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Cuando planteamos este viaje, uno de los criterios seguidos a la hora de seleccionar parques a visitar era la variedad paisajística y/o de fauna. Por eso, no tuvimos dudas en la elección del Ngorongoro, que no es sino el cráter de un volcán, con quizás la mayor concentración de fauna de la zona. Así pues, esa mañana nos levantamos con el objetivo de llegar al cráter. Para nuestra sorpresa, parte de la migración estaba pasando por la llanura frente al hotel de Serengeti, con lo que pasamos un rato contemplándola, tras lo cual, partimos rumbo al cráter. Si ya es impresionante ver a los ñus pastando, no lo es menos verlos desplazándose, pues todo el caos que reina cuando están descansando se torna en orden cuasi militar cuando se desplazan. En lo que tardamos en salir del parque y entrar en Ngorngoro (están muy cerca uno del otro, adyacentes) pudimos disfrutar de nuevos núcleos de migración, pero no quiero aburrir con tantas fotos, jeje. Sí quiero compartir este espectacular amanecer desde la terraza del hotel, que invita a entender por qué Serengeti, en swahili, significa “la llanura sin fin”.
De nuevo, más babuinos, aquí dos fotos curiosas, un bostezo de los que quitan el sueño, y una madre con su cría…
Además, la salida del parque nos deparaba una última alegría. Por fin, con tranquilidad (aunque rodeados de turistas…) el leopardo.
Realmente el día no dio para más, el resto fue desplazamiento. Y así llegamos al cráter. La ascensión es una pasada, el paisaje cambia radicalmente, y en la zona umbría del cráter bien parece te encuentras en los típicos bosques de Tarzán, con sus árboles con lianas, etc. El hotel se encuentra en la ladera del cráter, y, si bien es cierto que las habitaciones eran muy, muy básicas, y el baño para olvidar, las vistas desde el cuarto y desde la zona de recepción eran sencillamente inigualables. Y de esta manera fue como terminamos el día, tomándonos una cervecita contemplando el que sería nuestro destino del día siguiente.
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