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Después del madrugón, y el retraso de media hora del vuelo, salimos directitos desde Asturias a París. Teníamos cinco horas de escala, así que decidimos ir a ver un poco de la capital francesa. Pensaréis que estamos locos, y más lo pensaréis cuando os diga que teníamos una temperatura de -5 grados, y que a ratinos hasta nevaba… En fin, que nos acercamos a hacernos unas fotos en la Torre Eiffel, en Notre Dame, comimos algo por allí, y de vuelta al aeropuerto...
El vuelo, fabuloso, en unos asientos especialmente grandes, con un baúl pequeñito a nuestro lado para guardar de todo, pantallas de televisión individuales, con la opción de escoger películas, jugar a videojuegos,…
Por fin, tras casi diez horas encerrados, llegamos al aeropuerto de Mauricio… Allí era pleno verano, y aunque eran las 6 de la mañana (hora local), ya nos sobraba la ropa que llevábamos, y no sólo los guantes y la bufanda…
Nuestro viaje no incluía los traslados al hotel, así que nos pusimos a investigar: precios de taxis, alquiler de coches…y, encima, con el hándicap de que éramos cinco, con nuestros cinco maletones…. Después de muchas vueltas, alquilamos un coche donde cabíamos todos (eso sí, con cariño, jejeje) por 60€, con el seguro a todo riesgo incluido, y la devolución en el mismo hotel.
El paseo al hotel, no muy largo, todo derechito por la “autopista”, y ¡¡conduciendo por la izquierda!!. Menos mal que llevaba un buen chófer, porque si tengo que hacerlo yo, en la primera rotonda, la lío…
Llegamos al hotel (Paradise Cove & Spa), y…la gloria. Está decorado con aires hindúes, todos los empleados se visten así también. De hecho, un día a la semana hacen una fiesta hindú y, si quieres, te visten al estilo tradicional: ellos con una especie de chilaba, y a nosotras con un sari (el mío era color crema, bordado…) En general, hablan en francés, pero tienen un inglés correcto, y fácilmente entendible para nuestros escasos conocimientos… Nos comentan en qué consiste nuestro Todo Incluido, y nos confirman que nuestro pack especial incluye una cena en la Cocoterie (cena a la carta en unas cabañitas sobre el mar) y un masaje en el spa, ambas cosas con reserva previa. El director pasó por el hall mientras hacíamos el check-in, e incluso consiguió dirigirse a nosotros en español.
Rápidamente nos asignan nuestras habitaciones, y nos hacen un breve recorrido por el hotel. Durante el mismo, hacemos una parada técnica en el spa y, ¡oh, maravilla!, nos dan un pequeño masaje en los hombros a todos nosotros. Muy relajante, dado el palizón de viaje que llevábamos (ni quiero pensar como iban tres de mis compañeros, que llevaban un buen ratito hacinados en el asiento trasero del coche…).
Teníamos reservadas tres habitaciones Pondichery, pero nos situaron en una Pondichery, una 1001 noches, y una Junior Suite. Si consultáis las fotos de la página del hotel, las habitaciones son tal cual. La mía, la Junior Suite, con bañera, una ducha enorme, vestidor, una pequeña salita de estar, una terracita… Preciosa.
Para resumir, el paisaje, impresionante. Fijaos en la piscina:
El agua, cristalina. La playa, regular, porque era una calita muy pequeña, sin corriente ninguna y, claro, se llenaba de algas. Eso sí, estaban permanentemente limpiándola.
El desayuno y la cena se servían en el restaurante principal, abierto, y con ventiladores, lo que no evitaba que todos sudáramos copiosamente, pues estábamos a casi 40 grados… La comida se servía en un restaurante aparte, al otro lado de la calita, en una pequeña elevación del terreno y rodeados de mar y vegetación.
Desde él y hasta la playa, había tumbonas y camas balinesas, así como varios “embarcaderos” desde donde lanzarse al agua y disfrutar de las aguas cristalinas (y un poco saladas, descubrimos que se flota más que por aquí).
En uno de esos embarcaderos se hacían los deportes acuáticos.
En los días siguientes, además de disfrutar de la piscina del hotel, probamos el esquí acuático, el paseo en lancha con el fondo de cristal para hacer snorkel, y contratamos, por 20$, un paseo en catamarán a una isla cercana para hacer más snorkel (irrepetible: un agua cristalina en la que, por profundo que fuera, no se dejaba de ver el fondo; los corales; montones de peces diferentes…)
y comer una barbacoa preparada en el mismo barco, al lado de una playa prácticamente desierta. Además, como éramos ocho (nosotros cinco y tres franceses), era casi como estar solos.
En otra ocasión, nos acercamos en un autobús local (para al lado de la entrada del hotel, cuesta 25 rupias, si no recuerdo mal) a Grand Baie, un pueblecito con un montón de tiendas para comprar y una bonita playa de arena muy, muy blanca.
Aprovechamos la visita para volver a contratar el mismo coche de alquiler. Nos mantenían el mismo precio, y después de consultar en el hotel de nuevo, era la oferta más económica que teníamos. Como nuestro vuelo de vuelta salía a las 8 de la mañana, el coche nos lo dejaban el día anterior en el hotel, y aprovechamos para hacer visitas por la isla… Empezamos por conocer la fábrica de azúcar, donde ves todo el proceso de elaboración del azúcar, (¡¡y del ron, jejeje!!). Al final de la visita, tienes una degustación de los tropecientos tipos de azúcar que existen y, nunca lo hubiera dicho, se nota la diferencia. Una chica muy amable nos fue explicando incluso los distintos usos que se dan a cada tipo. Y luego nos invitó a probar dos variedades de ron distintas.
Salimos de allí muertos de calor, sudando por todos los poros, y nos dirigimos a nuestra siguiente parada: los Jardines de Pamplemousses, que están muy cerquita. Tienen tortugas gigantes, ciervos,…y, sobre todo, los nenúfares gigantes. La verdad es que tuvimos mala suerte, porque (según rezaba un cartel allí expuesto), ese verano estaba siendo especialmente seco y caluroso, y muchos ejemplares estaban estropeados, por lo que nos pedían disculpas. Aún así, no deja de ser impresionante ver su tamaño, y a los pájaros usarlos para caminar por encima del agua…
Tras esto, seguimos dirigiéndonos hacia al sur, en busca del cráter del volcán Tro Aux Cerfs. Dimos vueltas y vueltas por todas las carreteras que rodeaban el sitio indicado en nuestro mapa y…nada. Cansados de buscar, decidimos seguir viaje y llegamos al Grand Basin, lago sagrado donde se encuentra un templo hindú donde hacen fiestas y peregrinaciones. Ésta es la estatua que se encuentra a la entrada
Seguimos hacia el sur para visitar la zona de Chamarel, con su catarata, de más de 50 metros,
y la “Tierra de los Siete Colores”, que nos decepcionó un poquito, porque parece muy preparado, y sólo puedes verla desde un mirador de un restaurante…no sé, resultó todo artificial…
De ahí, vuelta al hotel, a que nos vistan de hindúes. Llegamos bastante tarde, y no había vestimenta para todos. Pero, mientras estábamos cenando, el metre del restaurante vio que algunos de nosotros íbamos vestidos y otros no, y antes de darnos cuenta había mandado ir a buscar otros dos trajes para nosotros. Desafortunadamente, problemas con las tallas hicieran que aún así uno de mis compañeros no pudiera “disfrazarse” con nosotros.
La verdad es que la impresión final del hotel fue…de cinco estrellas total. A pesar de que el TI no era ni parecido al del Caribe, o al español sin ir más lejos, el servicio hizo que en la comparación no resultara perdedor. Siempre nos tuvieron perfectamente atendidos, al día siguiente de nuestra llegada ya nos conocían a todos, sabían lo que íbamos a pedir, se anticipaban a ello y, si variábamos en algo, volvían a asegurarse de que no hubiera errores. El día de nuestra partida, como dejábamos el hotel a las cinco de la mañana, se preocuparon de que tuviéramos café y bollería para desayunar.
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