El verano de 2007 decidimos hacer en familia (mi marido, nuestras dos hijas y yo) un viaje a la costa oeste de los Estados Unidos. Pensamos visitar fundamentalmente California, pero también aprovechar para ver el Gran Cañón y Las Vegas, atravesando de este modo otros Estados y conocer lo que solemos llamar la América profunda.
Como nos gusta ir a nuestro aire, después de visitar muchos foros y acumular informaciones diversas, decidimos organizar el viaje por nuestra cuenta: vuelo y alquiler de coche para movernos por el país. Disponíamos de 15 días largos, así que organizamos un circuito empezando por Los Ángeles (3 noches a la ida y una al final del circuito), una noche en un lugar aún sin determinar, de paso hacia el Gran Cañón. En el Gran Cañón pernoctamos otra noche, para continuar después el viaje hasta Las Vegas (2 noches), después Yosemite (3 noches), San Francisco (3 noches), a continuación el Big Sur, parando en Monterrey (1 noche) y San Luis Obispo (1 noche), para pasar la última noche nuevamente en LA, en un hotel al lado del aeropuerto e iniciar el viaje de regreso.
Después de consultar precios, decidimos volar desde Bruselas (ahora estamos residiendo aquí) hasta Los Ángeles, haciendo escala en NY, tanto a la ida como a la vuelta. A nuestra llegada a Los Ángeles nos dirigimos a la agencia con la habíamos alquilado el coche a través de Internet (Budget), que no se encuentra en el mismo aeropuerto, por lo que hay que coger un microbús que te deja en una especie de central de reservas de coches. Habíamos reservado un modelo de Chrysler, que vimos no disponía de un maletero suficiente para el equipaje de 4 personas, pero no hubo ningún problema para cambiarlo por otro sobre la marcha, por el mismo precio, de modo que cogimos un Chevrolet Impala, que resultó muy bien. Inmediatamente después nos dirigimos al hotel que teníamos reservado en Los Ángeles. Todos los hoteles de nuestro viaje ya habían sido reservados por Internet, siguiendo algunos de los consejos de los foros, o de nuestro instinto, con resultados desiguales. La mayoría los contratamos a través de Destinia, que fue el buscador que ofreció mejor oferta y precio.
El The New Otani de LA está bastante bien. Se encuentra prácticamente en la city, en lo que se llama el barrio japonés, un sitio bastante feo, rodeado de autopistas. La cantidad de autopistas es una de las cosas que más sorprenden de LA. A todos los europeos Los Ángeles nos es absolutamente familiar a través del cine y de la televisión. Sin embargo, para mí la sorpresa fue encontrarme con que LA no existe. En realidad se trata de una megalópolis que une distintas áreas, la mayoría con nombres de sonoridades españolas, comunicadas a través de montones de autopistas. Para moverse por esa red tan tupida nos resultó muy útil el GPS, que llevábamos ya cargado con los mapas de la zona.
El inicio de la visita fue un poco decepcionante: la ciudad que íbamos viendo desde el coche estaba descuidada, los edificios no eran bonitos y Sunset Boulevard no tenía el glamour que imaginábamos. Visitamos los lugares tópicos: Hoollywood, Bel Air, el Boulevard de las Estrellas, Melrose Avenue, Beverly Hills, Rodeo Drive, etc. Beverly Hills es, desde luego, espectacular, así como todo lo que son barrios residenciales exclusivos, pero los barrios que no son de lujo no tienen gran interés. Están descuidados y sucios. La ciudad, además, está envuelta en una bruma de contaminación de la que sólo se libran los barrios residenciales que se encuentran en las colinas. Comimos en Sunset Bulevar, en un lugar de comida sana, rodeados de gente guapa, en donde no había ningún derivado de la leche, todos los productos lácteos estaban hechos con leche de soja. Es una de las tantas contradicciones de este país: al lado de un número considerable de obesos te encuentras con un culto a la comida sana rayando en la exageración. Comida sana que, por supuesto, es cara. Con lo cual te das cuenta de que en realidad es una cuestión de clase social. Para poder comer sano hay que tener suficientes recursos y quienes no disponen de ellos se alimentan con “comida basura” y muchos engordan sin control.
A última hora de la tarde fuimos hasta Santa Mónica y Venice beach. En Santa Mónica, donde queríamos ver la puesta de sol, tuvimos un encuentro con una señora cubana, “sin techo”, aseada, educada, con estudios, con todas sus pertenencias en un carrito de la compra y que nos hizo ver hasta qué punto, una vez que entras en ese engranaje infernal de los “sin techo”, la vuelta atrás es casi imposible. No puedes encontrar un trabajo porque ya no reúnes las condiciones necesarias imprescindibles en esta sociedad: no tienes ni domicilio ni cuenta bancaria. Está claro que si no trabajas no puedes pagar un alquiler ni disponer de una cuenta bancaria, pero sin ellos no consigues un trabajo.
En Venice beach, nueva decepción. La playa es espléndida, larga, ancha y de arena fina, pero todo el entorno es feo y cutre, con montones de chiringuitos para turistas, sin ningún interés. Cenamos en una calle de Santa Mónica con muchísimo bullicio, llena de restaurantes y de tiendas, todo abierto hasta muy tarde. Se veía que era una zona de ambiente, para turistas, pero también para ellos.
Al día siguiente, nuestro segundo día en LA, visitamos los estudios Universal. Es un enorme parque de atracciones, quizás como tantos otros, de no ser porque la visita de los estudios de cine resulta divertida e interesante. Viajando en un trenecito, con guía en español (el español se habla por todas partes), vas pasando por distintos decorados de cine, algunos de películas o series famosísimas, ves efectos especiales sorprendentes y los lugares donde se rodaron conocidas películas. También hubo tiempo ese día para acercarnos hasta algunas de las numerosas tiendas vintage en donde puedes encontrar cosas de lo más curiosas.
Ya en la mañana del último día visitamos primero la city, en donde hay algunos edificios de interés, por ejemplo el Concert Hall, de Gehry (que se parece muchísimo al Gugenhein), o la catedral, de Rafael Moneo, y después El Pueblo que es el núcleo primitivo de LA, cerca de la city. Se visita la que se supone fue la primera casa de LA, con numerosas dependencias, patio, pozo, plantas, muebles, enseres, etc. A mí me gustó mucho, me parecía estar en el Méjico de las películas, con sus callejuelas de casitas bajas de color blanco, naturalmente con las inevitables tiendas para turistas, llenas de gente de aspecto latino, hablando español, con una pequeña plaza de estilo colonial, donde figuran los nombres de los fundadores de la ciudad (todos con nombres españoles) y en donde la gente escuchaba melodías latinas que interpretaban un grupo de músicos.
Dejamos LA para empezar nuestro circuito. El destino siguiente era el Gran Cañón haciendo una noche en el camino. Era el único hotel que no llevábamos reservado porque no sabíamos exactamente en qué lugar íbamos a dormir. Dejamos California para entrar en Arizona. Atraviesas kilómetros y kilómetros de desierto parecido al desierto de Tabernas en Almería, pero aquí inmenso. Todo en EEUU es a lo grande, desde la naturaleza hasta las construcciones del hombre: edificios, coches, trenes, todos son enormes. Cruzamos varios trenes de mercancías que llevaban más de cien vagones, parecía que no acababan nunca de pasar. Nos salimos de la autopista para circular por el tramo más largo que se conserva de la primitiva ruta 66: no había nadie, estábamos solos. Paramos en la gasolinera de un pueblo fantasma llamado Amboy. Bofetón de aire caliente al salir del coche y sensación de no poder respirar al entrar en el bar la gasolinera, sin aire acondicionado, donde estaba el gasolinero y un parroquiano en medio de aquel calor sofocante. El gasolinero, que sabía donde está España (cosa no habitual), se sorprendió de que hubiéramos recalado allí. Según él la fama de la ruta 66 estaba atrayendo turistas y esto podía acabar con la “plácida tranquilidad” del lugar. Sin embargo, en la ventana del bar figuraba un vistoso cartel con el anuncio de ruta 66, porque es evidente que es una atracción turística que están explotando.
Paramos a dormir en un motel de un lugar llamado Kingman. Se trata de un típico pueblo americano, muy extenso, con una calle principal llena de tiendas en las que vendían lo que podríamos llamar antigüedades, pero que eran objetos de coleccionista de lo más diversos. Cenamos en el típico restaurante con atmósfera del oeste, la típica comida americana, que ya empezaba a cansarnos, y desayunamos en una cafetería al lado del hotel, con muchos turistas -porque es lugar de tránsito hacia el Gran Cañón- y con un sorprendente (para nosotros, claro) grupo de vecinos, alrededor de una mesa, discutiendo sobre algún tema de interés comunitario, todos hombres y ataviados todos ellos con enormes sombreros, como si saliesen de una película del oeste.
Continuamos ruta hacia el Gran Cañón. Según nos íbamos acercando la vegetación aumentaba hasta que nos encontramos en un bosque de pinos. Yo imaginaba el Gran Cañón en una zona desértica. Pues no, el tajo se encuentra en medio de una zona boscosa y la verdad es que es impresionante, de una belleza espectacular. Claro, hay que pensar que para llegar tenemos que ascender la altura del tajo, que es nada menos de 1.600 metros. Todo es grandioso (entre 6 y 29 Km. de ancho y más de 400 Km. de largo). Los turistas son naturalmente numerosísimos, pero eso no impide que se pueda contemplar el espectáculo con tranquilidad desde los numerosos miradores enlazados mediante autobús. Dentro del parque hay no sólo hoteles, sino también campamentos y equipamientos para lo que es una zona de vacaciones de los propios americanos.
Nos alojamos en el Hotel Canyon Plaza Quality Inn, a la entrada del parque, en una zona llena de hoteles y restaurantes. El hotel está bien, tiene la disposición de un motel pero más confortable, con jardín interior, piscina, etc. Al día siguiente por la mañana hicimos una excursión en helicóptero para sobrevolar el cañón. Merece la pena porque atraviesas el cañón de lado a lado y puedes tener otras perspectivas y hacer fotos diferentes. Pero yo diría que tampoco es indispensable porque las vistas desde los miradores ya son impresionantes.
Después de comer iniciamos ruta hacia Nevada para ir a Las Vegas, pasando por la famosa presa Hover. Tampoco Las Vegas está en medio de un desierto como yo imaginaba, quizá porque la ciudad es tan extensa que te encuentras con poblaciones desde mucho antes de llegar. Habíamos reservado dos noches en el Hotel Flamingo, uno de los más antiguos de Las Vegas, que se encuentra en el corazón del Strip. El hotel está francamente bien, aunque naturalmente los hay mejores, es inmenso y con servicios de todo tipo. Lo primero que nos sorprendió al llegar al hotel fue la cantidad de personas obesas que había allí (algunas precisaban usar silla de ruedas), lo segundo las salas de juego, lo tercero las porciones de las tartas en las cafeterías, la cantidad de tiendas dentro del hotel, el número de habitaciones (más de 3.000), etc. Esto resume ya la concepción de Las Vegas. Las Vegas, como todo el mundo sabe, es un sitio de ocio: se viene a jugar, a comer, a comprar y a asistir a alguno de los numerosos espectáculos que ofrece cada noche la ciudad (del Cirque du Soleil había nada menos que 5 espectáculos diferentes). Tiene un lado un tanto deprimente, con salas de juegos en penumbra, llenas de maquinitas, funcionando las 24 horas del día, con personas solas, abstraídas con un inmenso paquete de palomitas y enormes botes de bebidas. Sin embargo, la ciudad es todo un espectáculo. Las iluminaciones de los hoteles son sorprendentes, es como una decoración de navidad gigante, al estilo americano.
Los hoteles son como parques temáticos: Venecia con góndolas incluidas, Egipto con sus pirámides, París y la Torre Eiffel, La Metro y sus leones auténticos, etc. Compiten entre ellos en las iluminaciones exteriores, en los espectáculos, en las tiendas, en los jardines, en los montajes de luz, agua y sonido (fabuloso el del Bellagio) y, naturalmente, en la comida. En el hotel Rio se puede comer por unos 18 dólares un buffet de diferentes cocinas del mundo sin ningún límite más que tu capacidad de devorar. La comida estaba francamente bien, desde mariscos, pescados, carnes, pasta, hasta cocina mejicana, china, india, etc. más una variedad de repostería que, para una persona golosa supone todo un reto. Después de cenar fuimos, como no, a un casino, para ver el ambiente y jugar un poco. Naturalmente perdimos.
La siguiente etapa era Yosemite. Cambio radical. Dejamos la lujuriosa Las Vegas para ir a descansar en medio de la naturaleza. Yosemite es uno de los grandes parques de EEUU. Tuvimos que quedarnos tres noches porque las cabañas del parque sólo las alquilan por tres noches mínimo. Como era lo que nos apetecía aceptamos coger tres noches y fue un acierto. El parque es inmenso y hay muchas zonas de cabañas y de acampada. A la entrada del parque estaba el Wawona Hotel, un hotel antiguo de madera y con corredores como los actuales moteles, formado por tres edificios en forma de U rodeando un parque. Es un hotel con mucho sabor, con solera y un buen restaurante en donde cenamos cada noche. La última noche, además, pudimos asistir en el pueblo a bailes tradicionales, con música folk, en un ambiente muy americano, con gente acogedora, encantada de que estuviésemos allí e intentando que participásemos en los bailes. Cada noche, al salir de cenar, quedábamos maravillados del cielo de Yosemite. Está literalmente plagado de estrellas, parecía que no cabía una más. Supongo que porque es un clima seco y no hay nubes ni tampoco contaminación lumínica. La cabaña pertenecía a un complejo que se llama The Redwoods, en la zona de Wawona, y está en una especie de pequeño poblado de cabañas, con un sistema de seguridad antiosos para los recipientes donde se dejaban las basuras. Porque hay osos, no es una leyenda. Nos encontramos con uno, del que tenemos testimonio fotográfico. Eso explica la cantidad de carteles que hay por todas partes referidos a los osos.
La cabaña era muy coqueta, de madera naturalmente, en medio de pinos, con una enorme terraza también de madera, desde la que veíamos ciervos paseándose como si tal cosa. Es el lugar ideal para descansar, con buen clima, tranquilísimo y unos paseos preciosos.
Para visitar el parque hay coger el coche, pues es muy grande, pero merece la pena. Los lugares conocidos, como el valle de Yosemite, donde se encuentra El Capitán, o el Half Dome, desde donde se puede ver un precioso crepúsculo, tienen gente, pero no demasiada. La zona estaba habitada hace un par de siglos por los indios ahwahnichi, y no cuesta trabajo imaginarlos por aquellos lugares. También resulta espectacular Mariposa Grove, la zona, a la entrada del parque, donde se encuentran las sequoias gigantes. Son árboles centenarios inmensos. Ahora, naturalmente, están protegidos, pero se puede ver uno al que le practicaron un túnel para que pudiese pasar una carreta ¡Y vive!
Nuestra siguiente etapa fue San Francisco. Habíamos reservado tres noches en el Hotel Milano, que no estaba mal, pero podría estar mejor. Estaba justo al lado de la zona comercial y como en el límite entre la zona “burguesa” y la “marginal”. De hecho, la primera mañana cruzamos la calle para ir a desayunar a un Starbucks que se encontraba en la otra acera: nada que ver con el Starbucks en el que desayunábamos en LA, ni con los que conocemos aquí. Era totalmente cutre, sin mesas, sólo con una especie de repisa donde dejar la taza y la clientela, desaliñada, se veía que acababa de pasar la noche en la calle. Eso es San Francisco, los homeless conviven con el resto de los habitantes con total naturalidad. Nadie se siente incómodo. De hecho se ve muchísima gente “sin techo”, con su carrito-casa, jugando a las damas al atardecer en unas mesas ad-hoc en pleno Powell Street. Es como una pincelada más de San Francisco, porque aquí se ve gente muy estrafalaria, algunos parecen que viviesen aún en la cultura hippy, pero llenos de canas. San Francisco es especial. Es una ciudad curiosa, con sus colinas endiabladas. Estás todo el tiempo subiendo o bajando (espectacular Lombard Street).
Su arquitectura victoriana (no sólo el conjunto de Alamo Square), sus tranvías (“cable cars”), sus reminiscencias hippies (especialmente en Haight-Ashbury; recomendable comer en Cha Cha Cha), su ambiente bohemio, impregnado aún por la generación beat (hay que visitar la librería City Lights Books, en 261 Columbus Av.), sus pinturas murales (varias de Diego Rivera). Los rascacielos del Financial District, junto a las tranquilas residencias de Nob Hill y el abigarramiento de Union Square. Y su mezcla de razas, con gran presencia de asiáticos. Precisamente el barrio chino es uno de los atractivos turísticos. Pero también lo es el puerto, con sus leones marinos descansando tranquilamente.
Y las numerosas tiendas para turistas de Fiserman’s Wharf, en las que, junto a los típicos recuerdos, también se pueden encontrar chaquetones, porque en San Francisco hace frío incluso en verano. Es por el viento, sopla un viento frío. Naturalmente nosotros también tuvimos que comprar ropa de abrigo. No hicimos la típica excursión a la isla Alcatraz, que vimos desde la colina Coit Tower, pero sí cruzamos el Golden Gate para ir hasta Sausalito. A la ida el puente estaba como siempre con niebla, pero a la vuelta conseguimos verlo con sol. Por cierto, dimos un paseo por el parque que se encuentra al lado del puente, el Golden Gate Park, y nos encontramos absolutamente fuera de lugar: parecíamos marcianos en medio de una comuna hippy ¡Y no todos eran jóvenes!
Después de San Francisco iniciamos la vuelta hacia LA por la costa oeste, llamada el Big Sur. Es una costa de una belleza agreste y espectacular. De hecho, la carretera que se trazó en los años 30 del pasado siglo (Hwy 1) es una carretera panorámica para poder disfrutar de los increíbles paisajes. Apetecía bajarse constantemente del coche para ver y hacer fotos. Por cierto, durante casi todo este trayecto nos fuimos cruzando con un desfile de coches antiguos que debían tener una concentración en algún sitio. Eran piezas de museo, cuidadísimos, de distintas marcas y modelos. Seguro que no veremos tantos Rolls Royce juntos nunca más. A veces no sabías a donde mirar, si hacia el mar o hacia el interior. El mar es azul oscuro, con pequeñas playas de arena blanca a las que se llega por senderos rodeados de mucha vegetación. El problema era el viento. Soplaba fuerte y era frío. La verdad es que no se veía gente en las playas y cuando quisimos quedarnos un rato en una de ellas que estaba al lado de la carretera, ocupada en parte por una colonia de leones marinos, tuvimos que resguardarnos en una plataforma de madera y más bien tapaditas.
La primera noche nos quedamos en Monterrey, en el Lighthouse Lodge&Suites, en Pacific Grove, que forma parte de la península de Monterrey. Es un lugar de vacaciones muy ciudado, con las típicas casas americanas de madera y un largo paseo marítimo donde te alquilan bicis para recorrerlo. Aprovechamos la ocasión y el tiempo porque hacía sol y el paseo en bici fue muy agradable. También aquí había leones marinos en el muelle, en unas plataformas de madera. Desde Monterrey se puede visitar una parte de la costa que es privada, las 17 millas. Hay que pagar un peaje para entrar pero, personalmente, pienso que merece la pena. El paisaje es muy bonito, con mansiones espectaculares alejadas entre sí por zonas boscosas. Los árboles parecen una especie de cedros pero sin tanta envergadura. A causa del viento tienen unas formas retorcidas que les dan mucha gracia. Uno de ellos, que está aislado sobre una roca encima del mar, dicen que es el árbol más fotografiado del planeta. Y me lo creo porque allí estábamos todos haciéndole fotos.
Al otro lado de este paraíso, continuando hacia el sur, está Carmel, otro lugar igual de bonito. Aquí visitamos la misión de San Carlos Borromeo, una de las nueve que el mallorquín Fray Junípero Serra fundó en California, cuando aún era parte de Méjico, con el fin de catequizar a los indios mientras los hacían trabajar en las tierras de la misión. En la misión, de estilo colonial español, no tenías la impresión de estar en EEUU, podría ser cualquier país de América Latina o incluso de España.
Continuando viaje hacia el sur llegas a San Simeon donde visitamos en una colina el Hearst Castle State Historial Monument. Se trata de la mansión que construyó Hearst, el magnate de la prensa al que retrató Orson Welles en Ciudadano Kane. Su megalomanía se deja ver en todos los pabellones y en todas las salas. La mansión -el Xanadú de la película-, es uno de los sitios más visitados de los EEUU y hay toda una organización de circuitos diferentes que te enseñan sólo una parte del conjunto. Nosotros, como no sabíamos, cogimos el primer autobús que hacía un circuito y no resultó ser el más interesante, porque estuvimos viendo el pabellón de invitados y no nos enseñaban la casa principal, hasta que insistimos en que veníamos desde muy lejos y queríamos ver el comedor y la sala de cine. Al final pudimos verlo casi todo. Parece increíble que alguien dispusiese de tanto dinero para hacer construir y decorar semejante mansión, con piezas que hacía traer desde Europa y con todos los materiales nobles inimaginables.
La penúltima noche la pasamos en San Luis Obispo. Aquí nos dejamos aconsejar por el foro y reservamos en el hotel Madonna Inn. Es el lugar más cursi y kitch que uno se pueda imaginar. Todo era de color de rosa, hasta el azúcar!
Y ya no nos quedaba más que llegar hasta LA para pasar nuestra última noche en el Los Ángeles Airpor Marriot, que está francamente bien, pero que aprovechamos poco porque tuvimos que levantarnos a las cuatro de la madrugada para ir al aeropuerto, que estaba al lado y que, a pesar de la hora, estaba abarrotado de gente. Se supone que tienes que sacar tú tu tarjeta de embarque en una maquinita, pero en nuestro caso, al tener que hacer escala en NY, no éramos capaces. Afortunadamente al final vinieron a ayudarnos y pudimos embarcar sin más problemas. Y otra vez de vuelta a casa.
Fue sin duda un viaje muy interesante. Por un lado conoces lugares que ya te resultan conocidísimos a través del cine o de la televisión, pero también de tas cuenta de los tópicos preconcebidos que no se corresponden con lo que estás viendo. A mí personalmente me gustó más la naturaleza que las ciudades. Los europeos estamos mal acostumbrados, por eso nos es difícil, pienso, encontrar ciudades tan bonitas como las europeas. Pero los paisajes naturales como el Gran Cañón, Yosemite y el Big Sur son verdaderamente espectaculares. Los americanos nos parecieron gente acogedora, agradable, abierta, espontánea. Por ejemplo, te dicen que les gusta algo que llevas puesto de forma absolutamente natural. Y un español no tiene ningún problema con la lengua. Siempre hay alguien que habla español y que está dispuesto a echarte un cable. Otra ventaja: en estos momentos, con el dólar tan bajo, el viaje resulta a muy buen precio.
Estos fueron los diferentes costes:
-Vuelo Bruselas-LA, con escala en NY – 850 euros ida y vuelta por persona.
-Alquiler de coche CHEVROLET Impala – 300 euros. Reserva para Budget hecha a través de ebookers.es
-Hotel New Otani en LA: 2 habitaciones dobles, 3 noches – 525 euros
-Motel 6 en Kingman: 2 habitaciones dobles, 1 noche – 96 dólares
-Hotel Flamingo en Las Vegas: 2 habitaciones dobles, 2 noches – 342 euros (estuvimos entre semana, el fin de semana es más caro)
-Cabaña en Yosemite: 3 noches – 840 dólares
-Hotel Milano en San Francisco: 2 habitaciones dobles, 3 noches – 611 euros
-Hotel Lighthouse Lodge and Suites en Monterrey: 2 habitaciones dobles, 1 noche – 192 euros
-Hotel Madonna Inn en San Luis Obispo: 1 habitación cuádruple – 188 euros
-Hotel Airport Marriott en LA: 2 habitaciones dobles, 1 noches – 152 euros
Todas las reservas de hoteles fueron hechas con Destinia.com, salvo la de Monterrey que se hizo a través de Hotels.com y, naturalmente, el Motel 6 que lo cogimos sobre la marcha. No tuvimos ningún problema con ninguna de ellas y todas las que se pagaron en euros se abonaron desde aquí con la Visa.
ambior tu diario me resulto muy entretenido y facil de leer, yo al igual que tu si alguna vez voy a esos lugares creo que me impresionara mas la naturaleza.
Te dejo mis puntos y espero compartas mas aventuras con nosotros. Un saludo
Yo por ejemplo, tenía reserva hecha el 12 enero 2020. El viaje era para agosto. Lo que hice para cancelar fue llamar el 23 mayo 2020 y primero te quieren cobrar los 20€, pero les dije que tenía la reserva desde antes del tema coronavirus y me hicieron la cancelación con reembolso del total.
Saludos.
Lucrecia1789 Indiana Jones 29-01-2019 Mensajes: 1734
Yo por ejemplo, tenía reserva hecha el 12 enero 2020. El viaje era para agosto. Lo que hice para cancelar fue llamar el 23 mayo 2020 y primero te quieren cobrar los 20€, pero les dije que tenía la reserva desde antes del tema coronavirus y me hicieron la cancelación con reembolso del total.
Saludos.
Lo mismo
martucabcn Indiana Jones 11-07-2009 Mensajes: 4081
Bueno al final hemos aceptado el bono con un 10% extra y sin que cobren los 20€, lo hemos meditado con mi pareja y como vamos a ir el año que viene y tenemos 3 años para gastarlo...nos compensa.
Lucrecia1789 Indiana Jones 29-01-2019 Mensajes: 1734
Bueno al final hemos aceptado el bono con un 10% extra y sin que cobren los 20€, lo hemos meditado con mi pareja y como vamos a ir el año que viene y tenemos 3 años para gastarlo...nos compensa.
Animooo...me parece que habéis hecho muy bien. En mi caso intentaré ir pero con padres mayores las cosas cambian martuca. Habéis hecho bien y además te pillas el capricho q te apetezca guapa
martucabcn Indiana Jones 11-07-2009 Mensajes: 4081
mariabdn 22/01/2009 16:57
universo18 22/01/2009 19:54
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NYUSSA 14/04/2009 11:30
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