![]() ![]() Viernes, 15 de octubre de 2010 / Civitavecchia/Roma ✏️ Diarios de Viajes de Mediterráneo
Apuntes culturales: Roma caput mundi (Roma capital del mundo). Así la bautizaron los propios romanos, cuando esta ciudad fue, durante siglos, la más importante, la más poblada y la más bella del mundo. En la actualidad es la capital de Italia y de...![]() Diario: MSC Splendida: una vuelta por el Mediterráneo (Octubre 2010)⭐ Puntos: 4.4 (12 Votos) Etapas: 9 Localización:![]() Apuntes culturales: Roma caput mundi (Roma capital del mundo). Así la bautizaron los propios romanos, cuando esta ciudad fue, durante siglos, la más importante, la más poblada y la más bella del mundo. En la actualidad es la capital de Italia y de la cristiandad, y aunque obviamente ha cambiado mucho, sigue conservando importantes vestigios de su impresionante pasado. Según la leyenda la ciudad fue fundada en el año 753 a. C. por Rómulo y Remo, los cuales establecieron un régimen monárquico que duró hasta el año 510 a. C. Ya en el mismo acto de la fundación, Rómulo mató a Remo, lo que va a ser el primer precedente de una constante en toda la historia de Roma: el asesinato frecuente de magistrados y emperadores en el ejercicio del poder. De la época de la monarquía es poco lo que conocemos, casi todo cubierto por una pátina de leyenda. En cualquier caso la ciudad fue creciendo y fue recibiendo las influencias de dos importantes civilizaciones, la etrusca y la griega. En el 510 a. C. es expulsado de la ciudad el último rey etrusco de Roma: Tarquinio el Soberbio. Ese mismo año se instaura la república (literalmente en latín: la cosa pública). Durante casi 500 años, Roma se va a gobernar con un sistema político copiado de las democracias griegas, con tres instituciones básicas: las asambleas, las magistraturas y el Senado. Las asambleas (o comicios, como las llamaban los antiguos romanos), estaban integradas por el pueblo romano, y tenían como función principal elegir a los magistrados y aprobar las leyes. Los magistrados, que eran funcionarios encargados de gobernar la república, tenían una triple característica; eran colegiados (se elegían dos o varios magistrados para cada cargo con idénticos poderes, de esta manera se intentaba evitar la tiranía), anuales (el periodo de vigencia en el cargo era de un año, las asambleas se encargaban de renovar anualmente casi todas las magistraturas, nuevamente para evitar la tiranía) y electivos (todos los magistrados salvo uno, el de dictador –que lo nombraba el senado en situaciones excepcionales- eran elegidos por las asambleas). Los magistrados más importantes eran los cónsules, ostentaban el mando del ejército y el poder ejecutivo. El senado era un consejo formado por ex magistrados. Su nombre deriva de que casi todos ellos llegaban a formar parte de él a una edad ya avanzada. Aunque en teoría no tenía funciones ejecutivas sino solo consultivas, en la práctica se convirtió en el verdadero detentador del poder durante todo el periodo republicano; sus célebres senadoconsultos eran de acatamiento obligatorio para la república. Durante los 500 años de existencia de la república, Roma pasó de ser una pequeña ciudadestado ubicada en el centro de la península itálica a dominar la casi totalidad de los territorios ribereños del mar mediterráneo, al que los romanos denominaron Mare Nostrum, y que en realidad constituía el centro de su imperio (mediterráneo significa en mitad de la tierra). A finales de la república se puso en evidencia que las estructuras políticas diseñadas para gobernar una pequeña ciudad estado (las cuales ya hemos mencionado anteriormente), no servían para gobernar un vasto imperio que abarcaba casi todo el ámbito mediterráneo. El primero en comprender esto fue Julio César. César intentó convertir la república en una monarquía, pero su intento se vio abortado por su propio asesinato en el 44 a. C. Tras la guerra civil que se produjo a continuación, su sobrino-nieto, Cayo Octaviano, más tarde Augusto, se hizo con el poder absoluto y llevó a cabo el proyecto político de César, pero se cuidó mucho de proclamarse rey, había aprendido la lección política de su tío-abuelo. Fundó un nuevo régimen político: el principado. El princeps (o emperador, como lo llamamos nosotros) era sólo el principal ciudadano de la república, cuyas instituciones siguieron existiendo durante todo el imperio, pero vaciadas de competencias y de poder político. En realidad el imperio se convirtió en una monarquía hereditaria, a la manera de las monarquías helenísticas engullidas por Roma en los dos últimos siglos de la república, aunque sin rey formal. Durante la primera mitad del imperio, hasta el 230 d. C., se sucedieron varias dinastías de emperadores (Julio-Claudios, Flavios, Antoninos y Severos), después, una profunda crisis en el siglo III, que casi acaba con el imperio y que esboza ya la Edad Media (del 230 hasta el 290), y por último un periodo final de decadencia, con el imperio ya cristianizado (del 290 hasta el 476). En cualquier caso durante el imperio, Roma concluyó las conquistas con el dominio de toda la costa mediterránea, y, sobre todo, asentó y consolidó en todo su territorio la civilización clásica, con el latín como lengua vehicular. Con las invasiones bárbaras la ciudad entra en un periodo de crisis y de decadencia del que no saldrá hasta mil años después. En apenas doscientos años pierde el 98 % de su población (de un millón a unos 20.000 habitantes). Durante todo el periodo la ciudad es poco más que una aldea entre impresionantes ruinas que son utilizadas como canteras o como materia prima para los hornos de cal. Con el Renacimiento Roma, convertida ahora en capital de la cristiandad, vuelve a convertirse en un importante centro artístico y cultural. Los papas, monarcas absolutos que gobiernan la zona central de la península itálica, actúan como mecenas de importantes artistas, como Miguel Ángel, Bramante y Rafael. La iglesia y la burguesía romana construyen imponentes palacios y suntuosas iglesias que rememoran el glorioso pasado clásico. Las excavaciones para construir los cimientos de estos edificios sacan a la luz impresionantes restos artísticos de la época romana, muchos de los cuales veremos en los museos vaticanos. Roma vuelve a ser caput mundi, ahora como sede de la cristiandad. El Barroco (siglos XVII-XVIII) constituye un nuevo periodo de esplendor de la ciudad. El nuevo estilo artístico, que nace de hecho en Roma desde donde se expandirá a toda Europa, tiene aquí su máximo exponente. Arquitectos, como Bernini y Borromini, escultores como Bernini, y pintores como Caravaggio y los Carraci convierten la ciudad en un gigantesco muestrario del nuevo estilo. Es en el siglo XX, cuando Roma recupera su papel como una de las ciudades más importantes de la Europa Occidental. Casa del gobierno Italiano, casa del Cristianismo por la presencia de la ciudad del Vaticano, y casa de una de las ciudades con riquezas históricas, culturales y artísticas, la ciudad atrae cada año a millones de turistas de todo el mundo para que sean testigos de todos los restos de la antigua Roma, y algunas obras de arte del Renacimiento y la era Barroca. Roma es la ciudad de algunos de los monumentos más famosos del mundo, como el Coliseo o La Fontana di Trevi, es también la ciudad de las mil iglesias; una metrópoli caótica que es tan particular que alberga dentro de sí todo un estado –como es el Vaticano-; además de todo esto, es reconocida por ser capital de un país con una de las cocinas más populares a nivel internacional. No se trata solamente de un conjunto de ruinas de la época del antiguo imperio, además es la mayor expresión mundial de arte barroco, sin olvidar la presencia de la arquitectura fascista de la primera mitad del siglo XX – cuyo más claro ejemplo fue la remodelación que tuvo lugar con la apertura de la Via della Conciliazione, larga avenida que permite observar San Pedro desde lejos, sustituyendo los callejones existentes con anterioridad en la zona. Pero Roma son muchas más cosas: es un museo al aire libre, como muy a menudo se escucha, repleta de esculturas y fuentes preciosas en sus preciosas plazas, además de casi una veintena de obeliscos, traídos en su mayoría directamente de Egipto tras su conquista. Es también una de las ciudades más caóticas en cuanto al tráfico de Europa; es una capital que seguramente sorprende por la suciedad y el aspecto decadente de muchas de sus calles, por la irregularidad del firme, por la belleza de la práctica totalidad de los edificios. Es la ciudad de las famosas siete colinas históricas, esto es: el Campidoglio, Aventino, Palatino, Celio, Esquilino, Quirinale y Viminale. Hoy en día, no obstante, se encuentran incorporadas a la capital otras elevaciones como el Monte Mario, el Gianicolo, el Pincio o los montes de Parioli, Sacro y Monteverde. Por otra parte es un lugar para pasear y pasear: en la inmensa gran mayoría de las ocasiones merece la pena desplazarse caminando, pudiéndose aprovechar de este modo para conocer barrios, calles, fuentes y monumentos. Merece la pena destacar el indudable carácter de ciudad del sur de Italia en muchos sentidos, aunque geográficamente se encuentre en el punto medio de la península Itálica, y aún tratándose de la capital del país. Este carácter, menos cosmopolita y más ‘pueblerino’, se respira a cada paso por la ciudad. El hecho es todavía más llamativo si tenemos en cuenta que dispone de casi 3 millones de habitantes, casi 4 con su área metropolitana, la más poblada de Italia. Entre las excursiones ofrecidas por MSC se encuentran “Roma, recorrido clásico”, visitando los puntos más emblemáticos de Roma, con una duración de 9 horas por 95 € (incluye el almuerzo) y “Excursión libre por Roma”, para que cada cual a su aire visite lo que prefiera, la duración es de 9 horas y el precio 44 € (sin almuerzo y sin guía) La alternativa, por libre, es adquirir un billete integrado (BIRG) que por 9 € nos proporciona ida y vuelta en tren desde Civitavechia hasta Roma y un uso ilimitado del metro. Ya en Roma se puede pasear a nuestro aire o utilizar el bus turístico (20 €) para visitar la Ciudad del Vaticano, la Plaza del Pueblo, la Plaza de España, la Plaza Navona, el Panteón, la Fontana di Trevi, la Plaza de Venecia, el Foro Romano, el Coliseo,... La escala: Madrugamos, desayunamos y a las 8, con el barco atracado en el puerto de Civitavechia bajo un cielo libre de nubes, ya estábamos casi todos listos para desembarcar. Ese casi todos hizo que hasta media hora después no pusiéramos los pies en tierra. El plan era recorrer el camino hasta la salida del puerto, buscar la estación de ferrocarril, comprar el famoso billete integrado y visitar tantas cosas como fuera posible en Roma. No nos acompañaban ni Mª Pilar, a la que no apetecía el agobio de la excursión, ni Mª Ángeles, que ya conocía Roma y prefería disfrutar del barco a sus anchas. No había ningún letrero que indicara el camino de salida. La inmensa mayoría de pasajeros se dirigieron a los autocares de las excursiones organizadas por MSC. Nosotros empezamos a andar hacia la derecha. Murphy pasaba por allí, ya que después de recorrer toda la eslora del Splendida y la de otro crucero de similares medidas, observamos como arrancaba un autocar que, curiosamente, se dirigió hacia la izquierda. - Me parece que vamos mal.- Informé al grupo. Todos estuvieron de acuerdo y desandamos lo andado. Pronto descubrimos que la salida estaba hacia la izquierda y que al final de la hilera de los autocares de las excursiones se encontraban los autobuses que, gratuitamente, trasladaban a los pasajeros que iban por libre hasta el exterior del recinto portuario. En la misma puerta encontramos una oficina de información que nos facilitó un plano de la ciudad y nos indicó el camino hasta la estación. Unos metros después nos encontramos con varios taxistas que ofrecían sus servicios y un mostrador donde pudimos adquirir el BIRG que por 9,00 € cada uno nos iba a permitir tomar el tren ida y vuelta hasta Roma y utilizar el ferrocarril metropolitano de Roma durante todo el día. Llegamos al andén donde estaba estacionado el tren con destino Roma, en el momento en que cerraba las puertas para iniciar su salida. Los más ágiles llegamos hasta las puertas del último vagón que iban siendo abiertas por los que como nosotros llegaban justo a tiempo e impedían que el convoy arrancara de una vez. No quisimos correr el riesgo de que nadie sufriera un percance en la carrera hasta el tren y no nos parecía correcto mantenerlo inmovilizado hasta que llegara el último rezagado, así que anunciamos a voces que no hacia falta correr, que ya subiríamos en el próximo y nos dispusimos a contemplar como, definitivamente, se cerraban las puertas y el tren iniciaba su camino. Aprovechamos para validar los billetes en las maquinas distribuidas por la estación. Estábamos ansiosos por llegar a Roma. La información que nos dieron en la oficina turística indicaba que había un tren con destino Roma solo 10 minutos después. Pero el folleto entregado en el punto de venta de los billetes anunciaba que el siguiente tren pasaba 41 minutos más tarde. Un empleado de la estación nos aclaró la discrepancia: trenes los había con la frecuencia dada por la oficina de información, pero el BIRG no era valido para todos y el siguiente tren que podíamos tomar con el billete adquirido era el que partiría 40 minutos después. De todas formas nos indicó que los demás trenes iban con retraso por lo que tampoco íbamos a ganar mucho de querer subir en uno anterior. La hora anunciada era las 9:41. A las 9:20 se detuvo un tren en la estación. Por supuesto no era el nuestro, pero a las 9:30 alguien preguntó y alguien informó que ese tren iba a Roma. Dimos la voz de alarma y subimos todos para repartirnos como pudimos en varios vagones, ya que iba bastante completo. No me molesté en averiguar si ese tren era el que debíamos tomar ni si nuestro billete era valido para ese tren. Estoy convencido de que no, ya que partió antes de lo debido y llego a la estación de San Pietro solo 45 minutos después, un cuarto de hora más rápido de lo esperado y parando en menos estaciones de las previstas. Tanto es así que aprovechando el paso por el vagón de un revisor (que por cierto no revisaba nada), Manolo le preguntó por la parada de San Pietro. - Es la siguiente.- Fue la sorprendente respuesta. - ¿Falta mucho? - Dos o tres minutos. Teníamos un nuevo problema. Habíamos previsto que al arrancar en la penúltima estación del trayecto, nos levantaríamos para recorrer los vagones anunciando al grupo nuestra inminente llegada, pero ya no había tiempo para eso y además descubrimos, con horror, que los pasillos estaban abarrotados y resultaba prácticamente imposible recorrerlos con la gente preparándose para bajar. El tren ya se estaba deteniendo y aún no habíamos conseguido contactar con nadie. Que todos nos pasáramos la estación y llegáramos hasta Roma Termini, no era preocupante: simplemente habría que hacer el recorrido planificado al revés. Lo preocupante sería que alguien se diera cuenta de que estábamos en San Pietro y decidiera bajar por su cuenta y riesgo. No quería vivir una nueva separación, con la de Malta ya habíamos tenido bastante. Manolo habló con el revisor que seguía bloqueado en la plataforma como nosotros. No se si fue a causa de las palabras de Manolo o, de todas formas ya estaba previsto, la cuestión fue que el revisor anunció, de forma sorprendentemente clara y audible, por megafonía la llegada a la estación de San Pietro. Los que se dieron cuenta de la llegada avisaron a los demás y todos fuimos bajando. En el anden, antes de que el tren arrancara de nuevo, hicimos un recuento y comprobamos que estábamos todos. Desde la estación se divisa la majestuosa cúpula de la Basílica de San Pedro. No había perdida. Además todo el mundo iba al mismo sitio, por lo que nos limitamos a dejarnos llevar por la corriente. Sin darnos cuenta cambiamos de país: ya estábamos en el Vaticano, ya podíamos empezar a admirar sus bellezas arquitectónicas. - Por si nos separamos, a las once y cuarto todos junto a esa fuente.- Indicó Manolo señalando una de las dos fuentes ubicadas en la plaza de San Pedro. María, nuestra cicerone, retomó el abanico del día anterior que de nuevo nos sirvió de guía y referencia. Mientras hacíamos cola, para pasar el control de seguridad de la entrada a la basílica, pudimos admirar la majestuosidad de las columnas y estatuas que jalonan la plaza. Una vez dentro del templo realizamos un rapidísimo recorrido que nos permitió contemplar “La Piedad” de Miguel Ángel, el espectacular Baldaquino de bronce de Bernini, las pinturas murales que en realidad son mosaicos, el cuerpo expuesto del Papa Juan XXIII, ... Siguiendo con atención los comentarios y explicaciones que tanto Manolo como María, conocedores de la Basílica, nos iban dando, llegó la hora acordada para reagruparnos. La prisa era justificada: íbamos a pasar como mucho 6 horas en Roma y queríamos acabar en el Coliseo. No había tiempo para florituras. Las 6 horas las hubiera gastado exclusivamente en el Vaticano, pero había otros sitios que visitar. Una cosa ya me había quedado clara y solo había visitado el primero de los puntos programados: tenía que volver a Roma. Cinco días como mínimo, para poder empaparme de todo lo que esta ciudad significa, de todo lo que alberga. Poco después de la hora convenida nos encontrábamos todos en el punto acordado. Frederic compró una pequeña bandera vaticana y se la dio a María para que sustituyera el socorrido abanico por un icono más adecuado. Nos dirigimos en busca de la estación de metro que quedaba más cerca: Ottaviano – San Pietro. Nuestros billetes funcionaron a la perfección y nos franquearon las puertas de acceso al anden. Una rápida visión nos permitió descubrir la dirección que debíamos tomar y pocos minutos después salíamos a la calle en la estación de Spagna. Llegamos a la Plaza de España, compramos castañas asadas, ahuyentamos a las mujeres que nos regalaban hojas de la suerte, a los vendedores callejeros, a los recolectores de firmas de causas diversas, a todos esos que buscan ávidamente el dinero que descansa en los bolsillos de los turistas, para que pase a descansar en los bolsillos propios. Íbamos un poco asustados por la fama de carteristas que hay en Roma, con nuestro dinero y documentación estratégicamente colocados, con nuestras bolsas y mochilas firmemente afianzadas. La verdad es que sí los hay yo no los vi y no sufrimos ningún percance en todo el día. Subimos la escalinata por un lado y la bajamos por el otro. A mitad de camino compramos un par de originales camisetas. No creo que nadie las haya visto nunca: tienen una gran I, un corazón y la palabra ROMA. Un trago de refrescante agua de la fuente que se encuentra al pie de la escalinata y de nuevo en marcha. Seguíamos a María que caminaba con su nueva enseña en alto, todos tras la bandera Vaticana. Pasando por la embajada de España y recorriendo una estrecha callejuela llegamos hasta la Fontana di Trevi. Al ser temporada baja en lugar de miles de personas solo había unos cientos, ¡menos mal! A empujones llegamos hasta el borde de la fuente y como pudimos tomamos las fotografías de rigor. Marga tiró una moneda, yo no. ¡Veremos quien regresa! Si, como espero, regresamos los dos, tendré la prueba evidente de que no es necesario tirar una moneda para volver. Si no, tendré que regresar para poder tirarla, ... aunque si regreso para tirarla, ya habré regresado, por lo que no hará falta que la tire ... creo que me estoy liando, mejor lo dejo estar. La siguiente parada la hicimos en el Panteón de Agripa, aunque por el camino aprovechamos para comprar los obligados imanes y un par de pequeñas reproducciones de la Fontana y del Coliseo. Unos andamios tapaban la fachada del Panteón, así que nos perdimos gran parte de su espectacularidad. Accedimos a su interior para contemplar la oquedad del techo, las rendijas de desagüe del suelo, los anillos de su estructura, los nichos y las ventanas. No había posibilidad de remolonear, había que seguir adelante. Atajando en diagonal llegamos hasta la plaza Venecia. Me vi sorprendido por la espectacularidad de su blanco palacio, la escalinata que permite el acceso, los conjuntos escultóricos ubicados en el techo de la construcción, la estatua ecuestre del primer rey de Italia, Víctor Manuel I, la tumba del soldado desconocido custodiada por dos engalanados soldados, la llama siempre prendida,... De camino hacía el Foro aprovechamos para comer. En un pequeño puesto nos hicimos con Pizzas y bocadillos, agua y cerveza. Un pequeño alto para descansar y saciar el apetito. La ruta que nos llevaba hasta el Coliseo nos permitió contemplar las ruinas del Foro. Imposible absorber todo el significado, toda la historia que encierran aquellas piedras. Nos tuvimos que limitar a una visión fugaz con la promesa de volver para patearlas a fondo. Finalmente el Coliseo. En realidad solo su exterior, atisbando lo que pudimos entre las rejas que bloquean el paso. Otra tarea para el futuro. Volver para recorrerlo por completo, para imaginar como fue lo que hemos visto en tantas películas: las luchas de los gladiadores, el desayuno de los leones, el público pidiendo sangre, César decidiendo con el pulgar sobre la vida y la muerte, ... Las ultimas compras y de nuevo el metro, cuya parada se encuentra pegada al Coliseo, para llegar hasta la estación Termini, donde pudimos hacer uso de los servicios previo pago de un euro por persona. Treinta minutos nos costó llegar hasta el punto de partida del tren que nos tenía que llevar de regreso a Civitavechia. 15 para encontrar un punto de información donde nos indicaran como ir hasta el andén adecuado y otros 15 para llegar hasta él. Al cabo de unos minutos llegó un tren. Ninguna indicación, ningún letrero, nada que informase a donde se dirigía, ni en el andén ni en el propio tren. Pero la gente subía y preguntamos si paraba en Civitavechia. Nos informaron que sí y también subimos nosotros. A bordo tampoco había ninguna indicación de su destino. En un lateral un esquema de las estaciones de un recorrido donde Civitavechia brillaba por su ausencia. Volvimos a preguntar y nos volvieron a decir que ese era el tren que nos llevaría a nuestro destino. Entre todos lo preguntamos varias veces a distintas personas y siempre recibíamos la misma respuesta afirmativa. El tren arrancó. A los pocos segundos una voz anunció por megafonía su destino, creo que se trataba de Pisa. Había leído que el tren de Pisa pasaba por Civitavechia, lo que faltaba por ver era que además parase en ese lugar. Acto seguido la voz fue enumerando las paradas, una de ellas era Civitavechia. Nos quedamos más tranquilos, aunque no pude dejar de pensar que a buenas horas llegaba la información, con el tren en marcha y sin posibilidad de vuelta atrás si la elección hubiera sido errónea. Todos empezamos a echar cabezadas. Todos no, Maribel permanecía inquieta sufriendo por si nos pasábamos de la estación. Frente a ella estaba Víctor que cuando el tren paraba abría las ojos para confirmar que aún no habíamos llegado a nuestro destino, entonces Maribel se relajaba para volver a su inquietud en cuanto Víctor volvía a adormilarse. Estaba convencida de que perderíamos el barco, no sabía que viajamos con bastante tiempo de margen y pensaba que nos daríamos cuenta de la llegada a Civitavechia cuando ya el tren estuviera en marcha rumbo a la siguiente estación. Entonces habría que retroceder y cuando llegáramos al puerto ya sería demasiado tarde: el Splendida estaría navegando rumbo a Génova. La situación estaba controlada. Esa mañana me había fijado que las dos primeras estaciones que habíamos pasado rumbo a Roma eran localidades costeras que incluían la palabra Marina o algo así. Cuando vi esa palabra por primera vez supe que faltaba poco, cuando la vi de nuevo supe que la siguiente parada era la nuestra. Llegamos sanos y salvos a Civitavechia y todos bajamos cuando el tren paró. Más de uno se sorprendió cuando les dije que faltaba más de una hora para el “todos a bordo”, sin embargo era algo que siempre que se habló del día de Roma se había comentado. Había preferido jugar con ese tiempo de margen por si había la menor incidencia y por suerte no hubo que echar mano de él. Manolo y Frederic fueron en busca de una heladería para tomarse un helado, el resto nos dirigimos hacía la parada del bus que nos dejaría a pie del barco. En vista del éxito de la jornada anterior, esa noche Marga y yo pasamos del espectáculo y después de cenar nos fuimos directamente al Aft Lounge para tomar una copa y bailar un poco. Después nos informaron que el espectáculo había estado bastante bien y que los que se durmieron fueron menos. Nosotros disfrutamos intentando, con más o menos éxito, bailar salsa, cha-cha-cha, bolero y bachata. La jornada llegaba a su fin, estábamos cansados y nos acostamos. Índice del Diario: MSC Splendida: una vuelta por el Mediterráneo (Octubre 2010)
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