…en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría…
Este sería nuestro último día en Berlín y, por eso, había pensado que la visita a Potsdam, tras el intenso día de ayer, sería un magnífico colofón para llevarnos un buen recuerdo de nuestro viaje. Tras el desayuno en el hotel, nos fuimos hasta la Alexanderplatz; allí en la estación tomaríamos el tren suburbano que nos llevaría (línea S7). Como disponíamos de la tarjeta donde se incluía esta zona (ABC), no tuvimos que comprar ningún billete, aunque si alguien se decide después de haber comprado la de la zona AB, puede adquirir un billete de ampliación por 1,40 euros. Potsdam es la capital del estado de Brandenburgo, inicialmente una pequeña ciudad de mercado, que adquirió su mayor esplendor al ser elegida como ciudad de recreo por diversos reyes prusianos que establecieron en ella su segunda residencia, para lo cual construyeron una serie de palacios; está situada a tan sólo 35 kms. de Berlín, pero se tarda unos 50 minutos en llegar, debido a las paradas. A la salida de la estación de ferrocarril, justo enfrente de la puerta, se encuentra la marquesina de autobuses y tranvías que llevan a la zona de los palacios.
Tuvimos que esperar un rato porque se acababa de ir uno, pero tampoco fue demasiado; por lo que llevaba recopilado del foro, teníamos dos opciones, el X-15 que va sólo hasta la puerta del palacio Sanssouci, el más importante y visitado, o el 695, que hace un recorrido más largo pero tiene parada también lógicamente en dicho palacio. Como era al que íbamos, daba por tanto igual, cogeríamos el primero que llegase; en este caso fue el 695, nos acomodamos e iniciamos el ligero ascenso al palacio, pasando al lado de la Puerta de la Fortuna y la iglesia de San Nicolás con un obelisco frente a la entrada, que me encontré de pronto y sin que hubiese ningún semáforo que me ayudara a poder tener ninguna imagen, pero ambas son especialmente llamativas.
El autobús nos dejó enfrente de la rampa pedregosa de acceso y nos dispusimos para la visita, poniéndonos en la cola para comprar los tickets pues, aunque era relativamente temprano, ya había muchas personas esperando y nos dieron la primera hora que había libre, las 12,40, así que nos quedaba que esperar bastante. Pedí la audioguía porque, aunque cualquiera de las empresas con las que ya habíamos hecho otras visitas tienen también ésta, habíamos decidido ir más a nuestro aire; de hacerlo ahora, posiblemente hubiera ido con ellos porque, si bien es cierto que ya estábamos algo cansados y no queríamos seguir ritmos rápidos impuestos, considero que también hubiéramos aprovechado más el día y, posiblemente, visto más cosas y con menos tiempos muertos, pero nunca se sabe cómo transcurrirá todo hasta que no se toma una decisión. El coste de la entrada con audioguía al palacio es de 12 € el adulto y 8 € los menores. En relación con lo que duró la visita y cómo vimos lo que se puede ver me parece cara, si la comparamos con otras, pero está claro que mantener aquello cuesta mucho o que a nosotros nos pilló un mal día.
Como había tiempo por delante, aprovechamos para dar una vuelta por las inmediaciones del palacio; lo primero que encontramos frente al mismo fue un molino de viento, el Historische Mühle o Molino Histórico y lo segundo un músico que, ataviado con ropa de la época interpretaba algunas composiciones a la flauta.
Tuvimos que esperar un rato porque se acababa de ir uno, pero tampoco fue demasiado; por lo que llevaba recopilado del foro, teníamos dos opciones, el X-15 que va sólo hasta la puerta del palacio Sanssouci, el más importante y visitado, o el 695, que hace un recorrido más largo pero tiene parada también lógicamente en dicho palacio. Como era al que íbamos, daba por tanto igual, cogeríamos el primero que llegase; en este caso fue el 695, nos acomodamos e iniciamos el ligero ascenso al palacio, pasando al lado de la Puerta de la Fortuna y la iglesia de San Nicolás con un obelisco frente a la entrada, que me encontré de pronto y sin que hubiese ningún semáforo que me ayudara a poder tener ninguna imagen, pero ambas son especialmente llamativas.
El autobús nos dejó enfrente de la rampa pedregosa de acceso y nos dispusimos para la visita, poniéndonos en la cola para comprar los tickets pues, aunque era relativamente temprano, ya había muchas personas esperando y nos dieron la primera hora que había libre, las 12,40, así que nos quedaba que esperar bastante. Pedí la audioguía porque, aunque cualquiera de las empresas con las que ya habíamos hecho otras visitas tienen también ésta, habíamos decidido ir más a nuestro aire; de hacerlo ahora, posiblemente hubiera ido con ellos porque, si bien es cierto que ya estábamos algo cansados y no queríamos seguir ritmos rápidos impuestos, considero que también hubiéramos aprovechado más el día y, posiblemente, visto más cosas y con menos tiempos muertos, pero nunca se sabe cómo transcurrirá todo hasta que no se toma una decisión. El coste de la entrada con audioguía al palacio es de 12 € el adulto y 8 € los menores. En relación con lo que duró la visita y cómo vimos lo que se puede ver me parece cara, si la comparamos con otras, pero está claro que mantener aquello cuesta mucho o que a nosotros nos pilló un mal día.
Como había tiempo por delante, aprovechamos para dar una vuelta por las inmediaciones del palacio; lo primero que encontramos frente al mismo fue un molino de viento, el Historische Mühle o Molino Histórico y lo segundo un músico que, ataviado con ropa de la época interpretaba algunas composiciones a la flauta.
Fuimos caminando por una de las sendas del parque hasta llegar al palacio de la Orangerie, aunque veíamos su parte trasera y, lógicamente, no se podía pasar. Presumíamos que el trayecto sería largo hasta el Neues Palais o Palacio Nuevo y, ante la duda sobre el tiempo que podríamos emplear y el que quedaba para la visita, decidimos dar media vuelta y volver a Sanssouci porque no estaba una para tener que correr campo a través y si perdíamos la hora, después de la espera, nos podría dar algo. Además, a pesar de las fechas y que estábamos al norte de Alemania, hacía bastante calor y se agradecía el estar sentada en una sombrita, como hicimos en un poyete cerca del palacio, en una zona con eucaliptos y pinos, por lo que además de frescor nos llegaba un buen aroma, así que la Casa China que me apetecía mucho quedaría para mejor ocasión.
Nos encaminamos ya hacia el palacio, pero aún quedaba para la hora de entrada, por lo que nos fuimos a la zona de la terraza superior, con la intención de bajar y ver un poco los jardines principales.
Nos encaminamos ya hacia el palacio, pero aún quedaba para la hora de entrada, por lo que nos fuimos a la zona de la terraza superior, con la intención de bajar y ver un poco los jardines principales.
Yo sabía que había un gran desnivel construido en forma de terrazas que llevaba hasta la fuente, lo que no sabía era que había 132 escalones, además sin ningún asidero; cuando me lo hizo ver mi hija emprendí rápidamente un somero análisis coste-beneficio, dado que el traumatólogo me había desaconsejado subir y, sobre todo, bajar escalones, de modo que la decisión fue una de las más rápidas y sin esfuerzo alguno que he tomado nunca: me quedo arriba y desde aquí veo lo que se pueda ver.
Ellos bajaron un poquitín a inspeccionar pero tampoco llegaron a la fuente, que en esos momentos ni tenía chorros ni nada, además, ya iba quedando menos, lo justo para unas cuantas fotos y una ligera sentada en el quiosco de música, que es otra de las cosas por las que tengo especial predilección y guardo una pequeña colección de aquéllos de las ciudades que visito, es una lástima que apenas queden ya algunos en determinados parques o alamedas.
Mientras estaba entre el sol y sombra del quiosco pensé en lo adecuado del nombre del palacio “Sans Souci”, Sin Preocupaciones, aunque se hayan unido las dos palabras y es así como se conoce; no se podía denominar mejor a una quinta de recreo, para retirarse y olvidarse de todo… por unos momentos me sentí en consonancia con el apelativo elegido por Federico el Grande, me estaba gustando muchísimo lo que estaba viendo.
Se iba acercando el momento, así que nos fuimos acercando a la entrada, de nuevo cola. Iba con bastante retraso, por lo que no se cumpliría exactamente la hora prevista; pues a esperar toca, esta vez ya formados, lo que significaba de pie…en esos momentos yo pensaba: ¡espero que lo de dentro sea bueno y merezca la pena!. Bueno, por fin, entramos cuando una señora nos indica ya que podemos hacerlo y estima que ha entrado el número de personas suficiente. Debió pensar que si metía a algunas más adelantaría un poco la hora porque el número, para mí fue excesivo, habida cuenta de que se ha de pasar en fila por un pasillo al que se abren las habitaciones que están expuestas, magníficas eso sí y me quedo corta aunque no soy muy del rococó, pero a mí me gusta mantener un cierto halo de inhibición en torno a mi persona que sólo me apetece traspasen quienes vienen conmigo y, a la vez, detenerme un pelín para ver los detalles. Comprendo perfectamente que, cuando las visitas son así, no puedo ir al ritmo que me gustaría ni lo pretendo siquiera, por consideración a quiénes me siguen, pero ver las cosas como las vimos, a paso ligero y casi arreándonos porque se quiera recuperar un tiempo perdido, del que no somos culpables quienes hemos pagado religiosamente la entrada y aguardado estoicamente a que fuese nuestro turno, creo que no tiene justificación alguna y así lo dejé por escrito en el mostrador donde se compran los tickets. No soy demasiado amiga de las hojas de reclamaciones, creo que tengo bastante aguante y me conformo con relativamente poco, pero éste, para mí, fue un punto negro en el viaje y creí que debía dejarlo registrado, por si es que sirve para alguien o para algo.
No acompaño ninguna imagen porque imaginé que, obviamente, estaría prohibido usar la cámara o grabar, circunstancia que entiendo y aplaudo y así aparecía en los carteles que vi, pero hace poco me he enterado de que se pueden hacer fotos si pagas por ello. Aunque en esos momentos está claro que fui de pardilla, creo que tampoco hubiera pagado por hacerlas pues me parece bien que no se puedan fotografiar esos interiores por la pérdida de interés que pudiera suponer o bien porque los flashes puedan deteriorar el patrimonio o cosas así, pero no comulgo con esa permisividad selectiva previo pago.
Cuando salimos ya era una hora algo tardía para intentar ver otro palacio y la experiencia tampoco invitaba a tentar a la suerte, así que nos fuimos hacia la columnata semicircular cercana a la entrada, echamos un último vistazo e hicimos la última foto y nos dispusimos a esperar el autobús para el centro de la ciudad.
No acompaño ninguna imagen porque imaginé que, obviamente, estaría prohibido usar la cámara o grabar, circunstancia que entiendo y aplaudo y así aparecía en los carteles que vi, pero hace poco me he enterado de que se pueden hacer fotos si pagas por ello. Aunque en esos momentos está claro que fui de pardilla, creo que tampoco hubiera pagado por hacerlas pues me parece bien que no se puedan fotografiar esos interiores por la pérdida de interés que pudiera suponer o bien porque los flashes puedan deteriorar el patrimonio o cosas así, pero no comulgo con esa permisividad selectiva previo pago.
Cuando salimos ya era una hora algo tardía para intentar ver otro palacio y la experiencia tampoco invitaba a tentar a la suerte, así que nos fuimos hacia la columnata semicircular cercana a la entrada, echamos un último vistazo e hicimos la última foto y nos dispusimos a esperar el autobús para el centro de la ciudad.
Nos dejó en la Luisenplatz, prácticamente al lado de la puerta de Brandenburgo, construida en 1770, como reza en la misma, por lo que es anterior a su homónima de Berlín aunque, por su apariencia, intuyo que bastante restaurada. A pesar de no tener el simbolismo de la de Berlín, a mí me gustó mucho pues me pareció un arco triunfal muy recogido y armónico, con grandes reminiscencias clásicas.
La cruzamos para entrar en la Brandenburger Straße, una calle peatonal que se nota totalmente reconstruida, pero muy agradable para pasear a pesar de la cantidad de gente que había en ese momento, con unas casitas abuhardilladas, muchas de las cuales son comercios o restaurantes.
Como era ya hora de almorzar, preferimos dejar la visita para luego y nos sentamos en un restaurante que nos llamó la atención, entre otras cosas, porque estaba a la entrada de la calle, en una especie de recodo donde daba la sombra en esos momentos y, además, tenía muy buena pinta. Su diseño gráfico y su nombre – Matador – de clarísimas influencias almodovarianas acabaron por decidirnos. Queríamos algo que no fuese demasiado pesado, así que optamos nuevamente por la pasta y la ensalada. Pedimos 3 spaguetti carbonara, muy bien hechos y servidos, aunque el de mi hija se quedó entero pues, a pesar de insistirle en que no le pusieran cebolla, le echaron cebolla y ni le gusta ni le sienta demasiado bien, 2 pizzas y una fantástica ensalada, junto con 3 cervezas y 2 coca-cola (60 €). Quisimos dejar los postres y los cafés por si encontrábamos algún sitio a lo largo de la calle y porque, en ese momento, no podíamos tampoco con más; como no había ningún café ni tetería de la idea que nos habíamos fabricado, mis hijos se tuvieron que contentar con dos helados Magnum y nosotras con dos botellas de agua que compramos más adelante en una tienda.
Después de una reposadita sobremesa, iniciamos la visita al casco histórico; justo al lado del restaurante había un reloj mundial que, o bien pasa muy desapercibido o no es muy del agrado de los viandantes porque durante el largo tiempo que duró el almuerzo no vi a nadie pararse ni hacer ninguna foto. Para compensar un poco, mi hija y yo sí nos las hicimos.
Después de una reposadita sobremesa, iniciamos la visita al casco histórico; justo al lado del restaurante había un reloj mundial que, o bien pasa muy desapercibido o no es muy del agrado de los viandantes porque durante el largo tiempo que duró el almuerzo no vi a nadie pararse ni hacer ninguna foto. Para compensar un poco, mi hija y yo sí nos las hicimos.
Fuimos avanzando, entrando en alguno de los establecimientos y compramos algunos detalles para regalo, desviándonos un poco por algunas de las calles que la cruzan y admirando la arquitectura y sorteando a alguno de los muchos viandantes como nosotros, hasta que llegamos a la iglesia de San Pedro y San Pablo, situada al fondo de la Brandenburger Straße.
Me pareció una iglesia muy curiosa, primero desde el punto de vista arquitectónico, con una fachada neorománica, por lo que me esperaba un interior muy austero y oscuro. Cuando entramos me sorprendió la profusión cromática de un estilo neobizantino, con muchos dorados y azules, y su luminosidad, y ya me acabó de impresionar gratamente su artesonado, que me recordaba un poco al mudéjar más simple que había visto en alguna sinagoga española, si exceptuamos los vitrales del lucernario.
Me pareció una iglesia muy curiosa, primero desde el punto de vista arquitectónico, con una fachada neorománica, por lo que me esperaba un interior muy austero y oscuro. Cuando entramos me sorprendió la profusión cromática de un estilo neobizantino, con muchos dorados y azules, y su luminosidad, y ya me acabó de impresionar gratamente su artesonado, que me recordaba un poco al mudéjar más simple que había visto en alguna sinagoga española, si exceptuamos los vitrales del lucernario.
Como impresionante nos pareció esta Dolorosa.
En la iglesia estábamos solos, eran ya más de las cinco de la tarde, según ponía en la guía a esa hora se cerraba y una cierta impaciencia en mis acompañantes más jóvenes, no sé si causada en parte por la visión de la imagen, fueron motivos más que suficientes para que no me pudiera adentrar más en la misma y ver las capillas laterales.
Frente a la iglesia y a la derecha se veían ya las casas típicas de ladrillo rojo del Holländisches Viertel o Barrio Holandés, por lo que también me pareció curioso el emplazamiento para una iglesia católica.
Frente a la iglesia y a la derecha se veían ya las casas típicas de ladrillo rojo del Holländisches Viertel o Barrio Holandés, por lo que también me pareció curioso el emplazamiento para una iglesia católica.
Como no tenía ni la más mínima información sobre ella y tampoco quería estar haciendo más elucubraciones, nos dedicamos a recorrer el barrio, admirando las cuidadas construcciones de las que, en principio, debieron ser alojamientos modestos, al estar ocupadas fundamentalmente por trabajadores holandeses, de ahí su fisonomía y su nombre.
Algo que nos llamó poderosamente la atención, especialmente la de mis hijos, que tienen una cierta fijación con eso desde pequeños y me lo advierten muchas veces cuando vamos, sin ir más lejos, por la calle en que vivimos, es lo limpio y cuidado que estaba todo, valgan como muestra los tulipanes de estos parterres, mientras que yo agradecía enormemente lo bien colocados que estaban los adoquines del pavimento, otro elemento que echo mucho en falta en numerosos lugares por los que transito.
Cuando ya regresábamos hacia la iglesia, vi a lo lejos un pequeño parque con una estatua central, así que nos acercamos pensando, en principio, que encontraríamos algún banco donde hacer un pequeño alto en el camino. Cuando nos fuimos acercando empezamos a ver las lápidas en el suelo, por lo que nos encontrábamos ante un cementerio. Los caracteres impresos en las mismas y la tipología de los soldados en el basamento de la estatua central indicaban que estábamos ante las tumbas de los soldados soviéticos que caerían aquí con ocasión de alguna batalla, primero pensé que de la II Guerra Mundial pero posteriormente he podido comprobar que fueron los caídos durante la Primera o Gran Guerra. Tampoco había absolutamente nadie por allí por lo que, dado lo relativamente escondido que está, imagino que no es un lugar demasiado conocido o frecuentado, pero se me antoja muy bello y digno de dedicarle una visita pues es todo un remanso de paz entre el ajetreo de las calles adyacentes.
Desde allí, nos fuimos por la Friedrich Ebert Straße hacia la Nauener Tor, una puerta construida en el siglo XVIII, siendo uno de los primeros ejemplos del neogótico en Europa por lo que he podido leer a posteriori. Mientras posaba para la foto y la cruzaba se me vinieron a la mente los viejos y entretenidos Exin Castillos…
Llegamos hasta el Ayuntamiento nuevo, un impresionante edificio construido a principios del siglo XX en estilo neobarroco, con una gran cúpula. Para entonces mi máquina de fotos había decidido descansar y en este viaje mis acompañantes habían igualmente decidido no traerse las suyas, así que ya no podría hacer ninguna más ese día.
En la misma acera del Ayuntamiento tomamos un autobús hacia la estación de ferrocarril, no recuerdo exactamente si era el 92 o el 96 porque, por lo que vi en el plano que había comprado en la oficina de información cuando llegamos (2 €, edición en español) los dos iban para allá, aunque por si acaso lo confirmé con el conductor, dado que volvíamos a estar solos en la parada y en la calle.
Cuando llegamos a la estación se me ocurrió sugerir, dada la cercanía, que fuésemos a la iglesia de San Nicolás que habíamos visto al principio del día porque ya había leído en la guía que se considera la iglesia más bella de Potsdam y está emplazada en el antiguo mercado, donde se ubica también el Ayuntamiento antiguo. Las dos miradas que se clavaron en ese momento sobre mí y un ¿qué dices?, sí vamos…fueron suficientes para emprender la marcha hacia el interior de la estación. Tampoco sirvió un tímido bueno, pues me acerco en un momento y me esperáis dentro tomando algo porque la respuesta fue contundente: ¡sí, hombre…anda, vámonos ya, que ya ha estado bien el día!, así que cogimos el primer tren de vuelta, mientras yo pensaba que se nos habían quedado bastantes cosas por ver, aunque llevaba hecha una selección de lo más representativo. Una conclusión que saqué es que, a pesar de que en todos sitios viene la visita a Potsdam en un día, e incluso las empresas ofrecen las excursiones con duración de unas 6 horas, yo creo que para poder ver todo lo interesante que ofrece la ciudad serían necesarios al menos dos.
Llegamos de nuevo a la Alexanderplatz y como no me podía ir de Berlín sin probar una currywurst pues me dirigí hacia un puesto frente a la estación porque no me atrevía demasiado en los carritos callejeros y me compré una, la verdad es que estaba muy buena. Aún era temprano para cenar y más en mi caso habiendo casi recién merendado, por lo que nos fuimos primero a las galerías Kaufhof ya que quedaban aún más de 10 minutos para el cierre e íbamos a tiro hecho; compraríamos una bufanda del Bayern de Munich que mi hija quería traer de regalo para un “futbolero” muy especial. A la salida, nos quedamos en la plaza, a la espalda de las galerías, donde había un montón de tenderetes de artesanía, ropa y dulces. Nos dimos una vuelta por allí pero lo único que compramos fueron unas chucherías, un regaliz enorme de distintos sabores que estaba bastante bueno. Nos sentamos a tomar un refresco en uno de los bares y mis hijos se tomaron un helado. Esperaríamos por allí hasta la hora de cenar para no ir al hotel y regresar, ya que habíamos decidido ir a cenar al Blockhouse, era nuestra última noche en Berlín y queríamos volver. Además, así yo seguiría practicando las dos frases en alemán que consigo decir del tirón: Ish hete guehrn bite ainen tish füha fiha persohnen (Ich häte gern, bitte, einen Tish für vier Personen, o lo que es lo mismo, querría, por favor, una mesa para cuatro personas) y Bite bringuen sih dih rejnung (Bitte bringuen Sie die Rechnung, es decir, me trae la cuenta).
Esta vez tomamos una sopa de la casa, una tarta de patatas y setas, un filete a la parrilla, una brocheta de solomillo y gambas, dos tiramisú, dos coca-cola y dos cervezas (58,50€), quedando de nuevo plenamente satisfechos. Ya desde allí nos fuimos caminando porque la noche era muy agradable y queríamos dar nuestro último paseo por Berlín y, de nuevo, uno de sus símbolos nos saludaba…o nos decía adiós.
En la misma acera del Ayuntamiento tomamos un autobús hacia la estación de ferrocarril, no recuerdo exactamente si era el 92 o el 96 porque, por lo que vi en el plano que había comprado en la oficina de información cuando llegamos (2 €, edición en español) los dos iban para allá, aunque por si acaso lo confirmé con el conductor, dado que volvíamos a estar solos en la parada y en la calle.
Cuando llegamos a la estación se me ocurrió sugerir, dada la cercanía, que fuésemos a la iglesia de San Nicolás que habíamos visto al principio del día porque ya había leído en la guía que se considera la iglesia más bella de Potsdam y está emplazada en el antiguo mercado, donde se ubica también el Ayuntamiento antiguo. Las dos miradas que se clavaron en ese momento sobre mí y un ¿qué dices?, sí vamos…fueron suficientes para emprender la marcha hacia el interior de la estación. Tampoco sirvió un tímido bueno, pues me acerco en un momento y me esperáis dentro tomando algo porque la respuesta fue contundente: ¡sí, hombre…anda, vámonos ya, que ya ha estado bien el día!, así que cogimos el primer tren de vuelta, mientras yo pensaba que se nos habían quedado bastantes cosas por ver, aunque llevaba hecha una selección de lo más representativo. Una conclusión que saqué es que, a pesar de que en todos sitios viene la visita a Potsdam en un día, e incluso las empresas ofrecen las excursiones con duración de unas 6 horas, yo creo que para poder ver todo lo interesante que ofrece la ciudad serían necesarios al menos dos.
Llegamos de nuevo a la Alexanderplatz y como no me podía ir de Berlín sin probar una currywurst pues me dirigí hacia un puesto frente a la estación porque no me atrevía demasiado en los carritos callejeros y me compré una, la verdad es que estaba muy buena. Aún era temprano para cenar y más en mi caso habiendo casi recién merendado, por lo que nos fuimos primero a las galerías Kaufhof ya que quedaban aún más de 10 minutos para el cierre e íbamos a tiro hecho; compraríamos una bufanda del Bayern de Munich que mi hija quería traer de regalo para un “futbolero” muy especial. A la salida, nos quedamos en la plaza, a la espalda de las galerías, donde había un montón de tenderetes de artesanía, ropa y dulces. Nos dimos una vuelta por allí pero lo único que compramos fueron unas chucherías, un regaliz enorme de distintos sabores que estaba bastante bueno. Nos sentamos a tomar un refresco en uno de los bares y mis hijos se tomaron un helado. Esperaríamos por allí hasta la hora de cenar para no ir al hotel y regresar, ya que habíamos decidido ir a cenar al Blockhouse, era nuestra última noche en Berlín y queríamos volver. Además, así yo seguiría practicando las dos frases en alemán que consigo decir del tirón: Ish hete guehrn bite ainen tish füha fiha persohnen (Ich häte gern, bitte, einen Tish für vier Personen, o lo que es lo mismo, querría, por favor, una mesa para cuatro personas) y Bite bringuen sih dih rejnung (Bitte bringuen Sie die Rechnung, es decir, me trae la cuenta).
Esta vez tomamos una sopa de la casa, una tarta de patatas y setas, un filete a la parrilla, una brocheta de solomillo y gambas, dos tiramisú, dos coca-cola y dos cervezas (58,50€), quedando de nuevo plenamente satisfechos. Ya desde allí nos fuimos caminando porque la noche era muy agradable y queríamos dar nuestro último paseo por Berlín y, de nuevo, uno de sus símbolos nos saludaba…o nos decía adiós.