… Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos…
Para hoy teníamos previsto un plan de visita a otras zonas de la ciudad que presumía no se iba a cumplir, sobre todo porque había pensado dedicarlo al palacio Charlottenburg y la zona de Kurfürsterdamm o Ku’damm, incluyendo un paseo relajado por el parque de Tiegarten ya por la tarde. Con las prisas ante el escaso tiempo previo y la cantidad de información recopilada que tuve que organizar para plantear dos itinerarios alternativos para cada día, dadas las circunstancias de quienes viajábamos, no reparé en que era lunes y los lunes el palacio está cerrado, así que mientras desayunábamos fui haciendo cambios, reestructurando cosas, en función también de las preferencias del personal.
En lo que no hubo concesión alguna por mi parte fue al intento de visitar un centro de esos outlet, que se había sugerido con cierto empeño; recabé la información pertinente, pues no me gusta negarme simplemente porque no me agrade algo, sino que quería tener razones de peso que apoyaran mi negativa y, afortunadamente, las encontré. Me dieron un folleto en recepción donde figuraba la información sobre el Designer Outlet Berlín, un centro comercial (yo pensaba, como otro cualquiera, en consonancia con mi “gran apetencia” por estos lugares, pero no dije nada para no contaminar mucho la objetividad de las pruebas recabadas) situado a unos 10 kms. de la ciudad, al que no hubiera puesto tanto reparo de haber ido con coche. Pero el hecho de tener que buscar ahora un autobús o un tren, con un horario prefijado, y para probablemente no comprar nada de algunas marcas que, además, tenemos en Sevilla, fueron motivos suficientes para que no tuviera que emplear más de cinco minutos en que se abandonara la idea; tengo que resaltar que, en esta ocasión, los más jóvenes del grupo no demostraron mucho interés, lo que facilitó bastante la decisión mayoritaria. A cambio de eso, buscaríamos un supermercado de una conocida cadena porque mi amiga tenía curiosidad por saber si sería diferente y con otros productos a los habituales de Sevilla ya que, aunque amante también del arte, lo es mucho más de conocer cómo se desenvuelve la vida cotidiana de los lugares a los que viajamos. Además del supuesto interés antropológico, nos vendría bien porque necesitábamos comprar cosas para el almuerzo del día siguiente.
Ya había rehecho el plan del día, por lo que nos iríamos a visitar con mayor detenimiento algunos de los lugares por los que pasamos en el tour, empezando por la avenida Unter den Linden. La primera parada la hicimos en la Universidad Humboldt. Este era un sitio que nos apetecía mucho, por nuestra vinculación con la Universidad de Sevilla como profesoras, así se lo hice ver a los señores de la garita de entrada y, muy amablemente, nos dijeron que podíamos visitar y recorrer todas las dependencias que quisiéramos, sin prisas, aunque tampoco quisimos abusar, más que nada porque suponía que mis hijos querrían estar lo justo y el campus es tan amplio que hubiéramos tenido que echar prácticamente la mañana completa allí. Nos ofrecieron unos folletos, algunos en inglés y otros en alemán, nos adentramos en el edificio principal y subimos la imponente escalera que lleva a la galería de la primera planta, donde están inmortalizados todos los genios que se formaron en ella, y nosotras con ellos…
En lo que no hubo concesión alguna por mi parte fue al intento de visitar un centro de esos outlet, que se había sugerido con cierto empeño; recabé la información pertinente, pues no me gusta negarme simplemente porque no me agrade algo, sino que quería tener razones de peso que apoyaran mi negativa y, afortunadamente, las encontré. Me dieron un folleto en recepción donde figuraba la información sobre el Designer Outlet Berlín, un centro comercial (yo pensaba, como otro cualquiera, en consonancia con mi “gran apetencia” por estos lugares, pero no dije nada para no contaminar mucho la objetividad de las pruebas recabadas) situado a unos 10 kms. de la ciudad, al que no hubiera puesto tanto reparo de haber ido con coche. Pero el hecho de tener que buscar ahora un autobús o un tren, con un horario prefijado, y para probablemente no comprar nada de algunas marcas que, además, tenemos en Sevilla, fueron motivos suficientes para que no tuviera que emplear más de cinco minutos en que se abandonara la idea; tengo que resaltar que, en esta ocasión, los más jóvenes del grupo no demostraron mucho interés, lo que facilitó bastante la decisión mayoritaria. A cambio de eso, buscaríamos un supermercado de una conocida cadena porque mi amiga tenía curiosidad por saber si sería diferente y con otros productos a los habituales de Sevilla ya que, aunque amante también del arte, lo es mucho más de conocer cómo se desenvuelve la vida cotidiana de los lugares a los que viajamos. Además del supuesto interés antropológico, nos vendría bien porque necesitábamos comprar cosas para el almuerzo del día siguiente.
Ya había rehecho el plan del día, por lo que nos iríamos a visitar con mayor detenimiento algunos de los lugares por los que pasamos en el tour, empezando por la avenida Unter den Linden. La primera parada la hicimos en la Universidad Humboldt. Este era un sitio que nos apetecía mucho, por nuestra vinculación con la Universidad de Sevilla como profesoras, así se lo hice ver a los señores de la garita de entrada y, muy amablemente, nos dijeron que podíamos visitar y recorrer todas las dependencias que quisiéramos, sin prisas, aunque tampoco quisimos abusar, más que nada porque suponía que mis hijos querrían estar lo justo y el campus es tan amplio que hubiéramos tenido que echar prácticamente la mañana completa allí. Nos ofrecieron unos folletos, algunos en inglés y otros en alemán, nos adentramos en el edificio principal y subimos la imponente escalera que lleva a la galería de la primera planta, donde están inmortalizados todos los genios que se formaron en ella, y nosotras con ellos…
Además de ser la universidad más antigua, su gran prestigio como centro docente e investigador ha servido de modelo para otras universidades europeas y americanas, no en vano de sus aulas y laboratorios salieron 29 premios Nobel aunque, por una especial inclinación mía, me fotografié con los dos, para mí, más significativos (que me perdonen von Eyse, Einstein y compañía) como son Paul Ehrlich, preconizador de las tinciones para diagnóstico microbiológico, “padre” de la teoría inmunológica o descubridor del salvarsán, preparado de arsénico para tratar la sífilis.
y, sobre todo, Robert Koch, por el que tengo debilidad, por ser el descubridor, entre otros, del bacilo de la tuberculosis, una de las enfermedades infecciosas que más me gusta explicar en clase y que más me atrae desde el punto de vista histórico-epidemiológico.
A la salida, hartos ya mis hijos de tanto conocimiento y de ejercer de fotógrafos pues aún nos tomarían algunas instantáneas más ante la fachada y la estatua de su fundador, nos quedamos echando un vistazo entre los tenderetes de libros “viejos” que se disponían a lo largo de la explanada y el paseo hasta la entrada. Rebuscando un poco, encontré dos libritos, uno es el Don Karlos. Infant von Spanien, una obra dramática de Schiller, en edición facsímil (1,50 euros) y un pequeño recetario de cocina tradicional, aunque, en este caso, el libro es nuevo, está escrito por Susanne Rohner y se titula Ostpreußíschen Küche, más o menos, Cocina del Este prusiano (4,95 euros), conteniendo algunas ilustraciones en blanco y negro de algunos de los lugares de donde son originarias. Como, obviamente, ambos están en alemán, creo que tardaré aún un poco en hacer el Brathähnchen mit Buttermilch-Sahne-Soße en casa.
Desde allí, cruzamos la avenida para ver si la catedral de Santa Eduvigis tenía tanto interés artístico como apuntaba su fachada y su original estructura circular. Bueno, pues la verdad es que sorprenderme me sorprendió… Cuando traspasaba la escalinata y pasaba bajo el frontispicio neoclásico, no me espera un interior tan diáfano y contemporáneo, con esa grada en las que nos sentamos un momento, pues estaban realizando una especie de oficio, una lectura, aunque no había casi nadie. Por la hora pensé que podía ser el Ángelus, al tratarse de una iglesia católica, pero por la duración de la lectura intuí que podía tratarse de otro ritual, más vinculado a congregaciones de base pues era una mujer seglar la que ocupaba el atril. Me dediqué a contemplar la cúpula que me recordó bastante a la del Panteón de Roma y reparé en la peculiar iluminación, a base de ristras de bombillas, aunque estaba prácticamente en penumbra. Tuve una sensación realmente extraña, era todo tan distinto a la atmósfera de la catedral protestante del día anterior, que no acertaba a imaginar cómo había podido ser el interior del templo en sus orígenes, pues no quedaba duda de que tuvo que ser también intensamente bombardeado y destruido.
Desde allí, cruzamos la avenida para ver si la catedral de Santa Eduvigis tenía tanto interés artístico como apuntaba su fachada y su original estructura circular. Bueno, pues la verdad es que sorprenderme me sorprendió… Cuando traspasaba la escalinata y pasaba bajo el frontispicio neoclásico, no me espera un interior tan diáfano y contemporáneo, con esa grada en las que nos sentamos un momento, pues estaban realizando una especie de oficio, una lectura, aunque no había casi nadie. Por la hora pensé que podía ser el Ángelus, al tratarse de una iglesia católica, pero por la duración de la lectura intuí que podía tratarse de otro ritual, más vinculado a congregaciones de base pues era una mujer seglar la que ocupaba el atril. Me dediqué a contemplar la cúpula que me recordó bastante a la del Panteón de Roma y reparé en la peculiar iluminación, a base de ristras de bombillas, aunque estaba prácticamente en penumbra. Tuve una sensación realmente extraña, era todo tan distinto a la atmósfera de la catedral protestante del día anterior, que no acertaba a imaginar cómo había podido ser el interior del templo en sus orígenes, pues no quedaba duda de que tuvo que ser también intensamente bombardeado y destruido.
Como la ceremonia se prolongaba y no era momento de recorrerla, salimos y nos dirigimos hacia la Gendarmenmarkt, prácticamente estábamos haciendo el recorrido, en sentido inverso, del primer día. Conforme íbamos avanzando hacia la plaza, vimos diversas tiendas de esas para turistas que entiendo están donde están para cumplir su función y, si estuvieran en otro lugar, pues sería peor negocio, pero que no me gusta nada que se ubiquen en los sitios más emblemáticos de las ciudades porque me sacan mucho del lugar y del momento pero, aun así, me paré en un expositor con postales antiguas y compré una de la Puerta de Brandenburgo seriamente dañada, con los edificios adyacentes casi derruidos. Es tremenda la idea de lo que tuvo que ser esa época y de las consecuencias tan nefastas, en lo personal y en lo artístico; prácticamente en cada barrio de Berlín hay todavía hoy ruinas en las que no se han levantado nuevas construcciones, que apelan continuamente a la memoria histórica.
Llegamos a la plaza y volvimos a contemplarla con tranquilidad, haciendo algunas fotografías del que, para mí, creo que ya lo he comentado, es uno de los rincones más bonitos de Berlín, aunque en esos momentos había un elemento extraño, un globo aerostático que debía estar anclado, pues no se movía del sitio, y que posteriormente veríamos y sabríamos a qué se debía.
Llegamos a la plaza y volvimos a contemplarla con tranquilidad, haciendo algunas fotografías del que, para mí, creo que ya lo he comentado, es uno de los rincones más bonitos de Berlín, aunque en esos momentos había un elemento extraño, un globo aerostático que debía estar anclado, pues no se movía del sitio, y que posteriormente veríamos y sabríamos a qué se debía.
Desde la plaza, fuimos caminando por una de las calles adyacentes hacia la Niederkirchnerstraße, donde se ubica la Topografía del Terror. Pudimos ver diversos carteles anunciadores de cabaret y un teatro muy especial, donde se suelen representar obras de género “negro”, el Kriminal Theater, bastante famoso en la ciudad.
Igualmente, dirigiéndonos ya hacia la zona del muro, en un pequeño jardín en la Wilhemstraße, enfrente de la entrada del Ministerio Federal de Finanzas, nos encontramos con unas esculturas muy originales, del escultor de Leverkusen Eberhard Foest, que constituían un grupo erigido en honor a la caída del Muro de Berlín, titulado “Pared”, tal y como reza en la placa conmemorativa.
Nos fuimos ya hacia la exposición “Berlín 1933-1945 Entre la propaganda y el terror”, más conocida como la Topografía del Terror, un espacio al aire libre y de entrada gratuita, donde se cuenta en diversos paneles con fotografías y en distintos elementos interactivos la terrible historia de esos años. Otra oportunidad para el sobrecogimiento, al ver expuestas, por orden temático, la persecución a la que fueron sometidos la comunidad judía, homosexual, gitana…mientras yo me preguntaba ¿se libró alguien?...
En la gran explanada en la que se ubica estuvo el cuartel general de la Gestapo, pudiéndose ver una vista del mismo en la fotografía aérea que está también expuesta; existe información sobre la construcción de lo que será el Centro de Documentación y Visitantes, una obra iniciada a finales de los años 90 pero actualmente paralizada, imagino que por falta de financiación.
Circundando dicha explanada existe un gran resto del Muro, frente al citado Ministerio de Finanzas, que se halla protegido por una valla en la cara que da directamente a la calle para evitar que la gente pueda llevarse algún trozo, al haber sido declarado monumento histórico. Este sería el trozo con el que me conformaría yo, puesto que mis acompañantes no estaban muy por la labor de acercarse a la East Side Gallery; otra cosa más para el regreso…
En esos momentos, estarían haciendo alguna remodelación porque estaba prohibido acercarse a los paneles, ya que había un buen número de operarios trabajando, por lo que se tenían que contemplar desde el nivel superior.
Pues allí en la esquina estaba el globo que habíamos visto desde la Gendarmenmarkt (creo que es el único nombre que me sale a la primera), perteneciente al periódico Die Welt y, cuando nos acercamos, pudimos comprobar que se puede subir, aunque está sujeto con un cable al suelo, por lo que el trayecto es de ascenso vertical y bajada y, al parecer, es otra de las atracciones de Berlín. No se me ocurrió siquiera, pero para quién esté interesado en hacerlo, el precio es de 19 € y admite el viaje de personas que utilicen silla de ruedas. La duración del trayecto es de aproximadamente 15 minutos.
Donde sí recalamos fue en una tienda, donde había una buena colección de imanes, camisetas, bolsas y esas cosas que suelen ser socorridas como detalles y aún me lamento de no haber comprado más unidades de una pequeña bolsa-mochila, muy práctica y con más capacidad de lo que a primera vista pensé que tendría; cuando vuelva me traeré, al menos, tres…
Desde allí, nos dirigimos a la Potsdamer Platz, pues se iba acercando la hora de almorzar y ese podría ser un buen sitio. Esta es una de las plazas más vanguardistas de Berlín, con una serie de imponentes edificios, como la torre Kollhof, de una altura impresionante o el Sony Center, con una enorme cúpula, en cuyo interior existe un importante número de tiendas, restaurantes y algunos museos. A la entrada de éste se encuentra la simpática y grande jirafa de Lego, otra de las atracciones más fotografiadas por la cantidad de gente que había y el rato que tuve que esperar para captarla sola.
El bullicio de esta plaza contrasta con el resto de lugares que visitamos, tanto en cuanto al tráfico como a la cantidad de visitantes, ya que nos costó encontrar mesa en alguna de las terrazas, puesto que la ocasión merecía estar comiendo fuera, admirando el lugar. Por lo que he podido saber, en ella se colocó el primer semáforo de Berlín y, otro olvido, me di cuenta a la vuelta que tampoco había ninguna fotografía del Ampelmann, el famoso muñeco luminoso de los mismos que vimos tantas veces.
Al final, tras esperar un poco, nos sentamos en una mesa del Lindenbräu, donde nos tomamos 2 escalopes de pavo (Putenschnitzel), otro de ternera (el tradicional Wiener Schnitzel), una ensalada de atún, una macedonia de frutas (Fruchtgenuss) y 2 copas de helado, junto con 2 cervezas, una botella de agua y una Pepsi (no tenían coca-cola). Fueron 65 euros, lo que no está mal para el sitio, aunque la carne me gustó algo menos que otras que ya habíamos tomado en otros lugares y tardaron también algo más en servir, pero la contemplación del lugar y, sobre todo, la cúpula, lo compensó.
Al final, tras esperar un poco, nos sentamos en una mesa del Lindenbräu, donde nos tomamos 2 escalopes de pavo (Putenschnitzel), otro de ternera (el tradicional Wiener Schnitzel), una ensalada de atún, una macedonia de frutas (Fruchtgenuss) y 2 copas de helado, junto con 2 cervezas, una botella de agua y una Pepsi (no tenían coca-cola). Fueron 65 euros, lo que no está mal para el sitio, aunque la carne me gustó algo menos que otras que ya habíamos tomado en otros lugares y tardaron también algo más en servir, pero la contemplación del lugar y, sobre todo, la cúpula, lo compensó.
Yo quería ir al Filmmuseum, dado que me gusta mucho el cine y estar en el lugar donde se celebra la Berlinale y tener un museo dedicado a la historia del cine y que cuenta con un espacio monográfico dedicado a Marlene Dietrich, es algo que no quería dejar pasar pero está claro que no todo el mundo tiene los mismos gustos y parecía que, después de comer, no era el momento, así que me vine con las ganas, aunque tampoco insistí demasiado.
Mi amiga y mi hija optaron por irse a descansar un rato, ya que era cerca de las cinco, por lo que tomamos el autobús 200, ellas hasta el hotel, y yo emprendí la ruta apasionante de las compras con mi hijo, bajándonos a la altura de la Marienkirche, porque había visto una tienda en la Spandauer Straße, Titus, en la que había ropa de la que a él le gusta y con unos modelos de camisetas que no encontraría en Sevilla. Como habíamos pasado uno de los días anteriores y yo le había hecho la promesa de entrar en otro momento, pues tocaba cumplirla, así que allí nos tiramos cerca de una hora y salimos con las manos cargadas y la cartera bastante más vacía…
No se me ocurrió otra cosa que decidir que nos iríamos andando al hotel, callejeando un poco por la zona de detrás de la Karl-Liebknecht-Straße por si encontraba alguna tienda artesanal donde comprar algo un poco más especial y luego cogeríamos ya por la Mollstraße hacia el hotel. Como no había ni un alma por las calles y algunas de éstas estaban ubicadas cerca de la vía del tren y tenían en algunos sitios restos de maltrato de mobiliario urbano, muchos graffitti y una apariencia un poco desolada, tuve un momento de cordura y nos fuimos por la primera que vimos hacia la parada del autobús, aunque tengo que reconocer que Berlín me pareció una ciudad muy segura.
Cuando llegamos al hotel, acababan de hacerlo prácticamente también mis dos acompañantes femeninas porque, en lugar de irse a dormir la siesta, se habían metido en las galerías Kaufhof, aunque en su caso compraron bastante menos ya que no había muchas cosas que les gustaran especialmente, los precios no eran demasiado baratos y, en el caso de mi hija, “la pagadora” había tomado otro camino.
Dejamos las bolsas de las compras y emprendimos la marcha hacia el supermercado, un Lidl que estaba, teóricamente, cercano al hotel. Digo teóricamente porque, en efecto, sabíamos por Google que se ubicaba en una calle de al lado, la Friedenstraße, y por el mapa parecía que no estaba lejos, ¿que no estaba lejos?...el trayecto de ida pude hacerlo más o menos, pero el de vuelta se me hizo interminable porque, debido a las caminatas de esos días, mis pies ya no estaban para muchos trotes, mis rodillas que iban ya bastante tocadas cuando emprendí el viaje me recordaban a cada rato que los ligamentos estaban hechos cisco y, para colmo, a pesar de llevar unas botas comodísimas, me habían salido dos ampollas por el roce con la plantilla, así que la búsqueda de avituallamiento para el día siguiente, se me antojó un auténtico calvario, un vía crucis doble, por la cantidad de paradas que fui haciendo.
Al final llegué, y tras comprobar que el sitio y los productos eran iguales a los de cualquier lado, cosa sobre la que yo no albergaba ni la más mínima duda, compramos pan de molde, embutidos y queso loncheados para hacer los sándwiches, botellas de agua, alguna lata para el “coca-cola adicto”, manzanas, plátanos y unas tonterías dulces para el postre o para matar el gusanillo antes del almuerzo. Todo ello era imprescindible porque, al día siguiente, íbamos al campo de concentración de Sachenhausen y, tal como indicaban todas las informaciones, hay que llevarse el almuerzo.
Afortunadamente, mi amiga y mi hija tomaron rápidamente la iniciativa en cuanto a portear las cosas – creo que no lo he agradecido suficientemente a ninguna de las dos -, con lo cual mi hijo quedaba libre para ofrecerme su brazo e ir poniendo nuevamente en práctica eso de acompañar caballerosa y pacientemente a su madre que, con tanta frecuencia, hace la criatura…Cuando llegamos, tras vaciar el mini-bar de las dos habitaciones, para hacer sitio a lo adquirido, comprobando fehacientemente que la acepción mini es más que apropiada en estos casos, y realizar una cura de urgencia de mis heridas, nos fuimos ya a cenar. Hoy estaba más que justificado no andar buscando sitios que, además, nos pillaban un poco lejos, así que volvimos a nuestro lugar habitual; esta vez todos nos decantamos por comida italiana, pedimos unos spaguetti Pinocchio, una pizza Hawaii para compartir y unos filetes de cerdo al Gorgonzola, con la consiguiente coca-cola, agua mineral y dos cervezas pero, en esta ocasión, grandes. Nos quedamos tan llenos que no tomamos postre, por lo que el importe de la consumición fue de 22,35 euros.
De nuevo caímos prácticamente rendidos y era conveniente descansar bien porque el día de mañana presumíamos que iba a ser aún más duro.
Mi amiga y mi hija optaron por irse a descansar un rato, ya que era cerca de las cinco, por lo que tomamos el autobús 200, ellas hasta el hotel, y yo emprendí la ruta apasionante de las compras con mi hijo, bajándonos a la altura de la Marienkirche, porque había visto una tienda en la Spandauer Straße, Titus, en la que había ropa de la que a él le gusta y con unos modelos de camisetas que no encontraría en Sevilla. Como habíamos pasado uno de los días anteriores y yo le había hecho la promesa de entrar en otro momento, pues tocaba cumplirla, así que allí nos tiramos cerca de una hora y salimos con las manos cargadas y la cartera bastante más vacía…
No se me ocurrió otra cosa que decidir que nos iríamos andando al hotel, callejeando un poco por la zona de detrás de la Karl-Liebknecht-Straße por si encontraba alguna tienda artesanal donde comprar algo un poco más especial y luego cogeríamos ya por la Mollstraße hacia el hotel. Como no había ni un alma por las calles y algunas de éstas estaban ubicadas cerca de la vía del tren y tenían en algunos sitios restos de maltrato de mobiliario urbano, muchos graffitti y una apariencia un poco desolada, tuve un momento de cordura y nos fuimos por la primera que vimos hacia la parada del autobús, aunque tengo que reconocer que Berlín me pareció una ciudad muy segura.
Cuando llegamos al hotel, acababan de hacerlo prácticamente también mis dos acompañantes femeninas porque, en lugar de irse a dormir la siesta, se habían metido en las galerías Kaufhof, aunque en su caso compraron bastante menos ya que no había muchas cosas que les gustaran especialmente, los precios no eran demasiado baratos y, en el caso de mi hija, “la pagadora” había tomado otro camino.
Dejamos las bolsas de las compras y emprendimos la marcha hacia el supermercado, un Lidl que estaba, teóricamente, cercano al hotel. Digo teóricamente porque, en efecto, sabíamos por Google que se ubicaba en una calle de al lado, la Friedenstraße, y por el mapa parecía que no estaba lejos, ¿que no estaba lejos?...el trayecto de ida pude hacerlo más o menos, pero el de vuelta se me hizo interminable porque, debido a las caminatas de esos días, mis pies ya no estaban para muchos trotes, mis rodillas que iban ya bastante tocadas cuando emprendí el viaje me recordaban a cada rato que los ligamentos estaban hechos cisco y, para colmo, a pesar de llevar unas botas comodísimas, me habían salido dos ampollas por el roce con la plantilla, así que la búsqueda de avituallamiento para el día siguiente, se me antojó un auténtico calvario, un vía crucis doble, por la cantidad de paradas que fui haciendo.
Al final llegué, y tras comprobar que el sitio y los productos eran iguales a los de cualquier lado, cosa sobre la que yo no albergaba ni la más mínima duda, compramos pan de molde, embutidos y queso loncheados para hacer los sándwiches, botellas de agua, alguna lata para el “coca-cola adicto”, manzanas, plátanos y unas tonterías dulces para el postre o para matar el gusanillo antes del almuerzo. Todo ello era imprescindible porque, al día siguiente, íbamos al campo de concentración de Sachenhausen y, tal como indicaban todas las informaciones, hay que llevarse el almuerzo.
Afortunadamente, mi amiga y mi hija tomaron rápidamente la iniciativa en cuanto a portear las cosas – creo que no lo he agradecido suficientemente a ninguna de las dos -, con lo cual mi hijo quedaba libre para ofrecerme su brazo e ir poniendo nuevamente en práctica eso de acompañar caballerosa y pacientemente a su madre que, con tanta frecuencia, hace la criatura…Cuando llegamos, tras vaciar el mini-bar de las dos habitaciones, para hacer sitio a lo adquirido, comprobando fehacientemente que la acepción mini es más que apropiada en estos casos, y realizar una cura de urgencia de mis heridas, nos fuimos ya a cenar. Hoy estaba más que justificado no andar buscando sitios que, además, nos pillaban un poco lejos, así que volvimos a nuestro lugar habitual; esta vez todos nos decantamos por comida italiana, pedimos unos spaguetti Pinocchio, una pizza Hawaii para compartir y unos filetes de cerdo al Gorgonzola, con la consiguiente coca-cola, agua mineral y dos cervezas pero, en esta ocasión, grandes. Nos quedamos tan llenos que no tomamos postre, por lo que el importe de la consumición fue de 22,35 euros.
De nuevo caímos prácticamente rendidos y era conveniente descansar bien porque el día de mañana presumíamos que iba a ser aún más duro.