Volvimos a la carretera principal que retomamos en Boumalne Dadès. A la salida del pueblo paramos en una zona donde un intenso color verde contrastaba con los tonos ocres del entorno. Son una serie de pequeñas parcelas distribuidas por familias, con turnos de aguar para riego, en los que se cultivan, sobre todo, cereales y frutales. En Tineghir nos detuvimos para comprar ce rveza y vino en la única tienda en la que se podía hacer en muchos kilómetros a la redonda. Es un pintoresco lugar del Marruecos profundo, que recordaba a la España de los años 60, con un montón de comercios de todo tipo, entre los que abundaban los talleres, droguerías y ferreterías. También había, como en todos los pueblos en que estuvimos, muchos locutorios de teléfono y varios “ciber”, muy baratos. Aquí intentamos comprar una nevera portátil, pero no había, así que nos apañamos un cacharro de alumninio, de hacer el cuscús que, lleno de hielo, nos permitió tomarnos unas cervezas fresquísimas en los próximos días. De nuevo abandonamos la carretera principal para dirigirnos a las Gargantas del Todhra. Al salir del pueblo, de nuevo entre un montón de adolescentes que salían de un instituto, adelantamos un autobús repleto de personas que se apiñaban, sentados o de pie, dentro, o tumbados en la baca, con muchos kilómetros por delante, según nos contó Mustafá. La carretera va ascendiendo y las montañas aparecen cada vez más próximas hasta que de repente parecen engullir los coches y te encuentras en un desfiladero entre unas enormes paredes de piedra de más de 300 metros de altura. Nos bajamos del coche para recorrer el desfiladero a pie, por la pequeña carretera que discurre al lado de un río con una fuerte corriente. Algunos niños intentaban vendernos figuritas de animales hechas con hojas de alguna planta. El sistema de venta es muy curioso, si dices que no quieres, te colocan la figura sobre el pecho que se engancha en la ropa y si la coges para devolvérsela ellos dicen que no la quieren, que les des alguna moneda.. Al final del desfiladero hay 2 o 3 restaurantes y comimos en uno de ellos, el Hotel Restaurant Les Roches. Aunque es bastante grande, preparado para acoger grandes grupos de turistas, el comedor resulta acogedor, con una decoración de estilo árabe, y la comida está buena (12 €).
De nuevo en la carretera de Erfoud, en dirección a Tinejedad, circulamos por una zona llana, con muchas rectas, y con impresionantes montañas a lo lejos, a ambos lados. En nuestro camino encontramos alguna jaima de beduinos, reconocibles por su color blanco, nos hace saber Mustafá, y, poco antes de Jorf, un pastor que cuida un rebaño de dromedarios llama nuestra atención y nos paramos un ratito para disfrutar del lugar mientras Mustafá y Hassan charlan con él.

Ya en Rissani, nos dirigimos a casa de un amigo de Mustafá que se dedica a trabajar los fósiles. Campo a través, por una enorme llanura, llegamos al lugar donde trabaja y en la misma puerta pudimos ver algunas rocas en el suelo, en estado natural, con un montón de fósiles incrustados. Cerca de allí estaba su casa, pero no él, así que nos sentamos un rato en el agradable porche disfrutando del paisaje y del atardecer, además de unas cervezas fresquísimas de nuestra particular nevera portátil. Siguiendo campo a través, unos cuantos kilómetros después llegamos al albergue de Ali el Cojo, en Hassi Labied, un personaje muy conocido en la zona, familia de nuestro guía.
Es un hotel sencillo, pero dotado de todo tipo de comodidades básicas. Las habitaciones, con una decoración mínima, son bastante amplias y confortables. Se disponen en una construcción de planta baja, alrededor de una piscina. El personal es amable y siempre dispuesto a ayudar. El hotel es lugar de parada de casi todos los españoles que pasan por la zona, con lo que ello tiene de bueno y de malo. Allí se concentran gran cantidad de 4x4 y moteros. Al anochecer, junto al fuego, suenan los tambores en manos del personal del hotel y de los visitantes que se animen. Antes de cenar, Mustafá nos pide que le acompañemos a casa de su tía y allí, con ella y varios hijos y sobrinos que veían la tele tomamos un té y charlamos un rato. Una de las chicas se ofreció a hacernos un tatuaje con genna, a lo que accedimos gustosos. Durante la cena, con platos muy abundantes, estábamos solos en un gran comedor. La verdad es que el hecho de iniciar nuestro viaje unos días antes del inicio de la Semana Santa nos permitió disfrutar en todas partes de una tranquilidad que se vería rota pocos días después con la llegada masiva de mucho turismo, españoles en gran parte.



