pintoresco parque que después se torna monte hasta la carretera que nos lleva al castillo. Pagamos 8.50€ y aunque es bonito, con flores, musgo y naturaleza, no nos parecía que mereciera el precio.
Eso sí, paseamos por la muralla de espectaculares vistas a todo el entorno… aunque la visita duró menos de lo deseado porque empezó a hacer un viento importante en la cima.
Bastante cerca de la entrada está la del Palacio de la Pena, la estrella de Sintra. El recinto es enorme y hace falta muchísimo tiempo para visitarlo así que hicimos lo mismo que a mayoría: ceñirnos a los jardines y al palacio por fuera. Pagamos 7.50 por la entrada y comenzamos el ascenso hasta el colorido palacio en medio de un tiempo que no hacía más que empeorar. El cielo estaba gris y el viento era bastante fuerte… la lluvia no tardaría en llegar.
Afortunadamente nos dio tiempo a pasear un ratito alrededor del palacio y a tomar algunas fotos antes de que llegara el apocalipsis en forma de lluvia fina y fuerte, de esa que pincha. Buscamos refugio en el restaurante del palacio para aprovechar y comer mientras arreciaba el temporal, pero el menú era paupérrimo y nos liminamos sólo a esperar. Escampó ligeramente y aprovechamos para ir a la parada de autobús de la entrada para coger uno de vuelta al centro del pueblo por 3,90€ cada uno. El aguacero volvió y dedicimos que la visita había terminado. Al menos habíamos cumplido con el itinerario, aunque obviamente nos hubiera gustado disfrutar del Palacio con más tranquilidad.
Buscamos un sitio para comer pero todo nos parecía bastante caro y, como la lluvia no paraba, no teníamos ganas de seguir dando mucha vuelta. Nos decidimos por un restaurante que se llamaba Tulhas, con un aspecto de taberna familiar. Temimos que nos nos dieran de comer porque eran pasadas las 16:00, pero finalmente no hubo problema. Mi amigo se pidió unos escalopes de ternera con patatas y yo entré en calor con un delicioso y típico bacalao con nata. Con una botella de agua grande, el precio fue de 34€.
A esas alturas y con ese tiempo, estaba claro que no merecía la pena acercarse a Cascais, algo que habíamos dejado en el aire sólo si nos apetecía después de Sintra. El chirimiri no paraba, así que regresamos a la estación para coger el tren a Lisboa. Ojo porque no todos paran en la estación de Rossio, aunque sí van hacia la capital.
¿Qué podíamos hacer ante una tarde con mal tiempo? Sí, seguir comiendo…. Y para entran en calor no se nos ocurría sitio mejor que Choupana Café y sis magníficos croissants. Aquella vez pedimos de Kinder Bueno y de Nutella y almendras.. el mejor de mi vida, sin duda. Pagamos 6 (habiendo pedido 2 tés) y regresamos al hotel para terminar de entrar en calor con unas duchas de agua caliente.
Con el estómago lleno, la lluvia y la hora que era (más de las 8:30), optamos por poner unas películas y descansar para terminar de rematar la escapada al día siguiente con mejor tiempo. A pesar de lo que pueda parecer, el día nos había cundido. GASTOS DEL DIA
Desayuno: 7,20€
Entradas a Quinta da Regaleira: 17€
Entradas a Castelo dos Mouros: 17€
Entradas a Palacio da Pena: 15€
Autobús Palacio da Pena – Sintra centro: 7,80€
Comida: 34€
Merienda-cena: 6€
Tengo muchas ganas de volver a Sintra para ver la Regaleira, cuando yo estuve no se visitaba. Te dejo las 5*. Tu diario de Indonesia también me gustó muchísimo. Un saludo!!
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LEFFEST, el destacado Festival de Cine de Lisboa, anuncia su regreso del 10 al 19 de noviembre con una edición que promete llevar a los amantes del cine a hacer un viaje inolvidable.
Lisboa es un destino que cautiva los corazones de los viajeros con su rica historia, su vibrante cultura y su impresionante arquitectura. En el corazón de la capital portuguesa, hay una serie de barrios que ofrecen experiencias auténticas y fascinantes a aquellos que buscan explorar sus rincones más especiales.
Un rico legado histórico, arquitectura fascinante y mucho más
Lisboa se erige como un tesoro en el corazón de Portugal y destaca como un destino único en Europa por su rica historia, arquitectura distintiva y una cultura vibrante que atrae a visitantes de todo el mundo. Cada rincón de esta región ofrece una experiencia única y memorable gracias a su gran cantidad de atractivos.
Conjunto de carillones de Mafra
El conjunto de carillones de la Basílica de Mafra -declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO-, está formado por un total de 98 campanas y no solo son una maravilla técnica, sino también una fuente de orgullo para la comunidad local y una atracción turística imperdible para los visitantes.
Estas majestuosas campanas cuentan con un repertorio único de piezas musicales, que van desde himnos religiosos hasta composiciones folclóricas tradicionales. Con sus melodías armoniosas y su imponente presencia, representan una parte integral del patrimonio musical portugués, ofreciendo una experiencia sensorial única y convirtiéndose en un símbolo de identidad cultural.
Además de su valor musical, también son un testimonio de la rica historia de la región. Construidos en el siglo XVIII durante el reinado de João V, estos carillones son un legado duradero de la opulencia barroca y un monumento a la grandeza arquitectónica de Portugal.
Calçada portuguesa
La pavimentación o calçada portuguesa es otra característica distintiva de Lisboa que no pasa desapercibida debido a sus diversos patrones geométricos y texturas, evidenciando la habilidad artesanal y la pasión por esta técnica en la zona.
Las calles adoquinadas y plazas empedradas no solo ofrecen una superficie resistente y duradera, sino que también aportan una estética atemporal que embellece el entorno urbano. Cada baldosa cuenta una historia única, desde los patrones tradicionales hasta las representaciones artísticas más vanguardistas, reflejando el rico legado cultural de la región. Esta expresión artística no solo proporciona una estética visualmente atractiva, sino que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un símbolo cultural distintivo de su paisaje urbano.
Palácio Cunhal das Bolas
El Palácio Cunhal das Bolas, situado en el histórico barrio de Bairro Alto de Lisboa, es un testimonio vivo del esplendor arquitectónico de la capital. Construido en el siglo XVII, destaca por su elegante fachada y sus imponentes torres, así como por los diferentes tesoros y artefactos que alberga en su interior, que relatan la historia de Portugal a lo largo de los siglos.
Originalmente propiedad de la noble familia Cunhal das Bolas, el palacio ha sido testigo de diversos acontecimientos a lo largo del tiempo. Hoy en día, es reconocido como un importante patrimonio histórico y a menudo se utiliza para eventos y exposiciones culturales.
Azulejería
No se puede hablar de la singularidad de Lisboa sin mencionar la impresionante azulejería, una forma de arte que ha adornado los edificios de Lisboa durante siglos.
Desde simples diseños geométricos hasta elaboradas escenas históricas, los azulejos lisboetas añaden un toque de color y distinción a la arquitectura de la región, creando un paisaje urbano único que cautiva a todos los que lo contemplan. Estas hermosas baldosas decorativas, que adornan edificios, fuentes y plazas, son una parte integral del patrimonio cultural de Lisboa.
Últimos comentarios al diario Lisboa en 3 días: Una escapada ideal
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