Para ir de Tomsk a Barnaúl lo mas barato y directo es el tomar el autobús. Sin embargo, es bastante mas agradable seguir disfrutando de la vida en el tren, a pesar de que cueste tres veces más y haya que hacer una parada de tres horas en la anodina Novosibirsk. Esta vez el viaje es en tercera, con lo que el paisaje es todavía más humano, aunque no reparo en él ya que me paso todo el trayecto, de unas cuatro horas, escribiendo las impresiones del viaje entre idas y vueltas al samovar para rellenar la taza que me presta la provodnitsa con agua caliente para hacerme té.
Llego a Novosibirsk y dejo la mochila en consigna. Cuando salgo de la inmensa estación, la primera impresión es el de una ciudad gris bajo una plomiza niebla que le da un aspecto sombrío. Si a esto sumamos al constante ruido del intenso tráfico de sus grandes avenidas y la arquitectura impersonal que las define, el resultado es el de un paisaje inhóspito y misterio.
Aprovechando las tres horas de estancia decido ir a darme un homenaje, así que pongo rumbo a uno de los restaurantes que recomienda la guía. De repente, y en medio de este ambiente triste, en mi camino, y como si un programa de telecinco se tratase, empiezo a ver pibones saliendo de los edificios impersonales camino del metro. Todas ellas parecían caminar bailando sobre sus tacones al ritmo de la música de mi iPhone. ¿Quien dijo anodina?.
Novosibirsk
En el trayecto a Barnaúl acabo de escribir y entonces reparo en el ambiente del tren: un chaval tapando a su madre para que se cambie, una chica joven que aparta a su marido para hacerle la cama, un señor mayor que conversa con la provodnitsa, que resulta ser una cachonda y después se pasea por el pasillo con un cesto repleto de latas de bebida y bolsas de aperitivos haciendo cantinela... El ambiente es muy relajado y las cinco horas se me pasan volando.
Llego a Barnaúl a la 1:30h y lo que creía que iba a ser una corta caminata hasta el hotel que había reservado, resultó un adelantado trek de media hora a oscuras, tratando de adivinar el nombre de las calles que atravesaba acercándome a las placas de las esquinas como un cegato. Decididamente, la escala del plano de la guía no era el correcto, pero el emplazamiento del hotel sí. La suerte fue que la recepcionista supiera inglés, la mala suerte fue que la tía debía sacarse un sobresueldo trabajando para la antigua KGB, ya que me tuvo media hora interrogándome sobre mis anteriores alojamientos. Hasta ese momento no me había enterado que debía coleccionar los infinitos papeles que te entregan cuando haces el check-out de los hoteles. Afortunadamente conservaba el del último, así que la mujer no me retuvo más de la cuenta.
A las 8:00h de la mañana siguiente descubro que la habitación tiene teléfono. Una voz al otro lado del aparato dice que viene a buscarme en nombre de la agencia con la que había contratado la excursión a través de internet. Esto empieza bien, pensé.
Ante las dificultades que la guía exponía para visitar la región de Altai, tales como permisos especiales o un complicado transporte, decidí contratarlo desde Barcelona y por internet, una excursión a través de una de las agencias locales que figuraban en la guía. Sólo contestó una, zakaz@aktour.ru, que por los condicionantes de duración de mi viaje, proponía una salida de seis días a la garganta de Aktru. Olga, la administrativa, no sabia inglés, así que me envió el programa de viaje y tres ficheros más de documentación, todo en ruso. Google.translate hizo el resto y di el OK.
Así pues en la oficina nos juntamos los seis que en principio íbamos a compartir los seis días de viaje. Shasha y Anna, una pareja de Moscú, Max un chaval de unos 25 años también, una madre mas joven que yo y su hijo de 15 años.
El primer día de la excursión son para cubrir los 620km que separan Barnaúl de Chibit. Los primeros 300 se me pasan volando hablando con Anna, que tiene un buen nivel de inglés. Me hace hablar en ruso, pero enseguida abandono la idea visto mi precario nivel. Me excuso diciendo que he sido un mal estudiante. Ella me corrige y me dice que 'mal estudiante' es un concepto muy genérico, que ella ve mas apropiado ´vago´. Joder con la niña, pensé. Paramos a almorzar en un bar de carretera. En el comedor preside un gran busto dorado. La madre le dice a Anna que me pregunte si conozco al personaje. Lenin - digo - es difícil no reconocer un rostro que se repite en casi todas as grandes plazas y avenidas rusas. Aprovecho y le pregunto el porqué de esta devoción, al fin y al cabo ha sido uno de los mayores tiranos. Me contesta que ella también se pregunta lo mismo. Nostalgia, responde. Ella nació después de la caída del muro de Berlín.
Los siguientes 300km transcurren por una espectacular carretera en la que las montañas cada vez de hacen más altas, los bosques más densos y las poblaciones más pequeñas. De vez en cuando se ve volar a algún águila y se empieza a ver personas de etnia mongol.
Cuando llegamos al campamento los monitores preparan la cena a base de pan y conservas mientras montamos las tiendas al lado de un río de montaña. Son chavales de veinte años.
Paisaje camino a Altai
Al día siguiente desmontamos el campamento y nos subimos a un camión militar de tracción cuatro por cuatro para llevarnos por empinadas pistas de montaña a la segunda base atravesando un denso bosque de abetos. Llegamos a un llano que antes debía ser parte del circo de un gran glaciar que se ha ido reducido con el paso del tiempo, formando varios más pequeños. Nos juntamos con un grupo de nueve personas más, todos rusos. Ahora la comida la hace una instructora, más capacitada que los chavales. Damos una vuelta por el extraordinario entorno.
El tercer día amanece con solazo, desayunamos unas gachas típicas rusas y subimos a uno de los altos de las montañas que rodean al glaciar, a la cota 3000. En la bajada comienza a llover, menos mal que lo hace en forma de granizo ya que no había cogido el impermeable con lo que me mojé poco. De regreso comemos y me hecho una siesta y cuando me levanto, el grupo agregado está bebiendo. Me preguntan si me gusta el alcohol y me invitan a acompañarlos. Los rusos beben en chupitos por rondas, en este caso de cualquier bebida, desde ginebra a palo seco a un licor checo que ninguno sabía decir de que era. Cada trago se bebe entero y previamente va acompañado de un brindis, todos diferentes del formal NAS DAROVIA (por nuestra salud). Soy su invitado y me hacen hacer el primer brindis a bocajarro. Por Rusia, fue mi primer brindis. Si, original.
Después de brindar por las mujeres, por el Barça, por el buen tiempo, por los viajes, la naturaleza,... me piden que cante una canción en español. Asturias, Patria querida, parecía la apropiada. Creo que no la entendieron, a pesar de que habíamos pasado las fases de la borrachera de negación de la evidencia y exaltación de la amistad. Después entendí porqué: cogieron la guitarra y empezaron a cantar canciones rusas alrededor del fuego, una de ellas: www.youtube.com/watch?v=3m5peDpAFVs.
El cuarto empezó con niebla. Ascendimos bordeando el glaciar apreciando de cerca el hielo y la roca desnuda que también resultan fascinantes de ver desde la lejanía de la base. Hace tal frío que una vez llegado al punto más alto debemos regresar porque la pista estaba helada y no estábamos bien equipados. De regreso estoy destemplado tomo un bania para entrar en calor, que aquí es una instalación muy apañada dentro de una tienda de campaña. El bania es una tradición rusa que consiste en someter el cuerpo a unas temperaturas de unos 80º con vapor de agua para alternarlas con baños de agua fría, para finalmente asearse. Está formado por una piscina de agua fría, que aquí es un remanso del río, una mesa exterior donde se bebe y conversa mientras se va adaptando la temperatura, una antesala caldeada que es donde se desnuda uno y el parilka o sala de vapor, que es como una sauna finlandesa pero con una estufa con piedras y barreños con agua. Así es imposible no entrar en calor.
En el quinto día descendimos al campo base y allí pude tomar un bania en condiciones. Me acompañaron a las instalaciones de la base, las cuales se acercan más a lo que es un bania normal. Alguno de los monitores y me explicaron como funcionaba eso. Primero te despelotas en la antesala, entras en el parilka, tiras agua con un cazo a las piedras calientes y aguantas el calorazo mientras puedes. Cuando no puedes mas, vas corriendo como un poseso a la piscina de agua fria (aquí nuevamente el río) y te tiras sin pensarlo. Luego vas al porche y te tomas un te o una cerveza mientras sube tu temperatura corporal. Repites la operación tantas veces como quieras. Cuando acabas, saludas a tus compañeros de baño con un S Lyogkim parom (espero que tu vapor haya sido fácil). No, no fue nada fácil, ya que el más bromista de los monitores no paraba de echar a agua a las piedras al grito de kruskinamat.
Cuando de regreso pregunte que significaba kruskinamat, nadie supo explicarmelo, pero el concepto sería el de un órgado.
El último día me levanté a las 5:30 con un temblor. No, no es una cursi metáfora, hubo un terremoto de nivel 5 en la escala Richter, afortunadamente sin incidentes. Con la impresionante sensación de la sacudida cuando tu cuerpo esta literalmente en contacto con la Tierra, desayunamos y deshicimos los 620km que nos separaban de Barnaúl, donde me esperaba la agente de la KGB.