Por decisión unánime, y ya con casi todo el grupo reunido, decidimos salir a primera hora en dirección al palacio de Topkapi, por ser uno de los monumentos más visitados de la ciudad, para así evitar colas. El palacio de Topkapi se encuentra en la punta del Serrallo, y al recinto se accede justo por detrás de la basílica de Santa Sofía, una especie de parque amurallado (el primer patio del palacio) en el que se encuentra la Iglesia de Santa Irene y las taquillas. Entrar cuesta 20 TL (unos 8€, tampoco es tanto), pero si queremos ver el harén hay que pagar aparte una entrada de 15 TL que se compra en el interior del palacio. Yo recomiendo verlo, es lo más bonito del palacio. El edificio en sí, es una serie de habitaciones y patios decorados con azulejos de todos los colores (sobretodo azules y verdes) que le dan un aire exótico. En algunas de sus salas se encuentra el museo, con joyas, armas y trajes, aunque lo que todo el mundo quiere ver es el quinto diamante más grande del mundo, el Cucharero. Del harén la mitad estaba cerrado… En fin, que te puedes tirar toda la mañana en el palacio, como hicimos nosotros. Altamente recomendable.
Muertos de hambre, decidimos dejar la visita a Santa Sofía para después de comer, y nos dirigimos a las hileras de restaurantes de la zona en busca de nuestro primer kebap de verdad… y vaya decepción… un diminuto bocadillo seco como el solo, sin una gota de salsa… Como lo cogimos para llevar, lo comimos en el parque junto al Hipódromo, para no perder demasiado tiempo. Después de nuestra decepcionante comida, nos dirigimos a Santa Sofía, pues habíamos decidido ver todos los monumentos importantes (los que hay que hacer cola) antes del Jueves Santo, momento en que llegaría toda la avalancha de españoles, y acertamos. Tras una breve cola y pagar una entrada de 20 TL, se abrió ante nosotros el que para mí es uno de los edificios más espectaculares que he visto nunca. Santa Sofía, en realidad llamada Hagia Sophia (Iglesia de la Divina Sabiduría), es una iglesia construída por Justiniano en 537, un gigantesco espacio cubierto diáfano que sorprende que aún se mantenga en pie a pesar de terremotos, guerras y saqueos… Una lástima que apenas quede nada de su decoración de mosaicos dorados. Aun hoy sigue siendo uno de los espacios cerrados más grandes del mundo… Imprescindible (no dejeis que os engañe su exterior).
Al salir boquiabiertos de ella, nos fuimos al otro edificio emblemático de la ciudad, la Mezquita Azul (es gratis, pero hay que descalzarse y las mujeres tienen que cubrirse la cabeza). Después de ver Santa Sofía, pues la verdad es que nos decepcionó un poco, aunque no deja de ser bonita… Su sobrenombre viene de los 20000 azulejos de Iznik azules y verdes que decoran su interior.
Justo al salir de la mezquita se nos incorporó el último miembro del grupo, y ya todos juntos, dimos una vuelta por lo que queda del Hipódromo (el obelisco de Tutmosis, la columna Serpentina y el obelisco de Constantino) y nos dirigimos hacia el Gran Bazar, el paraíso de las compras, un gran espacio cerrado formado por decenas de calles que se cruzan y se cortan en el que se puede encontrar prácticamente de todo.
Es tan grande y había tanta gente que tuvimos que establecer un punto de encuentro por si nos perdíamos… Todas las calles aledañas al Gran Bazar y las que lo unen al Bazar Egipcio son como una continuación del bazar, llenas de pequeñas tiendas y vendedores ambulantes. Un agobio, pero pintoresco… El Bazar Egipcio o Bazar de las Especias es mucho más pequeño que el Gran Bazar, pero como su nombre indica se venden especias y eso le cofiere un carácter diferente. A mí me gustó más que el Gran Bazar, pero cuestión de gustos…
La salida del Bazar Egipcio nos dejó junto a la Mezquita Nueva, y como ya era hora, pues buscamos donde cenar.
Tras vueltas y vueltas por los alrededores, acabamos cenando en un restaurante llamado Hamdi, con vistas a Gálata y a la Mezquita Nueva, donde no se comía mal, pero era caro… Yo comí un kebap de pistacho, estaba bueno, pero era escaso… De allí ya nos fuimos a las proximidades del hostal para tomar un té y fumar tabaco de manzana en los típicos narguiles.

Muertos de hambre, decidimos dejar la visita a Santa Sofía para después de comer, y nos dirigimos a las hileras de restaurantes de la zona en busca de nuestro primer kebap de verdad… y vaya decepción… un diminuto bocadillo seco como el solo, sin una gota de salsa… Como lo cogimos para llevar, lo comimos en el parque junto al Hipódromo, para no perder demasiado tiempo. Después de nuestra decepcionante comida, nos dirigimos a Santa Sofía, pues habíamos decidido ver todos los monumentos importantes (los que hay que hacer cola) antes del Jueves Santo, momento en que llegaría toda la avalancha de españoles, y acertamos. Tras una breve cola y pagar una entrada de 20 TL, se abrió ante nosotros el que para mí es uno de los edificios más espectaculares que he visto nunca. Santa Sofía, en realidad llamada Hagia Sophia (Iglesia de la Divina Sabiduría), es una iglesia construída por Justiniano en 537, un gigantesco espacio cubierto diáfano que sorprende que aún se mantenga en pie a pesar de terremotos, guerras y saqueos… Una lástima que apenas quede nada de su decoración de mosaicos dorados. Aun hoy sigue siendo uno de los espacios cerrados más grandes del mundo… Imprescindible (no dejeis que os engañe su exterior).

Al salir boquiabiertos de ella, nos fuimos al otro edificio emblemático de la ciudad, la Mezquita Azul (es gratis, pero hay que descalzarse y las mujeres tienen que cubrirse la cabeza). Después de ver Santa Sofía, pues la verdad es que nos decepcionó un poco, aunque no deja de ser bonita… Su sobrenombre viene de los 20000 azulejos de Iznik azules y verdes que decoran su interior.

Justo al salir de la mezquita se nos incorporó el último miembro del grupo, y ya todos juntos, dimos una vuelta por lo que queda del Hipódromo (el obelisco de Tutmosis, la columna Serpentina y el obelisco de Constantino) y nos dirigimos hacia el Gran Bazar, el paraíso de las compras, un gran espacio cerrado formado por decenas de calles que se cruzan y se cortan en el que se puede encontrar prácticamente de todo.

Es tan grande y había tanta gente que tuvimos que establecer un punto de encuentro por si nos perdíamos… Todas las calles aledañas al Gran Bazar y las que lo unen al Bazar Egipcio son como una continuación del bazar, llenas de pequeñas tiendas y vendedores ambulantes. Un agobio, pero pintoresco… El Bazar Egipcio o Bazar de las Especias es mucho más pequeño que el Gran Bazar, pero como su nombre indica se venden especias y eso le cofiere un carácter diferente. A mí me gustó más que el Gran Bazar, pero cuestión de gustos…

La salida del Bazar Egipcio nos dejó junto a la Mezquita Nueva, y como ya era hora, pues buscamos donde cenar.
Tras vueltas y vueltas por los alrededores, acabamos cenando en un restaurante llamado Hamdi, con vistas a Gálata y a la Mezquita Nueva, donde no se comía mal, pero era caro… Yo comí un kebap de pistacho, estaba bueno, pero era escaso… De allí ya nos fuimos a las proximidades del hostal para tomar un té y fumar tabaco de manzana en los típicos narguiles.