Los martes me levanto con una dosis extra de ganas de ir a dar las clases. Toca clase de “computación” en la escuela Epifanía con Kenyeli, Eduardo, Yasher, las gemelas y Vera. Al llegar a la clase la sonrisa y el abrazo de Vera, “Profesor, le extrañamos por aquí”, te cargan las baterías de golpe y si todavía falta algo de energía, ese tironcito de la camiseta y ver la sonrisa pillina de Kenyeli, “Hola, profe”, acaban por ponerte en modo “Fully charged bateries”.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Equipo de computación. Karla y Ramón.
Las clases de “computación” necesitan claramente más voluntarios. He de comentárselo a Pauline. Con dos ayudantes y un voluntario frente a 30 ó 40 niños el tema generalmente se descontrola y acabas intentando ayudar a un niño mientras cinco más te van estirando de la camiseta al son de “!Profesor, profesooor!”. Cuando pasas al siguiente, varias manitas más continúan su inagotable forcejeo con tu camiseta para coger “turno”.
A diferencia del “colocho”, Kenyeli se defendía bien con el ordenador al igual que Eduardo y las gemelas. Por el contrario, Yasher continuaba con su empanada habitual y había que prestarle más atención. Las gemelas proseguían con su actitud de rechazo al contacto físico aunque Vera me comentó que había notado cierta “relajación” al respecto. Tras una hora de forcejeos con los ordenadores y los alumnos y con la camiseta transformada en talla “XL” por tanto tirón pasamos a la clase de segundo grado, ya más tranquila.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Clase de computación. Kenyeli.
Con el paso de los días, además de las clases matinales de “computación” en las escuelas, me he convertido en una especie de técnico informático de medio pelo y traductor para La Esperanza. Cada mañana, al abrir el correo me encuentro varios mensajes de Pauline que se pueden dividir en 3 grupos.
1. Adaptación de la nueva imagen corporativa de La Esperanza y formateo de ordenadores.
2. Respuestas a solicitudes de voluntarios españoles.
3. Comunicación con organizaciones españolas relacionadas con ONGs en el extranjero.
El tema me gusta ya que me permite vivir tanto el trabajo de “campo” en las escuelas como el administrativo de la oficina y darme cuenta de la gran cantidad de trabajo que hay detrás de las sonrisas de los “chavalos”. En el lado negativo, hay días en los que no me queda casi tiempo para mí e incluso he tenido que cambiar algún que otro plan de fin de semana para quedarme en Granada trabajando mientras el resto de voluntarios están de “fiestuqui”. Este fin de semana pensaba ir a la isla de Ometepe, una pequeño paraíso con dos volcanes situado en el lago Cocibolca. Me apetecía dejar el ajetreo de niños, voluntarios, personajes, etc, de Granada por unos días e irme yo solo. Al final se han apuntado Laura y Núria (Barcelona), Silvia (Madrid) y Sara (Alicante), demasiada gente aunque todas sean de puta madre. Entre eso y que Pauline me ha pedido tener preparado el nuevo carnet de voluntarios para el lunes, he decidido posponer el plan y quedarme en Granada.
A Nayeli se le atraganta un poco el número “500”, lo confunde con el “50” y viceversa. Me había pedido una clase de español a cambio de un masaje y accedí de inmediato. Me pareció una propuesta “interesante” ya que ella me había dicho que sólo daba masajes a mujeres. Estábamos liados con los números, excepto el lío “500-50” el resto lo llevaba muy bien, ojalá hablara yo alemán como ella habla el castellano. Tras la clase salimos a dar una vuelta por Granada. Cometí el error de pasar por La Calzada con ella frente al “Centralito” donde unos voluntarios estaban de fiesta, la comidilla de la “Salsa rosa voluntarios La Esperanza” estaba servida. Como concluimos con Fran en una de nuestras conversaciones sobre el cuidado a tener si tienes aventurillas en Granada, “Si la gente follara algo más, chismorrearía algo menos”. En este sentido, Granada es como un pueblo.
Chismorreos aparte, la conversación con Nayeli fue de lo más interesante. Las experiencias del pasado de cada uno de los dos se entremezclaban con experiencias presentes durante nuestros respectivos viajes de manera fluida y divertida. Nayeli era inteligente y observadora y mostraba una seguridad en sí misma algo sospechosa aunque perfectamente comprensible en una viajera solitaria de “largo recorrido”. La atracción iba aumentando de una forma delicadamente progresiva y acabé estirado encima de una colchoneta en la sala de masajes del gimnasio de Nayeli.
Un masaje “full body” (advierto, sin final feliz) es algo increíble si te lo hace una persona que sabe hacerlo y además existe una atracción de por medio. Música suave, luz ténue, aceite, y lo más importante, unos dedos mágicos que iban descubriendo poco a poco músculos eternamente olvidados. La sesión de la espalda alternaba momentos dolorosos con instantes de absoluta relajación. Nayeli sabía perfectamente dónde, cuánto y hasta cuando debía apretar. “Goooood” significaba que el músculo estaba bien, “Ooohhh” significaba que había un nudo de cojones. Cabeza, cuello, hombros, brazos, espalda, piernas, pies. Todo un recorrido magistral realizado con una delicadeza y lentitud maravillosas. El tema se puso al rojo vivo cuando me tuve que dar la vuelta. El mismo recorrido desde la cabeza a los pies, la misma suavidad, la misma lentitud, pero mirándola fijamente a los ojos mientras ella me los cerraba delicadamente acercándose a pocos milímetros de mi cara.
Me desperté tendido en la colchoneta y empapado en aceite, con la misma música suave y luz tenue. Miré el reloj, habían pasado dos horas. Nayeli había desaparecido. Al intentar levantarme me tambaleé y perdí el equilibrio, mis músculos parecían natillas. Cerré la puerta tras de mí y pasé por la recepción del gimnasio. La sensación era increíble. “Es mágico, ¿verdad?. Nayeli tiene un don especial”, Mark es profesor de yoga en el gimnasio “Pure” y me miraba fijamente con sonrisa limpia y relajante.
Al llegar a casa, Dale y Teresa me miraron sonrientes. “¿Estás bien?”, “Creo que nunca había estado tan bien, papis”. A los pocos minutos Nayeli se asomó por el umbral de la puerta. “Te has ido muy rápido, Javier”. Me acerqué a ella, “Gracias, de verdad. Ha sido maravilloso”. Nayeli se mantenía en silencio sonriendo y mirándome fijamente a los ojos. Abrazo intenso y a tomar polculo las apariencias, los miedos y la contención absurda…..barrera rota en mil pedazos y besazo explosivo mientras Dale y Teresa presenciaban la escena sonriendo. “Tengo que irme, Javier. ¿Nos vemos mañana?”. “Por supuesto que sí, Nayeli, por supuesto que sí”.
Acabé la noche en el “Conchi´s” con Fran y tres hermanas nicaragüenses amigas suyas entre bailes y risas, aunque mi cabeza todavía no se había levantado de la colchoneta de la sala de masajes del “Pure”. Buenas noches.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Equipo de computación. Karla y Ramón.
Las clases de “computación” necesitan claramente más voluntarios. He de comentárselo a Pauline. Con dos ayudantes y un voluntario frente a 30 ó 40 niños el tema generalmente se descontrola y acabas intentando ayudar a un niño mientras cinco más te van estirando de la camiseta al son de “!Profesor, profesooor!”. Cuando pasas al siguiente, varias manitas más continúan su inagotable forcejeo con tu camiseta para coger “turno”.
A diferencia del “colocho”, Kenyeli se defendía bien con el ordenador al igual que Eduardo y las gemelas. Por el contrario, Yasher continuaba con su empanada habitual y había que prestarle más atención. Las gemelas proseguían con su actitud de rechazo al contacto físico aunque Vera me comentó que había notado cierta “relajación” al respecto. Tras una hora de forcejeos con los ordenadores y los alumnos y con la camiseta transformada en talla “XL” por tanto tirón pasamos a la clase de segundo grado, ya más tranquila.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Clase de computación. Kenyeli.
Con el paso de los días, además de las clases matinales de “computación” en las escuelas, me he convertido en una especie de técnico informático de medio pelo y traductor para La Esperanza. Cada mañana, al abrir el correo me encuentro varios mensajes de Pauline que se pueden dividir en 3 grupos.
1. Adaptación de la nueva imagen corporativa de La Esperanza y formateo de ordenadores.
2. Respuestas a solicitudes de voluntarios españoles.
3. Comunicación con organizaciones españolas relacionadas con ONGs en el extranjero.
El tema me gusta ya que me permite vivir tanto el trabajo de “campo” en las escuelas como el administrativo de la oficina y darme cuenta de la gran cantidad de trabajo que hay detrás de las sonrisas de los “chavalos”. En el lado negativo, hay días en los que no me queda casi tiempo para mí e incluso he tenido que cambiar algún que otro plan de fin de semana para quedarme en Granada trabajando mientras el resto de voluntarios están de “fiestuqui”. Este fin de semana pensaba ir a la isla de Ometepe, una pequeño paraíso con dos volcanes situado en el lago Cocibolca. Me apetecía dejar el ajetreo de niños, voluntarios, personajes, etc, de Granada por unos días e irme yo solo. Al final se han apuntado Laura y Núria (Barcelona), Silvia (Madrid) y Sara (Alicante), demasiada gente aunque todas sean de puta madre. Entre eso y que Pauline me ha pedido tener preparado el nuevo carnet de voluntarios para el lunes, he decidido posponer el plan y quedarme en Granada.
A Nayeli se le atraganta un poco el número “500”, lo confunde con el “50” y viceversa. Me había pedido una clase de español a cambio de un masaje y accedí de inmediato. Me pareció una propuesta “interesante” ya que ella me había dicho que sólo daba masajes a mujeres. Estábamos liados con los números, excepto el lío “500-50” el resto lo llevaba muy bien, ojalá hablara yo alemán como ella habla el castellano. Tras la clase salimos a dar una vuelta por Granada. Cometí el error de pasar por La Calzada con ella frente al “Centralito” donde unos voluntarios estaban de fiesta, la comidilla de la “Salsa rosa voluntarios La Esperanza” estaba servida. Como concluimos con Fran en una de nuestras conversaciones sobre el cuidado a tener si tienes aventurillas en Granada, “Si la gente follara algo más, chismorrearía algo menos”. En este sentido, Granada es como un pueblo.
Chismorreos aparte, la conversación con Nayeli fue de lo más interesante. Las experiencias del pasado de cada uno de los dos se entremezclaban con experiencias presentes durante nuestros respectivos viajes de manera fluida y divertida. Nayeli era inteligente y observadora y mostraba una seguridad en sí misma algo sospechosa aunque perfectamente comprensible en una viajera solitaria de “largo recorrido”. La atracción iba aumentando de una forma delicadamente progresiva y acabé estirado encima de una colchoneta en la sala de masajes del gimnasio de Nayeli.
Un masaje “full body” (advierto, sin final feliz) es algo increíble si te lo hace una persona que sabe hacerlo y además existe una atracción de por medio. Música suave, luz ténue, aceite, y lo más importante, unos dedos mágicos que iban descubriendo poco a poco músculos eternamente olvidados. La sesión de la espalda alternaba momentos dolorosos con instantes de absoluta relajación. Nayeli sabía perfectamente dónde, cuánto y hasta cuando debía apretar. “Goooood” significaba que el músculo estaba bien, “Ooohhh” significaba que había un nudo de cojones. Cabeza, cuello, hombros, brazos, espalda, piernas, pies. Todo un recorrido magistral realizado con una delicadeza y lentitud maravillosas. El tema se puso al rojo vivo cuando me tuve que dar la vuelta. El mismo recorrido desde la cabeza a los pies, la misma suavidad, la misma lentitud, pero mirándola fijamente a los ojos mientras ella me los cerraba delicadamente acercándose a pocos milímetros de mi cara.
Me desperté tendido en la colchoneta y empapado en aceite, con la misma música suave y luz tenue. Miré el reloj, habían pasado dos horas. Nayeli había desaparecido. Al intentar levantarme me tambaleé y perdí el equilibrio, mis músculos parecían natillas. Cerré la puerta tras de mí y pasé por la recepción del gimnasio. La sensación era increíble. “Es mágico, ¿verdad?. Nayeli tiene un don especial”, Mark es profesor de yoga en el gimnasio “Pure” y me miraba fijamente con sonrisa limpia y relajante.
Al llegar a casa, Dale y Teresa me miraron sonrientes. “¿Estás bien?”, “Creo que nunca había estado tan bien, papis”. A los pocos minutos Nayeli se asomó por el umbral de la puerta. “Te has ido muy rápido, Javier”. Me acerqué a ella, “Gracias, de verdad. Ha sido maravilloso”. Nayeli se mantenía en silencio sonriendo y mirándome fijamente a los ojos. Abrazo intenso y a tomar polculo las apariencias, los miedos y la contención absurda…..barrera rota en mil pedazos y besazo explosivo mientras Dale y Teresa presenciaban la escena sonriendo. “Tengo que irme, Javier. ¿Nos vemos mañana?”. “Por supuesto que sí, Nayeli, por supuesto que sí”.
Acabé la noche en el “Conchi´s” con Fran y tres hermanas nicaragüenses amigas suyas entre bailes y risas, aunque mi cabeza todavía no se había levantado de la colchoneta de la sala de masajes del “Pure”. Buenas noches.