![]() ![]() URUGUAY, IGUAZU, MISIONES y BUENOS AIRES ✏️ Blogs de Uruguay
Iguazú, Uruguay, Río de la Plata, Misiones, Esteros del Iberá, gauchos y asados.Autor: Chungking Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (3 Votos) Índice del Diario: URUGUAY, IGUAZU, MISIONES y BUENOS AIRES
01: URUGUAY: MONTEVIDEO PARTE WAN
02: MONTEVIDEO, TERAPIA DE CHOQUE: BARRIOS DEL PRADO, SAYAGO, LAVALLEJA, ATAHUALPA
03: ARGENTINA: BUENOS AIRES: ESSTEEEEE!! PORTEÑOS POR UN DÍA, BÁAARBARO!!!
04: MÁS VALE UN IGUAZÚ QUE MIL PALABRAS
05: UN PUEBLO LLAMADO WANDA
06: DEL RIO PARANÁ AL RIO URUGUAY POR LOS ESTEROS DEL IBERÁ
07: NO LLORES POR MÍ ARGENTINA
08: MONTEVIDEO SUR: MARGEN DEL RIO DE LA PLATA y CENTRO
09: COLONIA????, NO!!!, PARFUM DU SACRAMENT!!!
10: MONTEVIDEO PARTE ZRI: PARQUE POSADAS Y FILMOGRAFIA URUGUAYA
11: COSTA ATLÁNTICA 1: LA POLIS DE PIRIA
12: COSTA ATLÁNTICA 2: PASTA DEL ESTEEEE, PERDON PUNTA.
13: COSTA ATLÁNTICA 3: SAN CARLOS, VALIZAS
14: COSTA ATLÁNTICA 4: CABO POLONIO
15: MONTEVIDEO, EL ADIOS
16: FIN DE DIARIO. ETAPA PARA MIS TUTORES: EXAMEN DE URUGUAYIZAMIENTO
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Etapas 13 a 15, total 16
En una esquina de la calle trasera del hotel de Punta del Este, agarramos un bus para ir a la terminal de autobuses. Antes de subir, le pregunto al chófer con gafas de sol y pinta macarra, si pasa por la estación. Le respondo afirmativamente a su pregunta de “¿a la de Punta del Este?, y me confirma: SÍ. El tipo que habla con las paredes, taladra la cabeza a todo el que se le pone por delante, y en este trayecto en concreto, aparte de a todos los que suben a su vehículo, a un chaval sentado detrás como víctima fija. Al cabo de unas cuantas vueltas y quiebros sin haber visto la estación, como vemos en una carretera un cartel que pone SAN CARLOS, le preguntamos al charlatán sobre las coordenadas de situación, a lo que nos contesta que ya dejó atrás la terminal, y que es mucho mejor coger el bus a Valizas en San Carlos que en Punta del Este. Como sabemos que las dos son las posibles alternativas para dirigirse a Valizas, nos volvemos a sentar. Unos kilómetros después cuando hace parada en la carretera para que suban unos pasajeros, grita mirando por el retrovisor: “a los que van a Valizas. Se ha de pagar otro billete!”. Sandra va a pagar y yo me acerco con ella a decirle al individuo que porque hemos de pagar otro billete si se había pasado de la parada de la terminal de Punta del Este, donde le habíamos dicho que íbamos. El tipo me responde que sólo le faltaría tener que ir avisando a la gente de donde tienen que bajarse. Sandra le paga y le pide que nos avise de la parada más cercana a la terminal de San Carlos, y el tipo recibe mentalmente mi “V _ _ e a l _ m i _ _ d a, c _ _ r ó _”. Unos metros antes de llegar a la parada, el chaval taladrado sentado detrás suyo que ha escuchado toda la conversación, nos da con amabilidad las indicaciones para llegar a la terminal desde el punto donde se detiene el bus, y el conductor al abrir la puerta le dice a Sandra mientras baja “que vaya bien señora”. Detrás bajo yo, y mientras el tipo recibe telepáticamente mi “p _ y a _ o, g _ _ i p _ l l _ s”, yo recibo de la misma manera “q _ e t _ j o _ a _, i m _ _ c _ l”. No hacemos otra cosa en San Carlos, que recorrer en 15 minutos la corta calle principal hasta el final y regresar a la estación donde hemos sacado los billetes con un bus de Rutas del Sol para las 12'30 por 198 pesos (8 euros) cada uno. Lo único que retengo del paseo, son los cánticos de un grupo de hinchas del Peñarol dándole a un bombo en una plaza, antes de coger un autobús para ir al estadio Centenario en Montevideo a ver el clásico entre los dos eternos rivales futbolísticos uruguayos, y la vidrieras de un club de Pelotaris que indica que celebra los 100 años de existencia. Justo a la hora en que pita el árbito el inicio del Nacional-Peñarol, tras las indicaciones del tendero de un almacén al que hemos preguntado, llegamos a comer algo a las por decir algo puertas, aunque no tiene, del “Rey de la milanesa”. Son las 3 de la tarde, y hemos arribado a puerto después de pasar por Rocha ciudad, la capital que da nombre al departamento, y las poblaciones de La Pedrera, La Paloma, Cabo Polonio, y de un interminable puerta a puerta del autobús goteando en cualquier punto de la ruta, pasajeros de subida y bajada. En el interior de la cabaña de tablones de madera, mientras una decena de paisanos exteriorizan con jolgorio sus afinidades futbolísticas delante de la televisión encendida, le preguntamos a la simpatiquísima pareja joven de la barra, por supuesto también de tablones de madera, si nos pueden ofrecer algo de comer. De los dos tipos de milanesa que nos oferta, acabamos pidiendo una de pescado y otra de carne, sin ánimo de certificar la veracidad del nombre de “Rey de la milanesa” del garito. Al segundo bocado, un estruendo y algunos de los televidentes que salen a la calle gritando y brincando, indican que ha marcado Peñarol. Al cuarto bocado, un silencio y algunos televidentes que salen a la calle renegando con la cabeza agachada, indican que ha marcado Nacional. El clásico es una asunto serio, casi de estado. Las barras (aficiones) están separadas y aunque unos hablan de espectáculo, otros prefieren quedarse en casa ante la agresividad de algunas facciones de estas hinchadas. Por todo el país, es relativamente sencillo encontrar pintadas de los fanáticos, despectivas hacia la afición contraria. Al Peñarol, que viste a rayas doradas y negras, generalizando se le asocia a la izquierda y al pueblo, y a sus aficionados se les denomina “carboneros” porque el club se originó a partir del equipo que montó la compañía inglesa que puso en marcha el ferrocarril en Uruguay, cuyas locomotoras a vapor por aquel entonces, utilizaban como combustible el carbón. A los del Nacional, que van de blanco y azul, se les apoda “bolsilludos” o “bolsos” porque la camiseta del equipo llevaba bolsillo. Generalizando por supuesto, se le asocia a la derecha y al poder. En lo que respecta al clásico, aunque nos fuimos inmediatamente después de acabar el plato y la cerveza, no nos costó nada averiguar más tarde el resultado: Nacional 3 – Peñarol 2. Aunque las calles de arena de Valizas están en esta época repletas de cabaña tras cabaña con el cartel de “se alquila” y un teléfono, otra buena manera de encontrar alojamiento es preguntando, porque aquí se conocen casi todos, y se van vinculando unos con otros. Así lo hicimos nosotros, hasta ir a parar a Kakela y su familia, residentes fijos en el pueblo. Ahora que empieza el invierno, en poblados costeros como éste, muchos migran a otro clima menos extremo, lo que se nota como he dicho, en los montones de cabañas y plantas que se alquilan y que, en una buena proporción para gestionarlas, dejan en manos de los vecinos residentes todo el año. Kakela era una de esos gestores, y amablemente nos dijo que tenía llaves de un par de alojamientos, pero que como no estaban acondicionados todavía, prefería acompañarnos a ver a Andrea, una amiga que sí que tenía una cabaña preparada, al lado de su propia vivienda. Tras las presentaciones, Andrea nos enseña una cabaña de cuento frente a una pequeña laguna con patos y una barca en la entrada. No nos puede proporcionar toallas ni sábanas, pero no nos importa porque con mantas y un edredón nos apañamos. La cabaña la tiene bien cuidada y está sencillamente decorada con gusto, y los 700 pesos que nos pide por noche (28 euros) nos parecen justos. Me siento como uno de los siete enanitos. Atardece fantásticamente en Valizas, y andamos por la playa en dirección al arroyo, que en otras épocas del año o en temporadas con más precipitaciones, desemboca en el mar obligándote a meterte hasta la cintura o a pedir ayuda a los lugareños, si se quiere cruzar al lado sur. Ahora no llega a la playa, lo que indica alguna barca varada con el ancla al descubierto, y se forma una laguna al principio de la arena, donde zancudas y otras aves picotean o beben, y una vencida cabaña abandonada montada sobre palafitos, sólo consigue mantenerse en pie con el sosten de unos cables. Nos cruzamos con unos pocos paseantes, en una u otra dirección, con carrito de bebé, perros, parejas, familias, o solitarios. El Atlántico está movido, y mirando hacia la larga franja hacia el norte, la playa se ve borrosa por la arena que flota empujada por el viento hacia el interior, y que va enterrando las cabañas de las primeras líneas de mar. Poco más allá de la laguna, formando el brazo de la primera punta, las dunas altas casi desérticas, rompen hasta prácticamente la orilla del oceano. El lugar es tan cautivador como lo que se vive, un pingüino muerto en la orilla expulsado por el mar, un pescador que con esfuerzo extrae una red con unos cuantos pescados a los que su perro olisquea, el astro rey que desaparece, camas de moluscos y conchas que crujen bajo las pisadas, los techos de las casitas que asoman entre las dunas al borde de la playa, y bandadas de aves que despegan de la laguna hacia los islotes del interior. Puesto el sol, reandamos el mismo camino para salir al sendero y a la calle bautizada como Carpe Diem, donde se encuentra la cabaña alquilada, y de allí a la plaza principal donde hay instalados unos cuantos juegos artesanales para los niños, y al primer almacén que vemos abierto, para comprar productos básicos, café soluble, algo de embutido, cerveza. Las sábanas nos acogen temprano, a las 8 de la noche. No pegamos ojo. Nuestra previsión no ha sido buena, y una legión de mosquitos o el sudor pegajoso por taparnos para evitarlos, me destierran al comedor a las 3 de la mañana, con apenas unas cabezadas y una visible picada bajo un ojo. Aun así, no me siento somnoliento y me encuentro a gusto, hago café, y aprovecho para poner al día el diario, y revisar y eliminar fotos defectuosas, repetidas o aburridas, y vaciar algo las tarjetas para dejar espacio para más disparos. Como pretendo describir el pueblo, vuelvo a la memoria para visualizarlo y fijarlo con palabras. Vuelvo más atrás y lo comparo con la Colonia Pellegrini que visitamos un par de semanas atrás. Allá en los esteros, la colina tenía algún resort de semilujo, aquí no. Allá la gente era más de cada uno en su casa, aquí en Valizas hay un aire más comunero o comunitario. Colonia Pellegrini, estaba más urbanizada y había servicios y canalizaciones; aquí hay pozos, y los servicios son más rudimentarios. Allá había 4 turistas contados y no había cabañas para alquilar sino hostales, posadas y ranchos; aquí hay muchos viajeros, e igual proporción de viviendas para alquilar que de residentes. Allá había gentes de la tierra, guaranies, y colonos bien situados; aquí hay urbanitas retirados, hippys, alternativos, algunas familias o lugareños dedicados a los pocos negocios existentes, o a las cabalgatas o excursiones para turistas, y algunos pescadores. Allá había escuela, hospital, comisaría; en Valizas hay algún aula, una enfermería y un salón de reuniones comunitario. Etapas 13 a 15, total 16
Amanece y a las 8 salimos para la caminata hasta Cabo Polonio. Existe algún bus local que 3 o 4 veces al día, vuelve a salir a la ruta (carretera), y te deja igualmente en un punto de ella, a la altura de la entrada al parque nacional de Cabo Polonio. Una vez allí, hay que caminar bastante, o montarte por 100 pesos, en unos camiones capacitados para circular por los senderos arenosos hacia la costa y el cabo propiamente dicho. El cielo está encapotado pero no llueve, así que el clima es perfecto para nuestro propósito. Al principio de la excursión, se va caminando por la playa. Unos pocos metros más adelante, comienza la escalada y descenso de duna tras duna, aunque siempre a pocos metros del borde del oceano. El paisaje es en algunos puntos lunar; en otros hipnótico con grandes bloques de rocas de granito sobre la arena de las dunas u otras que han alcanzado el oceano para que rompan las olas con violencia. A tramos hay extensiones de hierbas bajas y matojos capaces de sobrevivir en esa superficie, que proporcionan cobijo a aves, algún reptil, o anfibios como unas amenazantes pero preciosas ranitas negras de puntos amarillos y pies rojos de apenas 2 o 3 cms de tamaño, que podemos ver moverse. Durante todo el camino, nos acompañan huellas de pisadas que no se han borrado todavía, y moñigas de los caballos, que día tras día han ido cabalgando los turistas que han contratado esa excursión. A ratos chispea pero el cielo se comporta y seguimos secos hasta ver el perfil diminuto del faro que señala la punta de Polonio. Unas dos horas después, las dunas quedan atrás y se desciende hacia el inicio de las playas que mueren en el cabo, y que se divisan con una bruma marrón y barridas por el viento. Las olas son altas y se ve como la mar encabritada expulsa haciendo rodar por la arena el cadaver de otro pingüino. Poco más alla, el bulto en medio de la arena del cuerpo de un lobo marino descomponiéndose, una gaviota muerta, más cadáveres de pinguinos, otro lobo semicubierto por la arena, y las primeras casetas de tablones del extremo del poblado. Poco antes de llegar al núcleo del poblado, nos cruzamos con un chaval cargando a las espaldas un metro cuadrado de uralita, seguido de dos chicas llevando otra pieza de igual tamaño. Las piezas son similares a las que hay montadas, haciendo de techo a muchos chalets-barracón de la playa, en las afueras del poblado. Tres horas de caminata después, llegamos al cabo, casi a los pies del faro, recorridos los aproximadamente 8 kilómetros de distancia que separan Valizas de Polonio. La caminata ha sido espectacular, y en la terraza de la posada restaurante Mariemar, sobre una franja rocosa alfombrada de miles de mejillones, donde el agua rompe más mansamente, desayunamos una litrona de cerveza, café y unas tostadas con mantequilla y mermelada. Charlamos con la pareja que lleva el negocio. Él nos habla de los asentamientos ilegales que van apareciendo año tras año. Barracas de madera y uralita que aparecen de la noche a la mañana, y que van alargando el perfil del poblado. Hace pocos años eran literalmente 4 casas. Ahora el núcleo, aunque diseminado, se ha multiplicado por diez. Ella nos informa de la colonia de lobos marinos, conformada por los perdedores en la época de celo, de las luchas por las hembras, que son desterrados desde la Isla de lobos, visible a no muchos metros de la costa. La colonia se ubica en el lado sur del faro, y bajo un complejo ministerial de protección de la fauna y del ministerio de pesca, que está vallado, obligando a rodearlo por un estrecho sendero entre las rocas. Más allá, por el mismo sendero, acaba y se anexa al también vallado recinto del faro, que permanece bajo vigilancia de la Armada de Uruguay. Debajo mismo del faro, en unos salientes rocosos en el oceano, y con una cerca de protección a distancia prudencial para no molestarlos, pero que permite una visión cercana, se frotan, descansan, o combaten sobre las rocas golpeadas con fuerza por el agua, unas cuantas decenas de lobos marinos. Bajo hasta los límites del vallado para capturar unas fotos, algunas todo lo que da de sí el corto zoom de mi cámara. Luego subimos a las rocas más altas bajo el faro, a calmar el cansancio, fumar un cigarro, y quedarnos un buen rato sin hacer nada, viendo los puntos de las cabezas de los lobos que están pescando, asomando en el agua, o a los que se dejan resbalar roca abajo antes de zambullirse en el momento propicio de la retirada del agua, para aparecer después un montón de metros mar adentro. Entramos al recinto del faro que muestra un cartel con el horario de visitas, pero seguimos adelante por los terrenos, hasta salir por las vallas de madera de la entrada, que dan a las parcelas abiertas de algunas casas donde las gallinas y ocas andan sueltas, u otras que se ven cerradas a cal y canto. Tenemos una hora hasta las 2, hora en la que arranca uno de los camiones de ganado del “Francés”, con la caja descubierta mínimamente adaptada para realizar el servicio de transporte de turistas a la entrada del parque en la ruta (carretera), y enlazar con los autobuses de línea o con los pocos locales que circulan. Nos tomamos en un garito al lado de la “plaza del pueblo” desde donde sale el camión, un par de Pilsen, y 10 minutos antes de la salida, nos sentamos junto a una treintena de pasajeros que esperan como nosotros la llegada del transporte. La caja se abarrota, los primeros se suben a unos asientos de barras elevadas, la mayoría se sientan en unos bancos de madera en la caja, y un rezagado se queda de pie agarrado a las barras. Hay alguna tabla de surf en manos de algún pasajero, chaquetas moteras, una abuela y su nieta, los integrantes de un grupo evangelista brasileño, unas cuantas rastas, ... El camión cargado tras pagar cada pasajero los 100 pesos (4 euros) del billete, arranca y se mete en la playa circulando por la orilla del agua, hasta que unos minutos después se desvía hacia el interior por un sendero arenoso por el que logran circular las grandes ruedas del vehículo. La caja brinca a ambos lados haciéndonos botar la media hora de camino hasta la entrada, donde nos descarga. Allí, unos agarran los vehículos particulares a los que no se permite la entrada al parque, la pareja de moteros brasileños monta en su moto, y la mayoría nos dirigimos a las marquesinas de uno u otro lado de la carretera, donde paran los autobuses a Montevideo o hacia el norte. Un cuarto de hora después, aparece el bus de “Rutas del sol” que nos devuelve en media hora a Valizas, dejando atrás el Hippy Cabo Polonio, con sus barracas de dibujos psicodélicos, sus garitos de tablones pintados de colorines, sus chozas improvisadas, y su colonia de lobos marinos marginados. Al llegar a Valizas a las 3 de la tarde, aprovechamos para sacar en el puesto de “Rutas del Sol”, única compañía que llega, los billetes para Montevideo, para el día siguiente a las 5'30 de la mañana. Nos cuestan 371 pesos (15 euros), y el trayecto dura unas 5 horas. Para no repetir con la oferta del “Rey de la milanesa”, nos vamos esta vez a un restaurante bien cuidado que está situado pasada la plaza de los juegos, a la entrada de la calle de nuestra cabaña. Se llama “Rabuk” y de la variada carta, pido una pizzeta de mozzarella de entrante, que luego resulta ser una Pizza XXL para 4 personas, y un Gramajo (revuelto de papas fritas con tocino, morrón, cebolla y mozzarella), del que me sirven una ración aproximada para 6 personas. Sandra pide un pescado del día, y tiene suerte porque no le traen un atún entero. Como un par de trozos de la “pizzeta” y unos bocados del gramajo, y le pedimos que nos envuelva todo lo que sobra para llevar. Cuando escribo estas líneas después de una inevitable siesta, son las 8 de la noche y tengo todavía una pelota del revuelto de la comida en la boca del estómago. Nos despedimos de este precioso sitio, paseando un poco entre las casas de puertas tapadas por la arena, devolviendo los cascos retornables de las litronas, y comprando un arsenal para disparar, fumigar, gasear, repeler, acuchillar, aplastar e intoxicar a los mosquitos, para así poder dormir hasta las 4 de la mañana, hora de la diana para levantarse y recoger. Espectacular el Cabo Polonio. Hasta Montevideo, para la última y corta estancia antes del regreso a Spain. Etapas 13 a 15, total 16
Toca ir despidiéndose, porque cuando de aquí a dos días cumplamos un mes desde nuestra llegada, será la hora de volver. No me apetece escribir durante este poco tiempo que nos queda, así que esto será lo último que redacte in situ, fiándome de mi memoria para rematar el diario cuando ya esté de vuelta in Bcn, con alguna visita, paseo, compra o lo que sea, de estos dos últimos días. Salud. Visita al barrio del Cerro y su fortaleza Dominando el promontorio, la actual Fortaleza del General Artigas, fue la última fortificación construida por los españoles. Situada estratégicamente, estaba destinada a la defensa de la población y el puerto de Montevideo. La fortaleza, que aguantó el terremoto de 1888, es actualmente un museo militar, pero se mantiene en funcionamiento el faro en el centro de la fortificación, que ilumina la entrada al puerto de la ciudad. La vista de la bahía, como no puede ser de otra manera, es privilegiada, y el camino de ascenso al cerro es liviano. El barrio del Cerro, fue creado alrededor de 1830 como un poblado independiente de Montevideo, para albergar a las oleadas de inmigrantes que fueron llegando la ciudad hasta mediados del siglo XX. La instalación de industrias cárnicas, hizo que alcanzara su máximo esplendor en los años 30-40, hasta su declive con la finalización de las oleadas inmigratorias y una fuerte recesión económica a partir de mediados de los 50, que acabó convirtiendo al barrio en una ciudad dormitorio. En la actualidad, es un barrio obrero humilde, habitado por descendientes de inmigrantes europeos, que por orden de llegada fueron: canarios, vascos, resto de España, Italia, Lituania, Polonia, Rusia, Armenia..., lo que quedó reflejado en las denominaciones de sus calles, con nombres de dichos paises. Hasta el cambio al actual nombre de Villa del Cerro, el barrio se llamaba Cosmópolis. Cuenta con un gran espacio verde, el Parque Vaz Ferreira, y un club de golf, y desde la cima, es perfectamente visible la refinería de petróleo del barrio de la Teja, en la punta opuesta de la bahía. Paseo por el Espacio Barradas-Museo Blanes En esta quinta, donde se ubica la villa que ocupa el Museo de Bellas Artes Juan Manuel Blanes, y espacio de exposiciones diversas, se encuentra además el espacio Barradas, donde se imparten clases y cursos de teatro, camdombé, caricatura, animación cultural, clases de historia del arte, jardinería, paisajismo, talleres literarios, tango, fotografía, etcetera. La quinta, forma parte del área verde del Prado, que se remonta a los periodos de fundación de la ciudad. Compra en la Fábrica nacional de cuchillos Ubicada en la Avenida Garzón 63, en el barrio de Sayago, esta cuchillería es un buen sitio para quien quiera adquirir un cuchillo criollo gaucho de calidad a un precio económico. El día antes de coger vuelo de vuelta a España, volví a pasar por la tienda, y acabé llevándome uno estupendo de asta de toro por unos 30 euros. También venden accesorios para el mate, y artículos de campo. La canción del autobús Hice una anotación recordatoria de un último viaje en bus que hicimos al centro. Me llamó la atención porque el bus era como una discoteca. Las canciones a todo volumen, las iba pinchando con un mando a distancia, el chaval que vendía los billetes. El aparato de música estaba colocado encima del conductor, y el chico mientras iba vendiendo billetes, apuntaba con el mando para ir seleccionando las canciones. De la que cuelgo el video, que dejo sonar entera los 7 minutos que dura, pude leer el nombre en el display del reproductor de CD. La letra de la canción, ayuda a describir el aspecto y la personalidad del chaval vendedor de billetes del bus en el que hicimos nuestro último trayecto al centro de Montevideo, de este viaje. La despedida, como no, durante un asado En uno de esos centros de esos de los que hablé, en esta ocasión, “el Centro de protección de chóferes”, nos despedimos de Montevideo y de personas queridas, antes de cargar los bultos en el coche de Ale para desplazarnos al aeropuerto y despegar. El centro, que se ve en una puerta al final de una calle con el asfalto partido por un rayo terrestre, es un espacio enorme en el que se pueden alquilar naves con parrillas para familias o grupos numerosos, o barbacoas exteriores numeradas para grupos más pequeños. Dentro del recinto, hay lavabos, duchas, parques infantiles, pistas de deportes, ... Nosotros, aprovechamos esta reunión familiar con motivo de la celebración de un cumpleaños, para despedirnos hasta la próxima. Etapas 13 a 15, total 16
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