Otro día de madrugar, desayunar y al coche, rumbo a Nápoles. La noche anterior habíamos buscado las direcciones de algunos parkings para aparcar en la ciudad, pero otra vez el problema de siempre, calles cortadas y carabinieris que no se porque dejaban pasar coches por las zonas cortadas y a nosotros no.
Tras unas cuantas vueltas, dejamos el coche en un parking de la calle Alcide de Gasperi, cerca del puerto. Nos llamó la atención que nos mandaron dejarles el coche y las llaves en la entrada, ya que te lo aparcaban ellos allí. Fuimos caminando hasta llegar a Via Toledo, una de las calles principales, cerca de allí compramos un mapa de Nápoles, para orientarnos por la ciudad.
Paseando por el centro, llegamos hasta el Museo Arqueológico de Nápoles, en el que se encuentran las colecciones de los frescos, mosaicos y objetos hallados en Pompeya y Herculano, junto a esculturas como el impresionante Toro Farnese y otras estatuas pertenecientes a la Termas de Caracalla. También hay otras colecciones de pinturas y de objetos egipcios.
La entrada normal costaba 6 euros y a mi me dejaron pasar gratis por ser arqueóloga. Aquí os dejo unas fotillos para que veáis un poco lo que hay.


Os recomiendo que no os perdáis la sala del “Gabinete secreto”, compuesto por cráteras del s. V a. C (la época de ocupación griega de los yacimientos) y otras figuras eróticas encontradas en los lupanares.


A la salida nos dispusimos a acercanos a la zona de Via di Tribunali, que es donde están las pizzerias. Pasamos por Da Vesi, Di Mateo y Sorbillo, la cual se encontraba cerrada, hasta llegar a la puerta de Da Michele, el lugar del que es originario la pizza y en el que comimos la mejor de nuestra vida, al increíble precio de 4,50 (nosotros nos pedimos la media, o mediana, ya que la normal era aún más barata)
Había una gran cola, y mi chico entró para pedir número. Esperas fuera y te van llamando por turno. Cuando entramos nos sentaron en una mesa junto a un padre italiano y su hijo. Nos pusimos las botas, jajaja.

Tras semejante suculencia, nos dirigimos a visitar el resto de la ciudad, pasando por Castel Nuovo, la Galería Umberto I y la Piazza del Plebiscito.
Ya algo cansados y con mucho calor, fuimos a recoger el coche, por el que nos cobraron cerca de 18 euros.
Nos dirigimos hacia Pozzuoli, para ir a la playa. Nosotros queríamos ir a la zona de Capo Miseno, ya que nos habíamos informado de que en esta zona se encontraban las mejores y tras un trayecto en el que atravesamos Pozzuoli y Bácoli, nos dirigimos a otro parking para dejar allí el coche. El encargado nos dijo al entrar que la playa estaba bastante lejos para ir a pie, así que tras alguna maniobra decidimos volver atrás a otras zonas más vacías de coches,
para ir a la playa y no complicarnos la vida. Justo cuando salíamos, el mismo señor nos dijo que la playa se encontraba a 200 metros. No se si si la culpa fue de él, que nos estaba vacilando o nuestra que no nos enteramos muy bien, pero decidimos volver hacía la zona de Pozzuoli. Aparcamos justo al lado del Lago Lucrino y fuimos a una playa que aunque era estrecha y estaba bastante atestada de gente, tenía el agua muy limpia. Así que allí, nadando en el Mar Tirreno, decidimos pasar el resto que nos quedaba de tarde.
Tras cambiarnos en el hotel, cogimos de nuevo el coche para acercarnos a la zona del centro de Pozzuoli, al lado del puerto y donde se encuentran callecitas con terrazas y plazas, el Macellum (mercado) y los templos de Serapis y Neptuno.
Cenamos en un restaurante al lado del templo de Serapis, una ensalada de pulpo, un plato de langostinos a la brasa y otro de calamares rebozados, acompañado de una jarra de vino blanco de la casa por unos 35 euros.