![]() ![]() Costa este de EEUU septiembre 2013 ✏️ Blogs de USA
Relato de dos semanas recorriendo la costa este de EEUU: Boston, Acadia National Park, White Mountain National Forest, Nueva York, Lancaster y Washington DC.Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (25 Votos) Índice del Diario: Costa este de EEUU septiembre 2013
01: Introducción
02: Día 0: Palma de Mallorca, Madrid, Boston con Iberia
03: Día 1, Boston: Public Garden, Beacon Hill, Freedom Trail, North End
04: Día 2, Boston: MIT, Harvard y otros
05: Día 3: De Massachusetts a Maine. Portsmouth, Cape Elizabeth, Bar Harbor
06: Día 4: Acadia National Park (1)
07: Día 5: Acadia National Park (2): Jordan Pond Trail, Eagle Lake
08: Día 6: Acadia y rumbo a New Hampshire. Bass Harbor, Echo Lake, North Conway
09: Día 7: White Mountain National Forest. Arethusa, Sabbaday & Glen Ellis Falls
10: Día 8: De White Mountain a Newburgh
11: Día 9: Compras en Woodbury Common Premium Outlet. Llegada a Z New York Hotel.
12: Día 10, Nueva York (1): Times Square, Estatua de la Libertad, High Line Park,
13: Día 11: Nueva York (2): Central Park, Whole Foods Market, New York Mets
14: Día 12: Nueva York (3): HBO Shop, Empire State & Flatiron Building, Brooklyn
15: Día 13: Condado de Lancaster, Tanger Outlet y llegada a Washington DC
16: Día 14, Washington DC: Capitolio. Jefferson, Roosevelt, Luther King, Korean War
17: Día 15: Washington DC (2): Arlington Cemetery, Smithsonian Air & Space y reg
18: Presupuesto
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Etapas 16 a 18, total 18
Nota: Éste es nuestro segundo viaje a DC. Si estás interesado en la información de nuestro primer viaje, consulta las etapas de nuestro otro diario:
www.losviajeros.com/ ...hp?e=16249 www.losviajeros.com/ ...hp?e=16250 14 de septiembre de 2013 Empezamos nuestro penúltimo día en la habitación del Hyatt, que se confirma como el mejor de los hoteles que ha incluido nuestra aventura. Tuvimos algo de ruido al inicio de la noche, pero ahí terminan los peros. La habitación es espectacular: amplia, moderna, con un mobiliario cuidadosamente escogido y una cama tan grande como cómoda. El despertador suena a una hora conservadora, las 7:15. Tenemos 75 minutos para presentarnos frente al Capitolio con motivo de nuestra visita guiada. ![]() ![]() Tras coger un par de cafés para llevar en el Starbucks para no perder mucho tiempo desayunando, sufrimos un nuevo drama con motivo del sistema de metro. Ya asentados tras las prisas de ayer, parece claro que si pensamos hacer más de 5 viajes en metro, compensa la obtención de una SmarTrip por 5 dólares (más 5 de saldo), ya que de ese modo nos ahorramos el dólar adicional que cada billete sencillo grava en el precio. Encontramos en la estación un par de máquinas para la expedición de este tipo de tarjetas. El primer revés es que no podemos utilizar nuestras tarjetas bancarias, ya que al hacerlo el sistema solicita un código postal norteamericano que nosotros obviamente no tenemos (y “00000” tampoco es una opción válida). Para pagar en efectivo, solo se aceptan billetes de 1, 5 y 10 dólares… y por supuesto, en estos momentos no disponemos de suficiente cantidad de dichos billetes para alcanzar el precio a pagar. Pido ayuda al agente de la estación que lamenta informarme de que él no dispone de cambio, así que me insta a probar suerte en algún comercio cercano. Vuelvo al Starbucks al otro lado de la calle de la estación para, con un ojo puesto en el reloj y el tiempo restante para nuestra cita, conseguir cambio de 20 a toda prisa. Vuelvo a la estación con cuatro billetes de 5, uno de ellos en un estado bastante deplorable. Sacamos la primera SmarTrip: bien, ya es nuestra. Procedemos a la segunda: metemos el primer billete, y en último lugar insertamos el de peor estado… rechazado. Lo estiro, lo aplano, y vuelvo a intentarlo. Nada. Y en estas, la máquina nos informa de que ha expirado el tiempo para poder realizar la compra. Muy bien, devuélveme mis 5 dólares… ¡eh! ¿Dónde está mi billete? Pues tal como suena, la máquina decide establecer una política de “no devoluciones” y en lugar del billete que le he entregado me imprime un recibo informando de que la transacción no ha podido finalizarse y utilice el justificante para hacer mi reclamación. Vuelvo al mismo agente de estación que antes, que en cuanto ve el justificante pone esa cara de “pues estás jodido”. Resulta que el papeleo necesario para recuperar esos cinco dólares llevaría bastante más tiempo que las apenas 36 que nos quedan en la ciudad antes de salir volando. Pasan unos minutos en los que el agente parece estar sopesando las opciones, hasta que finalmente aparece con una tarjeta SmarTrip claramente usada y me acompaña a una máquina de recarga. Pasa la tarjeta por el lector y la pantalla informa de que el saldo es casi cero. El agente me insta a insertar los cinco dólares deplorables que en este caso la máquina sí acepta. Ya con la tarjeta recargada, me la entrega. En resumen, el hombre ha decidido darme una SmarTrip desgastada que conservaba a título personal para no “perder” los 5 dólares de emisión que la máquina expendedora decidió tragarse. Le doy mi más sincero agradecimiento y le digo que es un buen hombre, antes de salir pitando hacia al andén tras comprobar por primera vez que la tarjeta cedida está efectivamente muy gastada, ya que cuesta varios intentos que el torno la acepte. Ya enfrascados en el trayecto de la línea naranja hacia el este, observamos un denominador común en el vagón: mujeres preparadas para algún tipo de carrera popular. No sé qué pasa últimamente, pero cada vez que piso una ciudad distinta de en la que resido coincido con la “Cursa de la dona” y similares. Volvemos a la calle en la estación de Capitol South. El clima es de locos: oficialmente tenemos entre 20 y 22 grados y pasear por el sol es agradable, pero en la sombra corre un viento gélido ante el que voy a tener serios problemas por salir del hotel en manga corta. Llegamos a tiempo para nuestra visita guiada al Capitolio de los Estados Unidos, edificio histórico y gubernamental por excelencia que alberga las dos cámaras del Congreso: la del Senado y la de los Representantes. Irónicamente, los turistas tenemos menos obstáculos para conseguir una visita guiada por sus pasillos respecto a los residentes estadounidenses: mientras que estos deben solicitarla expresamente al senador de su estado, a nosotros nos basta con obtenerla con antelación a través de su página web oficial. A pocos metros de la entrada este del edificio un primer control se limita a observar el contenido de nuestras mochilas, pero al entrar ya nos encontramos con el kit de seguridad completo incluyendo detector de metales y escáner de rayos x. Superado el trámite, nos encontramos en un gran vestíbulo con mostradores a lado y lado en los que presentar el recibo de nuestra visita guiada. Al hacerlo, obtenemos una pegatina para llevar con nosotros indicando la hora exacta a la que se inicia nuestra visita. Pese a la odisea del metro, estamos listos con 20 minutos de antelación que nos permiten hacer un pequeño paseo por los alrededores antes de empezar. ![]() Se reparten por el perímetro del vestíbulo varias estatuas con personalidades correspondientes a varios de los estados que forman el país. Empiezo por una de las más curiosas: la de Kamehameha, que despierta el inevitable recuerdo de la serie Dragon Ball. Para alguien ajeno a una historia más detallada del país, la mayoría de las estatuas resultan completamente desconocidas. Quizás la más reconocible es la de Jack Swigert, senador de Colorado que antes de inmiscuirse en política salió a dar una vuelta por el espacio a bordo del Apolo XIII. ![]() ![]() Todavía en el vestíbulo, encontramos la leyenda de “North Theater” sobre sendas puertas cerradas que intuimos serán las que cruzaremos para dar inicio a nuestra visita. Todavía nos queda tiempo para recorrer el “Exhibition Hall”, un pequeño pero bien surtido museo con reliquias y descripciones relativas al sistema de gobierno estadounidense, sus organismos y, por supuesto, la historia, construcción y arquitectura del edificio en el que nos encontramos. No se permite tomar fotografías dentro de este área. ![]() ![]() ![]() Llegan las 9:00 y una pequeña cola se forma ya ante la entrada del citado North Theater. Accedemos a un cine de dimensiones bastante considerables en el que se nos proyecta una patriótica proyección de 15 minutos que recorre de forma resumida los primeros pasos en la creación de los Estados Unidos de América, enumerando los motivos y virtudes de su separación de poderes así como toda la relación de hitos y éxitos conseguidos por el congreso a base de aprobar nuevas leyes y actas. La película, aún con la descarada intención de venderse, le da mil vueltas al Lincoln de Steven Spielberg a la hora de acercar los orígenes de la nación al espectador. Por lo menos aquí el contexto está bien explicado y entiendes de lo que te están hablando. Abandonamos el teatro y en la sala contigua nos instan en colocarnos en una de las tres filas posibles para “visitantes estándar”. En cada una, un guía distinto está repartiendo receptores con auriculares sintonizados con el micrófono que llevan a la solapa, por lo que sabemos ya cómo piensan luchar contra la acústica y las dificultades para permanecer cerca de nuestro presentador. Un sistema bien diseñado y más cercano que tener una audioguía pre-grabada como en el caso de la Estatua de la Libertad. Empezamos así nuestro recorrido por los pasillos del Capitolio tras Catherine, la mujer entre los 30 y 40 años que nos ha sido asignada. ![]() La visita está francamente bien planteada y solo la barrera del idioma debería ser una excusa para no realizarla aprovechando la estancia en la ciudad, ya que la guía realiza las introducciones y responde a las preguntas en inglés y no hay ningún tipo de traducción para los que no se manejen bien con él. Un grupo de alrededor de 30 o 40 personas vamos siguiendo a Catherine por los pasillos, llegando en primer lugar a una cripta en los niveles inferiores que jamás se utilizó como tal, ya que las condiciones de la esposa de George Washington y un inoportuno ataque de los británicos al edificio abortaron toda intención de que el presidente descansara aquí. El recorrido continúa pasando junto a la sala del Tribunal Supremo, y acto seguido alcanzamos uno de los puntos álgidos de la mañana. ![]() ![]() ![]() ![]() La “Rotunda” es una sala circular de considerables dimensiones con un alto componente artístico gracias a lienzos, estatuas y grabados a lo largo de toda su única pared sin fin. Pero lo que la hace más especial que ninguna otra sala se encuentra justo encima de nuestras cabezas: la “Apoteosis de Washington” impecablemente conservada bajo la enorme cúpula que preside el edificio y todo el National Mall de la ciudad. La Rotunda, situada en la segunda planta y en el preciso centro del edificio, además de ser más rica en detalles que algunos museos cumple también la función de salón para eventos especiales, como la recepción de personalidades por parte del gobierno del país. Escudriñándola con la vista en 360 grados encontramos enormes lienzos incluyendo uno con motivo del desembarco de Cristóbal Colón, y una historia visual de los orígenes del país que recorre todo el perímetro justo bajo la cúpula, iniciada también con el primer contacto entre Europa y América hace ya más de 500 años. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Aunque ya nada podrá superar el impacto de la Rotunda, tampoco hay que desmerecer la siguiente parada de la visita. Se trata de la vieja cámara de los representantes, ahora utilizada literalmente como almacén de estatuas que ya no pueden encontrar otro hueco en todo el edificio debido a la saturación de ellas. Catherine nos brinda una divertida demostración del discutible diseño de la cámara que presenta serios problemas de acústica cuando el orador se encuentra demasiado cerca de los objetos de su discurso, algo irónico teniendo en cuenta que este era un espacio dedicado principalmente al debate y los discursos. Entre las decenas de estatuas repartidas por todo el perímetro y nuevamente dedicadas a personalidades de distintos estados, una con el rótulo de California nos resulta familiar: se trata de Fray Junípero Serra, el fraile fundador de numerosas misiones en la costa oeste del país tales como Los Ángeles, San Francisco o San Diego. ![]() ![]() Termina la visita guiada y su hora de duración se nos ha pasado en un suspiro. Vuelvo a recomendarlo encarecidamente: es gratis, el trámite para conseguir hora es sencillo, y es sumamente interesante tanto para la vista como para los oídos siempre y cuando permanezcas atento a las numerosas explicaciones del guía que te sea asignado. Pasamos fugazmente por la tienda de regalos cuyos artículos más interesantes son copias de documentos históricos como la Constitución, y damos por zanjado nuestro tiempo en las entrañas del Capitolio de los Estados Unidos. Salimos por el mismo lateral este por el que habíamos entrado y aprovechando lo tranquila que está la explanada frente al edificio hacemos muchas fotos, aún a sabiendas de que ésta no es la fachada principal y más popular del edificio. Pero hacemos más que bien: tras rodearlo, dicha fachada principal además de más atestada de gente, está demasiado recargada con arbustos, flores y demás decoraciones que tapan el verdadero protagonista: el Capitolio. Por mucho que este lateral oeste sea el más conocido por ser el escenario de la investidura de Obama y sus predecesores, claramente me quedo con la versión oriental. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Comenzamos a caminar hacia el oeste, atravesando de lado a lado el “National Mall”, nombre que recibe toda esta área que comprende los principales monumentos, museos y edificios gubernamentales de Washington DC. Ya desde un inicio vemos que, tal y como traíamos aprendido, el obelisco de Monumento a Washington se encuentra completamente cubierto por andamios y lonas, provocando así el cierre durante meses de un mirador en su punto más alto que en otro caso hubiéramos intentado visitar. A medio camino de alcanzar el obelisco cazamos desde un banco en el que nos sentamos la primera red abierta a Internet, que a juzgar por su nombre (DCCity) puede que se trate de algún tipo de servicio municipal. Aprovechamos la ocasión, ya que salvo el fugaz minuto en el que estuve esperando mi café en Starbucks llevamos 24 horas sin revisar la actividad en la red. Consecuencia de que el Hyatt Arlington, y como suele ocurrir cuando un hotel se cree de categoría superior, solo ofrece conexión a Internet mediante pago de un recargo. Utilizamos igualmente el receso para planificar el itinerario más eficiente que recorra todos los puntos pendientes de nuestra agenda. Cuando alcanzamos la pequeña colina sobre la que se eleva el obelisco (en el cual apenas reparamos por haberlo visto 4 años antes y estar ahora en una versión muy desmejorada) giramos a la izquierda por la calle 15. En dos pasos estamos ya recorriendo el perímetro del Tidal Basin, el gran embalse presidido en el otro extremo por el monumento a Thomas Jefferson, tan inmaculadamente blanco como casi toda la arquitectura de la zona. Solo coqueteamos con la opción de alquilar un hidropedal durante unos segundos. ![]() Rodeamos medio lago y alcanzamos la construcción, en cuyo interior nos espera la majestuosa figura de bronce y casi 6 metros de altura del tercer Presidente de los Estados Unidos. Numerosas placas de mármol en las paredes interiores muestran algunos de los más famosos discursos del bueno de Tomás. Pese a haber pasado a la historia como un hombre de ciencia, en todos hay un claro predominio del lenguaje teológico y referencias divinas. Ironías de la Norteamérica del siglo XVIII. ![]() Sin la carta a favor de visitarlo a primera hora como ocurría en el Capitolio, aquí empezamos a temer la clásica aglomeración turística de un sábado. En el radio de pocos metros alrededor de Jefferson pueden estar tomándose sin temor a exagerar más de 100 instantáneas por minuto. Y sí, aquí también tenemos de esos que van paseándose con el tablet (iPad, en su mayoría) alzado cual tabla de Moisés, viendo todo su viaje como a través de un televisor. Visitamos durante unos minutos utilizando el ascensor el pequeño museo y las tiendas de regalos subterráneos. ![]() ![]() ![]() Recorremos ahora la mitad del lago restante, tramo en el que nos aguardan un buen puñado de monumentos más a borrar de la lista de puntos pendientes. Empezamos por el dedicado a Franklin D. Roosevelt, vigésimo sexto Presidente. Se trata de un agradable parque con cascadas artificiales y grandes bloques de piedra, en los cuales leer grabadas algunas de las frases más significativas pronunciadas tanto por él como por su esposa Eleanor Roosevelt, primera delegada estadounidense en las Naciones Unidas. El memorial ha pretendido destacar ante todo la faceta antibelicista de ambos, con numerosas alusiones a los horrores de la guerra y la necesidad de establecer la paz. ![]() ![]() ![]() ![]() El siguiente en la lista es [url=http://en.wikipedia.org/wiki/Martin_Luther_King,_Jr.]Martin Luther King Jr.[/url], considerado uno de los más férreos defensores por los derechos de los afroamericanos y la igualdad racial de toda la historia. Que su memorial sea el único de todos los de la zona no dedicado a un Presidente de la Nación da una visión de la importancia que a este personaje se le atribuye por parte del pueblo norteamericano. Se trata de un pequeño parque igualmente con frases esculpidas en piedra, pero en el que el absoluto protagonismo se lo lleva la ingeniosa escultura del homenajeado: un enorme bloque de granito que emerge de una montaña del mismo material, mostrando en uno de los laterales la leyenda “Out of a mountain of despair, a stone of hope” (traducción libre: “De una montaña de desesperación, una piedra de esperanza”). ![]() ![]() Con Luther King Jr. no terminan los monumentos a visitar en este regreso hacia el norte. Es turno ahora de rendir tributo a los veteranos de la guerra de Corea. El diseño es muy interesante: una pequeña cuesta en la que soldados de acero inoxidable perfectamente esculpidos avanzan entre la maleza. En plena sesión de fotos, un matrimonio local de 50 y tantos me secuestra para retratarles con su iPhone (que sí, hace unas fotografías impresionantes para tratarse de un teléfono) y cubierta la petición, la mujer me atrapa llena de entusiasmo durante 15 minutos al decirle primero que vengo de España y después que soy nacido en Barcelona. Mi experiencia me dicta que la marca Barcelona vende una barbaridad en el extranjero. Disertamos sobre el preocupante desempleo y receso económico del país, y no hubiera tenido mayor importancia de no ser porque aquí, junto a los soldados de acero, el sol aprieta de verdad y no hay una mísera sombra en la que refugiarse. ![]() ![]() ![]() El último de los monumentos de nuestra lista se trata de uno de los principales motivos para nuestra revisita de la ciudad. Hace 4 años, en plena breve y mal planificada visita a la zona, decidí ir por mi cuenta a visitar el Lincoln Memorial mientras L, mi suegro y mi cuñado terminaban de recorrer un museo. El oportunismo hizo que justo cuando me alejaba de la estación de metro del Cementerio de Arlington y empezaba a ver el monumento a lo lejos, un mensaje en mi móvil me informara de que mis compañeros de viaje habían terminado y ya se dirigían hacia el metro, donde debíamos reencontrarnos. Así que desde esa primavera de 2009, quedó grabada en mi retina la fachada de mármol a un kilómetro de distancia de uno de los mayores reclamos de la ciudad. Y hoy era el momento de resarcirme. ![]() Por desgracia, el contexto no ayuda a ensalzar el mito personal que he ido construyendo durante este tiempo alrededor del homenaje al decimosexto Presidente. El monumento a Abraham Lincoln roza lo intransitable, dada la abrumadora cantidad de gente que se acumula en sus alrededores empezando por la larga y ancha escalera que da acceso a su interior. Interior en el que nos espera con su ya universal postura sentado en un gran trono, mirando con gesto amenazador a todo visitante. Si a Jefferson se le hacían 100 fotografías por minuto, aquí 300 instantáneas en el mismo tiempo es una estimación conservadora. Y no esperéis mucha pulcritud por respetar a fotógrafos ajenos: cuesta horrores mantener despejado un espacio de un metro cuadrado durante más de 2 segundos. El caso es que pese a la adversidad, queda saldada mi cuenta pendiente con el artífice de la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos. Nos despide de nuestra jornada en el National Mall la Reflecting Pool, esa larguísima piscina que separa los monumentos de Lincoln y Washington y por la cual Jenny corría al reencuentro del inocente Forrest Gump. ![]() ![]() Siendo este nuestro último día completo, agotados como estamos y tras poder tachar de la lista todo nuestro plan de la jornada, solo nos queda buscar un lugar en el que comer y regresar al hotel para un merecido descanso primero y empezar la primera fase de recogida de equipaje. La búsqueda de una estación de metro delata que no vendrían mal un par o tres paradas más de los trenes en esta zona del National Mall. Para conseguir llegar a un andén, nos vemos obligados a recorrer durante una buena media hora una pendiente ascendente hasta Foggy Bottom, pasando antes junto al edificio Departamento de Estado y las instalaciones y apartamentos de la George Washington University. Y si los estadounidenses ya suelen ser de por sí algo ruidosos, imaginadlos cuando son universitarios y salen en grupos de 5 un sábado a la búsqueda de un poco de acción. La frecuencia de paso de los trenes de metro durante un día como hoy tampoco da para muchos elogios: por algunas líneas los trenes tienen una separación de hasta 17 minutos, y afortunadamente en nuestro próximo destino confluyen varias de ellas lo cual acorta nuestra espera. Llegamos a Gallery Place, en el extremo sur de Chinatown y a dos manzanas del cruce entre la calle F y la calle 9. En Washington DC, las travesías horizontales siguen el orden del alfabeto de sur a norte, mientras que las verticales están numeradas de este a oeste. En esta esquina repetiremos con Shake Shack, esa franquicia de hamburguesas de la que quedamos prendados a nuestro paso por Nueva York. Por 20 dólares, disfrutamos de sendas ShackBurger, unas patatas con queso, una cola y una limonada. Nuevamente exquisito. Y ahora sí, regresamos al Hyatt Arlington. Nos detenemos en recepción el tiempo justo y necesario para confirmar que mañana podremos dejar nuestras maletas durante el día en una consigna, permitiéndonos así echarnos a la calle en nuestras últimas horas en la ciudad antes de despegar. Aprovechamos la llegada al hotel para localizar la marquesina en la que mañana tomaremos la línea especial del Metrobus hasta el Aeropuerto Internacional de Dulles, ahora en una ubicación provisional debido a que la entrada a la estación de Rosslyn se encuentra en obras. Subimos a la habitación y lleno nuestra bañera, que esta vez me la he ganado. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Parece que nos hemos hecho veteranos en materia de preparar equipajes, ya que esta vez nos lleva poco tiempo y esfuerzo colocar todo en un orden coherente, procurando que las cosas más frágiles queden protegidas por la ropa y consiguiendo que las maletas no amenacen con explosionar a lo largo del camino. El objetivo es facturar tan solo nuestras dos maletas grandes (de las que tengo asumido que la mayor de ellas superará los 23kg gratuitos y deberemos pagar un extra), y llevar con nosotros los dos trolley que a la ida iban dentro de los bultos grandes. La mochila, en mi caso queda encajada y bien arrugada en el interior del trolley. L es más arriesgada y no cree que vaya a haber inconveniente por llevarla a la espalda. Yo creo que en el caso de British Airways no tendremos problemas, pero dudo más acerca de Vueling y su escala de Londres a Palma de Mallorca. Con la intención de hacer el check-in online de nuestros vuelos y conseguir las tarjetas de embarque, bajamos al centro de negocios de la primera planta del hotel. El centro consiste en una sala con tres ordenadores Dell Optiplex (con todo el hardware incluido en el monitor, estilo iMac) y una impresora láser. Al iniciar sesión, sin necesidad de aportar dato alguno, se inicia la cuenta atrás de una hora de navegación gratuita al día. Sin embargo hay truco: basta con cerrar sesión y volverla a abrir para que el contador se resetee y empiece a contar una nueva hora. Así que echándole morro uno puede bajarse un café y abusar del servicio todo el tiempo que quiera… pero claro, esto no es España y aquí los negocios se pueden permitir confiar en la buena voluntad de sus clientes. Solo conseguimos obtener las tarjetas de embarque de nuestra primera escala de Washington DC a Londres, las cuales imprimimos y también volcamos en nuestros teléfonos móviles para tener siempre a mano y por precaución una copia digital. Solo queda bajar a por nuestra última cena, siendo nuestra intención que sea muy pobre gastronómicamente hablando y absolutamente prohibida por alguien que esté obsesionado por la buena nutrición. Mientras cenamos, veremos algo de nuestro material audiovisual de reserva, probablemente uno de los últimos capítulos de Dexter o el estreno de la segunda temporada de Isabel. La cena sale de la cadena Frozenyo y es una locura de despedida con fuegos artificiales: una buena ración de yogur helado de nube tostada cubierta con fresas, nueces y trocitos de bizcocho de chocolate, y rematada con otra ración algo menor de yogur helado de mantequilla de cacahuete con pepitas de chocolate blanco. La cena soñada por cualquier niño deseoso de azúcar. Sí, podría ganarme el infierno por esto, pero quién sabe cuando volveré a tener la ocasión de hacerme mi propio “froyo”. L también cena su propia creación, en este caso no tan osada y basada en su sabor favorito: el de fresa y plátano con sus correspondientes y variados toppings. En la comodidad de nuestra habitación, descansando a pasos agigantados y con un extra de azúcar en el organismo, damos por finalizado nuestro último día completo en Estados Unidos durante 2013. Mañana tendremos unas horas de propina que sin duda buscaremos aprovechar, pero ya no queda duda de que la acción está terminando. Etapas 16 a 18, total 18
Nota: Éste es nuestro segundo viaje a DC. Si estás interesado en la información de nuestro primer viaje, consulta las etapas de nuestro otro diario:
www.losviajeros.com/Bl...hp?e=16249 www.losviajeros.com/Bl...hp?e=16250 Días 15 y 16 de septiembre de 2013 Dormimos, y dormimos muy bien. Primera asignatura de un día que va a ser especialmente largo, aprobada con nota. Empiezan nuestras últimas horas de 2013 en los Estados Unidos a las 8:30, con una última ducha en el Hyatt Arlington antes de bajar a desayunar. Mientras tanto en el televisor numerosas cadenas emiten ceremonias y discursos de telepredicadores y motivadores en masa. Estas cosas existen. Cogemos asiento en el Starbucks de Rosslyn y nos acomodamos con el portátil que hoy traemos, con el fin de aprovechar la conexión a Internet gratuita de la franquicia. A través del cristal contemplamos como la moda “runner” también ha llegado imparable a este lado del Atlántico, con numerosos grupos y corredores solitarios cruzando a trote la calle cada pocos minutos. Sin alzar mucho la voz y equipados con auriculares abusamos de Skype incluso con llamadas a móviles, a sabiendas que el generoso saldo que todavía nos queda terminará caducando antes de la próxima ocasión en la que lo necesitemos. Regresamos al Hyatt con el único objetivo de bajar hasta recepción nuestras maletas ya preparadas y tramitar la salida. Entregamos al botones nuestros cuatro bultos a cambio de cuatro resguardos para recuperarlos de la consigna horas después, y salimos a la calle rumbo de nuevo hacia Rosslyn, esta vez para tomar el metro. Cargamos nuestras SmarTrip ya agotadas con el saldo mínimo y necesario para ir y volver a la estación de Arlington Cemetery: 1,70 dólares por persona y trayecto. Mi tarjeta, aquella que el buen samaritano vestido de agente de estación me entregó, cada vez da más problemas para ser reconocida por los lectores magnéticos, por lo que cada entrada y salida de la estación amenaza con llevarme 5 minutos de intentos hasta que se abren las puertas. ![]() ![]() ![]() Tan solo una parada de la línea azul en dirección sur nos deja a las puertas del Cementerio de Arlington. Visto con perspectiva, probablemente hubiera sido más adecuado hacer el trayecto de ida a pie, aprovechando así el paso frente al reconocible Monumento de Iwo Jima. Sin embargo ya es tarde para eso y decidimos que el extra necesario para ir hasta allí y volver no merece la pena, por lo que vamos directamente hacia el vestíbulo de entrada y a su vez centro de visitantes del cementerio. Los estadounidenses hacen un uso de los camposantos mucho más presente en el día a día de las personas, ya que por una parte rara vez están ubicados demasiado lejos de la propia ciudad, y además están tratados, conservados y señalizados como si de un parque se tratara. La clave está en que no hay que fomentar el estereotipo de un campo de lápidas tenebroso y solitario: se puede rendir tributo a los caídos sin por ello renunciar a un agradable paseo. Arlington es el máximo exponente de ello, y la travesía hasta alcanzar el pie de la colina de Arlington House es un agradable camino que mejora gracias al día soleado que por ahora podemos disfrutar. Aquí, a los pies, hallamos uno de los puntos más recurrentes de la visita: el lugar de descanso del presidente John Fitzgerald Kennedy, su esposa Jackie (que pasados los hechos de Dallas sumó también el apellido de Onassis), y los dos hijos menores del matrimonio. No deja de llegar gente frente a la “llama eterna” que acompaña la tumba, perfectamente alineada con el Monumento a Lincoln al otro lado del río. ![]() ![]() ![]() Los pocos metros que nos quedan para llegar a la cima de la colina pasan junto a los restos del segundo Kennedy con mayor recuerdo en la historia, el senador Robert F. Kennedy. Y terminan en la Arlington House, mansión que presidía todo el territorio y ahora reconvertida en lugar de homenaje a Robert E. Lee, general confederado que combatió por el sur en la Guerra Civil Estadounidense. La estratégica posición en el punto más alto de Arlington permite que desde aquí se divise gran parte del National Mall, distinguiendo en la distancia los Monumentos a Lincoln, Washington y Jefferson, el Capitolio… y también el Marine One, que al igual que en nuestra visita 4 años antes ha decidido surcar los cielos para disfrute y curiosidad de los turistas. También podemos ver desde aquí, aunque no resulta tan impactante como desde un punto de vista cenital, el edificio del Pentágono. ![]() Atajamos hacia nuestro próximo punto de la agenda gracias a las bien repartidas por todo el cementerio indicaciones, avanzando en dirección sur. Nos damos de bruces con el Memorial Amphitheater, principal escenario de las ceremonias celebradas en el cementerio. A dos pasos al oeste no es difícil encontrar nuestra siguiente parada: los homenajes a las víctimas de los malogrados transbordadores espaciales Challenger y Columbia. Guardo un especial afecto por las del primero, cuyo destino recuerdo perfectamente como llegó a mí. Evidentemente, no recuerdo en directo su explosión a los pocos minutos de despegar, ya que por aquel entonces apenas contaba con 2 años. Fue varios años después, perdido entre las páginas de una enciclopedia digital, cuando alcancé el artículo dedicado al Challenger y al reproducir el video adjunto, me quedé helado ante la escena. Llegar aquí y ver la placa conmemorativa de todos los astronautas que perecieron en ese momento es un modo de dar cierre a ese capítulo. Entre los tributos al Challenger y el Columbia, una tercera placa conmemora a las víctimas sufridas durante una extracción de rehenes en Irán. Curiosa combinación. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Regresamos ahora hasta el Memorial Amphitheater para asomarnos al extremo opuesto, donde por puro azar llegamos un par de minutos antes de que se inicie un nuevo cambio de guardia en la Tumba de los Desconocidos. Este lugar, permanentemente velado por un soldado, rinde tributo a todos esos militares anónimos que perecen en los no pocos conflictos bélicos con participación estadounidense. Cada hora o cada media hora según la época del año, se realiza un cambio de guardia cuya coreografía perfectamente orquestada es retratada por todos los presentes. Lo estricto de sus pasos, los golpes de un zapato contra el otro, los gritos de las órdenes sacados de una película bélica y el silencio sepulcral y respetuoso del público hacen que la ceremonia sea tan solemne como innecesaria. Pero ya sabemos del gusto de la cúpula militar por este tipo de actos, rasgo que se acentúa en una cultura tan entregada a sus ejércitos como la estadounidense. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Con este ritual damos por terminada nuestra relativamente fugaz visita a Arlington, que nos ha llevado alrededor de un par horas. Las señalizaciones vuelven a poner difícil perderse en el camino de vuelta hasta la estación de metro. Todavía con mucho tiempo por delante antes de pensar en comer y dirigirnos al aeropuerto, decidimos hacer un último intento desesperado de conseguir un souvenir muy especial para mi cuñado. Por ese motivo recorremos por los túneles de metro el camino de nuevo hacia el National Mall, concretamente hasta la estación de Federal Center. 1,75 dólares nos cuesta este trayecto. Nuestro gozo en un pozo: el cuartel general de la NASA, situado a dos manzanas de aquí, permanece todo el fin de semana tan cerrado como su tienda de regalos. Imposible entonces probar suerte y conseguir la clásica pegatina con el logotipo de la organización, por lo que ya sin mucha esperanza intentamos buscarla de nuevo donde ya lo hicimos hace cuatro años: en el Museo Smithsonian del Aire y el Espacio, convenientemente cerca de nuestra posición. Previo control de mochilas, atravesamos en el vestíbulo principal del museo decorado por numerosos aviones, cohetes e incluso el módulo de amerizaje del Apollo 11 para ir directamente hacia la Museum Store. No hay mucha suerte: encontramos todo tipo de artículo con motivos de la NASA… excepto la condenada pegatina. Tenemos maquetas de los transbordadores, e incluso los clásicos trajes naranjas de la tripulación. Pero lo más parecido a la pegatina que buscamos es una diseñada para pegar al parachoques trasero del coche con la leyenda “Give me space”. Bueno, es mejor que nada. Aprovechamos la visita para llevarnos un par de artículos más: unos pendientes para una buena amiga, y un llavero del Discovery para sustituir al que sigo llevando junto a mis llaves desde hace ya 3 años. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Ahora sí que se acerca la hora de comer y probamos suerte con el pabellón de comida del propio museo, tras cruzar varias salas con artículos y explicaciones de las misiones lunares así como la recreación de un acoplamiento entre los módulos Apollo y el soviético Soyuz. No hay mucho que ofrecer: toda la oferta se limita a menús de McDonalds o pizzas completas de queso o pepperoni, nada que andemos buscando. Decidimos desplazarnos, y ya empieza a ser una carrera contrarreloj, hacia el edificio de la Old Post Office, la vieja oficina de correos que años atrás visitamos con el único objetivo de asomarnos a la torre que ofrece vistas a la ciudad. Llegamos a pie entre 15 y 20 minutos después, tras atravesar de norte a sur el National Mall y caminar por Pennsylvania Avenue junto a edificios como el cuartel general del FBI o el Archivo Nacional. El interior de la oficina de correos es un pabellón de comida en toda regla, pero nos recibe con la mitad de locales cerrados supuestamente por tratarse de un domingo. A falta de un establecimiento de porciones de pizza, nos conformamos con el Georgetown Deli, en el que compramos dos sándwiches con ensalada de patata y refresco por 8 dólares cada uno. ![]() Comemos a toda prisa y ya no hay tiempo para más. Nuestro último trayecto en metro va desde Federal Triangle hasta nuestro campamento base en Rosslyn. Mi deteriorada SmarTrip muere definitivamente, y las pocas ganas de seguir luchando contra ella me llevan a pagar el dólar extra por obtener un billete sencillo de papel. Por lo menos esta vez tenemos la suerte de bajar al andén en el preciso instante en que llega un nuevo tren, evitándonos así la espera de un fin de semana. Nos da tiempo a todo. Llegamos al Hyatt Arlington, donde primeros invertimos nuestros últimos 10 minutos en el “Centro de negocios” para intentar por tercera vez y sin éxito obtener las tarjetas de embarque de la escala entre Londres y Palma de Mallorca. Regresamos a recepción donde recuperamos de la consigna nuestras maletas, y con ellas nos dirigimos a la parada provisional de la línea 5A del Metrobus Express hasta el Aeropuerto Internacional de Dulles. Su paso por Rosslyn se sucede cada hora a los y 51 minutos, y hemos conseguido llegar al servicio de una hora antes al que nos habíamos propuesto. Todo margen es bienvenido cuando se trata de coger un vuelo. El autobús cuesta 6 dólares por persona, independientemente de si lo abonas con el saldo de tu tarjeta SmarTrip o pagas directamente en efectivo en su interior. Tras 40 minutos nos deja en la terminal única de Dulles, un espacio reducido especialmente en comparación a colosales aeropuertos como el JFK o el maldito –por experiencias pasadas- Aeropuerto de San Francisco. Conseguimos un carro para las maletas y tras subir un piso en ascensor hasta la planta de facturación, encontramos una báscula en la que comprobar nuestra carga antes de pasar a los mostradores. Es una gran y agradable sorpresa que a L le sobren 5 kg hasta el peso límite y yo solo me exceda medio kilo. Pasando un par de prendas de una maleta a otra, conseguimos que ninguna de las dos deba pagar un recargo por exceso de equipaje. Nos sumamos a la cola de los mostradores de facturación de British Airways reservada para el “bag drop”, esto es, para gente con tarjeta de embarque ya obtenida online y que solo necesita entregar los bultos a facturar. Llega nuestro turno y aunque nos cuesta horrores entender lo que nos dice el empleado de turno, resulta atento y eficiente: no solo se esmera en darnos instrucciones sobre dónde entregar las maletas, si no que además consigue obtener para nosotros las tarjetas de embarque de Vueling que no pudimos tramitar por cuenta propia. ![]() Tras depositarlo en la cinta transportadora correspondiente, nos despedimos de nuestro equipaje esperando reencontrarnos horas después ya a pocos minutos de casa. Mucho más ligeros de carga con la única compañía de nuestros trolley, avanzamos hacia el control de seguridad. Esta cola avanza notablemente más despacio que la de facturación, pero llega nuestro turno y tras descalzarnos nos metemos en el escáner corporal. L pasa sin problemas, y a mí me ruegan que muestre qué es la marca blanca de mi bolsillo que refleja la pantalla. Una barrita de cacao, no se les escapa una. Un tren lanzadera con frecuencia de cada 150 segundos nos lleva al vestíbulo de puertas de embarque. Resulta ser un largo pasillo con montones de comercios que acompañan a las puertas y de propina la inevitable capilla para rezos de última hora, por lo que pueda pasar en el aire. Descubrimos un “Starbucks evenings”, que no es más que un Starbucks de notables dimensiones e incluyendo algo más de surtido de comidas calientes para poder cenar en él. L aprovecha la ocasión para, sobre la campana, renovar el termo de café de la franquicia que tan buen servicio le ha dado los dos últimos años. Esta vez el susodicho le cuesta 14 dólares. Sin nada mucho mejor que hacer, decidimos que este Starbucks tan especial es perfecto para esperar a que se acerque la hora del embarque en compañía de un café, repitiendo nuevamente el truco de “un café solo, que ya lo convierto yo en con leche”. Por desgracia ninguna de las redes inalámbricas supuestamente abiertas responden, asumo que por una cuestión de saturación de tráfico. Hemos llegado a la zona de embarque con casi 3 horas de antelación al despegue, pero bendita espera. La experiencia de nuestro viaje de vuelta es mucho más placentera que la de dos años atrás en San Francisco, cuando una pésima organización de la terminal del aeropuerto asignada a la compañía United nos costó una carrera contrarreloj y más de una discusión con el personal de tierra. Esta vez todo ha ido como la seda y todavía nos queda tiempo para recorrer todo el vestíbulo, camino durante el cual L sucumbe al capricho de una pizza que lleva horas arrastrando, comprando la porción más cara de la historia: 5 dólares. Yo en cambio y puestos a ceder ante las tentaciones, decido que mi último bocado en Norteamérica será el de una rosquilla de Dunkin’ Donuts, que en comparación solo me cuesta un dólar. ![]() ![]() ![]() ![]() Supuestamente todo el Aeropuerto Internacional de Dulles ofrece conexión a Internet gratuita. Y digo supuestamente, porque pese a que la red siempre ha estado ahí esperando a que conectáramos, nuestros numerosos internos de hacerlo son en vano. No hay manera de conseguir conexión hasta que, no podía ser de otra forma, apenas quedan 5 minutos para acceder a la cabina del avión. Nada más acceder a la cabina, British Airways nos da buenas sensaciones. La separación entre asientos es algo superior a la mínima exigida, y disponemos de pantallas individuales en cada respaldo. Los compartimentos superiores son algo justos para dar cabida al equipaje de mano. No digamos ya en la columna central, en la que a duras penas deben caber bultos del tamaño de un neceser. No tenemos toma de corriente, pero eso es más la norma que la excepción. Repaso la oferta multimedia que tendremos en nuestras pantallas individuales gracias a la revista de la compañía. Lo de siempre: bastante catálogo de cine y televisión, pero muy poco con opción de subtítulos siquiera en inglés, no digamos ya traducidos al español. Lo que no pienso dejar pasar es la oportunidad de ver uno de los dos capítulos de Doctor Who disponibles a bordo de un avión británico. Probablemente Rings of Akhaten, cuya historia no me dejó especial huella pero sí algunos de sus escenarios. Llega la cena, que no es la mejor ni la peor que hemos probado en las alturas: a elegir entre pasta con tomate o ternera tex-mex. Al final, cada nueva aerolínea que probamos nos hace llegar a la misma conclusión: que Swiss es la mejor con diferencia, y que Air Europa hace el ridículo en las distancias largas, con unas comodidades y servicios para sus viajeros a años luz de los de toda la competencia. ![]() Toca recurrir al ordenador portátil para visionar el penúltimo capítulo de los 8 años en antena de Dexter Morgan. Guión lleno de confusión, trampas y agujeros… en esta serie hace ya tiempo desde que todo vale. La he intentado defender, he intentado ser optimista, pero ya no puedo aguantar más sin dar la razón a los que manifiestan que debió acabar hace ya unos años. El cierre de serie que veríamos una semana después no cambiaría esa opinión. L intenta dormir y yo, que sé que en estos vuelos no lo consigo, ni siquiera lo intento y paso a disfrutar durante 2 horas de la tercera entrega de Ironman. Robert Downey Jr. sigue siendo la piedra angular de todo el éxito cosechado con Marvel con el proyecto de llevar Los Vengadores al cine. Sin él, no me arriesgo a creer que hubieran llegado al mismo nivel. Sin nada cargado en el portátil que me despierte especial ilusión en estos momentos, ahora sí decido hacer uso del entretenimiento a bordo para ver una tal “El increíble Burt Wonderstone”, subtitulada en inglés y protagonizada por Steve Carell. Sin renunciar a tópicos del humor absurdo, resulta más simpática de lo que esperaba, y con un montón de apariciones de secundarios de las que me provocan una sonrisa: Olivia Wilde, Jim Carrey… ¡incluso Gillian Jacobs! Cuando falta algo menos de dos horas para tomar tierra en Londres, el personal sirve un desayuno que consiste en café o té a elegir y un cruasán con mermelada para untar. Por las pequeñas ventanas el paisaje azul ya da paso primero a grandes parajes verdes naturales que deduzco corresponden a Irlanda y el oeste de Inglaterra, y finalmente a cientos y cientos de viviendas unifamiliares dispuestas a lado y lado de coquetas calles y curvas carreteras. Mientras tanto, un hombre sentado a pocos asientos de los nuestros sigue dedicando el vuelo a lo mismo desde que hemos despegado: hacer dibujos a lápiz. Y no se le da nada mal… siempre he envidiado a la gente que nace con esa predisposición para crear arte. ![]() Llegamos a la terminal 5 de London Heathrow, en la que el tramo desde las escaleras hasta la jardinera que nos lleva a cubierto ya me hace comprender el amor que los ingleses profesan por el clima y el sol de Mallorca. Aquí hace un frío que pela, y eso que parece haber amanecido una buena mañana. Cuando llegamos a la terminal solo tenemos dos opciones: ir directos a la zona de tránsito con el resto de edificios, o entrar en territorio británico a través del control de inmigración. Como no es el caso de permanecer en el país, parece que no podré ser testigo de la TARDIS y demás motivos de Doctor Who supuestamente repartidos por los vestíbulos de la terminal para celebrar el 50 aniversario de la serie. Tomamos el autobús que conecta en 10 minutos las terminales 5 y 3, obviamente circulando por la izquierda y con el volante al lado contrario. El día que visite Londres (años planteándolo, ninguno realizándolo) ni por todo el oro del mundo pienso alquilar un coche. Tras pasar un nuevo control de seguridad, accedemos a la zona de espera de la terminal 3. Y pese a que según la hora local todavía no son las 10 de la mañana, ya es un infierno. Un hervidero de gente que no solo destaca por su cantidad, si no por la frenética actividad que presentan. La gente no deja de ir y venir por los pasillos haciendo eslalon y abriéndose paso a empujones, como si por unas horas hubiéramos regresado a la Grand Central Station en horario de máxima afluencia. Por norma las puertas de embarque no se anuncian hasta 45 minutos antes de la salida del vuelo así que el nuestro, el único operado por Vueling y el único con destino a España de cuantas aparecen en pantalla, tardará casi dos horas en tener puerta asignada. No es la escala más larga que hemos hecho, pero la poca atractiva idea de recorrer la terminal luchando contra la muchedumbre nos invita a permanecer sentados sin mucho con lo que entretenerse tras consumir los 45 minutos de conexión gratuita a Internet dentro del aeropuerto. Al fin se acerca la hora de despegue y tras caminar apenas 200 metros llegamos a la pequeña antesala que nos llevará hasta el avión. Irónicamente, mi imposibilidad de dormir en vuelos largos choca con la capacidad de hacerlo en escalas más cortas. Siempre que vuelvo del otro lado del Atlántico, esta última escala ya sobrevolando Europa es en la que consigo conciliar el sueño justo para luego poder aguantar hasta la noche del recuperado horario peninsular. También ayuda el hecho de que en estas escalas más pequeñas ya no queda absolutamente nada que hacer: no hay servicio de entretenimiento, no suelen servirse comidas, y ya he hecho suficiente uso del portátil en las horas anteriores. Así que cuando abro los ojos no queda mucho para que Palma de Mallorca aparezca bajo nosotros, y solo queda salir del avión escuchando la pegadiza canción de Vueling por megafonía antes de sentir que hemos vuelto a casa. Otra vez debemos esperar a una jardinera para apearnos del avión. Finalmente llegamos a la zona de recogida de equipajes y, en la pecera con dos o tres cintas reservadas a bultos procedentes de fuera de la Unión Europea, no tardan en aparecer nuestras maletas. El guardia civil que debe permitirnos la salida de la sala se limita a preguntarnos cuál es nuestro origen y al contestarle que Washington DC, nos deja pasar sin proceder a una mayor inspección. Nuestro particular chófer (es decir, mi suegro) nos espera frente a la zona de salidas de Son Sant Joan, y tras 15 minutos de carretera estamos en casa. Con un poco de hambre, prácticamente el mismo peso con el que nos fuimos y en mi caso las uñas más largas gracias a que no me las muerdo durante los viajes (por cierto: no durarían mucho), volvemos a pasar por la puerta más de 16 días después. Ahora solo nos queda aguantar como sea posible hasta la noche para olvidar cuanto antes la zona horaria de la costa este, y dedicar las próximas tardes a escribir, retocar, maquetar y finalmente publicar. Es difícil comparar según qué viajes por lo que no me arriesgaría a clasificarlo como el mejor de todos, pero con toda seguridad acabamos de terminar unas de nuestras mejores vacaciones. Y como suele ocurrir, el recuerdo no hará más que mejorar según pasen los años. Etapas 16 a 18, total 18
A continuación se listan todos los gastos que forman la base del viaje. Esto incluye vuelos, hoteles, coche de alquiler, seguros de viaje, entradas a recintos, combustible, otros transportes y una estimación aproximada del dinero invertido en alimentación. Quedan excluídas las compras individuales como aparatos electrónicos, artículos de ropa u otros.
Los precios son totales para dos personas. Se indican en dólares (cuando sea posible) y en euros según una aproximación del cambio aplicado, que para las fechas oscilaba entre los 1,30 y los 1,35 dólares por euro. Vuelos Paquete contratado en Expedia.es. Vuelo de ida Palma de Mallorca - Madrid (Iberia Express) y Madrid - Boston (Iberia). Vuelo de vuelta Washington/Dulles - Londres/Heathrow (British Airways) y Londres/Heathrow - Palma de Mallorca (Vueling). 1.130,08 € Seguro de viaje Seguro Intermundial Multiasistencia Plus con cobertura de hasta 50.000 euros en gastos médicos para viajes de entre 15 y 30 días, contratado a través de la web de la compañía. 171 € Alojamiento Boston. Habitación doble en Omni Parker House para 3 noches entre el 31 de agosto y el 3 de septiembre. Reservado a través de Hoteles.com con un código de descuento del 10%. 402,61 € Bar Harbor (junto a Acadia National Park). Habitación de motel en Barton's Motel & Cottages para 3 noches entre el 3 y el 6 de septiembre. Reservado por correo electrónico y tras una llamada telefónica al no recibir respuesta. 186,18$ (146,16 €) Bartlett (junto a White Mountain National Forest). Cabaña número 5 en A Better Life Cabins and Campground para 2 noches entre el 6 y el 8 de septiembre. Reservado por correo electrónico. 137,34$ (108,78 €) Newburgh (cerca de Woodbury Premium Outlet). Habitación doble en Days Inn Newburgh para una noche el 8 de septiembre. Reservado a través de Hoteles.com. 61 € Queens (Nueva York). Habitación doble en Z Hotel NYC para 4 noches entre el 9 y el 13 de septiembre. Reservado a través de Hoteles.com con un código de descuento del 10%. 679,19 € Arlington (junto a Washington, DC). Habitación doble en Hyatt Arlington para 2 noches entre el 13 y el 15 de septiembre. Reservado a través de Hoteles.com. 159 € Entradas y actividades Visita a la Estatua de la Libertad incluyendo trayecto en ferry desde Battery Park. Entradas de tipo "Crown Ticket" con acceso hasta la corona de la estatua. Reserva realizada a través de statuecruises.com. 40 $ (32 €) Partido de béisbol de los New York Mets ante los Washington Nationals en el Citi Field de Queens. Entradas para la grada "Promenade Infield 514". Entradas compradas a través de StubHub.com. 37$ (29,13 €) Acceso al Top of the Rock, la azotea del Rockefeller Center. Entradas compradas a través de Hotelopia.es con un descuento del 18% para empleados del grupo Tui Travel A&D. 30,16 € Alquiler de coche, combustible y peajes Vehículo de categoría "Economy" (Chevrolet Aveo o similar) de Alamo durante 11 días del 3 al 11 de septiembre, con regogida en Boston y entrega en Washington DC. Reservada realizada a través del soporte por correo electrónico de RentalCars.com. 345 € Pagos adicionales del vehículo de alquiler: recargo por "one-way" y ampliación del seguro para incluir asistencia en carretera. 214$ (167,68 €) Repostajes de gasolina realizados durante el viaje (4 repostajes de algo más de medio depósito) 104,87$ (80,67 €) Peajes de autopista atravesados durante el viaje (8 peajes en total) 25,35$ (19,50 €) Peaje de acceso a la isla de Manhattan a través del George Washington Bridge. 13$ (10 €) Peaje de acceso a la isla de Manhattan a través del Queens 7,50$ (5,77 €) Otros transportes Dos billetes sencillos de la MBTA Blue Line en Boston desde el Aeropuerto de Boston hasta el centro de la ciudad. 5$ (3,85 €) Recargas de saldo de MBTA para múltiples trayectos en el área metropolitana de Boston. 25$ (19,23 €) Obtención de dos tarjetas Metrocard para uso ilimitado durante 7 días en la red de metro de Nueva York. 62$ (47,69€) Gastos de Metro en Washington, DC y alrededores (incluye billetes sencillos, emisión de tarjetas SmarTrip y varias recargas de saldo) 33$ (25,38 €) Dos billetes de solo ida de la línea 5A Express de Metrobus desde Rosslyn hasta Dulles International Airport. 12$ (9,23 €) Alimentación Total aproximado de gastos en desayunos, comidas y cenas repartido entre compras en supermercados y restaurantes varios. 930$ (715,39 €) Otros Saldo de Skype para realizar llamadas a través del ordenador portátil. 10 € Gastos en detergente, lavados y secados en diversas lavanderías. 18 $ (13,84 €) TOTAL: 4.422,34 euros TOTAL POR PERSONA: 2.211,17 euros Para más información sobre este viaje y otros: albertobastos.info/ ...costaeste/ Etapas 16 a 18, total 18
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