En este diario narro mi viaje por tierras jordanas utilizando en la medida de lo posible el transporte público. Dejando algunos itinerarios, precios y datos que pueden tener(creo) alguna utilidad para otros futuros viajeros. Autor:Agus1973Fecha creación:⭐ Puntos: 5 (8 Votos)
No es que lo diga yo, sino los directores de cine Anthony Hoffman, Ruairi Robinson Y Ridley Scott que decidieron que el desierto de Wadi Rum era el mejor escenario para grabar sus películas ambientadas en Marte. Así que algo de este planeta, que tantas perspectivas de exploración espacial levanta en la actualidad, debe tener. Sin embargo, su origen es mucho más mundano y más acuático, pues todo indica que antes fue parte del Mar Rojo al descubrir que el suelo marino de este con el lecho terrestre del Wadi Rum compartían muchas similitudes la arena, por no decir que son de idénticas características.
A pesar de que el encargado del Hotel Petra Gate me dijo que uno de sus empleados me avisaría a las seis y media cuando pasara el autobús a recogerme me levanté antes y me apoyé en la jamba exterior de la entrada principal a esperarlo. El día anterior había llamado para que pasaran a recogerme. El vehículo de la estación salía a las seis de la mañana para el “planeta rojo”, pero como tenía que pasar a recoger a todos los turistas desperdigados por sus respectivos hoteles llegaría al mío sobre las seis y media. El viaje costaba 10J. Sin embargo, los minutos iban pasando poco a poco hasta que las manecillas del reloj marcaron las siete menos cuarto. Ya algo inquieto e imaginándome el peor escenario posible no calamitoso, se habían olvidado de mí. Entre de nuevo a recepción y hable con el muchacho que rápidamente llamo al propietario. A los cinco minutos sonó el teléfono de recepción para confirmar lo que ya parecía evidente, pero que estuviera tranquilo que me esperaban a unos diez kilómetros de distancia en la población de Al-Taybeh, el taxi que vendría a recogerme se haría cargo de la carrera el conductor del autobús. Así fue. El minibús iba repleto de turistas de diferentes nacionalidades.
Sobre las nueve de la mañana pasábamos el centro de Visitantes sin bajar ni enseñar nuestro Jordan Pas, ubicado a siete kilómetros de distancia del pueblo de Wadi Rum. En la entrada, al lado de un parking de coches y un colmado con terraza para tomar algo bajamos todos los que todavía no lo habíamos hecho. Desde luego, no era la mejor presentación para tan famoso escenario. No tenía encanto alguno el pueblucho de líneas rectilíneas y solares descuidados.
Unos minutos más tarde, se acercó un altísimo, apuesto y joven beduino con una mirada inocente, virginal. “Soy Zeid, el propietario del campamento que reservaste por Booking y con quien contrataste una excursión por wasap ayer.” En principio había contratado una excursión de tres horas por 45J, 10J por cenar y 11J por dormir y desayunar. Sin embargo, me comentó que podía hacer una excursión para todo el día, incluida la comida, por tan solo 4J más. Lo único que no sería una excursión exclusiva sino compartida con dos ingleses. Acepte la propuesta sin pensarlo dos veces. Sentados en los bancos, tomando un café, estaban Sam y Doc, los ingleses de Birmingham que iban a ser mis compañeros aquella larga jornada. Cincuentones y simpáticos, hicieron que la excursión fuera mucho más interesante y divertida.
Tenía expectativas muy altas sobre el desierto de “Lawrence” y esto provocó que me decepcionara un poquito al acceder a él. Todavía con colores más pasteles, pero todo esto cambio cuando el sol del mediodía hizo sangrar la arena, color carmesí, y fuimos poco a poco internándonos en él, sentados en la parte trasera de la pick up que conducía nuestro conductor, junto a su hijo menor que se había unido a la expedición. Acabé totalmente embelesado ante este atípico desierto. Uno se imaginaba un desierto de grandes dunas de arena y no un “archipiélago rocoso sobre un manto de fina arena”.
Al poco de dejar el pueblo, desaparecido el asfalto, estábamos recorriendo las huellas de los neumáticos de otros vehículos, cuyos servicios, muchos de ellos, estaban destinados a transportar a turistas. Wadi Rum, a aquellas primeras horas era un “Rum-Rum” de pick ups de alegres rostros en las cajuelas abiertas de los todoterrenos. Si uno no conociera algo la historia de este desierto pensaría que su nombre venía por los ruidos del motor de las caravanas de pick up que recorren a diario el territorio.
Una recua de pick ups estaban estacionadas en el primer punto de interés turístico del día y una hilera de personas ascendían una pedregosa ladera para visitar, a trescientos pies del suelo, un moribundo manantial. Tenía gracia que la recompensa al esfuerzo de ascender fuera este chorrito de agua. Empero, no todo estaba perdido, pues la panorámica que ofrecía del desierto era majestuosa. Luego bajamos a tomar un té gratuito en una gran carpa, por encima del negocio seguía vigente la inagotable amabilidad nativa presente en todos los puntos de interés en el desierto. Desde aquí salían los paseos a lomos de los camellos.
La segunda parada fue en las Dunas de Al Hasany, una duna rojiza reposaba sobre una elevación rocosa. Allí un grupo mixto de jóvenes españoles rompieron la tranquilidad con la cual subían o descendían la mayoría de turistas con sus gritos y carcajadas. Desde la loma del altozano se tenía otra bonita vista del entorno desértico. Estremecedor e intimidatorio si uno se encontrara solo aquí, pero para alguien familiarizado con lo que rodea mucho más fácil de guiarse, gracias a la singularidad de cada uno de los islotes rocosos que no compartía con un desierto tradicional y excepcionales referentes.
La tercera parada fue en la estrecha, sombría y fresca quebrada de Khazali que se podía recorrer a pie 150 metros sin necesidad de cuerdas y un guía, conservando en su cóncava superficie agua que había sido renovada por las últimas lluvias torrenciales del 2022. Sin embargo, lo más complicado no era precisamente el agua, sino transitar con tanta gente y tan poco margen para moverse. En sus laterales se podían ver inscripciones o dibujos rupestres de antiguos moradores del desierto, quienes se debieron proteger de los momentos más dramáticos del mediodía o de todo el día en verano, sintiéndose aliviados por la frescura del lugar.
Ahora nos encontrábamos en el puente de Little Rock. Otra “climb” que ya no les resultaba tan atractivo a mis colegas británicos. Poco a poco, dejaron de subir como cabras y a disfrutar del desierto como camellos. Exceptuando, las últimas visitas que volvieron a las andadas caprinas cuando, por cierto, yo ya andaba flojeras para seguir este peculiar ritual turístico de subirse a todas las cimas.
La quinta parada, fue donde se cree que tuvo su pequeña guarida Lawrence durante siete años, construida sobre una cisterna nabatea y en la actualidad casi en escombros. No parecía mal lugar, si ese depósito era capaz de mantener todo el año agua, para vivir en una tierra tan inhóspita. Aunque aparentaba, entre sus muros rocosos, que albergaba más vida y agua de lo uno que puede creer al verlo por primera vez, y más, si lo comparamos con un desierto de tan solo arena. Y, sí, había otra pequeña escarpadura que subir. La atracción estrella del Wadi Musa era, precisamente, ser una cabra para tener una vista de halcón.
Al mediodía, alejados de los grupos turísticos, en medio de un inmensa catifa polvorienta amarillenta, paramos para comer. Ayudamos a buscar chamarasca entre los arbustos protegidos tras un pequeño talud para hacer un pequeño fuego para cocinar. Muchos de los platos que preparó no eran naturales, sino envasados; con todo, me resultó sabrosa, tal vez porque llevaba sin comer nada desde el día anterior. Una somnolencia se apoderó de mí mientras observaba a mis colegas ingleses tumbados boca arriba, sobre las alfombras sintéticas que había colocado nuestro guía, descansando con los ojos cerrados debajo de un sol clemente, un sol que uno desearía para los 365 días del año. En ese instante, sí me sentí como un explorador y envidié por un momento aquellos viajeros de siglos pasados, claro, que solo recreé en mi imaginación el lado más romántico y positivo de sus andanzas. Durante el proceso de guardar los platos sucios el guía beduino dijo a Doc, con toda la naturalidad del mundo, que su mujer ya lo limpiaría. Nos miramos ambos y sonreímos maliciosamente ante la naturalidad de la expresión al decirlo el jordano. Nos sonó demasiado transgresivo. En ese momento, nos dimos cuenta el poder que tenía la educación cultural sobre un grupo de personas.
Seguimos la visita al “planeta rojo” con nuestro particular “rover marciano” por las llanuras desérticas, pero no tan solitarios como Matt Damon en su exploración de Marte. Nos acercamos a una roca con forma de champiñón, a esa hora ya no había tanta gente, algunos ya habían dado finalizada su excursión.
La siguiente parada nos dejó en un lado del cañón Abu Khashaba para recogernos, más tarde, por el otro extremo. El recorrido no tenía ninguna dificultad. Era amplio y fácil de recorrer. Como un reloj de arena, más ancho al principio para luego ir estrechándose hasta que de nuevo volvía ampliarse hasta el punto de recogida. En este punto, aprovechando una ladera arenosa, los más jóvenes, y no tan jóvenes, se lanzaban, después de una penosa ascensión, con unas tablas como si hicieran snowboard, donde los más osados se atrevían de pie.
La última parada fue en el espectacular puente natural de Um Fruth, probablemente uno de los más bonitos de lugar, donde los guías dejaban para el atardecer. Los guías cogían los móviles e inmortalizaban con una instantánea, desde el suelo, a los turistas sobre el puente rocoso. Doc y Sam, esta vez sí, ascendieron por un enorme pedrusco para llegar al puente. Aunque el ascenso solo requería mucha precaución, algunos padres se atrevían a subir con sus hijos pequeños y en el descenso los veía descender con cierta dificultad al tener que estar pendientes, no solo de ellos, sino también de los niños.
A las cinco de la tarde llegábamos a nuestro campamento, a unos diez minutos del pueblo, resguardado por una formación rocosa en uno de sus lados. Compuesto por siete jaimas, cinco habitaciones pequeñas y dos grandes (una habitación compartida y el comedor). Asimismo, teníamos dos pequeños edificios (baños y cocina), aunque las duchas a lo máximo que llegaban era a lagrimar, no tenían presión, así que tuve que armarme de paciencia para asearme. Al anochecer se encendieron unas pequeñas antorchas de fuego ficticio que señalizaban la senda de cemento que nos llevaba a las habitaciones.
Antes de cenar, el pedigüeño primo de Zeid nos reunió a todos en el gélido y oscuro exterior cuando mejor estábamos todos en torno de la chimenea del comedor para enseñarnos cómo habían cocinado de manera tradicional el pollo, dentro de un agujero excavado en la arena que funcionaba como un horno; para desenterrarlo utilizaron palas. Luego nos servimos de las variadas y abundantes bandejas de comida que había en una mesa, estilo bufet. La comida estaba deliciosa. Éramos diez comensales (dos italianas, tres indios, dos españoles, los colegas ingleses y yo). Estuvimos charlando un rato antes de ir a dormir. El primo de Zeid se encapricho de mi plumífero de montaña de Decathlon, quería canjearlo por su pesado abrigo. Me costó más de dos horas hacerle entender que yo necesitaba viajar ligero y que su prenda no sería muy útil para viajar.
Miré a la bóveda celeste, antes de ir a dormir, en busca de un espectacular firmamento, pero me lo encontré poco estrellado aquella noche. Y dejé, al fin, que desvaneciera tan hermosa jornada en el mundo de los sueños. Teniendo una placentera noche, que no todos tuvieron, algunos se quejaron a la mañana siguiente de haber pasado frío, pero no fue mi caso.
Recorríamos por última vez el desierto, dirección al pueblo de Wadi Rum, después de un profuso desayuno en el campamento. Los ingleses pararon un poco antes para cabalgar sobre los dromedarios los últimos kilómetros antes de despedirse de este territorio de ensueño. Luego, me llevaron en su coche de alquiler hasta el cruce de la autovía 47 (Akaba- Ma´an) durante 30km. A las seis de la mañana salía un autobús desde Wadi Rum a Akaba, pero los propietarios de los campamentos, poco amantes de madrugar y llevarte hasta la parada, intentaban persuadir a los viajeros que querían optar por esta opción. Incluso el ayudante del conductor que me trajo desde Wadi Musa me dijo que no había. Al final, opte por hablar con Doc y Sam, quienes no tuvieron ningún inconveniente. En la encrucijada nuestros caminos se separaron definitivamente. No esperé mucho, en una carretera tan concurrida, a que parase un microbús lleno, pero siempre con espacio para que alguien más entrara. Me cobró 2J.
En una hora llegué a mi destino, a menos de un kilómetro de mi hotel (Classic Hotel) que reservé por booking el anterior día. 16J por una noche. La habitación era espaciosa, pero con poco encanto estético. Lo primero que hice fue preguntar por un servicio de Laundry (Dry Wet para los jordanos) al recepcionista, quien me indico que a cien metros tenía uno. Por seis prendas me cobraron 7J que recogí a última hora de la tarde.
Si bien no tenía fobia al mar, tampoco me apasionaba demasiado bucear, que era una de las razones principales para venir a esta ciudad. Y, desde luego, no se la recomendaría a los talasofobos ni a los que no les agrada bucear, al menos, que su intención fuera cruzar el Mar Rojo dirección a Egipto o por tierra a Israel. Así que una tarde me pareció suficiente para visitarla y, otra vez, seguí la propuesta de Lonely Planet, pero no al pie de la letra. También barajé la posibilidad de realizar una reserva con un guía gastronómico en la página Guruwalk, una plataforma digital valenciana que ofrece visitas gratis a más de 500 ciudades del mundo pero que los guías adscritos, como es lógico, esperan siempre una propina, recomendado por los chavales alaveses que conocí en Wadi Rum.
A las 14:45h me senté en una de las mesas con bancos de un parque paralelo a una de las principales avenidas comerciales para consultar mi guía Lonely Planet, cuando se acercó un joven camarero a preguntar si quería algo. ¡Vaya! Hasta los bancos públicos podían ser utilizados como terrazas privadas. Me tomé un café con el omnipresente botellín de agua de 500cl en la restauración jordana como presente, que de gran utilidad me fue en la mayoría de mis vagabundeos, pocas veces compré en un supermercado agua.
Me encaminé hacia la costa al encuentro de los destellos de civilizaciones dilapidadas, y en diez minutos me encontraba en una explanada polvorienta donde predominaban los cimientos del antiguo puerto de Akaba, plagado de panales que ayudaban a interpretar los restos arqueológicos de Ayla que así la denominaban en sus reseñas, que eran de difícil interpretación al menos que uno fuera un versado. La entrada era gratuita, nadie la controlaba.
Después pasee por la ramblita de la playa pública, una playa estrecha y pequeña abarrotada de musulmanes y algunos occidentales, bastante fea. Los barqueros intentaban captar mi interés para que subiera a sus embarcaciones de recreo.
Una gran bandera de la Gran Rebelión Árabe revoloteaba en su enorme mástil zarandeada por una ligera brisa en homenaje a la liberación del yugo imperial otomano a principios del siglo pasado, concretamente en 1917. Ubicada en una pequeña plaza cercada por un moderno y anodino edificio. Subí, desde este punto, unas estrecha y larga escalera que recorría paralela un costado del Fuerte de Aqaba, accedí por su puerta monumental lateral, en la parte superior, a un gran patio interior, la parte baja del mismo no estaba abierta al público. Todavía seguían con las reformas. Los cañones anglosajones desde el Mar Rojo en apoyo a los árabes destrozo esta fortaleza hacía más de un siglo.
Me comí un espléndido plato de pescado combinado con una surtida ensalada en un restaurante del bulevar Ash Sherif Al Hussein Bin por 7J. Y continúe mi paseo por el centro moderno de la ciudad, perdiéndome por sus calles comerciales. Me hice unas fotos en la fachada principal de la moderna y blanquecina Mezquita Sharif Al Hussein Bin Ali, cerrada a los turistas aquel día. Aunque después de leer una reseña en Google de un viajero que denunciaba el robo de sus zapatillas al dejarlas en los zapateros de la entrada no invitaba, precisamente, a visitarla.
Por la noche, paseando llegué a unas cafeterías con amplias terrazas entoldadas adjuntas al puerto y cercanas al parque Hafaeir, en uno de los muelles había un gran ferry amarrado a sus noráis. Me senté en una de las sillas de plástico en una de las cafeterías mirando hacia el mar y la costa egipcia, que en aquella hora de la tarde tan solo era un despliegue de luces. La chavalería de mi entorno, reía y hablaban mientras fumaban sus respectivas cachimbas grupales, una costumbre que se había extendido entre nuestros jóvenes recientemente. Este, sin lugar a dudas, fue uno de los mejores momentos en Akaba, acompañado de la brisa del Mar Rojo y alguna conversación esporádica con el camarero o algún joven cercano a mi silla.
A las 22:00h dejé las calles de la ciudad costera y fui a relajarme al hotel. Mañana sería otro día, en otra ciudad. En busca de las huellas que dejaron los cruzados en estas tierras, cuando luchaban por imponer su religión contra otra que tenía las mismas pretensiones expansionistas. Un choque titánico en la cuna del monoteísmo que, paradójicamente, germinaron de la misma semilla.
Hubo otra época en la misma tierra que cristianos y musulmanes se disputaban esta región, donde los cruzados tenían una línea defensiva de castillos para obstaculizar e intentar avanzar a tierras impuras, donde la religión y la violencia se unían, según las proclamas del medievo, para servir a Dios. Una época que se difuminó en los anales de las cruzadas y hoy, en tierras jordanas, queda como testigo más representativo de aquel momento legendario y convulso: el castillo de Karak. Mi próxima parada.
A las seis y media de la mañana estaba en la parada de autobuses a Karak, ubicada en un lateral de la Mezquita Sharif Al Hussein Bin Ali de Akaba. En aquellos momentos algunos musulmanes entraban a rezar la Oración del Alba. Hasta las ocho y media no se llenó el Toyota Coaster que partía hacía mi destino. 4J el trayecto.
Sobre las diez llegamos a la estación de Karak, encajonada entre varias colinas, donde una de ellas acogía el Castillo. Podría haberme ahorrado medio kilómetro de pendiente si hubiera bajado antes, en la penúltima parada. Llegué fatigosamente a la plaza después de superar el inclinado terreno, ubicada casi en la loma del castillo, donde una estatua ecuestre y un tipo a horcajadas estaba decidido a cortar cabezas de los infieles con su cimitarra amenazante y el caballo encabritado dispuesto a llevar a su amo al campo de batalla. Héroe para los musulmanes y odiado por los cristianos, conocido por Occidente como Saladino.
En uno de los solares, al lado opuesto del castillo, se ubicaba la Guest house Beilt Alkaram En un lateral, una puerta de azul intenso y celestial, estaba el acceso. Enseguida un solícito y agradable joven (Karam) me abrió la puerta, subiendo unas escaleras estrechas a la segunda planta de la vivienda. Me enseñó mi habitación con baño compartido. La segunda planta se componía de dos habitaciones (la de los huéspedes y la suya), una pequeña cocina, un baño compartido y un vestíbulo que hacía las funciones de un comedor, a pesar de sus dimensiones era un lugar muy acogedor. No obstante, lo mejor fue él. Karam, que fue el mejor anfitrión de los sitios donde me alojé en Jordania, me hizo sentir como en casa. Asimismo, era un gran cocinero.19, 2 J una noche, 6J cenar y 3J desayunar.
Los niños del pueblo todavía sentían curiosidad por los extranjeros, algunos se acercaban y te saludaban en inglés e, incluso, hubo un grupito que decididamente se acercaron para burlarse de mí, justo antes de acceder al castillo, al repetirles unas palabras en árabe ininteligibles que sonaron, por sus sonrisas burlonas, algo así como:” Soy estúpido y chupaculos”.
Tuvo que ser inmenso el Castillo de Karak, por el terreno que ocupaba y los muros perimetrales que todavía sobrevivían al paso del tiempo y el hombre. Un lugar donde se tuvo que vivir episodios terribles, donde muchas personas tuvieron que morir violentamente. Y con ese pasado tan sangriento, pareció no estar satisfecho el destino del Castillo de Karak, que atrajo de nuevo a la muerte el 19 de diciembre de 2016, donde diez personas fallecieron, perpetrado por terroristas islámicos. Una tanqueta y varios militares en el acceso principal, actualmente, eran vestigios de aquella jornada negra. Accedí por un puente que salvaba el foso. Allí, sentados en una silla, se ofrecieron dos rostros tediosos para hacer de guía por 10J. Eran guías oficiales. Descendiendo un poco fui a parar al área mejor preservada: una plaza rectangular por una hilera de aspilleras restauradas, pero no era lo único que sobrevivía del Castillo, aunque ya en peores condiciones; como la Torre del Homenaje, decapitada, o algunos muros. De la iglesia y la mezquita quedaban pocos restos. Las galerías internas tenían un sistema de alumbrado por movimiento que la mitad ya no funcionaban. Y carteles, solo vi dos. Sin embargo, en el pequeño museo de la entrada uno podía encontrar más información interesante de esta inexpugnable fortaleza. Y qué decir de las vistas: impresionante. Abarcaba un espacio muy amplio en torno a él que debió dificultar mucho las incursiones sorpresivas.
Aconsejado por Karam, después de acabar la visita al castillo y acuciado por la gazuza, descendí a la parte baja de la colina, huyendo de los precios inflados de la plaza. Accediendo a un restaurante carente de cartas en alfabeto latino, así que me tocó ir a los expositores para señalar lo que deseaba. La comida no era la más buena que había probado, pero como tenía hambre me supo a gloria. 6J. Después, ascendiendo la calle Al Khader, me tomé el mejor café de Jordania, en un pequeño local, cafetería Hareth, que parecía ser, por el pequeño rostro de Saddam Hussein adherido al cristal de las puertas de acceso, de expatriados iraquíes e, indudablemente, de la rama suní. 1J.
Y para finalizar la visita a Karak me acerqué a la Torre defensiva y semicircular de los Baybars ADH-Dhahir de 14 m de altitud y con inscripciones arábigas recorriendo la línea de su contorno diferente al resto, cuyo material parecía arcilla, adyacente a ella estaban las edificaciones más antiguas que seguían cobijando vida humana, según Karam. Desde la acera del lado opuesto, apoyado en el antepecho, tuve una nueva perspectiva de la ciudad, que se extendía por varias colinas. En el fondo del valle, entre dos carreteras, estaba el parque infantil Karak Bridge Park, donde destacaban una pequeña montaña rusa y una noria para niños, que daba la sensación de estar recientemente abandonado; sin embargo, las informaciones que obtuve de sus ciudadanos fue que los meses de invierno estaba cerrado, no abrían todo el año.
Las últimas horas de la tarde las pasé relajado en la casa de Karam, donde cené un rico “cocido” de habichuelas acompañado por arroz con especias y, más tarde, tomé un té con el amigable anfitrión, quien me comento que había trabajado como guía en el famoso recorrido a pie de Jordania: Jordán Trail, un recorrido a pie de sur a norte del país, que si se hace completo suma 650km. Y que ahora, su nuevo proyecto, después de adquirir tres bicicletas de montaña quería ofrecer a sus huéspedes la posibilidad de recorrer y descubrir el entorno de Karak por caminos y sendas milenarias por unos 30J. También se le iluminó el rostro cuando le comenté que había estado en Iran, quien afirmó con rotundidad que las mujeres más bellas del mundo pertenecían a aquella región. Charlamos varias horas hasta que el cansancio llamó a mi puerta y me fui a dormir, preparando mi cuerpo para seguir en movimiento al día siguiente.
Miguelymacu, totalmente de acuerdo en tu apreciación de Petra, Wadi RUm,etc. Y, por cierto, tuvo que ser una bonita experiencia tu viaje a Jordania en una época donde la mayoría idealizábamos los otros países, donde la información había que buscarla concienzudamente, donde no habían tantas facilidades a la hora de viajar.
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Hola, en la zona del Seventh Circle hay parada. Yo me alojé por allí en el Hotel apartamentos Khuttar. Es una zona bastante moderna.
Pero no te preocupes demasiado, con un taxi te mueves rápido y a buen precio.
Tengo entendido que los taxis son bastante caros, puedes decirme por favor cuanto cuestan aproximado dentro de la ciudad de amman?
Desde 7th circle al Downtown 2-3 JOD. A la estación Tabarbour 3,5-4JOD, precios de mayo del año pasado.
Aceptable los precios. No creo hayan subido el 100% a la fecha, los taxis se pueden pedir con uber ? o que otra app? o cualquier taxi de la calle no mas?
Gracias
Yo he estado usando Uber en Ammán y todo correcto, sin ningún problema
Saludos
Hola. ¿Te fijaste si hay Uber XL para más de 4 personas? Somos una pareja con tres hijos. Por la web de Uber no parece que haya XL y que sean todos para 4 pasajeros.
En Egipto el verano pasado ningún Uber nos ponía pegas de que el pequeño (10 años) fuera encima de uno de los hermanos.