USA De Washington a San Francisco ✏️ Blogs de USA

Hoy una etapa larga (600 km) y sumamente interesante.
Desde Buellton a Mariposa, la opción más corta y rápida sería por el interior, pasando por Fresno, 437 Kms. según Google Maps; pero nosotros queríamos recorrer el Big Sur a través de la renombrada carretera de la costa (Highway One).
Al poco de salir de Buellton, en los alrededores de Santa Maria, la carretera atraviesa enormes viñas y grandes extensiones de pastos.

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En San Luis Obispo se deja la 101, la autopista que lleva a San Francisco, y se toma la carretera 1 hacia Morro Bay, ya en la costa. Lo primero que nos encontramos es una inmensa y, al menos hoy, solitaria zona de playa. El día amaneció soleado pero en la línea de costa, como siempre desde que llegamos a California, volvió a aparecer la niebla. Salía, entraba, subía, bajaba, pero no se decidió a marcharse en ningún momento de la jornada. La temperatura más bien fresca, frío incluso donde la niebla era más densa. Por supuesto, nada de playa. Aún no entendemos por qué a esta tierra la llaman "Cálido Horno". Tampoco las olas del Pacífico acompañaban a los solitarios surfistas.

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En un momento en que la carretera se adentra un poco hacia el interior aparecieron de nuevo las inmensas extensiones de viñedos y también otros cultivos que no logramos identificar.

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Cuando la carretera vuelve a la costa, las montañas se acercan al mar y comienza el espectáculo. Es increíble la cantidad y variedad de paisajes a los que pueden dar lugar el mar y la montaña. Con arena, sin arena, con árboles, sin árboles, escarpadas montañas de roca pelada, suaves colinas de hierba dorada y, casi siempre, pequeños arbustos creando tapices de múltiples formas y vivos colores.
Muy cerca de Cambria, mirando a la costa desde una colina, se encuentra el Castillo Hearst, construido por el magnante de las comunicaciones William Randolph Hearst, en el que está inspirada Ciudadano Kane, la célebre película de Orson Welles.

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Apenas 4 millas al norte del castillo está Piedras Blancas, donde se encuentra la mayor colonia de elefantes marinos de California, retozando, peleando, gritando y sobre todo durmiendo como buenas focas.

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Por cierto, las piedras blancas que dan nombre al lugar y que abundan por la costa no son de mármol o caliza, deben su color a los excrementos de las aves.

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Paramos tantas veces a contemplar los paisajes que tardamos 8 horas en recorrer los 160 kms que van desde Cambria, un pueblecito muy auténtico cerca de San Luis Obispo, hasta el muy pijo y residencial Carmel, ya en Monterrey.

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Más paradas. Más paisajes que fotografiar.

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Especialmente bello nos pareció el rincón donde se encuentra Pfeiffer Falls.

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Poco a poco, con mucha calma, continuamos hacia Monterrey.

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También, por 10 $ el parking, visitamos ya en el último tramo próximo a Carmel, la reserva natural de Point Lobos, donde avistamos leones marinos y colonias de cormoranes con la luz del atardecer.

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Parece ser que hay una carretera de pago, entre Carmel y Monterrey, para ir viendo mansiones de está zona residencial. ¡Lo que me faltaba, pagar a los ricos por ver las casitas en las que viven!
Después de atravesar Monterrey la carretera atraviesa un extenso campo de dunas junto al mar y unas millas más tarde, ya hacia el interior, nos encontramos con más viñedos y con este fotogénico cultivo de flores.

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Ya al anochecer, San Luis Reservoir.

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El último tramo del camino se hizo un poco duro por la noche y el cansancio. Después de tomar algo rápido en Merced, llegamos a Mariposa sobre las 12.

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Madrugón importante pues es domingo y pensamos que a los californianos quizás les pueda apetecer pasar el Sunday en Yosemite. Desayunamos en el único bar abierto a las 5,30 en Mariposa, el local más americano que nos topamos en el viaje, con su máquina de discos, sus camareras paseando cafeteras para servir a los clientes, sus butacas de escay,... y sus espectaculares platos. Yo pedí una tostada con el café y me trajeron dos ladrillos de 20x20, rebozados con huevo y medio kilo de mantequilla; una auténtica bomba calórica.
Bien desayunados llegamos a la puerta sureste de Yosemite y nuevas diferencias californianas: ni nos pidieron el pase ni nos dieron mapa ni nada, al contrario que en otros parques donde con toda amabilidad nos llenaban de mapas, folletos y hasta periódicos en castellano,
Por esta entrada se recorre un profundo valle del río Merced hasta llegar al corazón del parque donde avistamos un oso pardo y, por primera vez, la famosa pared del Capitán.

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Nuestros planes pasaban por dirigirnos en primer lugar al sur, hacia Wawona, para visitar Mariposa Grove, el famoso bosque de secuoyas gigantes. Al llegar al desvío que lleva al bosque, una pareja de no muy educados setentañeros (no sé como funciona la jubilación en USA) nos manda parar el coche y aparcar en un claro de bosque a un lado de la carretera a más de 2 millas de Mariposa Grove. Cuando preguntamos como podíamos llegar a nuestro destino nos dicen, sin más explicaciones, que hay un bus. Al no ver señal ni nada que pudiese indicar la parada, insistimos en preguntar donde pararía el bus y cuanto tardaría en pasar. Como mosqueado por nuestras lógicas preguntas, uno de los vigilantes nos hace un gesto hacia tres personas mayores (una de ellas con muletas) que también parecían estar esperando el bus. Media hora más tarde, se nos pone cara de gilipollas al ver pasar un bus con un cartel de completo que, por supuesto, no para. Ninguno de los vigilantes se dignó a dar explicación alguna, ni tan siquiera una empática mirada de "lo siento" hacia los el trío de las muletas. A la vista del éxito, decidimos darnos el paseo de 2 millas hasta las ya por entonces no tan simpáticas secuoyas. A medio camino la carretera se empinó considerablemente y empezamos a ver pasar coches y más coches en nuestra dirección. Sospechamos entonces que los guardianes de la carretera habían abierto el paso. Al llegar al Mariposa Grove, además de disfrutar de las espectaculares secuoyas y también de pinos gigantes, nos enteramos del sistema de acceso al bosque que consiste en dejar pasar coches cuando hay espacio en el parking. Lógicamente, si nos hubiesen informado bien, habríamos esperado unos minutos antes de hacer a patas 45 minutos de calurosa y empinada carretera.

Al volver, esta vez sí en bus, a recoger nuestro coche recriminamos educadamente a los guardines setentañeros su falta de información y entonces, sin más, se pusieron muy bordes, exhibieron su vena racista y nos regalaron algún que otro gesto obsceno acompañado de “fucking foreigners” y “go back to your country”, algo así como “putos extranjeros id para vuestro país”. No nos dejamos avasallar ante tal agresión verbogestual y respondimos adecuadamente.
Es preciso aclarar que la inmensa mayoría de los americanos con los que tuvimos alguna relación se comportó de forma extraordinariamente amable y educada. Sin embargo, y al margen de este incididente, desde nuestra llegada a California la cordialidad y hospitalidad de la gente bajó algunos enteros, aunque obviamente no es un dato científico y pudiera ser algo meramente casual.


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Dejamos definitivamente la zona sur del parque y nos dirigimos hacia Glacier Point para disfrutar de las espectaculares vistas a la parte central del parque: las impresionantes paredes de El Capitan, Half Dome, los valles Yosemite y Little Yosemite, la infinidad de lagos y cascadas. Un espectáculo de granito, agua, nieve y bosques que no se puede uno perder.

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Al regresar por la Road Glacier Point nos encontramos con esta bucólica pradera.

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También en Yosemite se regula el ecosistema mediante fuegos controlados y también los árboles muertos siguen facinándome. Nos enteramos de que las secuoyas gigantes son especialmente sensibles a la necesidad del fuego para subsistir. Básicamente se trata de eliminar de cuando en cuando a los animales y plantas que les molestan.

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A regresar hacia Yosemite Valley, corazón del parque, las vistas desde la carretera son dignas de parada y foto.

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El calor aprieta en el valle y casi sin querer nos encontramos con Bridalveil Creek, un riachuelo que después de caer en Bridalveil Fall, altísima cascada donde el agua se deja mecer suavemente por el viento, nos ofrece en su lecho de piedra múltiples y cristalinas charcas donde refrescarse y descansar. Una auténtica gozada.

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Más cascadas para la parte final de la visita: las Yosemite Falls, a las que se llega atravesando un bello bosque.

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De tener más tiempo, yo elegiría patearme el John Muir Trail hasta las Vernar y Nevada Falls, o también subir hasta la parte alta de las Yosemite Falls, pero para ello haría falta una jornada más de la que no disponemos.
También nos detuvimos al pie de la imponente y vertical pared de El Capitan donde con la ayuda de los prismáticos y telescopio de una amable y encantadora familia americana pudimos observar los esfuerzos y habilidad de varios escaladores.

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Aprovechamos en Yosemite la luz del día al máximo a costa de realizar el trayecto hacia Manteca
prácticamente de noche. Aún con el sol ocultándose en el horizonte, pudimos ver los lejanos reflejos del New Melones Lake.

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Después de cenar, la noche nos ayudó a cometer un error en Oakdale y no seguir la ruta prevista. Sin señales que indicasen Manteca por ningún lado, por primera vez echamos en falta un mapa de carreteras. Acabamos en una gasolinera cerca de Ripon donde una pareja de polis un poco macarras se bajaban de un coche patrulla que echaba humo por todos lados. Entre risas, comentando la gran hazaña de quemar el motor de su propio coche, nos indicaron el camino a Manteca a donde llegamos sin más novedad que un buen atasco en la 99.

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Desgraciadamente, esto se acaba.
A medio camino entre Manteca y San Francisco nos encontramos con este campo de generadores eólicos. En esta tecnología, incluso a simple vista, se nota que en España somos punteros, por delante de los americanos. Parece ser que a Obama le gustan mucho y quiere llenar su país con nuestros modernos molinos de viento.

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La mañana era calurosa hasta llegar a Oakland, al otro lado de la bahía de San Francisco. Como siempre desde que llegamos, la niebla campa a sus anchas en la costa californiana y san Francisco no iba a ser la excepción. Ahora se entiende mejor la gran cantidad de imágenes del Golden Gate envuelto en una densa bruma y el sonido constante de las sirenas, faros acústicos guiando a los barcos por la bahía de San Francisco.

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A pesar de la niebla, o casi mejor diría que gracias a ella, hay emoción al entrar por el enorme puente de Oakland y darse de lleno con el puerto de San Francico respaldado por los altos edificios del centro financiero, imagen tan familiar gracias al cine y la televisón. Y no digamos cuando dejamos la autopista, pisamos las primeras calles del Downtown y vemos los primeros tranvías subiendo y bajando por las empinadísimas colínas sobre las que creció la ciudad.

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Llegamos a nuestro céntrico hotel North Beach, en pleno Chinatown y al lado del Pyramid Building y nos encontramos con la sorpresa de que no es un hotel al uso, más bien una especie de establecimiento que alquila habitaciones a estudiantes y que en verano aprovecha para alojar otro tipo de clientes. Algo que no estaba indicado en Booking (Web desde donde hicimos la reserva) era que la habitación no tenía baño. De todos modos, había bastantes en el pasillo y no hubo ningún problema. Por relación calidad precio y por su situación, volveríamos sin dudarlo.
Eran las 11 de la mañana y no teníamos que devolver el coche hasta las 2. Aprovechamos para dar una pequeña vuelta y ubicarnos en la ciudad. Muy poco tráfico por las calles de San Francisco.

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Cuando fuimos a devolver nuestro querido Nissan Sentra a las oficinas de Alamo en Union Square, nos encontramos con una inmensa cola para alquilar coche. Aviso a navegantes. Para realizar la entrega no tuvimos que esperar nada. Después de 6000 kilómetros por el oeste americano sin el más mínimo problema y portándose como un campeón, dejamos a nuestro compañero de fatigas en manos de los expertos cuidadores para recibir un chequeo y una merecida limpieza.
La niebla nos acompañó de forma intermitente el resto de la jornada. Aunque le imprime una personalidad especial a la ciudad no es la mejor compañía a la hora de hacer fotografías.

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Una de las cosas que más me llamó la atención es el enorme despliegue de cables eléctricos y postes que los soportan. Ayuda mucho a tejer esta descomunal tela de araña el tendido de alimentación de la red de trolebús. En algunos lugares parece una auténtica maraña imposible de desenredar. En esto se parece a ciudades de otras latitudes como La Habana, Salvador de Bahía, Hanoi,...

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Comenzamos nuestro paseo por San Francisco en Union Square en dirección a North Beach
atravesando Chinatown y subiendo nuestras primeras cuestas hasta la Grace Cathedral. En algún lugar leí que Chinatown de SF es el mayor de todo USA y eso se nota de inmediato. Además de su extensión, sus tejados de pagodas y sus dragones, me llamó la atención el bullicio típicamente oriental en sus calles llenas de vida. Es digna de resaltar la resistencia de estas comunidades a ser engullidas por costumbres occidentales y como permanecen agrupados en barrios estancos. Dada la gran superficie de Chinatown y su localización tan céntrica compartiendo calles con el distrito financiero, no es difícil deducir las grandes presiones que tendrían que soportar para no ser empujados a cambiar de lugar.

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Comimos bien y caro en una pizzería de Washington Square que además, sin advertirlo en ningún sitio visible al público, no admitió el pago con tarjeta y nos dejó mosqueados y sin cash.

Muy cerca de allí, pero separada por una terroríca pendiente, se encuentra la Coit Tower, estupendo mirador en la cima de una colina con vistas a la bahía y a la parte norte de la ciudad que se pueden disfrutar desde la base de la torre ahorrando unos dólares y las colas para el ascensor.

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Bajamos esta colina y subimos otra hasta las peliculeras eses en Lombard Street, repletas de turistas. La verdad es que no me imaginaba San Francisco tan turistico. Era, junto con Chicago, la ciudad del viaje a la que le tenía más ganas y no me defraudó, pero está todo montado como un enorme escaparate para turistas y eso, ingenúo de mí, no me lo esperaba.

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Desde Lombard tocaba descenso hacia los muelles de Fisherman's Wharf para ver como decenas de leones marinos montaron su hogar en el Pier 39. La niebla se cerró más si cabe y el viento gélido que llegaba del mar nos obligó, como a miles de turistas que deambulaban por la zona, a entrar en alguna de las innumerables tiendas de ropa y souvenirs y comprarnos unas chupas.
Si no fuese por el viento disfrutaríamos más de las vistas a la bahía

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El frío y el ambiente tan turistero nos empujó hacia el centro de la ciudad buscando el abrigo de los edificios y lugares con más personalidad. El fresquito, la comida que aún nos quedaba y el palo del almuerzo nos ayudaron a elegir cena en el hotel. Después de cenar, un paseito sin mucho rumbo por Market Street y alrededores.

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Desde la puerta del hotel teníamos esta vista que aproveché para fotografiar en distintos momentos del día.

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