![]() ![]() BEAUMARIS, CAERFARNON Y PORTMEIRION ✏️ Diarios de Viajes de Reino Unido
Nos cuesta madrugar. Se está tan bien en la cama. No fuimos capaces de levantarnos hasta las nueve. Media hora más para conseguir sacar a mi mujer del hotel. ¡Mujeres!. Súmale la parada para desayunar en el Costa Café. Un cortado, un chocolate, y...![]() Diario: 4 DIAS DE ABRIL DE 2014 POR EL NORTE DE GALES⭐ Puntos: 4.8 (8 Votos) Etapas: 4 Localización:![]() Nos cuesta madrugar. Se está tan bien en la cama. No fuimos capaces de levantarnos hasta las nueve. Media hora más para conseguir sacar a mi mujer del hotel. ¡Mujeres!. Súmale la parada para desayunar en el Costa Café. Un cortado, un chocolate, y dos muffins. 8,70 GBP. Así que cuando por fin conseguimos poner rumbo a Bangor ya eran las diez y cuarto. Un auténtico sacrilegio según los puristas. Acabábamos de desperdiciar tres horas de luz. Todo lo que se puede hacer en tres horas. Pero no podemos evitarlo, la cama es más fuerte que nuestra voluntad, que dicho sea de paso no es muy fuerte. Pero que narices, a ver si ni en vacaciones va a poder uno remolonear un poco. Todo el año levantándonos temprano para ir a trabajar se merece un respiro. Así que en vacaciones me levanto cuando me da la gana. Y como alguno vuelva a rechistar la próxima vez ni me levanto de la cama. Así que cuidadín conmigo. Recorrimos la misma autovía que el día anterior, pero esta vez no paramos en Conwy. Seguimos unos kilómetros más hasta Bangor. Por desgracia hasta Conwy encontramos retenciones. Pasada esta población el tráfico nos dio un respiro y éste último tramo pudimos hacerlo sin interrupciones. El atasco hizo que tardásemos una hora y media en Llegar a Bangor. Se nos había ido la mañana. Pero que se la va a hacer. Estábamos de vacaciones y tampoco era cuestión de estresarse. Por cierto, el tramo de carretera que va desde Conwy hasta Bangor es muy agradable. Va paralelo a la costa, y permite disfrutar de unas bonitas vistas del litoral Galés, que si bien en esa zona no presenta su mejor cara, no por ello deja de ser agradable. Bangor es una ciudad más grande que los pueblos que habíamos visitado hasta ese momento. Aún así encontramos aparcamiento con facilidad. Eso sí, de pago. Por lo menos resultó barato, 0,70 GBP por una hora. Nos sobraba con una hora. El único motivo para detenernos en Bangor era visitar su catedral. En una posición elevada, vimos un edificio color ocre con toda la pinta de ser una catedral. Ni lo dudamos nos fuimos hacia allí. El GPS indicaba que la catedral estaba hacia el otro lado, pero resultaba evidente que estaba equivocado. Una cosa es fiarte de él cuando no sabemos a donde vamos y otra fiarnos más de él que de nuestros ojos. La estábamos viendo, no había duda. Subimos la empinada cuesta que nos separaba de nuestro destino, y allí estaba el enorme edificio color ocre que nos había hecho ir hasta allí. Y sí, tenía todas las hechuras de un edificio religioso, pero no lo era. Habíamos encontrado la universidad. Nos consolamos de nuestro error disfrutando de unas bonitas vistas sobre los tejados del pueblo. Y al mismo tiempo pudimos comprobar que la catedral se encontraba justo donde la situaba el GPS. Aprovecho estas líneas para pedir disculpas públicas al aparatito que tan sabiamente nos ha guiado durante esta escapada. Además el edificio de la universidad tampoco estaba mal del todo. Al final resultó más interesante que la propia catedral. Así que la equivocación tampoco resultó del todo mal. Bajamos a la catedral. Y que queréis que os diga. Lo de catedral creo que le viene grande. Yo lo dejaría en iglesia y gracias. Una iglesia de tamaño medio. Es que ni viéndola como simple iglesia parece grande. Lo mejor, el artesonado de madera. ¡Hombre!, la iglesia es cuca, pero tampoco es que sea nada del otro mundo. No merece la pena ir hasta allí por eso. Ya es que nos veía de paso y la parada tampoco supuso una pérdida de tiempo muy importante. Pero de haberme documentado un poco más, seguro que no habríamos parado en ese punto. Ya que estábamos allí dimos una vuelta por High St. Una bonita calle muy animada con fachadas de colores. Sin ser nada excepcional, resultó un lugar agradable para dar un paseo y disfrutar del ambiente. Siguiente parada del día, Beaumaris, a tan sólo once kilómetros. Una pequeña incursión en la isla de Anglesey, a la que no pudimos dedicar todo el tiempo que nos hubiera gustado. Cruzamos el Menai Bridge que ofrece unas preciosas vistas sobre el estrecho que separa las dos islas. Por desgracia al atravesarlo en coche no pudimos detenernos para saborear las vistas. Solo las vimos de pasada y a través de los hierros del puente. A continuación, una carretera que bordea la costa, nos condujo hasta Beaumaris. Una carretera estrecha con bastantes curvas. Presentaba algún tramo abierto con vistas al canal, pero en su mayor parte las vistas quedaban ocultas tras las casas y las tapias construidas sobre la orilla. En Beaumaris dejamos el coche en el parking que hay junto al castillo. Esta vez tampoco nos escapamos de pagar. Tarifa fija, 3 GBP todo el día. Pero si solo vamos a estar un par de horas. Pues 3 GBP por un par de horas. A gustó del consumidor. En el mismo aparcamiento tenían una mini noria. ¡Cómo les gustan las norias a los británicos!. Toda ciudad que se precie debe tener su noria. Si no, ni es ciudad ni es nada. Ni se me pasó por la cabeza montarme en ese amasijo de hierros. Pero si tenía alguna pequeña duda, desapareció en cuanto vi el precio, 5 GBP. Pero estamos locos o qué. Si no son más que unos hierrajos pintados de blanco, que apenas se levantan unos pocos metros del suelo. No creo que las vistas desde lo alto fueran muy diferentes a las que se veían desde el suelo. Que no, que no, que no me monto ese cacharro. Por cierto, las vistas desde el aparcamiento son buenísimas. Se divisa toda la línea de la costa galesa. Lastima que estuviésemos a nivel del mar, porque quieras que no desde una posición elevada hubieran pasado de buenísimas a espectaculares. Ahí es donde cobra sentido la noria. Pero era tan chiquitita que no creo que aportará mucho. Directos al castillo. En este caso la entrada es de 5,25 GBP por persona. El horario de apertura el mismo que la mayoría de monumentos de la zona. De 09:30 a 17:00 de marzo a octubre y de 10:00 a 16:00 el resto del año. En esencia el castillo no difiere mucho del que habíamos visto el día anterior en Conwy. Un castillo en ruinas, pero que conserva muy bien su estructura. La diferencia es que el de Beaumaris se encuentra rodeado por un foso. Pero al mismo tiempo no resulta tan altivo como el de Conwy. Empezamos el recorrido por la muralla exterior a la que se puede subir por el interior de cualquiera de las torres que salpican la muralla. La muralla no es tan alta como la de Conwy, por lo que las vistas no son tan espectaculares. Tras dar la vuelta entera y descubrir que no había sorpresas ocultas, bajamos al suelo y repetimos la operación caminando sobre un tapiz verde entre las dos murallas. No vimos nada nuevo, nada especialmente destacable. Pero pasear casi a solas entre las murallas sobre una alfombra de césped nos resultó muy gratificante. El encanto de las cosas sencillas. A veces no es necesario estar ante la octava maravilla para poder disfrutar plenamente de un lugar. Por una de sus dos puertas, accedimos al patio interior del castillo. Una explanada de césped rodeada por las paredes del castillo. Diferentes portezuelas dan acceso a las torres y a algunos aposentos que todavía se conservan. Pero lo mejor son los estrechos pasillos que unen las torres entre si. Tan estrechos que no pasan dos personas al mismo tiempo. Esto es lo que diferencia al castillo de Beaumaris del de Conwy. Esos corredores que unen dos torres o que desembocan en una empinada escalera o en una oscura habitación de piedra sin salida. Con aspilleras y enormes vanos con bancos de piedra ante las mismas; y con pequeñas salas que de repente se abren a un lado del pasillo. Este es el verdadero encanto de este castillo. Recorrimos todo el recinto interior. A ratos por encima de la muralla a ratos por los estrechos pasillos interiores. Nos lo pasamos muy bien subiendo y bajando escaleras, yendo y viniendo por los pasillos, asomándonos a las ventanas. En definitiva descubriendo las entrañas del castillo. Antes de salir visitamos una pequeña capilla que se conserva en uno de los laterales. Una cosa más que apuntar en el haber del castillo. Otro lugar muy interesante donde pasar un rato relajado y disfrutando de algo que sin tener nada que lo haga destacar especialmente, si que resulta muy interesante en su conjunto. Apuntadlo entre los lugares a visitar. De nuevo en la calle dimos una vuelta por el pueblo buscando un lugar donde saciar el hambre. Había gente por todas partes, se notaba que era festivo. No nos decidíamos, y como siempre pasa en estos casos, acabamos eligiendo el peor sitio de todos, Popeyes. Pedimos una hamburguesa con patatas, unos aros de cebolla, y una jacket potato con atún, mayonesa y queso. EL agua como siempre del grifo. La hamburguesa de risa, los aros de cebolla escasos, y la patata, pues eso, una patata al horno. Nuestra peor comida. Por lo menos nos salió barata, 14 GBP. Después de comer nos dirigimos hacia Llanfair Pg con la idea de visitar el Bryn Celli Ddu, unos supuestos restos neolíticos. Fuimos sin mucha convicción. Tenía la certeza de que no los íbamos a encontrar. No íbamos sobrados de tiempo por lo que no estaba dispuesto a perderlo buscando unos pedruscos. Mi predicción se cumplió. Ni rastro de los restos neolíticos. Cruzamos el pueblo, sin ver ni una mísera señal que nos sirviese de orientación. Así que sin perder ni un minuto dimos media vuelta y hacia Caerfarnon. Salimos del la isla de Anglesey por el Britania Bridge, que como el Menai Bridge también ofrece unas preciosas vistas sobre el canal. Unos kilómetros más y ya estábamos en Caerfarnon. Antes de entrar en el aparcamiento que había junto al castillo miramos el precio. Y menos mal. Tarifa fija de 4 GBP. Ni de coña. Nos alejamos unos metros y dejamos el coche en un parking con parquímetro. Nos salió a mitad de precio, 2 GBP por dos horas. La entrada al castillo cuesta 6,25 GBP. El horario el de siempre. Lo repito una vez más, de 09:30 a 17:00 en los meses de marzo a octubre, y de 10:00 a 16:00 el resto del año. De los tres castillos en ruinas que visitamos, éste fue sin duda el más bonito de los tres. Si solo pudiera visitar uno, éste sería el elegido. En el fondo no difiere mucho de los dos que ya habíamos visto. Pero éste es más grande y está mejor conservado. Seguimos la misma rutina. Primero subir a la parte alta; a las murallas; para dar una vuelta desde arriba. Algún pequeño tramo se encontraba en obras, lo que nos obligó a subir y bajar en varias ocasiones por las escaleras de caracol. Subiendo y bajando escaleras se me planteó una duda existencial. O la gente que vivía allí tenía una habilidad especial para moverse en el reducido espacio que deja una escalera de caracol, o más de uno se dejó los dientes contra la piedra. Es imposible subir y bajar esas escaleras varias veces cada día durante toda una vida y no sufrir algún percance. Lo tienen todo para matarse. Escalones desiguales y exageradamente altos. Escalones de piedra, material ya de por si traicionero y resbaladizo, que al contacto con el agua se convierten en una trampa mortal. Nada donde agarrarse en caso de tropiezo o resbalón. Y por si eso fuera poco, la anchura del escalón estaba adaptada a un pie de niño. Eso en la parte ancha, ya que en la parte en la que se unían al eje, ni eso. Si sumamos todo lo anterior, el tropiezo está garantizado. No hago más que imaginarme al pobre criado subiendo por la escalera cargado con una bandeja hasta los topes. Al tropezar lo primero que le pasaba por la cabeza era la estabilidad de la bandeja. ¡Qué no se caiga por Dios!. En esa tesitura, con las dos manos ocupadas, el único anclaje que le quedaba libre eran los dientes. Así que intentaba clavarlos en la piedra para de esa manera poder mantener el equilibrio y no desperdiciar las viandas que esperaba su señor. La ausencia de marcas dentales en los escalones me hizo suponer que el sistema no acabaron de perfeccionarlo y que muy pocos consiguieron hincar el diente en un escalón. La cosa más bien solía acabar con varios dientes partidos, y lo que es mucho peor con la bandeja por el suelo. Perder dos o tres dientes de un criado era cosa baladí si lo comparamos con la tragedia que suponía la caída de la bandeja. El pobre señor tendría que esperar a que le volvieran a preparar la comida. ¡Pobre hombre, qué hambre!. Tras un par de caídas, ya sin dientes, lo de agarrarse con la boca dejaba de funcionar definitivamente. Morder un escalón solo con las encías es tarea imposible. Y eso si que es un hecho que podéis constatar vosotros mismo. Coged al abuelo, quitarle la dentadura postiza y empujadlo escalera abajo. Ya veréis como no para de rodar hasta que llegue al rellano. ¿Por qué?. Pues porque no consigue morder los escalones con la encías. Patinan. Probadlo, probadlo, ya veréis como lo que digo es verdad. Pero volvamos al castillo, del cual por fortuna conseguimos salir con la dentadura intacta. Nos habíamos quedado subiendo y bajando escaleras. El recorrido por la parte superior, no aporta gran cosa, ya que las vistas que se tienen desde este castillo son las peores con diferencia. Por eso, gran parte del recorrido lo hicimos por el interior, recorriendo los numerosos pasillos que cruzan de torre a torre. Pequeñas salas, los vanos de las ventanas, habitaciones más grandes. Todo un mundo escondido detrás de los muros del castillo. Al subir por escaleras de caracol, y meternos por pasillos que rodeaban las torres perdíamos la orientación y sin darnos cuenta terminábamos en la torre de la que acabábamos de venir. Eso hizo que la visita se alargase más de lo previsto. Algo que por otro lado no supuso ningún problema. Lo que diferencia a este casillo del de Beaumeris es que junto a los pasillos y las pequeñas salas, también se conservan varias habitaciones de un tamaño más considerable. Esto le da más aspecto de castillo aún si cabe. Y la otra diferencia es que las torres son bastante más altas En el interior del castillo había un museo militar. Ni siquiera entramos, ya que no nos interesaba lo más mínimo. Eran las cuatro y media cuando salíamos por la puerta. Cruzamos la plaza, y paseamos por las calles de los alrededores. Era tarde para ir a ver otro monumento, pero pronto para volver al hotel. Una idea sin mucho sentido me cruzó por la cabeza. Una posibilidad remota, pero teníamos que intentarlo. Recorrimos a toda prisa los doce kilómetros que nos separaban de LLanberis y nos acercamos hasta la estación. Tal vez saliera un tren a ultima hora con destino al monte Snowdon. Sabíamos que era improbable, pero por probar no perdíamos nada. Nuestros temores se cumplieron, ya no había más trenes ese día. Es más, tampoco había billetes para el día siguiente. Estaban todos vendidos. Y casi me alegro. Cada billete cuesta 27 GBP. También se pueden reservar por internet, bajando el precio a 19 GBP si se reserva para el primer tren de la mañana, el que sale a las nueve. Ah, y el parking eran 6 GBP. Esos precios son prohibitivos. Por cierto, el último tramo de carretera que conduce a Llanberis es muy bonito, ofreciendo buenas vistas sobre un lago. Pocas cosas más podíamos hacer a esas horas. Lo único que se nos ocurrió fue atravesar el P.N. de Snowdonia. Para ello salimos en dirección a Porthmadog. Sabíamos que no teníamos tiempo de hacer ninguna caminata. Pero tal vez pudiésemos ver algo de esos afamados paisajes. Empezamos subiendo hasta que llegamos a una zona llena de coches, autocares y gente esperando. Y allí paramos. Ese era el punto de partida de varias de las rutas de senderismo que recorren el parque, de ahí que hubiese tanta gente. Las vistas hacia ambos lados eran muy bonitas. Totalmente diferentes a lo que habíamos visto hasta ese momento en Gales. Un terreno árido y pedregoso. El verde que hasta ese momento lo invadía todo, había sido sustituido por el marrón y el gris. Pero no por eso el paisaje dejaba de ser impresionante. A partir de ese punto la carretera continuaba en bajada. Paramos en otros dos miradores en los que disfrutamos de un sorprendente contraste. A un lado el terreno yermo que domina en Snowdonia. Al otro, al fondo del valle, un lago rodeado de prados verdes. Disfrutamos mucho recorriendo el Snowdonia, y aunque solo vimos una pequeña parte creo que fue un acierto pasar por allí. Las vistas que deben ofrecer los puntos elevados del parque tienen que quitar el hipo. Pero para hacer alguno de esos paseos, es necesario disponer de algo de tiempo. Y una forma física aceptable, ya que por lo que vi resultan algo exigentes, ya que todas presentan desniveles de cierta consideración. Finalizada la bajada, la carretera pasa junto a dos lagos. Quieras que no, una carretera junto al agua siempre tiene un encanto especial. Lo últimos kilómetros ya no resultaron tan interesantes. De nuevo estábamos en medio de la nada, sin saber que hacer ni hacia donde tirar. Echamos mano de los folletos que habíamos ido recogiendo a lo largo del día, y allí hallamos la solución, Portmeirion. Estaba a tan sólo cinco kilómetros de distancia. ¡A por él!. A las seis y veinte aparcábamos junto a la taquilla. Apareció un hombre mayor que parecía querer convencernos de que no entrásemos. No dejaba de repetir que todas las tiendas ya estaban cerradas y que en media hora tendríamos que irnos ya que cerraban a las siete. Mentira cochina. Tanto en el folleto que nos había empujado hasta allí, como en un letrero que estaba justo detrás del hombre, ponía que la hora de cierre eran las siete y media. No logró convencernos. Total tampoco teníamos nada mejor que hacer y ya que estábamos allí. Por lo menos el hombre se portó con la entrada. El precio normal es de 10 GBP por persona, importe que se reduce a la mitad creo que a partir de las tres de la tarde. A nosotros, como ya era muy tarde, solo nos hizo pagar 5 GBP, nos regaló una entrada. Por cierto, aquí el horario es el mismo todo el año, de 09:30 a 19:30. Eso si, las tiendas y los bares los cierran bastante antes. Portmeirion. Había leído que era un pueblo que había construido un millonario excéntrico mezclando construcciones de diferentes estilos. Y si, es algo así, un batiburillo de casas de colores en torno a una plaza ajardinada central. También hay un hotel, y se supone de detrás una playa. Desde mi punto de vista hay que tener mucha imaginación para ver una playa en ese montón de charcos dispersos en una hondonada de tierra. ¡Pero mucha, mucha, mucha imaginación! El que dijo que aquello era una playa no había estado nunca en Mallorca. Lo cual ya es bastante raro, porque los ingleses que no han estado en Mallorca se pueden contar con los dedos de una mano. Que no recuerden que han estado hay más, bastantes más. Alguno coge una melopea nada más llegar, y no la suelta en toda las vacaciones. Si le preguntas que es lo que más le ha gustado de Mallorca, te contestará ¿Maioooorca? (que bien imito el acento inglés). Ese no sabe ni donde ha estado. Otros si que guardan un grato recuerdo de su paso por mi querida isla. Esos sin dudarlo os contestarán, “lo que más me gustado de Mallorca; ……lo barata que es la cerveza”. El inglés lo dirá en su idioma, o sea en inglés, no os vayáis a pensar que la cerveza tiene la virtud de desarrollar el poliglotismo en aquellas personas que la beben en grandes cantidades. Pero yo os he traducido su respuesta para que la entiendan todos aquellos que en su curricullum ponen nivel medio de inglés. Centrémonos en Portmeirion. ¿Es feo?. No. ¿Es bonito?. Tampoco. ¿Entonces?. Es una frikada en toda regla. Pero una frikada, frikada, como se ven pocas. Un torre, una cúpula de iglesia, un buda. Casas de todos los colores, estatuas de estilo romano. Lo más parecido que he visto es Port Aventura pero sin atracciones. La diferencia es que Port Aventura no aspira a ser más que lo que es, un parque de atracciones, y en cambio Portmeririon aspira a ser un lugar con encanto. La verdad, no le encontramos el sentido a todo aquello. No entiendo que pretendían conseguir con tanto colorín. Dimos un par de vueltas, ya que como es más bien pequeño enseguida se ha visto todo. La segunda vuelta la dimos no porque nos hubiéramos quedado maravillados, sino porque no dábamos crédito a tamaña horterada, y queríamos cerciorarnos de que lo que habíamos visto era verdad. Y vaya que si lo era. Frikis, más que frikis, que no sois más que unos frikis. Lo más positivo de la visita es que a esas horas ya no quedaba casi nadie, así que pudimos ver el pueblo con tranquilidad, y no rodeados de una multitud. A las siete en punto, justo cuando el reloj marcaba la hora tocando una melodía, decidimos dar por terminada la visita. Ya podíamos dar por finalizado el día. Nos separaban casi cien kilómetros del hotel. Una hora y media según el GPS. Eso significaba que tocaba conducir por malas carreteras. Y así fue. Carreteras estrechas con innumerables curvas y continuos cambios de rasante. De esas que hacen que la conducción se haga muy pesada. Pero al mismo tiempo maravillosas por el entorno natural que recorren. Nos detuvimos en dos miradores, en los que disfrutamos en solitario de unas vistas increíbles. Momentos inolvidables que siempre quedarán asociados a la palabra Gales. Un paisaje duro, montañoso, muy parecido al que habíamos visto en Snowdonia. Inmenso, con las montañas al fondo perfilando el horizonte. Pero todo tiene un límite, y cuando el GPS nos metió por una carretera tan estrecha que no pasaban dos coches al mismo tiempo, el paisaje desapareció. Y no porque no estuviera allí. Bueno al menos eso creo. Pero si me dicen que era un decorado y que lo habían retirado, me lo creería, porque yo durante ese tramo no vi nada. Solo veía el estrecho tramo de asfalto del que tenía que intentar no salirme. Era como un video juego. Y todo el mundo sabe como acaban los videojuegos de conducción. Con el coche estrellado contra una pared. O lo que es peor, despeñado por un barranco. En la consola, basta apretar un motor y un enjambre de mecánicos te repara el coche en cuestión de segundos, en lo que tarda en cargarse una nueva partida. Pero dudo mucho que esos mecánicos estuvieran esperándonos detrás de una curva en previsión de un más que probable accidente. Y aunque estuvieran allí; que nada es descartable en este mundo; no creo que fuesen tan rápidos como los de la consola. Así que tocaba extremar precauciones y seguir el trazado de la carretera. Fueron solo quince kilómetros pero se me hicieron eternos. Menos mal que por allí no pasaba nadie. Al principio el paisaje era muy extraño, de color marrón y ocre. Muy árido. No parecía Gales. Poco a poco fue cambiando y al final el verde volvió a imponerse. Prados verdes moteados con puntitos blancos. Prados verdes llenos de ovejas de un blanco inmaculado. Finalmente acabamos saliendo a la misma carretera del día anterior. Un respiro al volante. El paisaje seguía siendo tan agradable como el día anterior. No había cambiado nada. Ni un árbol, ni una colina redondeada, ni una casa. Todo estaba en el mismo sitio. Aunque para hacer honor a la verdad, tengo que reconocer que las ovejas si que habían cambiado de lugar. Pero lo habían hecho con mucho sentido. Apenas se notaba el cambio y sobre todo se habían colocado de tal manera que el paisaje seguía siendo el mismo. Eso no podía ser casualidad, se notaba que esas ovejas sabían lo que hacían. Para cenar repetimos en el Crown Hotel, en Llangolan. Esta vez pedimos champiñones en salsa de ajo, pan de ajo, tres salchichas y gambas. Todo estuvo muy bueno. Esta vez nos cobraron 24 GBP. Llegamos al hotel a las once. Índice del Diario: 4 DIAS DE ABRIL DE 2014 POR EL NORTE DE GALES
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