5º dia.- Alta-Nordkjosbotn (371 Kms.)
Después de desayunar nos ponemos de nuevo al volante e iniciamos la ruta al glaciar de Okskjosfjord. Después de 185 kilómetros encontramos un desvío perfectamente señalizado. Recorremos 16 kilómetros mas y encontramos otro desvío.
Un desvío más y después de unos centenares de metros la carretera se acaba en un pequeño aparcamiento. Hay un pequeño panel informativo y justo al lado encontramos un sendero que supuestamente nos llevará hasta el glaciar, o al menos hasta el lugar donde sea posible verlo.
Los mosquitos nos atacan sin compasión. Menos mal que íbamos provistos de centenares de litros de Relec.
Al cabo de diez minutos el sendero desemboca a orillas del Okskjosfjorden. Girando la vista a la derecha vemos el majestuoso glaciar. Rápidamente nos damos cuenta que aunque parece estar cerca, será complicado llegar hasta él. No hay un camino muy definido y la única manera para llegar es por la orilla pasando por encima de las rocas. No vamos preparados para este tipo de expedición, y por tanto desistimos.
Un desvío más y después de unos centenares de metros la carretera se acaba en un pequeño aparcamiento. Hay un pequeño panel informativo y justo al lado encontramos un sendero que supuestamente nos llevará hasta el glaciar, o al menos hasta el lugar donde sea posible verlo.
Los mosquitos nos atacan sin compasión. Menos mal que íbamos provistos de centenares de litros de Relec.
Al cabo de diez minutos el sendero desemboca a orillas del Okskjosfjorden. Girando la vista a la derecha vemos el majestuoso glaciar. Rápidamente nos damos cuenta que aunque parece estar cerca, será complicado llegar hasta él. No hay un camino muy definido y la única manera para llegar es por la orilla pasando por encima de las rocas. No vamos preparados para este tipo de expedición, y por tanto desistimos.
La panorámica desde aquí, no obstante es fantástica, a pesar del cielo grisáceo y tristón. Se respira paz y tranquilidad.
Después de unas cuantas fotos, nos preparamos unos sandwitches, de salami por cierto, y después de dar cumplida cuenta de ellos volvemos al coche y salimos de nuevo a la carretera principal.
Unos kilómetros más al sur llegamos al pequeño pueblecito de Storlett, donde aprovechamos para comprar algo de comida y repostar.
La próxima parada será Gildetun, el mirador que vimos cuando hicimos el trayecto de ida. Bueno, sería más exacto decir el mirador que no vimos, puesto que había una niebla tan espesa que no se veía mas allá de treinta o cuarenta metros, sin exagerar. En este caso tenemos más suerte y hoy el sol luce con fuerza. Delante nuestro tenemos una panorámica de 180 grados en la que podemos ver el fiordo de Kvaenangen con un montón de islotes entre los cuales destaca la isla de Skorpa. El azul intenso del agua combinado con el azul más suave del cielo y algunos toques blancos de las nubes confeccionaban una imagen espectacular. Una imagen de postal, vamos.
Como ya hemos dicho, los bares y restaurantes a lo largo de la carretera son escasos, de manera que los pocos que hay están bastante animados. En Gildetun hay un bar, un restaurante y unos cuantos “chiringuitos” de recuerdos.
Después de unas cuantas fotos, nos preparamos unos sandwitches, de salami por cierto, y después de dar cumplida cuenta de ellos volvemos al coche y salimos de nuevo a la carretera principal.
Unos kilómetros más al sur llegamos al pequeño pueblecito de Storlett, donde aprovechamos para comprar algo de comida y repostar.
La próxima parada será Gildetun, el mirador que vimos cuando hicimos el trayecto de ida. Bueno, sería más exacto decir el mirador que no vimos, puesto que había una niebla tan espesa que no se veía mas allá de treinta o cuarenta metros, sin exagerar. En este caso tenemos más suerte y hoy el sol luce con fuerza. Delante nuestro tenemos una panorámica de 180 grados en la que podemos ver el fiordo de Kvaenangen con un montón de islotes entre los cuales destaca la isla de Skorpa. El azul intenso del agua combinado con el azul más suave del cielo y algunos toques blancos de las nubes confeccionaban una imagen espectacular. Una imagen de postal, vamos.
Como ya hemos dicho, los bares y restaurantes a lo largo de la carretera son escasos, de manera que los pocos que hay están bastante animados. En Gildetun hay un bar, un restaurante y unos cuantos “chiringuitos” de recuerdos.
Después de dejar la tarjeta de memoria de la cámara temblando volvemos a subir al coche y emprendemos la última etapa del dia que nos llevará hasta Nordkjosbotn. Nos quedan unas dos horas por parajes solitarios y monótonos.
Nordkjosbotn es un cruce de caminos donde confluyen la carretera que va de sur a norte, la E-6, y la que viene de Tromso, la E-8. Son cuatro casas con un hotel-restaurante, una gasolinera y el omnipresente REMA 1000. En bastantes kilómetros a la redonda no hay nada mas, de manera que si queremos cenar caliente no debemos entretenernos demasiado. De hecho llegamos justo diez minutos antes que cierren, por tanto, sin perder tiempo, dejamos las maletas en la habitación (118 euros/Hab. Doble con desayuno) y rápidamente vamos al restaurante contiguo. Falta ya alguna cosa pero podemos comer unas albóndigas con algo parecido a un puré y trocitos de carne.
Acabamos el día dando un paseo por el pueblo y ello nos sirve para ver qué bien vive aquella gente. Casas bajas con generosos jardines, una escuela, una zona deportiva y cuatro calles (literalmente), eso si muy bien cuidadas. Otro tema es cómo debe ser la vida en invierno, con muchas horas de oscuridad y muchos meses cubiertos por la nieve. En todas las casas vemos grandes montones de leña, motos de nieve e indispensablemente coches todo terreno.
Son las diez de la noche, tenemos 10º y en las cimas de las montañas que nos envuelven todavía luce el sol.
Nordkjosbotn es un cruce de caminos donde confluyen la carretera que va de sur a norte, la E-6, y la que viene de Tromso, la E-8. Son cuatro casas con un hotel-restaurante, una gasolinera y el omnipresente REMA 1000. En bastantes kilómetros a la redonda no hay nada mas, de manera que si queremos cenar caliente no debemos entretenernos demasiado. De hecho llegamos justo diez minutos antes que cierren, por tanto, sin perder tiempo, dejamos las maletas en la habitación (118 euros/Hab. Doble con desayuno) y rápidamente vamos al restaurante contiguo. Falta ya alguna cosa pero podemos comer unas albóndigas con algo parecido a un puré y trocitos de carne.
Acabamos el día dando un paseo por el pueblo y ello nos sirve para ver qué bien vive aquella gente. Casas bajas con generosos jardines, una escuela, una zona deportiva y cuatro calles (literalmente), eso si muy bien cuidadas. Otro tema es cómo debe ser la vida en invierno, con muchas horas de oscuridad y muchos meses cubiertos por la nieve. En todas las casas vemos grandes montones de leña, motos de nieve e indispensablemente coches todo terreno.
Son las diez de la noche, tenemos 10º y en las cimas de las montañas que nos envuelven todavía luce el sol.
6º dia.- Nordkjosbotn-Stave (Islas Vesteralen) (282 Kms.)
Ultimo día de julio. Hoy nuestra ruta nos llevará a la isla de Vesteralen, al norte de las Lofoten, y después de atravesar la isla de Senja. Esta es una isla que no suele estar en las típicas rutas de viajes organizados, pero lo que leemos en las guías nos gusta y pensamos que vale la pena emplear el día en recorrerla. Afortunadamente, no nos equivocamos.
Después de desayunar volvemos a ponernos al volante y nos encaminamos por la E-6 hasta Andselv, donde nos desviaremos hacia la isla de Senja. El día se presenta radiante.
La ruta que tenemos prevista bordea toda la isla. Podríamos ir directos por el centro, pero indudablemente nos atrae más perdernos por las pequeñas carreteras de la isla.
El recorrido que hacemos es Botnhamn-Mefjordvaer-Skaland-Hamn-Torksen y Grillefjord. En este punto deberemos coger el ferry hasta Andenes, en las islas Vesteralen.
Carreterillas estrechas, aunque bien acondicionadas, pocos coches y sobre todo mucha calma para disfrutar del paisaje.
La isla de Senja tiene forma de mano, con entrantes y salientes que recuerdan los dedos de la mano. Hace poco han construido un par de tunelillos (El apelativo es exactamente ese, en diminutivo) gracias a los cuales se puede ir siguiendo la costa en lugar de hacer idas y venidas como hasta hace poco.
La mejor manera de describir la belleza del paisaje es ver las fotos. Sobran las palabras.
Después de desayunar volvemos a ponernos al volante y nos encaminamos por la E-6 hasta Andselv, donde nos desviaremos hacia la isla de Senja. El día se presenta radiante.
La ruta que tenemos prevista bordea toda la isla. Podríamos ir directos por el centro, pero indudablemente nos atrae más perdernos por las pequeñas carreteras de la isla.
El recorrido que hacemos es Botnhamn-Mefjordvaer-Skaland-Hamn-Torksen y Grillefjord. En este punto deberemos coger el ferry hasta Andenes, en las islas Vesteralen.
Carreterillas estrechas, aunque bien acondicionadas, pocos coches y sobre todo mucha calma para disfrutar del paisaje.
La isla de Senja tiene forma de mano, con entrantes y salientes que recuerdan los dedos de la mano. Hace poco han construido un par de tunelillos (El apelativo es exactamente ese, en diminutivo) gracias a los cuales se puede ir siguiendo la costa en lugar de hacer idas y venidas como hasta hace poco.
La mejor manera de describir la belleza del paisaje es ver las fotos. Sobran las palabras.
A primera hora de la tarde llegamos a Grillefjord, concretamente a la zona de embarque del ferry que deberá llevarnos a Andenes. Habíamos leído que en temporada alta era recomendable estar allí con tiempo ya que podría haber overbooking. De hecho, cuando llegamos, unas dos horas antes de la salida ya había ocho vehículos en la cola. Si no hubiésemos encontrado plaza en ese ferry, que era el último del día, la alternativa era dar un rodeo de 454 kilómetros.
A la hora prevista llega el ferry (77 euros/Coche más dos personas). Después de descargar los vehículos que habían hecho el trayecto inverso al nuestro comenzamos a embarcar. No se quedó nadie en tierra pero iba casi al completo.
La travesía dura una hora y cuarenta minutos, de manera que a las nueve menos veinte atracamos en el puerto de Andenes. Aunque sopla un aire bastante fuerte y el barco se mueve más que una lavadora no se nos hace largo. Disfrutamos del paisaje.
Andenes está situada en la punta norte de las islas Vesteralen y es la principal población de la zona. Aquí hay unos cuantos hoteles y restaurantes, y además es el punto de partida de los safaris de avistamientos de ballenas. Por todo ello se respira un poco mas de ambiente turístico que hasta ahora. No obstante, nosotros habíamos reservado habitación en Stave, a unos 20 kilómetros al sur. Se trataba de un cámping, y teníamos la opción de reservar un bungalow o un apartamento, ambos, según su página de internet, situados en la playa con vistas al mar. Parecía idílico. Como la diferencia de precio era mínima, nos decantamos por el apartamento (107 euros/apartamento sin desayuno pero incluyendo el alquiler de sábanas).
Cuando llegamos, alrededor de las nueve y veinte de la noche, nos encontramos, a la derecha, un cámping, aunque mejor sería definirlo como una zona de acampada, y a la izquierda de la carretera unos cuantos bungalows y un pequeño edificio que no nos costó mucho deducir era donde estaba nuestro apartamento.
Aparcamos delante de la recepción y al momento nos aparece el, supuestamente, recepcionista. Hombre de mediana edad, greñas abundantes y un aspecto un poco… siniestro.
Después de realizar las operaciones propias del check-in, nos dirigimos al apartamento. ¿Apartamento? Veamos: Una entrada con una pequeña mesa, un par de sillas y algo parecido a un sofá. Eso si, con una gran ventanal desde el que contemplar la puesta de sol.
Nos adentramos mas y nos encontramos, a la derecha algo parecido a un camastro. Os aseguro que los de la “mili” se parecían más a una cama que aquello. A la izquierda se supone que la cocina. Bueno, no seamos tan generosos, una fregadero, un par de platos y un par de cubiertos. Al fondo una puerta daba paso al lavabo. Un lavabo que perfectamente podía ser alguno de los que vemos en las películas de los bajos fondos del Bronx.
A la hora prevista llega el ferry (77 euros/Coche más dos personas). Después de descargar los vehículos que habían hecho el trayecto inverso al nuestro comenzamos a embarcar. No se quedó nadie en tierra pero iba casi al completo.
La travesía dura una hora y cuarenta minutos, de manera que a las nueve menos veinte atracamos en el puerto de Andenes. Aunque sopla un aire bastante fuerte y el barco se mueve más que una lavadora no se nos hace largo. Disfrutamos del paisaje.
Andenes está situada en la punta norte de las islas Vesteralen y es la principal población de la zona. Aquí hay unos cuantos hoteles y restaurantes, y además es el punto de partida de los safaris de avistamientos de ballenas. Por todo ello se respira un poco mas de ambiente turístico que hasta ahora. No obstante, nosotros habíamos reservado habitación en Stave, a unos 20 kilómetros al sur. Se trataba de un cámping, y teníamos la opción de reservar un bungalow o un apartamento, ambos, según su página de internet, situados en la playa con vistas al mar. Parecía idílico. Como la diferencia de precio era mínima, nos decantamos por el apartamento (107 euros/apartamento sin desayuno pero incluyendo el alquiler de sábanas).
Cuando llegamos, alrededor de las nueve y veinte de la noche, nos encontramos, a la derecha, un cámping, aunque mejor sería definirlo como una zona de acampada, y a la izquierda de la carretera unos cuantos bungalows y un pequeño edificio que no nos costó mucho deducir era donde estaba nuestro apartamento.
Aparcamos delante de la recepción y al momento nos aparece el, supuestamente, recepcionista. Hombre de mediana edad, greñas abundantes y un aspecto un poco… siniestro.
Después de realizar las operaciones propias del check-in, nos dirigimos al apartamento. ¿Apartamento? Veamos: Una entrada con una pequeña mesa, un par de sillas y algo parecido a un sofá. Eso si, con una gran ventanal desde el que contemplar la puesta de sol.
Nos adentramos mas y nos encontramos, a la derecha algo parecido a un camastro. Os aseguro que los de la “mili” se parecían más a una cama que aquello. A la izquierda se supone que la cocina. Bueno, no seamos tan generosos, una fregadero, un par de platos y un par de cubiertos. Al fondo una puerta daba paso al lavabo. Un lavabo que perfectamente podía ser alguno de los que vemos en las películas de los bajos fondos del Bronx.
Mi mujer y yo nos mirábamos sin decir nada mientras aquel curioso personaje nos iba enseñando el fabuloso apartamento. Ah, y menos mal que cuando se iba nos puso una cortina en la puerta, porque no había ni cortinas ni porticones. Hombre, para ver el horizonte muy bien, pero un poco indiscreto, ¿no? Por cierto, la cortina era un trozo de bandera, de Brasil concretamente, rasgada por dos sitios. En fin…
Después de cenar vamos a dar una vuelta por la playa. La verdad es que el entorno es muy sugerente y tal como imaginábamos, idílico.
Cuando volvemos, chafardeamos un poco y comprobamos con cierta indignación como los otros dos apartamentos están perfectamente reformados y no tienen nada que ver con el nuestro. Parece ser que al acabar el verano lo iban a reformar. ¡También es mala suerte, hombre!
Podemos ver también los bungalows y parecen bastante nuevos. Hay uno que tiene la puerta abierta y, aunque un poco espartano, vemos que está bastante arreglado, por supuesto mucho más que nuestro apartamento. Ah, se me olvidaba, las sábanas no estaban incluidas en el precio y tuvimos que alquilarlas. Independientemente del precio, la verdad es que parecía la ropa de cama de la abuela.
Un poco mas allá vemos unos pequeños montículos cubiertos de césped. Descubrimos que son unas piscinas de agua caliente. Pasando la carretera, al lado de la zona de acampada y muy cerca de la playa está la sauna. No, si bien montado ya lo tienen, ya.
Un pequeño paseo por la playa a las once de la noche con luz de día, aunque tenue, pero envueltos de nada (solo alguna persona como nosotros paseando por la playa), nos hace pasar el malhumor del apartamento.
Después de cenar vamos a dar una vuelta por la playa. La verdad es que el entorno es muy sugerente y tal como imaginábamos, idílico.
Cuando volvemos, chafardeamos un poco y comprobamos con cierta indignación como los otros dos apartamentos están perfectamente reformados y no tienen nada que ver con el nuestro. Parece ser que al acabar el verano lo iban a reformar. ¡También es mala suerte, hombre!
Podemos ver también los bungalows y parecen bastante nuevos. Hay uno que tiene la puerta abierta y, aunque un poco espartano, vemos que está bastante arreglado, por supuesto mucho más que nuestro apartamento. Ah, se me olvidaba, las sábanas no estaban incluidas en el precio y tuvimos que alquilarlas. Independientemente del precio, la verdad es que parecía la ropa de cama de la abuela.
Un poco mas allá vemos unos pequeños montículos cubiertos de césped. Descubrimos que son unas piscinas de agua caliente. Pasando la carretera, al lado de la zona de acampada y muy cerca de la playa está la sauna. No, si bien montado ya lo tienen, ya.
Un pequeño paseo por la playa a las once de la noche con luz de día, aunque tenue, pero envueltos de nada (solo alguna persona como nosotros paseando por la playa), nos hace pasar el malhumor del apartamento.
7º dia.- Stave (Islas Vesteralen)-Kabelvag (Islas Lofoten) (334 Kms.)
Hombre, la noche podía haber sido peor. No es que durmiéramos como en casa pero bueno, por lo menos pudimos dormir. Nos levantamos a las nueve y después de desayunar, salimos raudos a aprovechar el fantástico dia que nos encontramos. Hoy toca llegar a las Lofoten.
Vamos siguiendo la costa hasta Nordmela, punto donde la carretera se desvía en dirección este para llegar a Ase. Allí enlazamos con la carretera principal que viene de Andenes. El paisaje ha perdido buena parte de su encanto. Nos encontramos en un llano con campos de cultivo y mucha mas civilización. Nada que ver con lo que habíamos visto el dia anterior.
Después de dos horas llegamos a Sortland, un pueblecito que parece bastante animado. No es muy grande, pero hay un centro comercial al lado del puerto con varias cafeterías, en una de las cuales aprovechamos para comer. Mientras tanto vemos la llegada diaria del Hurtigruten.
En este punto nos planteamos por dónde llegar a Svolvaer, la capital de las Lofoten. Tenemos dos opciones: Una es seguir la carretera E-10. Son 85 kilómetros y una hora y media, aproximadamente. Según el mapa Michelin no es una carretera especialmente atractiva, paisajisticamente hablando.
La otra opción es seguir hasta Stokmarknes, al final de la isla de Vesteralen y allí tomar un ferry hasta Fiskebol, el punto donde nos juntaríamos de nuevo con la E-10. En este caso son solo 55 kilómetros, pero dependemos del horario del ferry.
Por este último motivo nos decantamos por la primera opción.
Efectivamente, hemos tardado una hora y veinte minutos y no hemos visto nada especialmente atractivo.
Una vez llegamos a Fiskebol, dejamos la carretera principal y vamos hasta Digermulen siguiendo el Trollfjord. Bueno, no era el Trollfjord aunque nosotros pensábamos que si.
Esto merece una explicación.
El fiordo del Troll es el mas estrecho de Noruega. Las guias nos enseñan fotos donde se ven los barcos tocando prácticamente ambas orillas, pero no fuimos capaces de descubrir la manera de llegar hasta ahí. La respuesta es fácil: Solo se puede llegar en barco. Y además desde la carretera no se ve, ya que la isla de Ulvoya está justo enfrente del fiordo. Un vistazo al mapa nos hace todo mas inteligible.
En cualquier caso, seguimos bordeando el estrecho de Raftsundet y llegamos al extremo sur de la isla, donde está la pequeña aldea de Holand. Allí termina la carretera, pero vemos un camino de tierra y seguimos adelante. Descubrimos un rincón, perdonad por la reiteración, idílico.
Damos media vuelta y deshacemos el camino andado hasta volver a encontrar la carretera principal. Seguimos parando frecuentemente. La belleza del paisaje no nos deja otra alternativa.
Vamos siguiendo la costa hasta Nordmela, punto donde la carretera se desvía en dirección este para llegar a Ase. Allí enlazamos con la carretera principal que viene de Andenes. El paisaje ha perdido buena parte de su encanto. Nos encontramos en un llano con campos de cultivo y mucha mas civilización. Nada que ver con lo que habíamos visto el dia anterior.
Después de dos horas llegamos a Sortland, un pueblecito que parece bastante animado. No es muy grande, pero hay un centro comercial al lado del puerto con varias cafeterías, en una de las cuales aprovechamos para comer. Mientras tanto vemos la llegada diaria del Hurtigruten.
En este punto nos planteamos por dónde llegar a Svolvaer, la capital de las Lofoten. Tenemos dos opciones: Una es seguir la carretera E-10. Son 85 kilómetros y una hora y media, aproximadamente. Según el mapa Michelin no es una carretera especialmente atractiva, paisajisticamente hablando.
La otra opción es seguir hasta Stokmarknes, al final de la isla de Vesteralen y allí tomar un ferry hasta Fiskebol, el punto donde nos juntaríamos de nuevo con la E-10. En este caso son solo 55 kilómetros, pero dependemos del horario del ferry.
Por este último motivo nos decantamos por la primera opción.
Efectivamente, hemos tardado una hora y veinte minutos y no hemos visto nada especialmente atractivo.
Una vez llegamos a Fiskebol, dejamos la carretera principal y vamos hasta Digermulen siguiendo el Trollfjord. Bueno, no era el Trollfjord aunque nosotros pensábamos que si.
Esto merece una explicación.
El fiordo del Troll es el mas estrecho de Noruega. Las guias nos enseñan fotos donde se ven los barcos tocando prácticamente ambas orillas, pero no fuimos capaces de descubrir la manera de llegar hasta ahí. La respuesta es fácil: Solo se puede llegar en barco. Y además desde la carretera no se ve, ya que la isla de Ulvoya está justo enfrente del fiordo. Un vistazo al mapa nos hace todo mas inteligible.
En cualquier caso, seguimos bordeando el estrecho de Raftsundet y llegamos al extremo sur de la isla, donde está la pequeña aldea de Holand. Allí termina la carretera, pero vemos un camino de tierra y seguimos adelante. Descubrimos un rincón, perdonad por la reiteración, idílico.
Damos media vuelta y deshacemos el camino andado hasta volver a encontrar la carretera principal. Seguimos parando frecuentemente. La belleza del paisaje no nos deja otra alternativa.
Ahora ya estamos plenamente en las islas Lofoten, y alrededor de la ocho de la tarde llegamos al Lofoten sommerhotell, en Kabelvag, y a unos cinco kilómetros de Svolvaer.
Está situado al lado del albergue de Kabelvag, y es una residencia de estudiantes que en verano se convierte en hotel. La habitación es sencilla pero no está mal (127 Euros/Doble con desayuno, flojito).
Una vez hemos dejado las maletas es hora de cenar y nos dirigimos a la pequeña plaza del pueblo, al lado del pequeño puerto y donde encontramos aquel bar-pub-cafetería-pizzería-sandwitchería-frankfurt y quizás alguna cosa mas en el que también estuvimos cenando hace unos años. Está exactamente igual que entonces aunque en esta ocasión no hay el mismo ambiente. Además, viendo que no tenían mucha variedad, decidimos acercarnos a Svolvaer.
Como hemos dicho, ésta es la capital de las Lofoten y allí sí hay variedad para poder comer alguna cosa. La primera observación es que en estos diez años la ciudad ha experimentado un cambio brutal. Prácticamente no queda nada de aquel pequeño pero encantador pueblo de pescadores. Han construido una gran cantidad de edificios, la mayoría de ellos dedicados al turismo, hoteles, apartamentos o rorbuers. Creo que han descubierto su particular gallina de los huevos de oro.
El día que había empezado radiante nos deja con un cielo encapotado. Eso si, es la una y media de la madrugada y todavía hay luz natural.
Está situado al lado del albergue de Kabelvag, y es una residencia de estudiantes que en verano se convierte en hotel. La habitación es sencilla pero no está mal (127 Euros/Doble con desayuno, flojito).
Una vez hemos dejado las maletas es hora de cenar y nos dirigimos a la pequeña plaza del pueblo, al lado del pequeño puerto y donde encontramos aquel bar-pub-cafetería-pizzería-sandwitchería-frankfurt y quizás alguna cosa mas en el que también estuvimos cenando hace unos años. Está exactamente igual que entonces aunque en esta ocasión no hay el mismo ambiente. Además, viendo que no tenían mucha variedad, decidimos acercarnos a Svolvaer.
Como hemos dicho, ésta es la capital de las Lofoten y allí sí hay variedad para poder comer alguna cosa. La primera observación es que en estos diez años la ciudad ha experimentado un cambio brutal. Prácticamente no queda nada de aquel pequeño pero encantador pueblo de pescadores. Han construido una gran cantidad de edificios, la mayoría de ellos dedicados al turismo, hoteles, apartamentos o rorbuers. Creo que han descubierto su particular gallina de los huevos de oro.
El día que había empezado radiante nos deja con un cielo encapotado. Eso si, es la una y media de la madrugada y todavía hay luz natural.
8º dia.- Islas Lofoten (337 Kms.)
Día completo para redescubrir las Islas Lofoten. Como ya habíamos tenido nuestra dosis de suerte el día anterior, en forma de día claro, por un simple cálculo de probabilidades hoy tocaba un día nublado. Desgraciadamente los cálculos no fallaron, y aun podemos dar gracias que prácticamente no llovió en todo el día.
Empezamos nuestra ruta en dirección sur. Pretendemos llegar al extremo sur de la isla por el lado este, siguiendo la carretera principal, la E-10, y volver por el lado oeste por una carretera secundaria y llegar a Eggum. Teóricamente este es uno de los mejores sitios para ver el sol de medianoche, o al menos, ya que no estamos en temporada, una espectacular puesta de sol.
La primera parada la hacemos justo después del desvío a Henningsvaer. Aparcamos, y unos metros mas allá de la carretera bajamos por un sendero que hay en medio de los arbustos y al lado de un pequeño riachuelo, para llegar unos metros más abajo a una playa de fina arena blanca. Curiosamente el tono grisáceo del cielo creo que realza la belleza del lugar.
Empezamos nuestra ruta en dirección sur. Pretendemos llegar al extremo sur de la isla por el lado este, siguiendo la carretera principal, la E-10, y volver por el lado oeste por una carretera secundaria y llegar a Eggum. Teóricamente este es uno de los mejores sitios para ver el sol de medianoche, o al menos, ya que no estamos en temporada, una espectacular puesta de sol.
La primera parada la hacemos justo después del desvío a Henningsvaer. Aparcamos, y unos metros mas allá de la carretera bajamos por un sendero que hay en medio de los arbustos y al lado de un pequeño riachuelo, para llegar unos metros más abajo a una playa de fina arena blanca. Curiosamente el tono grisáceo del cielo creo que realza la belleza del lugar.
Después de un pequeño paseo por la playa, de repente giramos la vista y vemos tres autocares de turistas (italianos, concretamente) que acaban de parar al lado de nuestro coche, y seguidamente empieza a bajar hacia la playa una pequeña marabunta.
Bueno… mejor seguimos nuestro viaje.
En algún lugar hemos leído que Henningsvaer está considerada la Venecia del norte. Canales no hay, pero sí es cierto que el pueblo y su entorno tienen un atractivo espectacular.
Este fue uno de los sitios que nos quedó más grabados en nuestro anterior viaje. Pero nuevamente a la entrada descubrimos un aparcamiento de grandes dimensiones, en el cual ya encontramos ocho o nueve autocares de turistas. Supongo que ahora tocaría abrir aquel viejo debate acerca de si hay que preservar la autenticidad del lugar, o construir infraestructuras precisamente para atraer al turismo. Evidentemente a nosotros nos hubiera gustado encontrarlo como hace diez años, cuando no había ninguna tienda, ni bar, ni restaurante. Pero que les pregunten a los autóctonos después de la lluvia de dinero que les habrá caído estos años gracias al turismo. No es lo mismo pasear por la orilla del pequeño puerto con el único acompañamiento del sonido de las gaviotas y casi aislados del mundo, que hacerlo teniendo que ir apartando a la gente para poder dar tres pasos. O tener que esperar un buen rato para hacer aquella foto de postal, porque hay un montón de personas intentando hacer lo mismo. No, no es lo mismo. Definitivamente, el turismo ha colonizado aquellas tierras. Pero la realidad se impone y hay que intentar disfrutar del lugar en las condiciones en las que nos encontramos.
Bueno… mejor seguimos nuestro viaje.
En algún lugar hemos leído que Henningsvaer está considerada la Venecia del norte. Canales no hay, pero sí es cierto que el pueblo y su entorno tienen un atractivo espectacular.
Este fue uno de los sitios que nos quedó más grabados en nuestro anterior viaje. Pero nuevamente a la entrada descubrimos un aparcamiento de grandes dimensiones, en el cual ya encontramos ocho o nueve autocares de turistas. Supongo que ahora tocaría abrir aquel viejo debate acerca de si hay que preservar la autenticidad del lugar, o construir infraestructuras precisamente para atraer al turismo. Evidentemente a nosotros nos hubiera gustado encontrarlo como hace diez años, cuando no había ninguna tienda, ni bar, ni restaurante. Pero que les pregunten a los autóctonos después de la lluvia de dinero que les habrá caído estos años gracias al turismo. No es lo mismo pasear por la orilla del pequeño puerto con el único acompañamiento del sonido de las gaviotas y casi aislados del mundo, que hacerlo teniendo que ir apartando a la gente para poder dar tres pasos. O tener que esperar un buen rato para hacer aquella foto de postal, porque hay un montón de personas intentando hacer lo mismo. No, no es lo mismo. Definitivamente, el turismo ha colonizado aquellas tierras. Pero la realidad se impone y hay que intentar disfrutar del lugar en las condiciones en las que nos encontramos.
Una vez acabada la visita, damos marcha atrás para volver a la E-10. Próxima parada: Stamsund.
Cuando llegamos descubrimos que no hay mucho que ver, y además aún está más a rebosar que Henningsvaer, debido a que acaba de atracar el Hurtigruten .
De nuevo media vuelta y ponemos rumbo a Nussfjord. Este es un pequeño pueblo de pescadores que según leemos en alguna guía era de los que se habían conservado mas auténticos.
A veces no hay que creerse todo lo que leemos.
A la entrada encontramos un pequeño aparcamiento, que cuando llegamos ya está saturado, pero los coches siguen llegando y se está liando un buen “pollo”. Nosotros tenemos la inmensa suerte que en ese preciso instante sale del aparcamiento un coche justo enfrente nuestro.
Si han construido un aparcamiento, por pequeño que este sea, ya es una señal que debe haber bastante turismo. Al igual que Henningsvaer, Nussfjord es un pequeño pueblecito formado por cuatro casas alrededor del puerto. El acceso se hace por una única calle al principio de la cual encontramos una caseta que hace las funciones de taquilla.
Sí, efectivamente, hay que pagar para ver el pueblo.
Curiosamente, aquí encontramos las casas pintadas de color amarillo, al contrario que todas las demás que habíamos visto hasta ahora, siempre invariablemente de color granate.
Unas cuantas ristras de cabezas secas de bacalao que mas parecen puestas allí para los turistas le dan un toque de falsa autenticidad.
No obstante, hay que ser justos y reconocer que el entorno es precioso.
Cuando llegamos descubrimos que no hay mucho que ver, y además aún está más a rebosar que Henningsvaer, debido a que acaba de atracar el Hurtigruten .
De nuevo media vuelta y ponemos rumbo a Nussfjord. Este es un pequeño pueblo de pescadores que según leemos en alguna guía era de los que se habían conservado mas auténticos.
A veces no hay que creerse todo lo que leemos.
A la entrada encontramos un pequeño aparcamiento, que cuando llegamos ya está saturado, pero los coches siguen llegando y se está liando un buen “pollo”. Nosotros tenemos la inmensa suerte que en ese preciso instante sale del aparcamiento un coche justo enfrente nuestro.
Si han construido un aparcamiento, por pequeño que este sea, ya es una señal que debe haber bastante turismo. Al igual que Henningsvaer, Nussfjord es un pequeño pueblecito formado por cuatro casas alrededor del puerto. El acceso se hace por una única calle al principio de la cual encontramos una caseta que hace las funciones de taquilla.
Sí, efectivamente, hay que pagar para ver el pueblo.
Curiosamente, aquí encontramos las casas pintadas de color amarillo, al contrario que todas las demás que habíamos visto hasta ahora, siempre invariablemente de color granate.
Unas cuantas ristras de cabezas secas de bacalao que mas parecen puestas allí para los turistas le dan un toque de falsa autenticidad.
No obstante, hay que ser justos y reconocer que el entorno es precioso.
Bueno, ya nos queda poco para llegar a A, el curioso pueblo con un todavía mas curioso nombre. No sabemos si es el único, pero está claro que tiene el honor de ser la localidad con el nombre mas corto del mundo. Además, su situación en la punta sur de las Lofoten aumenta su atractivo.
Para llegar tenemos que atravesar varios puentes para ir cruzando de isla en isla. Son puentes con mucha pendiente por ambos lados, ya que en su parte central son muy altos para permitir el paso de barcos. Son muy estrechos, tanto que alguno solo permite el paso de un solo vehículo, por lo cual tiene que regularse con semáforos.
Después de la foto de rigor ante el cartel que da la bienvenida, vamos a buscar el fin del pueblo y de la isla. Mientras lo atravesamos encontramos una gran cantidad de rorbuers. Aquí también ha llegado el turismo.
Cuando ya no podemos seguir mas porque no hay mas carretera, aparcamos el coche y seguimos unos metros mas caminando.
Ahora ya si, descubrimos el lugar donde literalmente termina la tierra. Bueno, o no exactamente, ya que geográficamente la isla continua unos metros mas, pero ya no es accesible a pié.
Estamos en un prado con cierta ondulación y acabado en un acantilado no muy alto. Hay bastante gente paseando y unas cuantas tiendas de campaña.
Delante nuestro vemos las islas de Rost y Vaeroy.
Sopla un viento desagradable, pero aprovechamos para dar un paseo por aquel paraje tan inhóspito, aunque no exento de belleza.
Después de algunos miles de fotos y otros cuantos miles de videos damos media vuelta y empezamos el trayecto de vuelta. Pasamos por Ramberg y por Lekness, donde paramos a cenar en una céntrica pizzería.
Nuevamente reemprendemos la ruta para llegar a Eggum. Este fue otro de los lugares del que guardábamos mejor recuerdo. Recordábamos unas cuantas casas después de las cuales se acababa la civilización. Un camino de unos centenares de metros nos llevaba a un paraje fantasmagórico e idílico. Desde aquí las puestas de sol son espectaculares. Siempre que las nubes no impidan ver el sol, naturalmente. Detrás nuestro hay un lago exactamente igual al que podemos encontrar en la alta montaña, y todavía detrás de este lago unas montañas impresionantemente altas. Todo el entorno hace que nos sintamos muy muy pequeños.
Ahora, cuando llegamos, a las once de la noche, lo primero que encontramos al final del pueblo es una valla con un cartel turístico.
Mmm…
El cartel en cuestión nos define un poco qué hay a partir de ahí y de paso te sugiere que dejes la voluntad en una cajita que hay debajo de él.
Después de recorrer unos metros descubrimos un aparcamiento con cuatro o cinco coches, y unos metros más allá unas cuantas autocaravanas acampadas y unas cuantas tiendas de campaña.
Evidentemente, y a pesar de ser repetitivos, ese lugar ya no es tan desconocido y tan virgen como hace diez años, pero indudablemente Eggum continúa mereciendo una visita.
Estamos a mediados de agosto, por tanto ya no es temporada de ver el sol de medianoche, pero como dijimos antes, ver la puesta de sol ya merece acercarse hasta allí. Desgraciadamente el sol se esconde detrás de una tupida capa de nubarrones, y de momento no vamos a ver cómo se pone el sol.
Paseamos un rato por aquel paraje tan sugerente con la esperanza que las pequeñas grietas que se dibujan en el cielo nos permitan finalmente ver una puesta con todo su esplendor.
Son ya las doce y media de la madrugada y el sol se intuye detrás de las nubes. Pero solo se intuye.
En esta latitud y en esta época del año el sol se debe poner a la una de la madrugada y volver a salir un par de horas más tarde.
Encontramos unas cuantas ovejas pastando tranquilamente por el prado. Muy normal si no fuera porque ya es la una de la madrugada.
Definitivamente, viendo que aquello no tiene solución y además se pone a llover, aceleramos la vuelta al coche y después de unos veinte minutos llegamos al hotel.
Para llegar tenemos que atravesar varios puentes para ir cruzando de isla en isla. Son puentes con mucha pendiente por ambos lados, ya que en su parte central son muy altos para permitir el paso de barcos. Son muy estrechos, tanto que alguno solo permite el paso de un solo vehículo, por lo cual tiene que regularse con semáforos.
Después de la foto de rigor ante el cartel que da la bienvenida, vamos a buscar el fin del pueblo y de la isla. Mientras lo atravesamos encontramos una gran cantidad de rorbuers. Aquí también ha llegado el turismo.
Cuando ya no podemos seguir mas porque no hay mas carretera, aparcamos el coche y seguimos unos metros mas caminando.
Ahora ya si, descubrimos el lugar donde literalmente termina la tierra. Bueno, o no exactamente, ya que geográficamente la isla continua unos metros mas, pero ya no es accesible a pié.
Estamos en un prado con cierta ondulación y acabado en un acantilado no muy alto. Hay bastante gente paseando y unas cuantas tiendas de campaña.
Delante nuestro vemos las islas de Rost y Vaeroy.
Sopla un viento desagradable, pero aprovechamos para dar un paseo por aquel paraje tan inhóspito, aunque no exento de belleza.
Después de algunos miles de fotos y otros cuantos miles de videos damos media vuelta y empezamos el trayecto de vuelta. Pasamos por Ramberg y por Lekness, donde paramos a cenar en una céntrica pizzería.
Nuevamente reemprendemos la ruta para llegar a Eggum. Este fue otro de los lugares del que guardábamos mejor recuerdo. Recordábamos unas cuantas casas después de las cuales se acababa la civilización. Un camino de unos centenares de metros nos llevaba a un paraje fantasmagórico e idílico. Desde aquí las puestas de sol son espectaculares. Siempre que las nubes no impidan ver el sol, naturalmente. Detrás nuestro hay un lago exactamente igual al que podemos encontrar en la alta montaña, y todavía detrás de este lago unas montañas impresionantemente altas. Todo el entorno hace que nos sintamos muy muy pequeños.
Ahora, cuando llegamos, a las once de la noche, lo primero que encontramos al final del pueblo es una valla con un cartel turístico.
Mmm…
El cartel en cuestión nos define un poco qué hay a partir de ahí y de paso te sugiere que dejes la voluntad en una cajita que hay debajo de él.
Después de recorrer unos metros descubrimos un aparcamiento con cuatro o cinco coches, y unos metros más allá unas cuantas autocaravanas acampadas y unas cuantas tiendas de campaña.
Evidentemente, y a pesar de ser repetitivos, ese lugar ya no es tan desconocido y tan virgen como hace diez años, pero indudablemente Eggum continúa mereciendo una visita.
Estamos a mediados de agosto, por tanto ya no es temporada de ver el sol de medianoche, pero como dijimos antes, ver la puesta de sol ya merece acercarse hasta allí. Desgraciadamente el sol se esconde detrás de una tupida capa de nubarrones, y de momento no vamos a ver cómo se pone el sol.
Paseamos un rato por aquel paraje tan sugerente con la esperanza que las pequeñas grietas que se dibujan en el cielo nos permitan finalmente ver una puesta con todo su esplendor.
Son ya las doce y media de la madrugada y el sol se intuye detrás de las nubes. Pero solo se intuye.
En esta latitud y en esta época del año el sol se debe poner a la una de la madrugada y volver a salir un par de horas más tarde.
Encontramos unas cuantas ovejas pastando tranquilamente por el prado. Muy normal si no fuera porque ya es la una de la madrugada.
Definitivamente, viendo que aquello no tiene solución y además se pone a llover, aceleramos la vuelta al coche y después de unos veinte minutos llegamos al hotel.