CHESTER Y LIVERPOOL ✏️ Diarios de Viajes de Reino Unido

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Nos levantamos a la nueve. Hicimos la maleta lo más rápido que pudimos y salimos hacia Chester sin desayunar. 19 kilómetros que tardamos algo menos de 20 minutos en recorrer.
Llegados a este punto, tengo que reconocer que os he mentido. He presumido de haber pasado cuatro días en el norte de Gales, y no es verdad. Solo fueron tres, el cuarto lo pase en Inglaterra. ¡¡¡Nooooo!!!. ¿Por qué lo hiciste????. ¡¡¡¡Ahhhhhhh!!!!!. (gritos de pánico y desolación entre los lectores, al descubrir la verdad).
Nota para los moderadores: se agradecería la inclusión de efectos sonoros y visuales para poder enfatizar más los apuntes dramáticos de la historia.
Sí, este último día salimos de Gales temprano para no volver a pisarlo más. Se que mentir está muy feo, y que nunca tendría que haberos engañado de esta manera. Y aunque no sea una excusa, os diré que lo hice sin mala intención, lo hice por miedo al rechazo. No hubiera podido soportarlo. La penitencia la cargo en mi conciencia, ya que desde entonces no he vuelto a conciliar el sueño con regularidad. Me paso las noches en vela atormentado por los remordimientos. Solo espero que algún día podáis perdonarme.
En Chester dejamos el coche en un aparcamiento que nos salió carísimo, 4,60 GBP hasta 4 horas. Si hubiéramos estado menos de dos horas habíamos pagado 3,70 GBP.
Lo primero que encontramos fue el Ayuntamiento. Un edificio bastante grande con fachada gótica inglesa. Y justo al lado, la oficina de turismo. No tengo por costumbre usar sus servicios, pero como en este viaje la planificación había sido nefasta no me pareció mala idea evaluar sus servicios. Entramos a pedir un mapa, y salimos precisamente con eso, con un mapa. Más que suficiente para orientarnos y hacer una rápida visita de la ciudad. .



Armados con nuestro mapa, iniciamos una ruta peatonal por las calles remarcadas en amarillo. Básicamente lo que vendría a ser el centro. Bonito, bonito, bonito. Con edificios de fachadas entramadas por doquier. Todas diferentes, con pequeños detalles que las hacían especiales. Unas lisas sin adornos, simplemente los tablones cruzando la fachada. Otras con interesantes detalles grabados. Las había con balcones y cristaleras preciosistas. Y algunas incluso con esculturas. Una gozada para la vista.
Alimentar el alma y los sentidos está muy bien, pero nosotros primamos la alimentación del cuerpo. Lo sé, somos unos materialistas, pero cada uno es como es. Donde se ponga un buen desayuno, que se quiten cuatro fachadas entramadas. Para mi no hay color. Sobre todo cuando son casi las diez y media y todavía estoy en ayunas.
Nos metimos en el primer chiringuito que vimos abierto. Pedimos un cortado, un chocolate, un sándwich de queso y un muffin de chocolate. 6,70 GBP. Lo esperado, pero a un precio menor que en días anteriores.



Mientras desayunábamos empezó a llover. Una llovizna suave pero que podía estropearnos nuestro último día de viaje. Esperamos un rato con la ilusión de escampase. Pero no hubo suerte. Como tampoco eran plan de quedarse allí todo el día, salimos a la calle dispuestos a enfrentarnos a la lluvia. Enseguida tuvimos una iluminación, los Rows, esos pasillos elevados, serían nuestra salvación. Podríamos pasear sin mojarnos y al mismo tiempo veríamos la ciudad desde una perspectiva diferente. La verdad es que resulta agradable ver la ciudad a través de las balaustradas y los balcones. Resulta diferente. Además las balaustradas son diferentes entre sí, por lo que tiene su gracia ir mirando lo diferentes que son unas de otras.
La maldición de los genios es que no podemos hacer nada que pase inadvertido. Enseguida todo el mundo se hace eco de nuestra idea y todo el mundo acaba imitándola. Y eso fue lo que pasó, los Rows se llenaron de gente que huía de la lluvia. No pasa nada, no me importa que me imiten, me gusta compartir mis brillantes ideas con el resto de la humanidad. Pero un poquito de agradecimiento no hubiera estado de más. Me pareció muy feo por su parte que nadie se acercará para agradecernos haber compartido nuestra genial idea.
Cuando paró de llover volvimos a bajar a la calle. Una nueva idea genial, solo al alcance de unas mentes preclaras como las nuestras. Y de nuevo se corrió la voz. Siguiendo nuestros pases, los Rows empezaron a despoblarse trasladándose su población a la calle. Siempre pasa lo mismo, nada de lo que hacemos pasa inadvertido.
Y como verdaderos genios, también somos unos incomprendidos. Nadie sabe apreciar el alcance de nuestras ideas innovadoras. Todos nos dicen que de ideas geniales nada de nada. Que tenemos unas ideas de lo más vulgar, como la que podría tener cualquier hijo de vecino. Yo creo que en realidad no es más que la envidia que nos tienen. Envidia cochina.


Fuimos recorriendo todas las calles céntricas. Disfrutando de la bonitas fachadas que caracterizan la ciudad. Y si bien toda la zona empedrada resulta muy bonita, el punto culminante es The Cross, una esquina donde coinciden un buen número de fachadas, Mires hacía donde mires ves fachadas entramadas a cual más interesante.
Otro de los puntos famosos de la ciudad es el reloj que hay en la muralla sobre una de las antiguas puertas de acceso. Muy colorido, pero bueno, un reloj al fin y al cabo.
Siguiente punto de interés, la catedral. Esta vez si que podía llamársela catedral, ya que sus dimensiones si que estaban a la altura. De piedra roja, la típica catedral que se estila por estos lares, en estilo gótico inglés. Y el interior, también el típico. Tres naves, con un enorme altar, al que no pudimos acceder ya que estaban celebrando una misa, y una alta cúpula sobre el crucero. Y lo que no puede faltar nunca en toda catedral inglesa que se precie, unas cuantas tumbas con personajes famosos de la localidad.
Por su estructura y su estilo ornamental, no resultan catedrales excesivamente llamativas. Lo mejor es la sensación de altura que producen, de ligereza. Y en este caso concreto también se pueden sumar las vidrieras de colores. Las hay de todos los estilos, desde las clásicas cristaleras de santos, a las abstractas de estilo moderno. Muy bonitas.
Al salir de la catedral nos dimos cuenta de que estaba justo enfrente del Ayuntamiento. Por la mañana habíamos pasado por delante y no nos habíamos dado ni cuenta. Y no es porque no se vea.


Dimos otra vuelta disfrutando del pueblo y de sus bonitas fachadas. Y para acabar subimos a las antiguas murallas, de las que recorrimos un trozo. Aproximadamente una cuarta parte. Un paseo agradable que acabamos bajo el reloj, donde volvimos a frdcender a la calle. Una vuelta más por esas preciosas calles y al coche con destino a Liverpool. Nos gustó mucho Chester, y aunque oficialmente no pertenezca a Gales, creo que debe incluirse necesariamente en cualquier viaje que se realice por estas tierras.
El trayecto hasta Liverpool fue una pequeña agonía. Vigilando por el rabillo del ojo la gasolina que nos quedaba. Eso de tener que devolver el depósito vacío me parece un mal sistema. Está claro que la empresa de alquiler siempre gana, pero para el cliente es una penuria. O devuelves el coche con más gasolina de la que tenía cuando te lo dieron o te arriesgas a quedarte tirado. Yo con tal de no darles el gustazo a los del rent a car me hubiera arriesgado. Prefiero quedarme tirado antes que regalarles una libra de gasolina a los del rent a car. Peor mi mujer es una agonías, y si nos quedamos tirados me hubiera mortificado por el resto mis días. Demasiado castigo. No me quedó más remedio que parar en una gasolinera y poner 3 GBP. Calculé mal, hubieran bastado 2 GBP para que el depósito subiera lo suficiente como para contentar a mi mujer. Mala suerte, la próxima vez afinaré más.
De Chester a Liverpool son 44 kilómetros, todos por autovía. En total unos 45 minutos hasta nuestro primer destino en esa ciudad, la catedral anglicana. Como de costumbre en vez de llevarnos a la parte delantera, el GPS nos condujo a la parte trasera. Eso nos libró de pagar el aparcamiento, ya que encontramos un hueco en una calle aledaña. No teníamos muy claro si allí se podía aparcar o no, pero decidimos arriesgarnos.



En cuanto a la catedral, parecía una copia de la catedral de Chester, pero más grande.
Enorme, de piedra roja. Un tanto fría tanto el exterior como el interior. Y con la misma sensación de elevación, potenciada por la enorme cúpula del crucero. De todas formas, el interior resulta más agradable que el exterior debido al colorido de las vidrieras. Para completar la visita se puede subir a la torre, desde la que dicen se tienen buenas vistas de la ciudad. Nosotros no subimos, no somos muy amigos de las escaleras. A diferencia de la entrada a la catedral que es gratuita, el acceso a la torre es de pago. No me fije en el precio.
Lo más interesante de la catedral es la Lady Chapel. Una preciosa capilla a la que se accede bajando por una pequeña escalera. La decoración es muy bonita, con un pasillo en la parte superior, y unas vidrieras preciosas. Resulta muy curiosa.
Cuando nos disponíamos a abandonar la catedral un coro se puso a cantar. No lo hacían nada mal la verdad. De haber tenido algo más de tiempo nos habríamos quedado a escucharlos un rato, pero no pudo ser.


Al salir vimos la torre de una iglesia no muy lejos. Una torre de color ocre. Pensando que era la nueva catedral nos dirigimos hacia allí. De camino pasamos por delante del arco de entrada a Chinatown. No es más que eso, un arco con decoración china. El mismo que hay en todas las Chinatowns del mundo. Y el barrio chino, pues una calle llena de restaurantes chinos con sus correspondientes letreros con letras chinas. Y ya está. No le veo la gracia a estos sitios. Yodos los barrios chinos del mundo mundial son iguales,
Ya está el listo de turno, con eso de que el mundo mundial es una reiteración, que no es correcto…… ¡No es correcto! ¡No es correcto! ¡No es correcto!. Vete a tomar por …..
Vamos a ver, si podemos decir, una avispa avispada, el plan planteado, el color colorado, un hombre alto y altivo, y un hombre ruin arruinado; porque no podemos decir mundo mundial. Ya está el listo otra vez, “no es lo mismo, no es lo mismo”. Vete por ahí. Que se creen esos académicos de la lengua, que porque han ganado unos cuantos premios y reconocimientos literarios, y porque ocupen un sillón en la RAE saben más que los demás. ¡Y un cuerno!. A mi gusta como suena mundo mundial. Y como esto lo escribo yo, pues lo pongo y punto.


Antes de llegar a nuestro destino descubrimos una pizzeria camuflada entre los restaurantes chinos. Tribeca se llamaba. Y allí paramos a comer. Pedimos dos pizzas y una jarra de agua. Las pizzas estaban buenísimas. 15,80 GBP.
Unos metros más adelante estaba esa iglesia ocre que nos había llevado hasta allí. Estaba claro que no era la nueva catedral. En realidad era St. Lukel’s Church, una iglesia en tonos ocres, que se encuentra en ruinas. O para ser más exactos, que no tiene techo. No accedimos al interior. Ya habíamos tenido suficiente ración de ruinas en este viaje.
Volvimos a la catedral anglicana y le preguntamos a un guarda de seguridad como podíamos ir a la catedral nueva. Nos señaló una cúpula extraña que a duras penas se distinguía entre los tejados. Parecía que estaba cerca. La cúpula no tardó en desaparecer de nuestra vista oculta tras los edificios. Nos desorientamos y como no podíamos ver la cúpula no sabíamos si íbamos por el buen camino. Eso nos obligó a preguntar dos veces más. ¡Qué triste!, para recorrer menos de un kilómetro casi en línea recta tuvimos que solicitar la ayuda de tres personas distintas. ¡Qué inútiles somos!.


Cuando llegamos a la catedral, no nos quedó duda de que está vez si que habíamos acertado. Concretaré un poco más, habíamos acertado el camino para llegar a destino, pero no con la elección. Vaya cosa fea, fea, fea. Pero fea con avaricia. Un mamotreto enorme con una forma de …., de ….. con una forma extraña. Redondeada, con una cúpula central. Si no fuera por las tres grandes cruces grabadas que hay en la entrada uno no sabría si aquello es una iglesia o un teatro.
Al acceder al interior nos informaron de que en ese momento se estaba celebrando una misa, por lo que no podíamos caminar libremente por el interior, que si queríamos entrar, deberíamos sentarnos en un banco mientras durase la celebración. No nos pareció mal la medida, no soy practicante ni nada parecido, pero lo mínimo es respetar las creencias de los demás.
Nos sentamos en un banco, pero aquello se alargaba demasiado y decidimos irnos antes de que acabase. Además la misa era horrible. Con un órgano tocaban una música de película de miedo. Y las voces no eran mucho mejores. ¡Que horror! Una de esas composiciones modernas estridentes, que perfectamente podrían ser utilizadas como instrumento de tortura en Guantánamo. Creo que esa música tuvo mucho que ver en que abandonáramos aquel lugar precipitadamente. Es que no os podéis imaginar lo insoportable que resultaban aquellos sonidos inconexos.


La curiosidad de esta catedral radica en que es redonda, con el altar en medio y los bancos formando círculos a su alrededor. Apoyándose en la pared exterior, unas capillas del mismo estilo que la catedral. En el fondo no es más que una iglesia moderna, pero a lo bestia y con forma redonda. No puede compararse con las catedrales tradicionales. No tiene su encanto, ni por asomo. No sé por qué, pero este tipo de iglesias resultan muy frías y poco acogedoras. Y esa música tan horrible que estaban tocando tampoco ayudaba mucho.
Las malas lenguas dicen que el arquitecto que diseñó la catedral, al ver lo que había hecho, huyó del país. Por lo visto se refugió en un lugar remoto sin nadie haya oído hablar nunca más de él. Antes intentó limpiar su alma, porque lo que había hecho no era una catedral, aquello era un pecado. Pero no un pecadillo venial de esos que se arreglan con tres avemarías y un padrenuestro. No, un pecado de los gordos; un pecado mortal de necesidad. Cuando intentó confesarse, el cura que le atendió se negó a concederle el perdón, tal era la magnitud del pecado cometido. Finalmente, obligado por su ministerio, acabó por concederle el perdón. Pero le impuso tal penitencia que aunque rezase sin descanso todos los días de su existencia, no tendría tiempo material de cumplir la penitencia. Ahora ese hombre vaga por el mundo, sabiendo que no tiene salvación, y que su futuro es arder por toda la eternidad en los fuegos fatuos del infierno. ¡Que historia tan triste!.


Volvimos al coche y nos dirigimos a Albert Dock. Aparcamos frente al museo de los Beetles. Aunque había parquímetros una limpiadora nos dijo que no hacía falta pagar. ¿Por qué?. Ni idea. Lo importante es que no hacía falta pagar. Nos acercamos a la entrada del museo, 13 GBP la entrada normal, y 16 GBP si también si se incluye una exposición de los Beetles y Elvis. No entramos ni a una ni a la otra. No es un grupo que nos entusiasme, y nos pareció caro por ver algo que no nos interesaba demasiado.
El Albert Dock es un muelle interior sin mucha gracia. Como el resto de la ciudad. Y es que Liverpool nos pareció una ciudad gris, sin encanto y con muy poco que ofrecer.
Por ver algo entramos en el Museo Marítimo. Y porque era gratis. Vimos de pasada la exposición del Titanic y del Lusitania. Lo mejor, las dos maquetas gigantes de esos dos barcos. Pero el museo en sí no nos pareció demasiado interesante. Al Museo de la Esclavitud que está en la tercera planta del mismo edificio no entramos, ya que cerraban a las cinco y no nos dio tiempo.


Seguimos paseando por el Waterfront. Pasamos junto a las tres Gracias. Tres edificios que destacan un poco por encima del resto. Pero tampoco es que sean lo más de lo más.
De ahí a Matthew St. Pasamos por delante de The Cavern Club, el mítico pub donde tocaban los Beetles. A esas horas ya había que pagar por entrar por lo que pasamos de largo. La calle nos pareció una locura. Debían ser algo más de las cinco de la tarde, pero ya estaba llena de gente vestida de noche y con un ambientazo tremendo. Todos los bares estaban llenos, e incluso en algunos tocaban música en directo que se podía oír desde la calle. Si a las cinco y media de la tarde está así, no quiero ni imaginármela por la noche. Aquello debe convertirse en un antro de vicio y perdición. Me gusta destacar las curiosidades. Aquí lo que me pareció más curioso es que el suelo fuera pegajoso. Al caminar los zapatos se quedaban pegados al suelo, ¿por qué será?.


Al pasar por delante del número 8 nos llevamos una sorpresa. Un panel explicaba que aquella era la entrada original a The Cavern Club. Que tuvieron que cerrarlo en los años 70 al construirse el metro de la ciudad, y que a principios de los 80 cuando quisieron reabrirlo se dieron cuenta de que no aguantaría el peso del edificio que se había construido encima. Por eso decidieron trasladar su interior a otro local en la misma calle y reconstruirlo lo más fiel posible al original. O sea que el celebérrimo The Cavern Club que todo el mundo visita y adora como el templo de los Beetles, no es tal, sino una simple replica. Menos mal que no pagamos por entrar. Mientras leíamos el panel, se nos acercó un tipo, con pinta de llevar alguna copa de más, y al venos tan interesados en el tema, se puso a explicarnos lo mismo que decía el panel. Se despidió de nosotros chocando los puños, orgulloso de haber aleccionado a dos guiris que nunca olvidarían la lección magistral que les dio. Y la verdad es que difícilmente la olvidaremos, no por lo que nos dijo, que lo entendimos más bien poco, sino por lo surrealista de la situación. Con esto dimos por finalizado el programa oficial de vistitas. De vuelta al coche, paramos en un Costa Café en el Albert Dock con la intención de gastarnos nuestras últimas libras. Pedimos dos muffins, un cappuchino y un chocolate. 6,70 GBP.
A las seis dejábamos atrás Liverpool. Devolvimos el coche en el mismo lugar donde lo habíamos recogido y de ahí al aeropuerto en el que nos dejaron a eso de las seis y media.
El vuelo de Ryanair (FR9593) salió en esta ocasión con 45 minutos de retraso, a las 20:50. Llegamos a Palma a 00:20.

Y colorín colorado este viaje se ha acabado.

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