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…un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas…
Me despierto a las 6,10 h., ya es de día, pero me quedo en la cama porque es demasiado temprano para trastear, preguntándome si mi hija habrá quitado la alarma del día anterior o estará ya como yo…Me levanto sobre las 7,30, me leo el plan del día, me ducho y me arreglo tranquilamente; cuando estoy totalmente lista llamo a mi hijo, creyendo que son ya cerca de las 9 y cuando está en el baño suena la melodía china que indica que son las 8, ¡Madre mía, me va a matar…!. Bueno, la cosa no pasa a mayores, así que nada más terminar el desayuno, y antes de salir a la calle, fui a comprar la Welcome Card, una tarjeta que permite viajar en el transporte público y, además, la entrada gratuita o importantes descuentos en 150 atracciones turísticas. Nuestra pretensión no era tanta, pero íbamos a utilizar bastante el transporte, visitaríamos algunos museos e iríamos a Potsdam, por lo que la adquirimos para la zona tarifaria ABC (35,90 euros). El punto de venta de la misma estaba en el mostrador de información turística, al lado del bar y en ese momento había una chica que hablaba español, aunque esto lo supe después de haber estado preguntando algunas cosas y destrozando un poco el inglés. Además, adquirimos la Museum Pass Berlín, válida para tres días y que posibilita la entrada gratuita en museos y palacios (La de adulto, 19 euros y la reducida para estudiantes 9,50 euros) y por 1 euro más el folleto de 62 páginas en el que se detalla toda la información relativa a los mismos (en alemán e inglés).
Con la Welcome Card tendríamos descuento si hacíamos el tour a pie de la ciudad con “Insider Tour” y sabíamos que salía, todos los días, desde Hackescher Markt a las 10,30 h., lo que no sabíamos con certeza era dónde se localizaba el punto de salida. Aún íbamos andando por Alexanderplatz cuando eran ya las 10,25 h., así que, como creíamos que no llegaríamos a tiempo, nos fuimos lo más rápidamente que pudimos hacia la Pariser Platz, porque desde el Starbucks situado frente a la puerta de Brandenburgo salía media hora más tarde el tour de “New Berlín” pero, según la información que llevaba recopilada, había que estar 15 minutos antes. Cuando llegamos, casi con la lengua fuera, vimos que aquello estaba lleno de gente y cuando preguntamos a otras españolas nos dijeron que había que coger número, por lo que nos pusimos en cola. Nos dieron algunos ya de los últimos y nos indicaron que esperásemos, por lo que nos dio tiempo a comprar unas botellas de agua en el café, comprobando nuevamente que el agua mineral suele ser cara, en comparación con otras bebidas.
Cuando llegó el momento, nos organizaron en grupo, según los idiomas; éramos muchos españoles y nos separaron en dos dependiendo de los números, afortunadamente entramos los cuatro en el mismo y así no tuve que intentar ningún trueque. Nos tocó con un chico argentino, Andrés, que desde un primer momento nos gustó bastante, por la forma de presentarse y de empezar a explicar de manera general qué íbamos a ver, cómo sería el circuito y abordar en un primer momento la historia para situarnos. Cuando empezamos a andar ya no había nadie de otros grupos por lo que me pareció acertadísima su forma, no sólo porque así la primera explicación llegó mejor a todos, sino también porque no coincidiríamos con los otros grupos y podríamos ver mejor las cosas.
Comenzamos por la puerta de Brandenburgo, sin duda, la imagen más famosa de la ciudad, el lugar por el que todos la reconocemos y donde se sitúa todo el mundo para hacerse fotografías, bueno, todo el mundo menos nosotros. Este fue otro de nuestros “imperdonables” olvidos, no sé si inconscientemente o porque no queríamos pararnos para no distanciarnos del grupo ya que yo no podía seguir el ritmo impuesto desde primeras horas de la mañana, pero es verdad que tampoco hicimos ninguna cuando volvimos a pasar por allí, calculo que unas siete veces más o menos, así que, como no me resisto a que aparezca en este relato, tomaré prestada la imagen de la web (sobrealemania.com).
Con la Welcome Card tendríamos descuento si hacíamos el tour a pie de la ciudad con “Insider Tour” y sabíamos que salía, todos los días, desde Hackescher Markt a las 10,30 h., lo que no sabíamos con certeza era dónde se localizaba el punto de salida. Aún íbamos andando por Alexanderplatz cuando eran ya las 10,25 h., así que, como creíamos que no llegaríamos a tiempo, nos fuimos lo más rápidamente que pudimos hacia la Pariser Platz, porque desde el Starbucks situado frente a la puerta de Brandenburgo salía media hora más tarde el tour de “New Berlín” pero, según la información que llevaba recopilada, había que estar 15 minutos antes. Cuando llegamos, casi con la lengua fuera, vimos que aquello estaba lleno de gente y cuando preguntamos a otras españolas nos dijeron que había que coger número, por lo que nos pusimos en cola. Nos dieron algunos ya de los últimos y nos indicaron que esperásemos, por lo que nos dio tiempo a comprar unas botellas de agua en el café, comprobando nuevamente que el agua mineral suele ser cara, en comparación con otras bebidas.
Cuando llegó el momento, nos organizaron en grupo, según los idiomas; éramos muchos españoles y nos separaron en dos dependiendo de los números, afortunadamente entramos los cuatro en el mismo y así no tuve que intentar ningún trueque. Nos tocó con un chico argentino, Andrés, que desde un primer momento nos gustó bastante, por la forma de presentarse y de empezar a explicar de manera general qué íbamos a ver, cómo sería el circuito y abordar en un primer momento la historia para situarnos. Cuando empezamos a andar ya no había nadie de otros grupos por lo que me pareció acertadísima su forma, no sólo porque así la primera explicación llegó mejor a todos, sino también porque no coincidiríamos con los otros grupos y podríamos ver mejor las cosas.
Comenzamos por la puerta de Brandenburgo, sin duda, la imagen más famosa de la ciudad, el lugar por el que todos la reconocemos y donde se sitúa todo el mundo para hacerse fotografías, bueno, todo el mundo menos nosotros. Este fue otro de nuestros “imperdonables” olvidos, no sé si inconscientemente o porque no queríamos pararnos para no distanciarnos del grupo ya que yo no podía seguir el ritmo impuesto desde primeras horas de la mañana, pero es verdad que tampoco hicimos ninguna cuando volvimos a pasar por allí, calculo que unas siete veces más o menos, así que, como no me resisto a que aparezca en este relato, tomaré prestada la imagen de la web (sobrealemania.com).
Nos dirigimos posteriormente al Monumento al Holocausto, para mi, uno de los lugares más impactantes del recorrido, constituido por 2.711 bloques de cemento a modo de estelas funerarias. Nuestro guía nos recomendó que lo atravesáramos en línea recta y que él nos estaría esperando al otro lado. Cuando fuimos saliendo y nos reagrupamos solicitó que cada uno, si queríamos, dijéramos una palabra sobre lo que habíamos sentido dentro. La mía fue, sin dudarlo, soledad, a pesar de que había hecho todo el recorrido acompañada, pero también podía haber dicho otras como desasosiego, frío o tristeza, porque todas esas cosas venían a mi mente mientras discurría por los bloques de cemento e intentaba mantener la verticalidad y la ausencia de dolor entre los planos inclinados del suelo.
Parece mentira lo que se puede conseguir con unos simples bloques de hormigón de diversas alturas e imagino que habrá gente a la que no le guste, pero si uno no se limita sólo a ver, creo que no dejará indiferente a nadie.
Desde allí nos encaminamos hacia la zona en la que estuvo emplazado el búnker de Hitler; ahora existe sólo un cartel con un esquema que explica su distribución y que fue colocado hace sólo unos años. Realmente, parte del búnker se encuentra bajo tierra y no se ha expuesto porque el gobierno alemán no quería que, a falta de la tumba del dictador, éste se convirtiera en un “lugar de peregrinación” para bandas neonazis. Nuestro guía continuaba explicándonos cosas acerca de los últimos días del Führer y nos recordó esa magnífica interpretación de Bruno Ganz en la película “El hundimiento”.
Desde allí nos encaminamos hacia la zona en la que estuvo emplazado el búnker de Hitler; ahora existe sólo un cartel con un esquema que explica su distribución y que fue colocado hace sólo unos años. Realmente, parte del búnker se encuentra bajo tierra y no se ha expuesto porque el gobierno alemán no quería que, a falta de la tumba del dictador, éste se convirtiera en un “lugar de peregrinación” para bandas neonazis. Nuestro guía continuaba explicándonos cosas acerca de los últimos días del Führer y nos recordó esa magnífica interpretación de Bruno Ganz en la película “El hundimiento”.
Rodeamos el pequeño parque creado en el lugar y fuimos hacia una zona en la que existieron originariamente muchos de los edificios oficiales del régimen, la Wilhelmstraße. De todos, el que se conserva prácticamente intacto, es el que fuera Ministerio del Transporte Aéreo, actualmente de Hacienda, único edificio que se salvó de los bombardeos, aunque se pueden apreciar los numerosos impactos de proyectiles en sus paredes. En la parte baja de los soportales existe una pintura mural de grandes dimensiones, de tipo propagandístico, realizada por el artista Max Ligner que exalta las bondades del movimiento obrero, durante la ocupación soviética.
Aunque dude tremendamente de esas bondades del sistema y de esa atmósfera idílica e irreal, me gustó especialmente este último fragmento, al igual que una gran fotografía protegida por un cristal o un cristal que lleva impresa una fotografía, según se mire, que representa perfectamente el sentido de solidaridad, ya que muestra la cabeza de una manifestación de obreros germanorientales que libraron un duro enfrentamiento en ese lugar con las fuerzas soviéticas, el 17 de junio de 1953. La fotografía tiene la misma longitud que la pintura mural completa.
Continuamos rodeando el edificio y seguíamos comprobando los orificios dejados por las balas en la piedra grisácea, llegando hasta un lugar en el que permanecen restos del Muro, levantado de manera sorpresiva en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961 para evitar la fuga masiva de personas de la Alemania Oriental a la Occidental durante la “Guerra Fría”. Tuvo una longitud de 120 kilómetros y separó a la ciudad de Berlín en dos y, con él también, a innumerables familias ya que las personas que se encontraban esa noche al otro lado no pudieron regresar a sus casas. Existe un panel con fotografías donde se observa el trazado del mismo, que Andrés nos fue explicando de manera muy gráfica.
Posteriormente, el muro fue reforzado con hormigón armado y se colocaron vallas metálicas, alambres de púas y torres de vigilancia, desde las que se disparaba a toda persona que intentara saltarlo, por lo que, desgraciadamente, fueron muchos los que pagaron un alto precio por desear reencontrarse con los suyos o por buscar una suerte mejor.
A la izquierda de donde nos encontrábamos, podíamos ver un lugar en el que se alquilaban, bien para uso personal o para formar parte de una especie de rallye fotográfico (Trabi safari) los Trabant, un vehículo que se convirtió en una especie de icono, al igual que lo fuera para nosotros el Seat 600. Detrás de la pared estaba la Topografía del terror, pero esa visita no entraba en el tour, por lo que la haríamos en otro momento.
En el muro, además, se situaron unos puestos fronterizos; posiblemente el más famoso sea el Check Point Charlie, situado en la Friedrichstraße, dado que durante bastante tiempo fue el único que daba paso a los habitantes del Berlín oriental hacia la zona americana, ya que, una vez finalizada la II Guerra mundial, Francia, Gran Bretaña, la Unión Soviética y los Estados Unidos se habían repartido la ciudad. Actualmente, hay varios elementos que recuerdan el puesto: una fotografía que nos demuestra cómo era originariamente, una recreación con los sacos y los soldados con los que la gente se suele fotografiar (lógicamente no pudimos hacerlo porque no había tiempo y, en mi caso, tampoco ninguna gana), una gran fotografía con un soldado americano en la cara que mira hacia la parte occidental (donde estábamos nosotros) y uno soviético en la que se dirige hacia la parte oriental, un cartel explicativo que advertía que se entraba en el sector americano, además de un museo.
Yo me entretuve un poco admirando el edificio que teníamos enfrente, en la planta baja estaba ubicado un conocido café, pero me gustó más el indicativo de la farmacia con la fecha: 1696.
Ya era la hora de almorzar y, aunque Andrés nos dio un tiempo (unos 45 minutos) y la posibilidad de ir por libre, nos recomendó, por su proximidad, un lugar (Aroma espresso bar) donde podríamos comer bien, relativamente barato y rápido. Efectivamente, no comimos mal ni fue caro, pues pagamos 14,60 euros por tres baguettes bastante grandes y buenas con dos coca-cola y una botella de agua mineral, pero…¿rápido?. Podría ser, pero la cola que había en ese momento para pagar en la caja, antes de pedir la consumición, el tiempo que tardaron en llamarme para recoger nuestro almuerzo y el hecho de que, cuando mi hija fue al baño había también una cola bastante grande, hizo que yo me fuera al punto de reencuentro con mi hijo - para no llegar tarde y con la intención de comentarle el hecho - con el bocado en la boca y con el sufrimiento de que echáramos de nuevo a andar y tuviera que separarme ya del grupo para esperarla a ella y a mi amiga que se quedó también para no dejarla sola. Afortunadamente no fue así, y no tuve que pedir el favor, porque él se había percatado perfectamente de la tardanza del servicio y de la ausencia, por lo que, para hacer tiempo, alteró un poco el orden y empezó a informarnos de otros tours que podíamos hacer con ellos, los precios, los puntos de partida y regreso etc. que según dijo solía hacer al final. Mi hija y mi amiga llegaron a tiempo, justo un poco antes de que finalizara sus explicaciones; le di las gracias y alabé su gran psicología. Nos reímos cuando me contestó: “Es que soy argentino”.
Nuestra siguiente parada fue en uno de los lugares que más me gustaron de Berlín: la Gendarmenmarkt (Mercado de los Gendarmes), una preciosa plaza rectangular y que tiene una magnífica simetría marcada por la existencia en el centro de la Konzerthaus (Sala de Conciertos), un teatro del siglo XIX de estilo neoclásico que vino a sustituir a dos anteriores.
Nuestra siguiente parada fue en uno de los lugares que más me gustaron de Berlín: la Gendarmenmarkt (Mercado de los Gendarmes), una preciosa plaza rectangular y que tiene una magnífica simetría marcada por la existencia en el centro de la Konzerthaus (Sala de Conciertos), un teatro del siglo XIX de estilo neoclásico que vino a sustituir a dos anteriores.
Delante del teatro se erige una estatua en honor del poeta Schiller, obra de Reinhold Begas, un notable escultor alemán, máximo exponente del neobarroco; este monumento, también del siglo XIX estaba dentro de unos pequeños jardines que se eliminaron unos años antes de la Guerra; durante la misma, la plaza sufrió grandes daños y fue remodelada posteriormente, colocándose la solería que tiene hoy día, una pena porque los jardines, sin duda, hubieran mantenido el aire romántico que ésta debió tener en otro tiempo.
Originariamente, la plaza fue un mercado, de ahí su nombre y en su entorno se asentaron muchos de los inmigrantes hugonotes franceses, que mantuvieron su libertad religiosa y a quienes Federico I de Prusia concedió el terreno para que pudieran construir una iglesia. Para que no hubiese problemas de convivencia, hizo lo propio con la comunidad luterana, justo enfrente. Las iglesias primitivas fueron la Französischer Dom (Catedral Francesa), con una pequeña cúpula de color teja y la Deutscher Dom (Catedral Alemana), con una cúpula redondeada de color negro. Bastantes años después se construyeron las torres con las cúpulas gemelas. En esos momentos, yo pensaba: ¡Qué pena, adónde fueron a parar pocos siglos después esas ideas de integración!...
Catedral francesa
Catedral alemana
En la acera opuesta de la plaza se alza un conjunto de edificios que no romperían la buena impresión visual del conjunto, si no fuera por una especie de estación metereológica ubicada en uno de ellos. No me cansaba de admirar la plaza y, aunque estuvimos un buen rato sentados en la escalinata de la iglesia luterana mientras nuestro guía nos contaba su historia y permitía que tomáramos fotografías en nuestro recorrido por la misma, en ese momento no hice más que dos o tres porque no quería dejar de contemplar su belleza; ya volveríamos en otro momento.
Desde allí, nos encaminamos hacia la Bebelplatz, otro de los lugares emblemáticos en la historia de Berlín. En un principio se llamó Plaza de la Ópera, puesto que en ella se localiza la Staatsoper - que en ese momento estaba cubierta de unas vallas a modo de telón, puesto que estaba en proceso de restauración, por lo que no se podía contemplar más que un trozo de la parte trasera – pero luego se le dio el nombre actual en honor de un político importante. En la plaza se alza también la catedral católica de St Hedwig o Santa Eduvigis, patrona de los huérfanos, un imponente edificio del siglo XVIII con una gran cúpula redonda, en la que entraríamos otro día, y otra importante fachada que pertenece a la Universidad Humboldt, la Althe Bibliotek, o antigua biblioteca, actualmente destinada a la Facultad de Derecho. Por un instante, me pareció estar viendo de nuevo al ballet de la ópera de Berlín cuando, hace ya bastantes años, me deleitaron en el festival de Itálica, pero ahora era otra música la que servía de fondo para su danza.
Desde allí, nos encaminamos hacia la Bebelplatz, otro de los lugares emblemáticos en la historia de Berlín. En un principio se llamó Plaza de la Ópera, puesto que en ella se localiza la Staatsoper - que en ese momento estaba cubierta de unas vallas a modo de telón, puesto que estaba en proceso de restauración, por lo que no se podía contemplar más que un trozo de la parte trasera – pero luego se le dio el nombre actual en honor de un político importante. En la plaza se alza también la catedral católica de St Hedwig o Santa Eduvigis, patrona de los huérfanos, un imponente edificio del siglo XVIII con una gran cúpula redonda, en la que entraríamos otro día, y otra importante fachada que pertenece a la Universidad Humboldt, la Althe Bibliotek, o antigua biblioteca, actualmente destinada a la Facultad de Derecho. Por un instante, me pareció estar viendo de nuevo al ballet de la ópera de Berlín cuando, hace ya bastantes años, me deleitaron en el festival de Itálica, pero ahora era otra música la que servía de fondo para su danza.
Sin embargo, la Bebelplatz no debe su notoriedad a los edificios sino a un lamentable suceso ocurrido el 10 de mayo de 1933, cuando los nazis quemaron en el centro de la plaza más de 35.000 volúmenes de autores “subversivos”, en un claro atentado contra la libertad de expresión y la inteligencia. En el lugar donde se situó la pira, existe hoy un cristal cuadrangular desde el que se pueden ver, en una excavación del subsuelo, unas librerías con los estantes completamente vacíos, obra del israelí Micha Ulman (aunque en la fotografía no se pueden apreciar muy bien debido al reflejo del sol y a nuestras propias sombras) y una placa de bronce donde se puede leer la siguiente frase: “DAS WAR EIN VORSPIEL NUR, DORT WO MAN BÜCHER VERBRENNT, VERBRENNT MAN AM ENDE AUCH MENSCHEN” (Eso fue sólo un preludio, allí donde se queman libros, se termina quemando a personas).
Su autor, Heinrich Heine, la pronunció más de un siglo antes, en 1820 y, sin duda, fue profético, aunque no podíamos extrañarnos viniendo de un país en el que existió la Santa Inquisición. La contradicción de la quema del saber en el mismo recinto en el que se produce su génesis, la Universidad, y la lectura de la placa me provocaron un gran escalofrío, pero no sería el único ni el más intenso.
Posiblemente, para contrarrestar este hecho, en la actualidad los estudiantes venden allí libros. Además, hace unos años se celebró en la misma una exposición singular, la de los “Unity Buddy Bears”, una colección de 140 esculturas en forma de oso, cada una pintada por un artista diferente, con diferentes nombres y mensajes, que conjuntamente representan un alegato contra la tolerancia y el respeto por las distintas culturas. Una vez clausurada la exposición, se han ido diseminando por diversos rincones de la ciudad, a modo de mascotas.
Pasamos por delante del edificio principal de la Universidad, donde se encuentra una estatua de Alexander Humboldt, un hombre excepcional que destacó en diversas facetas científicas, pero especialmente en geografía, de hecho se le conoce como el “padre de la geografía moderna”; la estatua, donada por la Universidad de La Habana, lleva una inscripción en español que recuerda que fue el segundo descubridor de Cuba, puesto que él realizó su cartografía actual.
Posiblemente, para contrarrestar este hecho, en la actualidad los estudiantes venden allí libros. Además, hace unos años se celebró en la misma una exposición singular, la de los “Unity Buddy Bears”, una colección de 140 esculturas en forma de oso, cada una pintada por un artista diferente, con diferentes nombres y mensajes, que conjuntamente representan un alegato contra la tolerancia y el respeto por las distintas culturas. Una vez clausurada la exposición, se han ido diseminando por diversos rincones de la ciudad, a modo de mascotas.
Pasamos por delante del edificio principal de la Universidad, donde se encuentra una estatua de Alexander Humboldt, un hombre excepcional que destacó en diversas facetas científicas, pero especialmente en geografía, de hecho se le conoce como el “padre de la geografía moderna”; la estatua, donada por la Universidad de La Habana, lleva una inscripción en español que recuerda que fue el segundo descubridor de Cuba, puesto que él realizó su cartografía actual.
La última etapa del tour nos llevó a la “Isla de los museos”, otro de los lugares en los que una se podría llevar media vida tirada en el césped contemplando cualquiera de los imponentes edificios situados en la misma. Creo que existen pocos lugares en los que, en un espacio tan cercano, se sitúen tantos elementos artísticos.
Berliner Dom (Catedral protestante)
Altes museum (Museo Antiguo)
Nos sentamos en la escalinata de piedra del Altes museum, teniendo justo enfrente la catedral protestante y allí se nos fue explicando algunas de las singularidades de cada uno. Andrés se despidió de nosotros y, después de recordar las otras posibles visitas guiadas que podríamos realizar, nos indicó que si bien el tour aparece como gratuito, es costumbre solicitar la voluntad pues gracias a eso pueden subsistir como empresa.
El recorrido había durado una hora más de lo que nos dijeron en un principio y el guía había sido excepcional, no sólo por sus conocimientos históricos sino también por su delicadeza, puesto que yo, debido a mis dichosos meniscos, cerraba siempre el grupo y a veces me costaba no perder al “pelotón de cabeza” y esperaba antes de comenzar la explicación que, por otra parte hizo muy amena, al intercalar distintas anécdotas y comentarios jocosos, lo que hizo que a pesar de todo se me pasara el tiempo volando; por tanto, ponderamos una cantidad que consideramos justa, teniendo en cuenta que éramos cuatro y se la ofrecimos, dándole las gracias con un fuerte apretón de manos.
El grupo se fue disolviendo pero nosotros nos quedamos un rato más en la escalinata, llegando a la misma conclusión: el tour nos hizo ver Berlín de una manera distinta, nos ubicó perfectamente para los días posteriores y nos refrescó una historia que, aunque conocida, indudablemente no es lo mismo cuando se contextualiza tan bien, por lo que considero que es fundamental que el primer día que se esté en la ciudad se realice el circuito con ésta o con cualquiera de las otras compañías, pero seguro que nadie se podrá sentir defraudado y aprenderá a ver Berlín con otros ojos.
Nos detuvimos un rato para hacer algunas fotos de la catedral y en eso estábamos hasta que mi hijo recordó que él no había almorzado porque, cuando lo hicimos los demás, no le cuadraba ninguna de las baguettes ni otras opciones que ofrecía la carta. Aun pecando de imparcialidad, puedo decir que ésto es de las pocas cosas que evitan que pueda considerarse el acompañante perfecto pues, a pesar de su juventud, siempre ha querido “conocer mundo”, le gusta el arte en general y se acopla perfectamente con cualquiera de mis acompañantes, al igual que su hermana aunque ella tiene menos apetencia por iglesias y pinacotecas y mucho más por las tiendas, lo que hace que, cuando disponemos de poco tiempo y a pesar de que yo siempre programo un espacio para compras, en ocasiones hayamos tenido algún que otro pequeño contratiempo. Por tanto, buscamos algún sitio donde la criatura pudiera tomar algo; la hora era tardía ya para el almuerzo pues eran más de las 16,30 h., así que entramos en una panadería-cafetería (Backer-Wiedemann, frente al Ayuntamiento) y, mientras él se tomaba un par de cruasanes rellenos de jamón y queso, con su habitual coca-cola y mi hija un refresco de limón, las mayores degustamos un café con unos dulces de hojaldre que tenían una pinta estupenda. En total fueron unos 18 euros o así, ya que no conservo ese ticket.
Decidimos ir a Hackescher Markt, más que nada porque estábamos casi al lado y para poder localizar exactamente el punto de encuentro de “Insider Tour” ya que, a pesar de que habíamos quedado sumamente satisfechos con el de hoy y que, con un poco de suerte, podríamos repetir guía, lo cierto es que ya que habíamos comprado la Welcome card era una tontería que no disfrutáramos de sus descuentos y, presumíamos que los del resto de compañías serían también buenos.
Este es un mercado que se encuentra cercano a las vías del metro y a unas galerías, Hackescher Höfe, de estilo Art Nouveau, con muchos restaurantes y tiendas de antigüedades. Es un edificio bastante curioso puesto que tiene una serie de patios conectados por una especie de callejones donde hay muchos bares, galerías de arte, tiendas etc. pero no entramos.
El recorrido había durado una hora más de lo que nos dijeron en un principio y el guía había sido excepcional, no sólo por sus conocimientos históricos sino también por su delicadeza, puesto que yo, debido a mis dichosos meniscos, cerraba siempre el grupo y a veces me costaba no perder al “pelotón de cabeza” y esperaba antes de comenzar la explicación que, por otra parte hizo muy amena, al intercalar distintas anécdotas y comentarios jocosos, lo que hizo que a pesar de todo se me pasara el tiempo volando; por tanto, ponderamos una cantidad que consideramos justa, teniendo en cuenta que éramos cuatro y se la ofrecimos, dándole las gracias con un fuerte apretón de manos.
El grupo se fue disolviendo pero nosotros nos quedamos un rato más en la escalinata, llegando a la misma conclusión: el tour nos hizo ver Berlín de una manera distinta, nos ubicó perfectamente para los días posteriores y nos refrescó una historia que, aunque conocida, indudablemente no es lo mismo cuando se contextualiza tan bien, por lo que considero que es fundamental que el primer día que se esté en la ciudad se realice el circuito con ésta o con cualquiera de las otras compañías, pero seguro que nadie se podrá sentir defraudado y aprenderá a ver Berlín con otros ojos.
Nos detuvimos un rato para hacer algunas fotos de la catedral y en eso estábamos hasta que mi hijo recordó que él no había almorzado porque, cuando lo hicimos los demás, no le cuadraba ninguna de las baguettes ni otras opciones que ofrecía la carta. Aun pecando de imparcialidad, puedo decir que ésto es de las pocas cosas que evitan que pueda considerarse el acompañante perfecto pues, a pesar de su juventud, siempre ha querido “conocer mundo”, le gusta el arte en general y se acopla perfectamente con cualquiera de mis acompañantes, al igual que su hermana aunque ella tiene menos apetencia por iglesias y pinacotecas y mucho más por las tiendas, lo que hace que, cuando disponemos de poco tiempo y a pesar de que yo siempre programo un espacio para compras, en ocasiones hayamos tenido algún que otro pequeño contratiempo. Por tanto, buscamos algún sitio donde la criatura pudiera tomar algo; la hora era tardía ya para el almuerzo pues eran más de las 16,30 h., así que entramos en una panadería-cafetería (Backer-Wiedemann, frente al Ayuntamiento) y, mientras él se tomaba un par de cruasanes rellenos de jamón y queso, con su habitual coca-cola y mi hija un refresco de limón, las mayores degustamos un café con unos dulces de hojaldre que tenían una pinta estupenda. En total fueron unos 18 euros o así, ya que no conservo ese ticket.
Decidimos ir a Hackescher Markt, más que nada porque estábamos casi al lado y para poder localizar exactamente el punto de encuentro de “Insider Tour” ya que, a pesar de que habíamos quedado sumamente satisfechos con el de hoy y que, con un poco de suerte, podríamos repetir guía, lo cierto es que ya que habíamos comprado la Welcome card era una tontería que no disfrutáramos de sus descuentos y, presumíamos que los del resto de compañías serían también buenos.
Este es un mercado que se encuentra cercano a las vías del metro y a unas galerías, Hackescher Höfe, de estilo Art Nouveau, con muchos restaurantes y tiendas de antigüedades. Es un edificio bastante curioso puesto que tiene una serie de patios conectados por una especie de callejones donde hay muchos bares, galerías de arte, tiendas etc. pero no entramos.
Fuera ponen también muchos tenderetes donde se puede encontrar comida, flores, objetos de artesanía etc. A la hora a la que fuimos ya habían quitado la mayoría de ellos o estaban cerrados, por lo que volveríamos en otro momento para comprar algunos recuerdos para la familia y amigos. Estábamos a la entrada de la Oranienburger Straße y, por tanto, del Barrio Judío, así que nos fuimos para allá. Yo quería visitar el Cementerio pero al resto no le apetecía nada, así que proseguimos por la calle y, a mano izquierda, nos encontramos unas verjas a mediana altura que separaban una gran zona verde; los parterres que daban a la acera estaban plagados de tulipanes blancos y, si mis conocimientos florales no me engañan, lirios amarillos sobre un mar de hiedra, imagen que, desde entonces, se ha convertido en el fondo de pantalla de mi ordenador.
Era el parque Monbijou, entramos y nos sentamos un rato en un banco, desde donde podíamos ver la cúpula del museo Bode y unos edificios que, en su día, debieron ser notables puesto que en el recinto había también un palacete, del mismo nombre que el parque, que se destruyó durante la guerra.
Cuando habíamos descansado un rato seguimos nuestro paseo por la calle, hasta llegar a la Neue Synagoge; a esa hora aún había sol, por lo que se podían ver las cúpulas doradas y azules con más luminosidad. Nos acercamos pero estaba cerrada; aunque había leído que ya no se celebran cultos sino que contiene un centro de investigación y alberga una exposición permanente sobre su construcción y su historia, me hubiera gustado mucho verla por dentro, pero era sábado…
Un poco más adelante nos encontramos con el que fuera el antiguo edificio de Correos (Postfuhramt), como reza en piedra encima de la puerta principal. Actualmente es un museo dedicado a la fotografía y, curiosamente, había una exposición retrospectiva de Robert Mapplethorpe. No me lo podía creer, era el mismo autor del que había visto la exposición en la Galería dell’Accademia en Florencia; evidentemente, es una simple casualidad pero en cada uno de mis viajes aparece alguna circunstancia que coincide con algo visto o vivido en el anterior.
Cuando íbamos por la calle empezamos a oír una gran pitada y al mirar a ver qué pasaba nos pareció que estábamos en nuestro pueblo, años atrás, pues era una boda y así de engalanado iba el coche de los novios.
Desde allí, nos encaminamos hacia la zona de Tacheles, ya que estábamos muy cerca. Este es un gran edificio donde antaño se ubicaron unas galerías comerciales y actualmente está prácticamente en ruinas, con las ventanas y la mayoría de las puertas tapiadas y cubiertas por graffitis, ya que se ha convertido en una casa tomada por “okupas” y donde trabajan también artistas alternativos. No tuvimos que buscar mucho pues el ambiente que veíamos con profusión de cazadoras de cuero, piercings y peinados bastante llamativos, nos llevaba directamente. Había una furgoneta de la policía cortando la calle y mucha gente, bastantes curiosos como nosotros y otros más reivindicativos, que participaban en una especie de “performance”, con carteles en los que aparecía “Tacheles no se cierra” en diversos idiomas y una persona que estaba leyendo lo que parecía un manifiesto desde un escenario. Posteriormente, salieron algunos vestidos totalmente de negro y enarbolando unos estandartes con aires marciales. Nos detuvimos unos momentos, pero tampoco demasiado porque no sabíamos en qué podía derivar aquello ya que cada vez iban llegando más efectivos policiales. De nada debieron servir las protestas porque, en el momento en que escribo esta crónica, ha sido ya desalojada y cerrada.
Frente a la casa okupa nos encontramos una tienda para amantes de “La Guerra de las Galaxias”.
Pero lo que más llamó mi atención es que la acera estaba llena de pequeñas placas de bronce, como recuerdo de los ocupantes de las casas, que contienen varias fechas: la de nacimiento, la de la deportación, la del fallecimiento y el lugar donde ocurrió. Creo que esto es de las cosas que más me sobrecogieron durante todo el viaje y, si uno va mirando hacia abajo, las descubre no sólo en el barrio judío; al lado de nuestro hotel había también unas cuantas, por otras calles del centro…; desgraciadamente, Berlín está inundada de pequeños aldabonazos a la memoria, a veces un hombre solo, a veces un matrimonio, a veces una familia entera…triste, muy triste, aunque creo que es una delicada forma de ponerles nombre para que no se pierdan en el olvido y no se acuñe ninguna placa más…nunca más.
Continuamos recorriendo algunas de las calles del barrio, muy cuidadas, con edificios de un estilo elegante, digamos “afrancesado”, con pequeñas buhardillas que a mí me gustan bastante y llenas también de otros elementos mucho más alegres: galerías de arte. Creo recordar que nos comentaron durante el tour que si cada día quisiéramos ver un museo o una galería de arte, necesitaríamos un año, pues Berlín tiene alrededor de 365.
A lo que habría que añadir las muestras artísticas más informales, expuestas al aire libre, como este mamut realizado con bolas de basura que vimos encima de un árbol.
En esa estábamos en la Tucholskystraße cuando, de pronto otra gran pitada, y nuevamente otra boda, bueno, pues aquí la gente también se casa en sábado por la tarde.
Ya nos fuimos en dirección a la Alexanderplatz, la torre de televisión se divisaba a lo lejos, en realidad se puede ver casi desde cualquier lugar, eran cerca de las siete de la tarde y estaba empezando a anochecer por lo que se veían ya los distintivos fluorescentes de las paradas de autobús.
Nos encontramos con la sede del Instituto Cervantes, en la Rosenthaler Straße y con uno de los Buddy Bears.
Pasamos justo al lado del Hackescher Höfe, pero de nuevo mis acompañantes no estaban mucho por la labor, así que yo me desvinculé un momento del grupo para entrar al menos en la pequeña plaza a la que se abren los patios, pero sólo pude admirar un segundo la arquitectura pues no me dio ni tiempo de hacer una foto; además, en esos momentos había también bastante gente por allí.
Empezaba a refrescar por lo que decidimos recogernos ya. Como habíamos estado más de ocho horas andando casi sin parar, el cansancio era tremendo, así que tomamos el autobús y fuimos a cenar a un restaurante de una calle justo al lado del hotel, la Barnimstraße, que tenía buena pinta. El nombre (Las Malvinas) y el olor nos indicaba que era un asador argentino, con una extensa carta en carnes aunque también había comida italiana y mexicana, además de una buena variedad de ensaladas y sándwiches y bastante bien de precio. Cada uno eligió algo diferente: mi hijo, como de costumbre carne, un entrecot de ternera, mi hija una pizza cuatro quesos, mi amiga y yo dos ensaladas, una mixta y otra de variedad de lechugas con queso, una especie de pudding y dos helados de postre, junto con una botella grande de agua mineral, dos cervezas también grandes y dos coca-colas (68,90 euros). Así que sería otro lugar al que también volveríamos.
Empezaba a refrescar por lo que decidimos recogernos ya. Como habíamos estado más de ocho horas andando casi sin parar, el cansancio era tremendo, así que tomamos el autobús y fuimos a cenar a un restaurante de una calle justo al lado del hotel, la Barnimstraße, que tenía buena pinta. El nombre (Las Malvinas) y el olor nos indicaba que era un asador argentino, con una extensa carta en carnes aunque también había comida italiana y mexicana, además de una buena variedad de ensaladas y sándwiches y bastante bien de precio. Cada uno eligió algo diferente: mi hijo, como de costumbre carne, un entrecot de ternera, mi hija una pizza cuatro quesos, mi amiga y yo dos ensaladas, una mixta y otra de variedad de lechugas con queso, una especie de pudding y dos helados de postre, junto con una botella grande de agua mineral, dos cervezas también grandes y dos coca-colas (68,90 euros). Así que sería otro lugar al que también volveríamos.
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