En La Esperanza los fines de semana no se trabaja y los voluntarios aprovechan para descansar o visitar los alrededores de Granada. Las principales zonas naturales de interés más cercanas a Granada son Las Isletas, el volcán Mombacho y la Laguna de Apoyo.
“Las Isletas” es un conjunto de 365 islas formado hace miles de años tras una fuerte erupción del volcán Mombacho. Debía de ser un buen “pedo”, ya que los materiales expulsados por el volcán llegaron hasta el lago Cocibolca formando esta especie de “mini archipiélago”. Para llegar a ellas se puede ir caminando desde Granada hasta el embarcadero (40 minutos) o agarrar un taxi ($C20/0,8 euros). Desde el embarcadero salen botes de unas 20 personas que hacen el recorrido por las islas. Hace años Las Isletas era una de las zonas más pobres de Nicaragua. Hoy en día, lujosas mansiones de extranjeros se entremezclan con casas de familias pobres fabricadas con trozos de madera y láminas de zinc sin título de propiedad. Hay islas para todos los gustos y muchas de ellas todavía están a la venta.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
El recorrido por las isletas es entretenido y relajante. Vas pasando por multitud de canales flanqueados por plantas acuáticas hasta llegar a la zona de islas. Desembarcamos en una de las islas para comer. Mientras preparaban la comida con la calma nica, “V” decidió ir a la isla de enfrente nadando. No sabía que era la “Monkey Island” y sus “propietarios” no eran muy hospitalarios. Al llegar a ella e intentar agarrarse a la rama de un árbol para poder subir, un grupo de monos cariblancos furiosos empezó a salir de todos lados gritando como posesos. Los putos monos no paraban de arañarle y darle puñetazos para no dejarle subir. “V” tuvo que ir nadando a la isla de al lado y regresó extenuado.
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El día en las isletas transcurrió al estilo nica, sin priiiisaaas, ¡Queee “bueeeeno”!”. A eso de las cinco ya estábamos de vuelta y aproveché para dar una vuelta por mi cuenta. Granada estaba animada y yo también, le estaba cogiendo el gustillo a esta ciudad. “¡Catalán!”. Don Bernardo estaba sentado en la entrada del Hotel Cocibolca (su “casa”). Tras un rato de “aventuras y desventuras por la América Latina” me pidió que lo acompañara a su habitación. Don Bernardo vivía en un cuartito de unos 10 metros cuadrados en la planta baja del Cocibolca. Una cama, un pequeño lavabo y una mesita llena de herraduras y potes de pintura, apenas se podía caminar por ella. “Te he preparado esto para ti”. Don Bernardo me entregó una herradura pintada con los colores de la bandera de España y otra con los de la de Nicaragua. “Ya lo sé, ya lo sé, no es la bandera catalana. Si no te gusta, no te la quedes”. Don Bernardo siempre regalaba herraduras con los colores de la bandera española a todos los españoles que pasaban por Granada y congeniaban con él. “Muchas gracias, Don Bernardo. ¿Y la de Nicaragua?”. “Para que se la des a tu moza, que ya me han dicho que algo tienes por aquí y de española tiene más bien poco, amigo”. Granada no deja de ser un pueblo en cuanto a chismorreos se refiere. Don Bernardo reía con ganas. Conversamos (conversó él) durante un rato sobre la situación de Libia. Don Bernardo tiene una especial simpatía por Gadaffi. “Es un gran tipo, amigo. Ahora las superpotencias se lo van cargar para conseguir el petróleo, amigo”.” Sí, sí, Don Bernardo. Le dejo que tengo que hacer un “mandado” (recado)”.
Subí por La Calzada hacia el Parque Central. Un par de “huelepegas” se estaban calentando de lo lindo y la policía turística se encargó de zanjar la situación rápidamente. Ya en el Parque continuaba la Semana Internacional de la Poesía. Un grupo de poetas de diferentes nacionalidades recitaban poemas mientras en el otro extremo del parque un cantautor nica proclamaba la nobleza y el orgullo del pueblo nica y se cagaba en la clase política al más puro estilo Sabina. Era sábado noche y el ambiente festivo se respiraba por todos los rincones. Pasé por delante de la parada, estaba a tope. Nicole estaba espectacular. Desde lejos le hice signos para vernos después, “Ok”.
Ya de vuelta en casa, una buena ducha y piti en la puerta sentado con la calma. “¿Tienes un cigarrillo?”. Una chica con una sonrisa preciosa se sentó a mi lado. Heather es canadiense y profesora de yoga en el gimnasio “Pure” de la calle Corrales, al lado de mi casa. Me contó que se escapaba a hurtadillas del gimnasio para fumar algún que otro piti sin que nadie se enterara. Estuvimos charlando el tiempo que tardamos en fumarnos el piti y desapareció con una sonrisa.
Esta noche hay fiesta en la casa de voluntarios de la calle La Libertad. “La Libertad”, como se llama coloquialmente a esta casa es la más grande de todas las casas de La Esperanza (15 personas). Las fiestas consisten en que cada persona trae algo (ron o cerveza) para beber y se pone música. Mejor llegar cenado porqué sino el cebollazo puede ser importante (y si vienes cenado, también). Nos reunimos la mayoría de voluntarios, unos 40. El 80% de los voluntarios de La Esperanza son jovencitos (18-22). La fiesta se animó rápidamente y acabó convirtiéndose en una auténtica fiesta Erasmus. Alguna que otra trallada cuando no habían pasado ni dos horas, un chaval con una manguera rociando a todo el mundo. Gary, Fran y yo contemplábamos el espectáculo desde una esquina. “Bueno, yo me voy”, “Joder, Xavi, pero si sólo son las 10”, “Por eso”. Fran se partía el pecho y le explicó la historia de Nicole a Gary de forma escueta. “Es que Xavi ya ha probado el gallopinto, Gary”. “Jooooderrr”. Gary utilizaba esta expresión a menudo.
Aunque no sea muy recomendable hacerlo de noche, el paseo desde el Parque Central hasta el malecón del lago Cocibolca es muy agradable a estas horas. Prácticamente no hay nadie y el aire templado te va dando en la cara a medida que vas acercándote al lago. Nicole estaba muy mimosa y me abrazaba con fuerza. Llegamos a la playa y una pareja de policías nos saludó, bien. No se veían huelepegas en los alrededores. Nos sentamos bajo una palmera frente a las olas. Nicole se miraba las “chinelas” que le había regalado con aquella sonrisa que tanto me gustaba. Yo esperaba un ataque frontal de más “peticiones” pero no fue así. La noche transcurrió entre besos, arrumacos y pocas palabras hasta que los mosquitos nos sacaron de ahí a picotazos. Con Nicole la barrera cultural y educacional era infranqueable pero eso no fue problema alguno para pasar otro momento muy especial. Debían ser más de las doce, hora peligrosa para andar por el lago. Agarramos un taxi para volver al Parque Central y nos metimos en la parada directamente, sin preguntas. Buenas noches, buenísimas.
“Las Isletas” es un conjunto de 365 islas formado hace miles de años tras una fuerte erupción del volcán Mombacho. Debía de ser un buen “pedo”, ya que los materiales expulsados por el volcán llegaron hasta el lago Cocibolca formando esta especie de “mini archipiélago”. Para llegar a ellas se puede ir caminando desde Granada hasta el embarcadero (40 minutos) o agarrar un taxi ($C20/0,8 euros). Desde el embarcadero salen botes de unas 20 personas que hacen el recorrido por las islas. Hace años Las Isletas era una de las zonas más pobres de Nicaragua. Hoy en día, lujosas mansiones de extranjeros se entremezclan con casas de familias pobres fabricadas con trozos de madera y láminas de zinc sin título de propiedad. Hay islas para todos los gustos y muchas de ellas todavía están a la venta.
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El recorrido por las isletas es entretenido y relajante. Vas pasando por multitud de canales flanqueados por plantas acuáticas hasta llegar a la zona de islas. Desembarcamos en una de las islas para comer. Mientras preparaban la comida con la calma nica, “V” decidió ir a la isla de enfrente nadando. No sabía que era la “Monkey Island” y sus “propietarios” no eran muy hospitalarios. Al llegar a ella e intentar agarrarse a la rama de un árbol para poder subir, un grupo de monos cariblancos furiosos empezó a salir de todos lados gritando como posesos. Los putos monos no paraban de arañarle y darle puñetazos para no dejarle subir. “V” tuvo que ir nadando a la isla de al lado y regresó extenuado.
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El día en las isletas transcurrió al estilo nica, sin priiiisaaas, ¡Queee “bueeeeno”!”. A eso de las cinco ya estábamos de vuelta y aproveché para dar una vuelta por mi cuenta. Granada estaba animada y yo también, le estaba cogiendo el gustillo a esta ciudad. “¡Catalán!”. Don Bernardo estaba sentado en la entrada del Hotel Cocibolca (su “casa”). Tras un rato de “aventuras y desventuras por la América Latina” me pidió que lo acompañara a su habitación. Don Bernardo vivía en un cuartito de unos 10 metros cuadrados en la planta baja del Cocibolca. Una cama, un pequeño lavabo y una mesita llena de herraduras y potes de pintura, apenas se podía caminar por ella. “Te he preparado esto para ti”. Don Bernardo me entregó una herradura pintada con los colores de la bandera de España y otra con los de la de Nicaragua. “Ya lo sé, ya lo sé, no es la bandera catalana. Si no te gusta, no te la quedes”. Don Bernardo siempre regalaba herraduras con los colores de la bandera española a todos los españoles que pasaban por Granada y congeniaban con él. “Muchas gracias, Don Bernardo. ¿Y la de Nicaragua?”. “Para que se la des a tu moza, que ya me han dicho que algo tienes por aquí y de española tiene más bien poco, amigo”. Granada no deja de ser un pueblo en cuanto a chismorreos se refiere. Don Bernardo reía con ganas. Conversamos (conversó él) durante un rato sobre la situación de Libia. Don Bernardo tiene una especial simpatía por Gadaffi. “Es un gran tipo, amigo. Ahora las superpotencias se lo van cargar para conseguir el petróleo, amigo”.” Sí, sí, Don Bernardo. Le dejo que tengo que hacer un “mandado” (recado)”.
Subí por La Calzada hacia el Parque Central. Un par de “huelepegas” se estaban calentando de lo lindo y la policía turística se encargó de zanjar la situación rápidamente. Ya en el Parque continuaba la Semana Internacional de la Poesía. Un grupo de poetas de diferentes nacionalidades recitaban poemas mientras en el otro extremo del parque un cantautor nica proclamaba la nobleza y el orgullo del pueblo nica y se cagaba en la clase política al más puro estilo Sabina. Era sábado noche y el ambiente festivo se respiraba por todos los rincones. Pasé por delante de la parada, estaba a tope. Nicole estaba espectacular. Desde lejos le hice signos para vernos después, “Ok”.
Ya de vuelta en casa, una buena ducha y piti en la puerta sentado con la calma. “¿Tienes un cigarrillo?”. Una chica con una sonrisa preciosa se sentó a mi lado. Heather es canadiense y profesora de yoga en el gimnasio “Pure” de la calle Corrales, al lado de mi casa. Me contó que se escapaba a hurtadillas del gimnasio para fumar algún que otro piti sin que nadie se enterara. Estuvimos charlando el tiempo que tardamos en fumarnos el piti y desapareció con una sonrisa.
Esta noche hay fiesta en la casa de voluntarios de la calle La Libertad. “La Libertad”, como se llama coloquialmente a esta casa es la más grande de todas las casas de La Esperanza (15 personas). Las fiestas consisten en que cada persona trae algo (ron o cerveza) para beber y se pone música. Mejor llegar cenado porqué sino el cebollazo puede ser importante (y si vienes cenado, también). Nos reunimos la mayoría de voluntarios, unos 40. El 80% de los voluntarios de La Esperanza son jovencitos (18-22). La fiesta se animó rápidamente y acabó convirtiéndose en una auténtica fiesta Erasmus. Alguna que otra trallada cuando no habían pasado ni dos horas, un chaval con una manguera rociando a todo el mundo. Gary, Fran y yo contemplábamos el espectáculo desde una esquina. “Bueno, yo me voy”, “Joder, Xavi, pero si sólo son las 10”, “Por eso”. Fran se partía el pecho y le explicó la historia de Nicole a Gary de forma escueta. “Es que Xavi ya ha probado el gallopinto, Gary”. “Jooooderrr”. Gary utilizaba esta expresión a menudo.
Aunque no sea muy recomendable hacerlo de noche, el paseo desde el Parque Central hasta el malecón del lago Cocibolca es muy agradable a estas horas. Prácticamente no hay nadie y el aire templado te va dando en la cara a medida que vas acercándote al lago. Nicole estaba muy mimosa y me abrazaba con fuerza. Llegamos a la playa y una pareja de policías nos saludó, bien. No se veían huelepegas en los alrededores. Nos sentamos bajo una palmera frente a las olas. Nicole se miraba las “chinelas” que le había regalado con aquella sonrisa que tanto me gustaba. Yo esperaba un ataque frontal de más “peticiones” pero no fue así. La noche transcurrió entre besos, arrumacos y pocas palabras hasta que los mosquitos nos sacaron de ahí a picotazos. Con Nicole la barrera cultural y educacional era infranqueable pero eso no fue problema alguno para pasar otro momento muy especial. Debían ser más de las doce, hora peligrosa para andar por el lago. Agarramos un taxi para volver al Parque Central y nos metimos en la parada directamente, sin preguntas. Buenas noches, buenísimas.