A principios de este año vimos que por las fechas de mis exámenes de oposición nos quedábamos sin vacaciones de verano, pero...eso no significaba que no pudiéramos hacer una escapadita en primavera y con suerte nos podríamos vengar en otoño
Como no teníamos demasiados días tocaba escapada de ciudad, y la primera en la lista de pendientes era San Petersburgo, así que lo primero de todo fue ver si cuadraba el presupuesto. A finales de enero nos pusimos a buscar en internet, y llegamos a la conclusión de que para este viaje salían mejor de precio las ofertas de vuelo + hotel que buscarlos por separado. Encontré en Turigea una que no estaba nada mal. Con la oferta en la mano, me fui a una agencia de viajes a ver si nos mejoraban la oferta y ¡bingo!
Nos salieron los vuelos con Air France ida y vuelta: Madrid – Escala en París (Charles de Gaulle) – San Petersburgo (Pulkovo 2) + 5 noches con alojamiento y desayuno en el Hotel Nevsky Breeze***), por 754 € en total, es decir que salíamos a 377 € cada uno. La explicación es sencilla, cogimos justo los días anteriores al cambio de temporada (del 27 de Abril al 2 de Mayo), que allí empieza antes por lo de las noches blancas. (La misma combinación de vuelo + hotel 10 días después nos hubiera salido por casi el doble de precio). Al final del diario pondré algunos datos prácticos, consejos y el presupuesto detallado del viaje.
Nos pusimos manos a la obra a leer todo lo que pudimos sobre la ciudad para organizar la escapada, nuestro más sincero agradecimiento a todos los que aportan información en el foro que ayuda tanto a que los viajes salgan bien. En esta ocasión nuestro agradecimiento especial a Luchino y a Chulin13.
El día 26 salimos de Sevilla con la intención de aprovechar para visitar a unos familiares en Madrid, y ¡por fin! era día 27, e íbamos camino de Barajas para coger el vuelo a París. El viaje empezó un poco movidito porque salimos de Madrid con retraso y para colmo cuando no llevábamos ni 15 minutos volando preguntaron en el avión si había algún médico a bordo. No llegamos a enterarnos de que pasaba, pero por suerte no hubo que aterrizar, ¡¡porque sino habrían hecho falta dos médicos!!
Llegamos justitos a París y menuda carrera que nos pegamos para cambiar de terminal y no perder la conexión. Por suerte no la perdimos, y tres horas después estábamos viendo nuestros primeros carteles en cirílico. En la aduana, la mujer más antipática que hemos conocido en nuestra vida nos echó un bronca tremenda (aunque la mayoría de los rusos que hemos encontrado han sido bastante amables) porque tuvimos la desfachatez de dejarle los dos pasaportes en la ventanilla, cuando los quería de uno en uno...Fuimos obedientes y no tardamos mucho en poder recoger la maleta, cambiar dinero, pillar el taxi en el mostrador de taxis oficiales para que no tener ningún problema y sin darnos cuenta estábamos allí. Lo primero que sorprende es lo grandísimo que es todo: edificios, avenidas, estatuas...
En cuanto llegamos al hotel, el Nevski Breeze (Galernaya Ulitsa, 12) le dejamos los pasaportes a la chica de recepción para que se encargara del trámite del registro, y cuando bajamos (muy contentos de lo bien que estaba la habitación) para salir a cenar nos los devolvió junto con un papelito donde indicaba el día de llegada, donde estábamos alojados y el día de salida. Fuimos a buscar el restaurante Krokodil, que estaba en la misma acera del hotel, pero en esa época sólo servían cenas de jueves a domingo. Era miércoles así que lo dejamos pendiente para la última noche.
Eso sí, no pudimos resistir la tentación de asomarnos al Neva...¡Qué vista más bonita! Os diría que nos quedamos callados allí contemplándolo, pero eso en mí es algo imposible, así que la contemplamos charlando. La palabra que mejor define lo que veíamos desde allí y la ciudad en general (impresión que confirmaríamos en los días siguientes) es elegancia.
Después de dar una vuelta por los alrededores no encontramos nada abierto. Previsores que somos, ya sospechábamos que pudiera pasar algo así la noche de llegada, por lo que íbamos bien provistos con unos papelones de jamón y lomo. Compramos en el Krokodil un par de botellas de agua y subimos a la habitación a atacar el papelón de lomo. Aún nos quedaba el de jamón, y nos vino de lujo tres días después, al salir tarde del teatro. Daba gusto saber que ya estábamos en Rusia pero que aún nos quedaba todo por descubrir...
¡¡Por fin el Día 1!!
La primera mañana teníamos reservada una visita guiada con Ekaterina de la web www.peterguide.com.. Normalmente las visitas las hacemos por libre, pero ésta en particular nos llamaba la atención porque además de la iglesias (la de la Sangre Derramada, la Catedral de San Isaac y la de Kazán) incluía un paseo por los palacios y edificios de la Avenida Nevski, y nos enteraríamos de muchos más detalles interesantes de los que suelen venir en las guías.
Además, al ser una visita individualizada se adaptan a tu ritmo y tienes tiempo para preguntar todo lo que quieras y pararte donde te apetezca. A Ekaterina no llegamos a conocerla personalmente. Cuando contactamos por mail ya nos explicó que dependiendo de la agenda nos acompañaría ella o alguna de sus colaboradoras; pero cuando estábamos organizando el viaje le mandamos varios correos para preguntarle dudas que no tenían nada que ver con la visita que teníamos reservada y siempre fue muy amable y nos ayudó mucho con todo. Al final vino con nosotros su hermana Anastasia, que nos recogió en el hotel a las 11:00 (hora a la que abrían casi todos los monumentos) para empezar la visita en la Catedral de San Isaac, a cinco minutos del hotel.
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Desde lejos se ve su enorme cúpula recubierta con láminas de oro y cuando te vas acercando impresionan las gigantescas columnas hechas de una sola pieza. Nada más y nada menos que 17 m de altura y 114 toneladas de peso cada una. Pues resulta que fue un español, Agustín de Betancourt, el que inventó un mecanismo con el que consiguió levantar cada mole de columna en sólo 45 minutos. ¡Para que luego digan que sólo hemos inventado el palo del chupa-chups y el de la fregona...!
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La Catedral es imponente por las dimensiones, y la riqueza de la decoración. Como era la primera vez que entrábamos en un templo ortodoxo nos llamaron la atención cosas características de estos templos, pero que no sabíamos, como por ejemplo que no hay esculturas ni tampoco bancos para sentarse.
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Al poco tiempo de construirla se dieron cuenta de que no había pintura que soportara ese invierno tan frío y húmedo que tienen, así que en más de la mitad de la Catedral sustituyeron las pinturas por mosaicos en la decoración. Tienen uno expuesto para que lo puedas ver de cerca y aún así cuesta ver la diferencia, son auténticas obras de arte. Me recordaban a algunos mosaicos del Vaticano.
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Espectaculares también las columnas revestidas de pequeños trozos de malaquita y de lapislázuli. Menudo trabajazo conseguir que coincidan las vetas de distintos tonos...
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De ahí, nos fuimos hacia Nevski Prospekt disfrutando del paseo por sus palacios y edificios: precioso el edificio de la Casa Singer (Nevski nº 28), que ahora es la casa del libro.
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Pasamos por delante del palacio Stróganov, y Anastasia nos contó que allí inventaron la famosa ternera Stróganov, uno de los platos típicos rusos. Al parecer, el conde daba de comer una vez por semana a los pobres de la ciudad y un día se presentaron muchos más de los habituales. Como no había bastante comida, ordenó partir la carne en trozos pequeños y echarle mucha salsa.
La Catedral de Kazán es bonita, sobre todo la columnata imitando a la de Bernini en el Vaticano. Le preguntamos por que hay tantas catedrales en San Petersburgo, y nos dijo que simplemente es que a cualquier iglesia grande le llaman catedral.
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Dezidor
Dezidor
Y ¡por fin llegamos!! Enfrente de Kazán, estaba el canal Gribodoev y al fondo la Iglesia de la Sangre Derramada. ¡Que ilusión! Da igual cuantas fotos hayas visto, ¡es una auténtica pasada!
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Llama la atención allí plantada en medio de tanto edificio barroco y neoclásico una iglesia de arte tradicional ruso, aunque en realidad se terminó a principios del siglo XX. Se construyó por orden de Alejandro III, hijo del zar Alejandro II en el sitio donde lo mataron en 1881. Habían intentado asesinarlo siete u ocho veces antes y cuando por fin lo consiguieron estaba a punto de aprobar la constitución de una duma (parlamento) en Rusia, proyecto que su hijo paralizó de inmediato. Probablemente la historia del país (y del mundo) habría sido muy diferente si no lo hubieran matado.
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Si el exterior es impresionante, el interior no se queda atrás. Aquí ya tenían la lección aprendida de San Isaac y toda la decoración es a base de mosaicos. Entre los del interior y los del exterior, unos 7000 m2
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Como curiosidad, la iglesia tiene una de las pocas representaciones de Cristo adolescente que existen. Nos hizo gracia porque es verdad que en la Biblia pasa de ser el niño Jesús a tener 33 años de golpe y porrazo... Pues aquí lo tenemos enfurruñado con la edad del pavo...
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El Iconostasio es precioso...
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y hay mármoles de muchos colores
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No veíamos el momento dejar la iglesia, pero la pobre Anastasia debía estar desesperada fuera (nos dejaba tiempo para fotos después de las explicaciones y salía escopetada a fumarse un cigarrito al sol y a aprovechar el buen tiempo que hacía) así que salimos para terminar de acribillarla a preguntas, despedirnos y pagarle la visita. Nos salieron las tres horas y pico por 46 € cada uno (entradas incluidas, por supuesto), y aunque no es barato terminamos muy contentos y se lo recomiendo a todo el mundo.
Nos rugían las tripas y fuimos a un restaurante a unos diez minutos andando de la Iglesia, el Bakú (Sadovaya Ulitsa, 12). Para ir a la hora de comer está muy bien porque aunque comer a la carta no era barato, tienen bussiness lunch de 3 platos (tomamos ensalada, sopa y carne más el té) a 8€ (10€ con la bebida). Nos gustó la comida y la verdad es que merece la pena porque la decoración imitando una mezquita por dentro es muy chula. La carta la tienen en inglés, así que no hay ningún problema para pedir.
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Después deshicimos parte del camino para volver a la librería de la Casa Singer, que tiene una cafetería en la segunda planta con vistas a la avenida Nevski y a Kazán.
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Nos clavaron 6€ por barba por pardillos, ya que tuvimos la brillante idea de pedir zumo de naranja natural, como si en Rusia abundaran las naranjas...
Nuestro plan para esa tarde era acercarnos a la Fortaleza de Pedro y Pablo en la isla de Petrográdskaya. De camino volvimos a pasar por el canal Griboedov y por la Iglesia de la Sangre Derramada. Muy cerquita está el Museo de Arte Ruso y vimos que los edificios cercanos tienen cuadros colgados en las fachadas (por la mañana con las prisas por llegar a la iglesia ni me había fijado).
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La pintada no la hice yo...
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Cuando nos quisimos dar cuenta quedaban poco más de 20 minutos para que cerraran la taquilla de la Catedral de Pedro y Pablo y por primera vez fuimos conscientes de las distancias en San Petersburgo. Corre que te corre cruzamos un parque y luego el Neva por el puente de la Trinidad (bonito, pero mide más de medio kilómetro!). A mitad del puente me rendí y mandé a mi marido de avanzadilla porque me iba a dar un patatús. Se llevó todos los planos, pero no tenía perdida, los 122 metros de aguja dorada de la Catedral se ven desde cualquier parte.
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Ya recuperados de la carrera entramos a ver la Catedral donde están enterrados todos los zares desde Pedro I, que nos gustó mucho también. Todas las tumbas son de mármol blanco excepto las de Alejandro II y su mujer. El último zar, Nicolás II y su familia están enterrados en una capilla aparte que hay según entras en la Catedral a mano derecha.
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Dimos un paseo por la Fortaleza y nos sentamos a descansar en la playita de San Petersburgo. Daba gusto con ese solecito y las vistas del malecón del Neva y del Ermitage
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A lo lejos había dos chavales con bañador que se dieron un chapuzón ¡están como cabras estos rusos! Una cosa es que hiciera una temperatura agradable para pasear y otra muy distinta bañarse. Metí los pies en el Neva para comprobarlo...¡que agua más fríaa!!
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Antes de cenar nos acercamos a la avenida Kamennoóstrovski para ver los edificios modernistas de esa parte, y la verdad es que nos decepcionaron un poco, aunque que con el dolor de pies que teníamos tampoco los recorrimos todos, así que quizá es que no vimos los más bonitos. De camino pasamos por la única mezquita de la ciudad, que estaba al principio de la calle.
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Le habíamos echado el ojo a un restaurante de comida georgiana que estaba cerca de la Fortaleza, el Shalkino (Kronverkskiy Prospekt, 25), así que allá nos fuimos. Lo encontramos sin problema, un local pequeñito y acogedor con sólo una chica atendiendo.
Como nunca habíamos estado en un georgiano, se nos ocurrió preguntarle qué nos recomendaba probar (la carta estaba en inglés y pensamos que nos entendería), y para nuestro asombro la muchacha pegó un chillido enorme y se metió corriendo en la cocina.
Igual es que era su primer día, y se agobió al no entendernos, pero ¿tanto como para salir corriendo? Cuando volvió a la mesa nos limitamos a señalarle los platos en la carta pero ya nos había entrado la risa pava y lo pasamos fatal para no soltar carcajadas cada vez que se acercaba.
La cena estuvo muy buena, por lo demás. Sobre todo los jachapuri, rebanadas de pan con queso que rellenan con huevo y mantequilla. Además, pedimos un guiso de alubias y unas longanizas a la “georgiana”. En total nos costó 36 €.
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Tardamos algo más de una hora en volver andando al hotel (parecía que el siguiente puente estaba ahí mismo y de eso nada...). Claro que podíamos haber tardado menos si no nos hubiéramos parado cada dos por tres a sacar fotos, pero estaba todo precioso al atardecer.
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De camino pasamos por las Columnas Rostrales...
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...y vimos el Ermitage iluminado
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