ETAPA 4. (93 KM) incluyendo ida y vuelta a Lisboa.
Salimos temprano para que nos diera tiempo a hacer la mayor parte de las visitas que teníamos planificadas. El Palacio de Queluz dista de Lisboa unos 14 Km. Era un antiguo pabellón de caza del siglo XVII que el hijo menor del rey Joao V mandó convertir en palacio rococó en 1747 y que fue ampliado en 1760 con motivo de su boda. No se tarda mucho en ver su interior, del que destacan el salón del trono y el de los Embajadores, pero lo que más me gustó fueron los jardines de estilo francés, decorados con estatuas, fuentes y setos. Muy bonitos.
Después fuimos a Mafra. Su enorme palacio barroco lo mandó construir en 1717 el rey Joao V, que prometió erigir una basílica y un monasterio si Dios le otorgaba descendencia. Lo que en principio iba a ser un modesto alojamiento para 13 frailes se fue ampliando gracias al oro procedente de Brasil y terminó convirtiéndose en un suntuoso palacio y un monasterio capaz de albergar a más de 300 monjes. El palacio es realmente impresionante y el entorno, con grandes bosques, muy bonito, pero la forma de la visita nos hizo perder mucho tiempo ya que es forzosamente guiada y lo que nos dijeron que sería una hora de recorrido se convirtió en casi dos, vagando por las innumerables estancias con explicaciones interminables. El lugar merece la pena, sobre todo me gustó muchísimo la biblioteca, pero la visita guiada para mi gusto dura demasiado y se hace bastante pesada.
Un poco acelerados por el retraso en Mafra, llegamos a Sintra a la hora de comer. Pese al amenazante cielo, afortunadamente no había ni rastro de la niebla de la que tanto se habla y pudimos contemplar las preciosas vistas que ofrece este lugar, situado en un emplazamiento excepcional, sobre la ladera de la sierra de su nombre, entre despeñaderos, bosques y manantiales.
No es extraño que los reyes de Portugal lo convirtieran en uno de sus lugares favoritos y que la UNESCO lo declarase Patrimonio de la Humanidad en 1995. Las blancas chimeneas del Palacio Nacional destacan entre bosques y peñascos sobre los tejados del casco antiguo formando esta sugerente estampa.
Al ser miércoles el Palacio Nacional estaba cerrado, así que buscamos un restaurante para comer y nos deleitamos con un estupendo café (el café en Portugal es buenísimo) con un bollo típico llamado “queijada de Sintra”, sin duda, el postre y el café, lo mejor de la comida. Dimos una vuelta por el pueblo y nos dispusimos a hacer la visita estrella del día: el Palacio da Pena.
A cuatro kilómetros de Sintra, este castillo de cuento de hadas se eleva sobre una colina, como la representación de un sueño, a lo que también colabora la historia del propio palacio qu e relato brevemente. El príncipe alemán Fernando de Sajonia Coburgo-Gotha se convirtió en rey consorte de Portugal al casarse con la reina María II. Le gustaron tanto los paisajes de la sierra de Sintra que compró una de las colinas, dispuesto a levantar allí el más bello de los palacios, para lo cual contrató a un arquitecto alemán que le dio ese toque romántico que tanto recuerda a los castillos de Luis II de Baviera. Los propios reyes eligieron los elementos decorativos en los que abunda el estilo manuelino con proliferación de motivos árabes y medievales, figuras mitológicas, azulejos y arcos, y las fachadas pintadas de colores, rojo, amarillo y gris.
Años después de morir la reina, Fernando, que había ostentado varias veces la regencia del país, se casó con su antigua amante, una cantante de ópera convertida en condesa; ella heredó el palacio en 1885 cuando Fernando de Sajonia murió. Fueron tantas las habladurías que ocasionó esta herencia, que el rey Luis II, hijo de Fernando, lo adquirió aunque dejó a la condesa permanecer en una residencia en el parque del propio palacio, que su padre había construido en su momento para ella y que se conoce como “la casa de la condesa”.
Al margen de estas historias, sólo decir que el palacio me encantó, es único realmente, al igual que las vistas que ofrece desde sus torreones.
El Castelo dos Mouros visto desde el Palacio da Pena:
En mi opinión, se trata de una visita absolutamente imprescindible y más aún para los románticos empedernidos, ohhhh! Puede gustar más o menos, pero no dejará indiferente a nadie: Hay que procurar ir con tiempo suficiente porque se forman largas colas (desconozco si se puede reservar las entradas con antelación). Se entra por turnos y la visita dura aproximadamente hora y media que se hace cortísima (te pasas la mayor parte del tiempo haciendo fotos).
Seguimos camino por la sierra de Sintra y entre los muchos lugares que ofrece para deleitarse con el paisaje, nos decidimos por los jardines de Monserrate. Se dice que es un bosque encantado (?) desde luego no sé si es cierto, pero, aunque estaba lloviznando, el paseo fue muy agradable con toda aquella vegetación exótica y exuberante y un palacete de estilo oriental muy llamativo.
Sobre las siete llegamos al Cabo da Roca, el punto más occidental de Europa, que se divisa desde un imponente acantilado, con faro incluido, a 140 metros de altura. Merece la pena acercarse a verlo.
Pasamos por Cascais y Estoril, donde paramos a cenar. Se nos había hecho tarde y no tuvimos demasiada suerte con la elección del restaurante: ni nos gustó el marisco ni el precio exagerado que nos cobraron. Ya de noche, regresamos a Lisboa. Si se puede, habría que reservar al menos un día entero, madrugando, para recorrer la sierra de Sintra con la atención que se merece. Habrá que volver.