Después de un buen desayuno al aire libre disfrutando de unas maravillosas vistas de las dunas, que cambiaban de color a medida que los rayos de sol las alcanzaban desde distintos ángulos, con Hassan al volante, nos subimos con Mustafá y un sobrinillo de Ali en la baca del todo terreno y comenzó nuestro viaje hacia las dunas. La pista apenas se distingue, todo son grandes espacios abiertos bordeados por las impresionantes dunas de arena a nuestra derecha. Pasamos por el lago Jasmine y después nos detuvimos en un oasis, para pasear entre las palmeras al borde de un pequeño riachuelo, junto al que se levantaban algunas de las pocas construcciones que encontramos durante toda la mañana. Desde algunas jaimas salían niños a saludarnos a nuestro paso, siempre con una sonrisa. Fueron unas horas en las que la sensación de libertad era total, en que por un rato podías sentirte fuera del mundo, solos en medio de nada, solo tierra y arena, formando un precioso paisaje..
Nos dirigimos luego al mercado de Rissani. Imposible no retroceder en el tiempo muchos, muchos años. Verduras, frutas, especies y todo tipo de alimentos. Más allá cabras, ovejas, vacas (muy pequeñas) y muchísimos burros en la plaza de los burros, un animal muy utilizado aquí. El pueblo es un sinfín de pequeños comercios, también aquí muchos talleres y ferreterías. Y mucha gente en la calle.

A última hora de la tarde llegamos al albergue para enseguida, en compañía de Hassan, iniciar nuestro recorrido en dromedario hacia las dunas de Erg Chebbi, donde pasaríamos la noche. El paseo es inolvidable. De nuevo solos, poco a poco nos íbamos adentrando entre las dunas hasta sólo ver arena a nuestro alrededor, con tonos mostaza a lo lejos, ocre más cerca de nosotros y unos tonos grises si volvías la vista atrás. Los rayos de sol desaparecían y reaparecían en función de nuestras bajadas y subidas por la arena, contribuyendo al espectáculo de colores. El silencio es absoluto. Las sombras alargadas de los dromedarios son nuestros únicos acompañantes.
