Lunes, 22 de enero de 2023
Recorríamos por última vez el desierto, dirección al pueblo de Wadi Rum, después de un profuso desayuno en el campamento. Los ingleses pararon un poco antes para cabalgar sobre los dromedarios los últimos kilómetros antes de despedirse de este territorio de ensueño. Luego, me llevaron en su coche de alquiler hasta el cruce de la autovía 47 (Akaba- Ma´an) durante 30km. A las seis de la mañana salía un autobús desde Wadi Rum a Akaba, pero los propietarios de los campamentos, poco amantes de madrugar y llevarte hasta la parada, intentaban persuadir a los viajeros que querían optar por esta opción. Incluso el ayudante del conductor que me trajo desde Wadi Musa me dijo que no había. Al final, opte por hablar con Doc y Sam, quienes no tuvieron ningún inconveniente. En la encrucijada nuestros caminos se separaron definitivamente. No esperé mucho, en una carretera tan concurrida, a que parase un microbús lleno, pero siempre con espacio para que alguien más entrara. Me cobró 2J.
En una hora llegué a mi destino, a menos de un kilómetro de mi hotel (Classic Hotel) que reservé por booking el anterior día. 16J por una noche. La habitación era espaciosa, pero con poco encanto estético. Lo primero que hice fue preguntar por un servicio de Laundry (Dry Wet para los jordanos) al recepcionista, quien me indico que a cien metros tenía uno. Por seis prendas me cobraron 7J que recogí a última hora de la tarde.
Si bien no tenía fobia al mar, tampoco me apasionaba demasiado bucear, que era una de las razones principales para venir a esta ciudad. Y, desde luego, no se la recomendaría a los talasofobos ni a los que no les agrada bucear, al menos, que su intención fuera cruzar el Mar Rojo dirección a Egipto o por tierra a Israel. Así que una tarde me pareció suficiente para visitarla y, otra vez, seguí la propuesta de Lonely Planet, pero no al pie de la letra. También barajé la posibilidad de realizar una reserva con un guía gastronómico en la página Guruwalk, una plataforma digital valenciana que ofrece visitas gratis a más de 500 ciudades del mundo pero que los guías adscritos, como es lógico, esperan siempre una propina, recomendado por los chavales alaveses que conocí en Wadi Rum.
A las 14:45h me senté en una de las mesas con bancos de un parque paralelo a una de las principales avenidas comerciales para consultar mi guía Lonely Planet, cuando se acercó un joven camarero a preguntar si quería algo. ¡Vaya! Hasta los bancos públicos podían ser utilizados como terrazas privadas. Me tomé un café con el omnipresente botellín de agua de 500cl en la restauración jordana como presente, que de gran utilidad me fue en la mayoría de mis vagabundeos, pocas veces compré en un supermercado agua.
Me encaminé hacia la costa al encuentro de los destellos de civilizaciones dilapidadas, y en diez minutos me encontraba en una explanada polvorienta donde predominaban los cimientos del antiguo puerto de Akaba, plagado de panales que ayudaban a interpretar los restos arqueológicos de Ayla que así la denominaban en sus reseñas, que eran de difícil interpretación al menos que uno fuera un versado. La entrada era gratuita, nadie la controlaba.


Después pasee por la ramblita de la playa pública, una playa estrecha y pequeña abarrotada de musulmanes y algunos occidentales, bastante fea. Los barqueros intentaban captar mi interés para que subiera a sus embarcaciones de recreo.

Una gran bandera de la Gran Rebelión Árabe revoloteaba en su enorme mástil zarandeada por una ligera brisa en homenaje a la liberación del yugo imperial otomano a principios del siglo pasado, concretamente en 1917. Ubicada en una pequeña plaza cercada por un moderno y anodino edificio. Subí, desde este punto, unas estrecha y larga escalera que recorría paralela un costado del Fuerte de Aqaba, accedí por su puerta monumental lateral, en la parte superior, a un gran patio interior, la parte baja del mismo no estaba abierta al público. Todavía seguían con las reformas. Los cañones anglosajones desde el Mar Rojo en apoyo a los árabes destrozo esta fortaleza hacía más de un siglo.



Me comí un espléndido plato de pescado combinado con una surtida ensalada en un restaurante del bulevar Ash Sherif Al Hussein Bin por 7J. Y continúe mi paseo por el centro moderno de la ciudad, perdiéndome por sus calles comerciales. Me hice unas fotos en la fachada principal de la moderna y blanquecina Mezquita Sharif Al Hussein Bin Ali, cerrada a los turistas aquel día. Aunque después de leer una reseña en Google de un viajero que denunciaba el robo de sus zapatillas al dejarlas en los zapateros de la entrada no invitaba, precisamente, a visitarla.
Por la noche, paseando llegué a unas cafeterías con amplias terrazas entoldadas adjuntas al puerto y cercanas al parque Hafaeir, en uno de los muelles había un gran ferry amarrado a sus noráis. Me senté en una de las sillas de plástico en una de las cafeterías mirando hacia el mar y la costa egipcia, que en aquella hora de la tarde tan solo era un despliegue de luces. La chavalería de mi entorno, reía y hablaban mientras fumaban sus respectivas cachimbas grupales, una costumbre que se había extendido entre nuestros jóvenes recientemente. Este, sin lugar a dudas, fue uno de los mejores momentos en Akaba, acompañado de la brisa del Mar Rojo y alguna conversación esporádica con el camarero o algún joven cercano a mi silla.
A las 22:00h dejé las calles de la ciudad costera y fui a relajarme al hotel. Mañana sería otro día, en otra ciudad. En busca de las huellas que dejaron los cruzados en estas tierras, cuando luchaban por imponer su religión contra otra que tenía las mismas pretensiones expansionistas. Un choque titánico en la cuna del monoteísmo que, paradójicamente, germinaron de la misma semilla.