Hoy tenemos un día complicado de muchas horas de traslado en autobús hasta llegar a Jaipur, 265 km., pero antes de iniciar este recorrido vamos a visitar la Puerta de la India.
Pasamos primero delante del templete que, en su día, mantenía la estatua del rey Jorge V, ahora vacío, por detrás del cual el sol se va levantando velado entre las nubes matutinas. Es temprano y no hay mucha gente. Enfrente se yergue majestuoso y altivo el gran arco de triunfo construido en piedra arenisca roja que constituye la llamada Puerta de la India y que es un monumento en conmemoración de los soldados indios que murieron en la I Guerra Mundial y en las guerras afganas de 1919, el nombre de todos ellos se encuentra grabados en la puerta. Debajo del arco hay otro monumento, como una lápida con una llama siempre prendida (la llama del guerrero inmortal) la cual está dedicada a honrar los soldados desconocidos muertos en la guerra entre India y Pakistán en 1971.
Se encuentra situada en una gran avenida llamada Rajpath, bordeada de praderas de césped que engrandece a la puerta y, a su vez, esta puerta engrandece a la avenida que se suele utilizar para desfiles.
Hay un pequeño destacamento del ejército vigilando la puerta (al margen de los soldados guardando la llama eterna), cada semana va cambiando, en esta ocasión le ha tocado el turno a la aviación.
Desde aquí hacemos un recorrido panorámico por la zona cercana, Rasina Hill, dónde se encuentran situadas las oficinas del Primer Ministro, la residencia oficial del Presidente y el Parlamento.
Para ir a Jaipur se coge una autopista, si bien el concepto de autopista en la India no es exactamente el que nosotros tenemos, aunque se parece en que hay que pagar peaje.
Por la autopista circulan toda clase de vehículos, camiones, motos, motocarros, buses, coches, tractores, hasta bicicletas, y cuando hace la travesía de algunos pueblos o ciudades (porque atraviesa poblaciones por medio) la cosa se complica con carros de labor guiados por bueyes, burros, remolques tirados por camellos... Es una circulación caótica y parece hasta suicida, cada uno adelanta por dónde quiere y puede, pero siempre se termina resolviendo sin demasiados problemas, solamente algunos atascos, no vimos en ningún momento accidente alguno. Los conductores ya están acostumbrados a conducir de esta forma y tienen un gran temple. El guía nos decía que un conductor en la India tiene que tener tres cosas: un buen claxon, unos buenos frenos y .. mucha suerte.
A 130 km. de Delhi hicimos una parada en un Resort llamado New Ganpati, o algo así, que era como un oasis de tranquilidad en el camino, un ratito de descanso a los oídos , de no oír los múltiples claxon de los vehículos.
Cuando faltan unos 40 km. para Jaipur nos desviamos por una carretera local para llegar a Samode. Ya por esta zona se va notando las tierras desérticas de Jaipur. A las márgenes de la carretera vamos viendo grandes campos de cultivo, trigo, mostaza, en realidad son tierras de desierto que han convertido en tierras fértiles sacando agua del subsuelo. El amarillo de las flores de la mostaza nos acompaña largo rato y nos recuerda en todo momento las flores del jaramago, a veces hay gente que las confunde.
Cerca de Samode aparece una zona más desértica con pequeñas colinas, en realidad son dunas de arena del desierto fijadas por la plantación de gran cantidad de árboles de la familia de las acacias que, además de fijar el terreno, les proporciona leña para sus hogares.
Esta carretera local es estrecha y de piso inestable, atraviesa muchos pueblos que te van enseñando la forma de vida rural. Los pueblos que atravesamos están llenos de colorido, los colores de la India que se te quedan grabados en la retina, pero también de otros contrastes, aceras que no existen, suciedad por doquier, mierda de vaca, aguas de dudosa procedencia y frente a tanta suciedad sobresalen los puestos de verduras que son un alarde de limpieza y orden, con productos frescos y llamativos.
Y sobre todo, están llenos de vida, niños jugando en cualquier parte, gente que va y viene y también gente sentada viendo la vida pasar por esta carretera, gente cocinando y comiendo, el barbero que afeita en mitad de la calle, mujeres con sus saris coloridos y preciosos embarrándolos en los campos de cultivo, portando leña sobre su cabeza, lavando los cacharros.., y todos ellos con un denominador común, parecen gente feliz y si lo parecen es que lo deben de ser. T
odo esto conviviendo con la vida animal, vacas dueñas y señoras de las calles, unos cerditos con mucho pelo en el lomo que corretean en las basuras, algunas cabras, camellos y dromedarios tirando de carros cargados de ladrillos y arena.
Y llegamos a Samode, un pueblo tranquilo y artesano a la sombra de su precioso palacio que se conserva en todo su esplendor gracias a que fue convertido en hotel de lujo en 1985. El Palacio de Samode se encuentra a los pies de los montes Aravalli y fue construido primero como una fortaleza en el S.XVI por uno de los hijos del rey de Amber. Pero fue en el S.XIX que fue ampliado y convertido en palacio por unos fedatarios del reino de Amber y Jaipur que tenían el título de Maha Rawal, importantes en la vida política de aquellos tiempos, siendo una magnífica muestra de la arquitectura Rajput y Mogol. Sus dueños actuales son descendientes de estos Rawal y los que lo han restaurado para convertirlo en hotel. Si alguna vez has tenido curiosidad por ver cómo serían las habitaciones de los cuentos de las mil y una noches, aquí lo puedes comprobar. Las habitaciones públicas son varios salones y pequeños habitáculos comunicados entre sí por bellos arcos lobulados y con las paredes recubiertas de unos lindos frescos con escenas antiguas y de caza así como innumerables incrustaciones de esmaltes y pequeños espejos. De todas ellas destaca su famoso salón de los espejos.
Estas habitaciones se pueden visitar si eres huésped del hotel ó, como nosotros, que estamos comiendo en su restaurante. En otros casos tengo entendido que hay que pagar una entrada de 500 INR (pero tampoco lo tengo seguro al 100%)
Antes de la entrada al palacio hay una escalinata que después de 376 escalones te lleva hasta arriba de la fortaleza antigua desde dónde se pueden apreciar unas estupendas vistas del palacio y del pueblo. Una buena excursión para bajar la comida.
En la puerta nos recibe un indio, vestido para la ocasión, que nos pone en la frente el símbolo rojo de la bienvenida mezclado con algunos granos de arroz. Como estamos recién llegados y es la novedad nos lo dejamos poner para hacernos la foto. Luego esto se va secando y pica sobre la piel, además de que cuesta trabajo limpiarlo.
Comemos en un salón acorde con todo el palacio, en los techos lámparas de cristal y decoración efectuada con láminas de oro. La comida no desentona con el ambiente.
Merece la pena este desvío para contemplar este palacio y mucho más merecerá la pena pasarse un par de noches alojados en este hotel – palacio. Las habitaciones no las vimos pero hay suficientes fotos en las páginas de hoteles para hacerse una idea.
Y después de otra hora de camino llegamos a Jaipur, la que llaman ciudad rosa. Si te atienes sólo a este sobrenombre te imaginas una ciudad de cuento, cuidada y preciosa, nada más lejos de la realidad, es una ciudad fea, caótica, sucia, como casi todas en la India. La ciudad tiene este nombre porque un maharajá la mandó pintar así como símbolo de hospitalidad ante la visita del Príncipe de Gales, el futuro rey Eduardo VII. Pero, según nos cuenta nuestro guía, la palabra “rosa” fue un error de traducción al inglés ya que lo que realmente querían decir es que era de color terracota. Y realmente los edificios tienen el color de la terracota, si bien queda más fino decir la ciudad rosada y por ello siguió llamándose de dicha forma.
Nada más llegar nos vamos a darnos un paseo panorámico por la ciudad en risckshaw, los carritos tirados por bicicletas. Aquellos que hace años eran tirados manualmente por hombres y caminando. Afortunadamente hoy día este sistema está prohibido. Cómo es de imaginar el paseo resultó una pequeña aventura, muy divertido. Nos pasearon por grandes avenidas con edificios rosados pero también por callejuelas en las que abundaban las tiendas de tejidos y confección. Era domingo y decían que el tráfico era menor, pero nosotros no lo notamos porque aquello era una carrera esquivando todo tipo de vehículos, mototaxis fanáticos de la bocina, otros riskshaw, bicicletas, motos, carros, multitud de gente, alguna que otra vaca. Pero no pasamos por delante del Palacio de los Vientos como yo hubiera querido.
Nuestro hotel en Jaipur es el TRIDENT. Se encuentra situado en la vía que conduce al Fuerte Amber, justo enfrente del lago Man Sagar y del palacio Jal Mahal que está construido en este lago. En realidad es un lago artificial, una presa hecha por un maharajá como reserva de agua y sobre el mandó construir este palacio de verano y dicen que el mismo refleja una técnica excelente y un conocimiento de la arquitectura sorprendente para la época. En nuestro paso por Jaipur su visita no estaba permitida. Pero desde las orillas del lago se puede ver como flotando en el agua. Delante del hotel, cruzando la carretera, hay como una especie de paseo a lo largo del lago, bastante ancho, que puedes recorrer tranquilamente sin los agobios del tráfico del centro de la ciudad y sin nadie que te quiera vender algo.