… Hay mendigos por los tejados,
hay frescas guirnaldas de llanto…
Cuando estaba planificando el viaje, de las primeras cosas que pregunté a mis hijos era si querían hacer la visita al campo de concentración, aunque ya sabía positivamente sus respuestas. El hecho de que recientemente hubieran abordado en clase de historia la II Guerra Mundial, la lectura de “El niño con el pijama de rayas”, el visionado de ésta y “La vida es bella” y los trabajos que tuvieron hacer y el empeño que pusieron en los mismos, no me dejaba la más mínima duda y, cuando los dos respondieron al unísono un sí rotundo, me alegré porque consideraba que les vendría muy bien ver determinadas cosas al natural. Por tanto, la visita estaba incluida de antemano, realmente era para ellos innegociable, por lo que la coloqué de una manera digamos estratégica en el itinerario.
Tenía también claro que, aunque se puede hacer por libre, prefería que fuese una visita guiada porque, así, estarían más atentos a las explicaciones y mantendrían dicha atención mejor que con una audioguía y, si querían, podrían hacer alguna pregunta, aunque esto también sabía yo que era más difícil. Por tanto, después de desayunar algo más temprano que de costumbre, preparamos el avituallamiento, dejamos el mini-bar con su ordenamiento de origen y nos fuimos al punto de salida de “Insider Tour” en Hackescher Markt, con suficiente antelación pues, aunque la salida era a las 10, nosotros estábamos ya allí antes de las 9,30 por si sucedía algún imprevisto. Al poco rato comenzaron a llegar otras personas, con lo que se fue conformando un primer grupo, aguardando a que viniese la persona de la empresa que sería nuestrx guía. Casi un cuarto de hora antes de la salida, apareció una chica, Pilar, se presentó, nos contó un poco de su vida y nos explicó cómo se iba a desarrollar la visita. Le abonamos los 12 euros por persona que cuesta el tour si se dispone de la Welcome card (15 en caso contrario) y nos preguntó si llevábamos comida y agua, puesto que la visita duraría aproximadamente unas 6 horas, esperando a que un par de personas las compraran en el café cercano.
Nos dirigimos, en primer lugar, a la estación de metro y tren suburbano pues tomaríamos uno hasta la estación central de trenes, donde nos uniríamos al otro grupo que venía de la zona oeste de la ciudad y cogeríamos el tren para Oranienburg, una ciudad del estado de Brandenburgo, a unos 35 kms. de Berlín. Cuando llegamos a la estación de tren, pudimos apreciar la grandiosidad de la misma por dentro, puesto que ya habíamos visto el exterior desde el barco; es realmente impresionante y, aunque tiene una importante densidad de personas y trenes, es bastante cómoda, ya que todo está muy bien señalizado y, en nuestro caso, íbamos a tiro hecho y con garantías.
El viaje se hace muy rápido y cómodo, atravesando una zona con un paisaje agradable, por lo que antes de que nos diéramos cuenta, estábamos ya en el primer destino. Desde la estación de tren iríamos a pie, al encontrarse en un barrio a las afueras de esta población pero relativamente cercano, por lo que una vez que estuvimos todos y tras alguna pequeña espera de rigor, emprendimos la marcha, primero casi a tropel y luego poco a poco se fue estirando algo el grupo. Ni que decir tiene que yo marchaba en el pelotón de cola porque el ritmo que impusieron al principio fue un poco rápido para mí, pero como no había pérdida ya que se divisaba perfectamente al grupo, fui bastante bien.
Cuando llegamos al campo, aguadamos un poco antes de comenzar la visita, por lo que Pilar fue explicando las instalaciones sobre la maqueta instalada junto a las dependencias donde se venden los tickets y recuerdos.
Tenía también claro que, aunque se puede hacer por libre, prefería que fuese una visita guiada porque, así, estarían más atentos a las explicaciones y mantendrían dicha atención mejor que con una audioguía y, si querían, podrían hacer alguna pregunta, aunque esto también sabía yo que era más difícil. Por tanto, después de desayunar algo más temprano que de costumbre, preparamos el avituallamiento, dejamos el mini-bar con su ordenamiento de origen y nos fuimos al punto de salida de “Insider Tour” en Hackescher Markt, con suficiente antelación pues, aunque la salida era a las 10, nosotros estábamos ya allí antes de las 9,30 por si sucedía algún imprevisto. Al poco rato comenzaron a llegar otras personas, con lo que se fue conformando un primer grupo, aguardando a que viniese la persona de la empresa que sería nuestrx guía. Casi un cuarto de hora antes de la salida, apareció una chica, Pilar, se presentó, nos contó un poco de su vida y nos explicó cómo se iba a desarrollar la visita. Le abonamos los 12 euros por persona que cuesta el tour si se dispone de la Welcome card (15 en caso contrario) y nos preguntó si llevábamos comida y agua, puesto que la visita duraría aproximadamente unas 6 horas, esperando a que un par de personas las compraran en el café cercano.
Nos dirigimos, en primer lugar, a la estación de metro y tren suburbano pues tomaríamos uno hasta la estación central de trenes, donde nos uniríamos al otro grupo que venía de la zona oeste de la ciudad y cogeríamos el tren para Oranienburg, una ciudad del estado de Brandenburgo, a unos 35 kms. de Berlín. Cuando llegamos a la estación de tren, pudimos apreciar la grandiosidad de la misma por dentro, puesto que ya habíamos visto el exterior desde el barco; es realmente impresionante y, aunque tiene una importante densidad de personas y trenes, es bastante cómoda, ya que todo está muy bien señalizado y, en nuestro caso, íbamos a tiro hecho y con garantías.
El viaje se hace muy rápido y cómodo, atravesando una zona con un paisaje agradable, por lo que antes de que nos diéramos cuenta, estábamos ya en el primer destino. Desde la estación de tren iríamos a pie, al encontrarse en un barrio a las afueras de esta población pero relativamente cercano, por lo que una vez que estuvimos todos y tras alguna pequeña espera de rigor, emprendimos la marcha, primero casi a tropel y luego poco a poco se fue estirando algo el grupo. Ni que decir tiene que yo marchaba en el pelotón de cola porque el ritmo que impusieron al principio fue un poco rápido para mí, pero como no había pérdida ya que se divisaba perfectamente al grupo, fui bastante bien.
Cuando llegamos al campo, aguadamos un poco antes de comenzar la visita, por lo que Pilar fue explicando las instalaciones sobre la maqueta instalada junto a las dependencias donde se venden los tickets y recuerdos.
Cuando ya nos pusimos en marcha, tuvimos que atravesar una senda que conduce a la puerta de entrada, donde se han colocado paneles que recogen la historia del campo, con el régimen nazi primero y, posteriormente, durante la ocupación soviética, al mismo tiempo que informaban de la estancia en el mismo de algunas personalidades de la época, como es el caso de Largo Caballero quien fuera presidente durante la II República española, el segundo por la derecha, en la primera fotografía.
Todas muy impresionantes y especialmente emotiva la  que recoge el momento de la liberación de los últimos prisioneros (cuarta). 
Conforme avanzábamos, veíamos mejor la edificación que quedaba a nuestra derecha: la cantina de oficiales, la única original íntegramente que queda de la época según nos decía Pilar, puesto que prácticamente todo lo demás que veríamos serían reconstrucciones, afortunadamente, y empleo ese término porque es señal de que algo tan tremendo ya no existe.
Conforme avanzábamos, veíamos mejor la edificación que quedaba a nuestra derecha: la cantina de oficiales, la única original íntegramente que queda de la época según nos decía Pilar, puesto que prácticamente todo lo demás que veríamos serían reconstrucciones, afortunadamente, y empleo ese término porque es señal de que algo tan tremendo ya no existe.
Miro de pronto hacia mi izquierda y veo que viene con nosotros en ese momento, aunque no en el grupo puesto que iba por libre, una persona con la que coincidimos en un momento de nuestro viaje a Lisboa. No había lugar a dudas puesto que, además de que creo soy buena fisonomista y no olvido con facilidad caras y hechos asociados a las mismas, por circunstancias que no revelaré, en aras de mantener la privacidad, la recordaba aún mejor y no había tampoco posibilidad de confusión con ese doble que todo el mundo dice tenemos todos por ahí, pero lógicamente es algo que queda en el anecdotario anónimo. Bueno, pues otro punto más de conexión con un viaje pasado que se repite, como una secuencia invariable.
Vuelvo a la realidad presente cuando llegamos al patio anterior a la entrada y vemos el primer monolito conmemorativo y al fondo el pabellón A, con su reloj en el que está marcada la hora de la liberación del campo y su reja de entrada con la sarcástica inscripción Arbeit Macht Frei (El trabajo os hará libre).
Vuelvo a la realidad presente cuando llegamos al patio anterior a la entrada y vemos el primer monolito conmemorativo y al fondo el pabellón A, con su reloj en el que está marcada la hora de la liberación del campo y su reja de entrada con la sarcástica inscripción Arbeit Macht Frei (El trabajo os hará libre).
Entramos y ya vamos viendo una panorámica del inmenso campo, con los barracones que se han reconstruido,
la cocina,
placas que señalan lugares de ahorcamiento…
Al fondo, el memorial de la liberación, por el que pasaremos más tarde
y a la derecha, el primer barracón que visitaremos. Fuimos pasando por unas vitrinas y cubículos donde se exponen numerosos utensilios, la mayoría de ellos desagradables puesto que se explica perfecta y gráficamente su uso, tanto en los paneles que los acompañan como por parte de la guía, uniformes de los prisioneros y los oficiales de los dos regímenes que crearon y mantuvieron el campo, álbumes fotográficos y otros objetos curiosos. Como en esta zona se pueden tomar fotografías, lógicamente hice muchas, aunque sólo incluiré alguna para preservar el interés de los potenciales lectores de este diario y, también, como señal de respeto hacia las víctimas de estos horrores. 
Bajamos al sótano, donde estaba  la zona de  los baños y donde se encontraba también un cuarto dependiente de la cocina, donde se obligaba a los prisioneros a pelar patatas y, posiblemente, los elementos que más llamaron mi atención fueron dos murales realizados por algunos de ellos pues, para mí, además del dolor que encierran, tienen un mensaje positivo y es que, aun en las peores circunstancias, siempre hay un momento para una cierta alegría.
Desde allí, salimos otra vez al patio para continuar el recorrido, un recorrido que sigue el de los detenidos, desde el inicio, el pabellón A, al último de los lugares visitado por los más desafortunados, el pabellón o estación Z, de donde ya no saldrían vivos. Pasamos por el monumento que conmemora la liberación del campo, en el que se representa a un soldado soviético entre dos personas y, en cuyo pedestal, están grabados los nombres de los países a los que pertenecieron los prisioneros que tuvo el campo a lo largo de su historia; entre ellos, podemos leer Spanien, pues aproximadamente 200 españoles estuvieron confinados en Sachsenhausen.  
Giramos un poco hacia la derecha y llegamos a otra de las zonas más conmovedoras del recorrido: el paredón y la fosa de fusilamiento, el lugar donde se ubicaba la cámara de gas y los hornos crematorios.
Hacia la derecha encontramos el Memorial de las Víctimas; lo primero que vemos es su trasera, en la que había numerosas coronas y ramos de flores, como homenaje (también una española),
debajo de la inscripción, en alemán e inglés, de las palabras pronunciadas en 1995 por uno de los prisioneros, Andrzej  Szczypiorki, quien pudo salir vivo de allí
Por lo que he podido traducir, dice: …”Y sé una cosa más – que la Europa del futuro no puede existir sin conmemorar a todos aquellos que, independientemente de su nacionalidad, fueron asesinados en aquel momento lleno de desprecio y odio, que fueron torturados hasta morir de hambre, gaseados, incinerados, colgados…”  
Esta es su parte delantera:
El memorial se levanta en el lugar en el que se encontraban las salas de ejecuciones y los hornos crematorios pues, aunque éste era, en principio, un campo de trabajo y no de exterminio, se reconocieron las ejecuciones o muertes de unos 30.000 prisioneros, sin contar los miles que eran fusilados nada más llegar, siendo aún más cruenta la etapa soviética, según nos explicó Pilar.
Desde allí, fuimos conducidos al que había sido el campo de trabajo, rodeado de alambradas y con la torre vigía al fondo.
Nos sentamos un rato en unos pretiles para tomar lo que habíamos llevado de almuerzo, mientras nuestra guía continuaba las explicaciones con todo lujo de detalles y luego pasaríamos a visitar la zona donde se encontraban las celdas de castigo y en las que se confinaban también a los presos más importantes. Estas, a diferencia de los barracones, eran celdas individuales de aislamiento, con jergón y una mesa.
En una de ellas estuvo confinado Martin Niemöller, autor del famoso poema “Cuando los nazis vinieron” que, según él mismo comentó, no se trataba originariamente de un poema, sino de una parte del sermón “¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”, predicado durante la semana santa de 1946 en Kaiserslautern, pues era pastor luterano, y que erróneamente se ha atribuido a Bertolt Brecht, lo que posiblemente ha contribuido a su mayor conocimiento. 
Posteriormente, entramos en uno de los barracones, el 38, que había sido reconstruido  como réplica exacta de los de la época.
Se podía ver la zona de las letrinas, las tinas para el baño, las mesas, las literas…
Se ha intentado reproducir hasta los más mínimos detalles, como ocurre con el techo,
aunque a mí me gustó mucho más este detalle…
No obstante, en estas dependencias tuve unas sensaciones, unidas a la percepción de un cierto olor a quemado que aún hoy inunda la estancia, muy desagradables, de hecho fue uno de los lugares peores para mí.
En el adyacente, barracón 39, está situado también el Museo Judío, el único lugar donde no está permitido hacer fotografías. En él se proyectan audiovisuales y existen diversos expositores con documentación, imágenes gráficas, utensilios y uno que me llamó mucho la atención fue el que contiene restos del cuero con que se fabricaban las botas en uno de los varios talleres de trabajo de los que disponía el campo.
Salimos de nuevo al patio, y dada ya la hora debido a lo detallado de la visita y las explicaciones de Pilar (se había prolongado casi una hora más de lo habitual), no daba prácticamente tiempo para visitar la enfermería y la morgue, circunstancia que creo a ninguno de los que estábamos allí nos apetecía mucho; por tanto, nos dirigimos hacia la zona por la que entramos y pudimos ver que existían unos túmulos grandes de piedra numerados, colocados en semicírculo, señalando el lugar donde se asentaban originariamente los distintos barracones. Estaban cubiertos de piedrecitas y, por lo que sé, ésta es una expresión de respeto entre la comunidad judía, puesto que cuando alguien visita una tumba, deja una piedra encima como muestra de cariño.
En el adyacente, barracón 39, está situado también el Museo Judío, el único lugar donde no está permitido hacer fotografías. En él se proyectan audiovisuales y existen diversos expositores con documentación, imágenes gráficas, utensilios y uno que me llamó mucho la atención fue el que contiene restos del cuero con que se fabricaban las botas en uno de los varios talleres de trabajo de los que disponía el campo.
Salimos de nuevo al patio, y dada ya la hora debido a lo detallado de la visita y las explicaciones de Pilar (se había prolongado casi una hora más de lo habitual), no daba prácticamente tiempo para visitar la enfermería y la morgue, circunstancia que creo a ninguno de los que estábamos allí nos apetecía mucho; por tanto, nos dirigimos hacia la zona por la que entramos y pudimos ver que existían unos túmulos grandes de piedra numerados, colocados en semicírculo, señalando el lugar donde se asentaban originariamente los distintos barracones. Estaban cubiertos de piedrecitas y, por lo que sé, ésta es una expresión de respeto entre la comunidad judía, puesto que cuando alguien visita una tumba, deja una piedra encima como muestra de cariño.
Nos dirigimos ya hacia la llamada “Zona neutral”, una franja separada por una alambrada de la tapia que marcaba la frontera con la libertad y que se custodiaba celosamente desde la torre de vigilancia del pabellón A, de manera que se disparaba a cualquiera que entrara en la zona, o se forzaba a entrar en la zona para disparar, por lo que es conocida también como “Franja de la muerte”. En la pared hay placas conmemorativas que los distintos Estados han colocado como homenaje a las víctimas.
Pilar se despidió formalmente de todo el grupo y emprendimos el camino de regreso a la estación, esta vez a un paso algo más reposado que por la mañana; tomamos el tren hacia Berlín, prácticamente sin hablar, mirando el paisaje por la ventanilla pero con la sensación de que realmente no veía lo que me iban devolviendo los cristales, no sólo por la velocidad.
Cuando llegamos a la estación central, de nuevo el tren suburbano pero esta vez nos bajamos en la Friedrichstraße, ya que habíamos estado muy poco por la zona y, desde allí, nos iríamos caminando hacia el hotel. Paseamos por la calle, sin duda una de las más importantes de Berlín, con grandes edificios de oficinas y comerciales, como las Galerías Lafayette y también algunos de los hoteles más afamados; la recorrimos un poco en ambas direcciones pero ni teníamos muchas ganas de compras ni de hacer fotos y nos fuimos hacia el hotel.
Cuando llegamos, todos coincidimos en que estábamos cansados y teníamos frío; estaba claro que necesitábamos digerir un poco todo lo que habíamos visto durante el día y que el cuerpo entrara en caja, así que decidimos tomar algo en el mismo restaurante del hotel. Tampoco había muchas ganas de comer porque la sensación en el estómago era extraña, por lo que elegimos algunas cosas de la corta pero selecta carta y más bien comerían los más jóvenes; mi amiga y yo picaríamos algo y nos terminaríamos la fruta que habíamos comprado. Fueron 2 platos de costillas de buey a la parrilla, 1 ensalada, 1 postre (similar a la crema catalana), una cerveza, dos coca-cola y una botella de agua mineral, pagando un total 74,80 €, que sería comparativamente con lo pedido y el tamaño de los platos, la consumición más cara de todo el viaje, pero ya contábamos con ello cuando decidimos cenar en el hotel.
Esa fue también la única noche que tomé una ducha caliente antes de acostarme, ya que no tengo costumbre, pero seguía teniendo escalofríos y quería dormir bien. A pesar de todas las sensaciones del día, la visita al campo de Sachsenhausen la considero obligatoria, tal como nos dijo Pilar que hacían con los estudiantes en Berlín, puesto que todos en secundaria van a este Monumento Nacional de Recuerdo y Conmemoración, como se denomina ahora, como forma de conocer la historia y, sobre todo, para no repetirla. He omitido, a conciencia, muchas de las distintas explicaciones que se nos fue ofreciendo y que recuerdo pormenorizadamente, pero considero que escucharlas de viva voz, y sobre todo sintiendo las palabras mientras se visitan los escenarios, es la mejor forma de poderse uno hacer la idea del horror que encierra ese gran espacio al aire libre, donde las tapias de piedra no pueden ni deben impedir que se conozca esa serie de actos cometidos por el ser ¿humano?.
		Cuando llegamos a la estación central, de nuevo el tren suburbano pero esta vez nos bajamos en la Friedrichstraße, ya que habíamos estado muy poco por la zona y, desde allí, nos iríamos caminando hacia el hotel. Paseamos por la calle, sin duda una de las más importantes de Berlín, con grandes edificios de oficinas y comerciales, como las Galerías Lafayette y también algunos de los hoteles más afamados; la recorrimos un poco en ambas direcciones pero ni teníamos muchas ganas de compras ni de hacer fotos y nos fuimos hacia el hotel.
Cuando llegamos, todos coincidimos en que estábamos cansados y teníamos frío; estaba claro que necesitábamos digerir un poco todo lo que habíamos visto durante el día y que el cuerpo entrara en caja, así que decidimos tomar algo en el mismo restaurante del hotel. Tampoco había muchas ganas de comer porque la sensación en el estómago era extraña, por lo que elegimos algunas cosas de la corta pero selecta carta y más bien comerían los más jóvenes; mi amiga y yo picaríamos algo y nos terminaríamos la fruta que habíamos comprado. Fueron 2 platos de costillas de buey a la parrilla, 1 ensalada, 1 postre (similar a la crema catalana), una cerveza, dos coca-cola y una botella de agua mineral, pagando un total 74,80 €, que sería comparativamente con lo pedido y el tamaño de los platos, la consumición más cara de todo el viaje, pero ya contábamos con ello cuando decidimos cenar en el hotel.
Esa fue también la única noche que tomé una ducha caliente antes de acostarme, ya que no tengo costumbre, pero seguía teniendo escalofríos y quería dormir bien. A pesar de todas las sensaciones del día, la visita al campo de Sachsenhausen la considero obligatoria, tal como nos dijo Pilar que hacían con los estudiantes en Berlín, puesto que todos en secundaria van a este Monumento Nacional de Recuerdo y Conmemoración, como se denomina ahora, como forma de conocer la historia y, sobre todo, para no repetirla. He omitido, a conciencia, muchas de las distintas explicaciones que se nos fue ofreciendo y que recuerdo pormenorizadamente, pero considero que escucharlas de viva voz, y sobre todo sintiendo las palabras mientras se visitan los escenarios, es la mejor forma de poderse uno hacer la idea del horror que encierra ese gran espacio al aire libre, donde las tapias de piedra no pueden ni deben impedir que se conozca esa serie de actos cometidos por el ser ¿humano?.
          










































