El Archipiélago de Hölderlin ✏️ Blogs de Grecia

Asombrado aún por la vitalidad de La Canea, me arrepiento de no haber reservado más días en esta bonita ciudad, un tesoro escondido en la esquina occidental de la mayor isla griega. Las últimas horas en esta localidad las aprovecho para dar un paseo matutino por la zona de Kastelli y alrededores, que anoche me fascinó por su ambiente y jovialidad. Obviamente, por la mañana todos los bares estaban cerrados, pero aún así fue un paseo muy productivo para explorar el mercado, la calle Sifaka y sus callejones aledaños, la calle del antiguo minarete y la excéntrica iglesia de San Nicolás, rematada por un campanario cristiano a un lado y un minarete al otro, de tiempos de la dominación turca.


Mis días en La Canea llegan a su fin. El listón había quedado muy alto, tan alto que, a la postre, sería imbatible. Mi autobús para Heraclión salía a las 12.30 y mi próximo destino era el área turística de Quersoneso, que también guarda su historia. La decisión de elegir este lugar fue un error grosero. Me sentí atraído por los bajos precios de los hoteles y por la promesa de su ambiente festivo y su movida nocturna, todo esto unido a la existencia de algunas playas, que aunque no parecían excesivamente maravillosas en Internet, al menos, me permitirían un descanso plácido después de los primeros días de ajetreo.

El bus de Chania a Heraclión tarda unas tres horas y hace parada en la localidad histórica de Rethymno. Tendría que haber elegido este lugar en vez de Quersoneso, porque Rethymno parecía un enclave bonito, que lamentable no llegué a descubrir. Tras unas bonitas vistas de las montañas que se asoman al mar antes de llegar a Heraclión, el autocar llega a la capital de Creta y, desde allí, continúo hasta Quersoneso, situado a unos escasos 20 kilómetros. El paisaje me recuerda un poco a la costa malagueña, pero mi nuevo destino es un lugar horrible. Quersoneso se trata de unas cuantas calles desaliñadas y paralelas a la costa enfocadas únicamente al turismo. Solo es posible encontrar bares de comida rápida en las cercanías del hotel con una oferta gastronómica y de ocio destinada a atraer a turistas holandeses, alemanes y rusos...

El hotel en el que pensaba relajarme tampoco me agradó en exceso, aunque al menos tenía cuarto de baño propio en la habitación, pues en La Canea había dormido en un hostel. Sin lugar a dudas, las instalaciones hoteleras de Quersoneso parecen haber pasado ya sus mejores días y ahora han quedado relegadas para turistas de escaso potencial económico o para veraneantes rusos que intentan huir del precoz frío siberiano. Al menos pude dedicar las últimas horas de la tarde a trabajar un poco desde mi ordenador y, por la noche, intenté buscar algo de marcha por el paseo marítimo. Como ya intuía nada más pisar Quersoneso, el ambiente nocturno fue lamentable. Bares semivacíos y clubes poblados de adolescentes holandeses y alemanes. Espectáculo muy pobre el que ofrece este lugar. Los griegos que por aquí se mueven tampoco destacan por su simpatía. Mucho postureo y poca ayuda al turista.

Y así concluyó este día, lamentando enormemente haber abandonado el oeste de Creta y, más en concreto, La Canea. Quersoneso no cumplió en ningún caso las expectativas. Decepción absoluta.

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Me levanté tarde y seguí lamentándome del abominable error de haberme dejado caer por estos lares. Si quiero encajar en la categoría de viajero y no de turista, he de alejarme de lugares como este. Aun así, me quedaba aún una noche aquí y la dediqué al trabajo. Entre mis tareas laborales y las comidas del hotel maté el día, el cual me sirvió para recuperar fuerzas de cara a la jornada siguiente.

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A la mañana siguiente, dejé el hotel y di una breve vuelta por el paseo marítimo de Quersoneso para comprobar si sus paupérrimas playas eran realidad. Apenas arena, sombrillas que se topan unas contra otras, suciedad por las zonas peatonales. En definitiva, un panorama desalentador. Desde luego, no merecía la pena ni ponerse el bañador. Una vez más pasó por mi cabeza el craso error de no haberme quedado en Chania.

Pero a lo hecho, pecho; y ahora tomo el autobús para dirigirme a Heraclión. La capital de Creta se trata de una ciudad desalmada y básicamente de tránsito. Sin ser una ciudad fea, adolece de espíritu y carácter, además de resultarme bastante sucia, poco económica y entristecida. Me dirijo por sus calles blancas hacia mi nuevo hostal, donde solo estaré un día. Los oriundos tampoco me agradan con sus actitudes desdeñosas y poco hospitalarias. Además, en la ciudad moran algunos personajes nada recomendables. Es decir, si no fuera por sus dos joyas, el palacio de Knossos y el museo Arqueológico, sería una ciudad que pasaría por la faz de la tierra sin pena ni gloria, un rincón del mundo caluroso y carcomido por la pobreza y el desempleo.

Pero, por fortuna para sus habitantes, aquí reside el legado de la civilización minoica, el primer entramado social de occidente; y Knossos, a escasos kilómetros de Heraclión, es el origen de toda la cultura occidental. Es decir, de una forma directa o indirecta, todos los europeos, norteamericanos y australianos somos descendientes de Creta. Aquí, en los alrededores de Heraclión, empezó todo y, por supuesto, tenía que aprovechar el tiempo aquí para explorar mis orígenes.

La civilización minoica embruja a todos aquellos que profundizan en su historia. Una civilización perdida donde se constituyó el primer matriarcado conocido en Europa, que cuenta con una profusa producción arquitectónica, cultural y religiosa. Una sociedad misteriosa y colorista que ha fascinado a arqueólogos e historiadores. De hecho, las actuales corridas taurinas tienen su origen en las lidias de toros de Knossos, que eran sacrificados como ofrenda a las deidades.

Toda esta producción cultural de la etapa minoica se puede contemplar en el Museo Arqueológico de Heraclión, una visita obligada para todos aquellos a quienes les interese mínimamente la historia. Numerosas piezas de incalculable valor se agrupan en la vitrinas del museo. Si se compra la entrada combinada con el Palacio de Knossos, merece absolutamente la pena cada euro que se paga.

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La sala de los murales en la parte superior del edificio es una de las joyas del recinto, con obras restauradas que arrastran milenios de historia.

Tras la excepcional visita al museo arqueológico, ahora me siento preparado para visitar las ruinas de Knossos, a 4 kilómetros del centro, y así, al menos, puedo enterarme de lo que estoy viendo. Por desgracia, el palacio actual da la sensación de ser un pastiche que poco tiene que ver con lo que probablemente había allí hace milenios. La reconstrucción de Evans destaca por su decidida imaginación. Obviamente, hay ruinas originales excavadas, pero las salas recuperadas parecen reconstrucciones demasiado aventuradas y no hay que ser arqueólogo o historiador para darse cuenta de esto. La visita no es excesivamente larga, por lo que es absurdo pagar su precio desorbitado. Es imprescindible entrar en Knossos con la entrada combinada del Museo Arqueológico para amortizar la visita al palacio, pues su elevado costo no merece la pena.


Tras Knossos, vuelvo a Heraclión en autobús para pasear junto a su puerto veneciano, con mucho menos magia que el de La Canea. El colofón de la visita a Heraclión lo ponen la fuente Morosini, la Logia y la nueva catedral ortodoxa. Lo mejor, sin duda, el museo. Hoy sí puedo decir que se trata de un día bien aprovechado.

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