Blogs / Diarios 
Nos levantamos a las nueve. Siguiendo con nuestra rutina fuimos a desayunar al Costa Café. Pedimos lo mismo que el día anterior. Y curiosamente nos cobraron lo mismo. Y no me vengáis con que eso es lo normal. Qué debería serlo, si; pero no lo es. Para nada. Donde yo desayuno cada mañana, los precios varían de un día para otro. Por lo que hoy me han cobrado 2 euros mañana me pueden pedir 2,20, y pasado mañana 1,80. Digo yo que debe ser culpa de la dichosa inflación, porque el que cobra siempre es el mismo. ¡Ah!, y me consta que ese bar no es la excepción, sino la regla general en nuestro país. ¿O no?.
A las 10:00 salíamos hacia Erddig, a tan solo seis kilómetros de distancia. Nos quedamos de piedra cuando al llegar descubrimos que no abrían hasta las once. Eso significaba esperar casi cincuenta minutos. Una eternidad. No podíamos perder el tiempo de esa manera, así que de nuevo al coche y dirección Valle Crucis Abbey. Una abadía en ruinas que se encuentra pasada la población de Llangollen, a unos treinta kilómetros de Wresham. En este caso el horario es un poco diferente, de 10:00 a 17:00 de abril a octubre y de 10:00 a 16:00 el resto del año. El precio 3,50 GBP por persona. Esta vez no tuvimos que pagar por aparcar.
No es más que una pequeña abadía en ruinas. Queda poca cosa. Varias estancias techadas en el piso superior, entre ellas el dormitorio común. Y en el inferior, la sala capitular y dos habitaciones más. Del claustro no queda nada, y de la iglesia tan solo las dos paredes del fondo. Todo sobre un manto de césped recién cortado., lo que le da un aire decadente del lugar Tiene su encanto, pero no es gran cosa.
Lo más curioso es que a pesar de tener un camping justo al lado, una vez dentro de la abadía no se oye nada ni se ve a nadie. Se respira tranquilidad. Durante la media hora que estuvimos allí dentro, solo entró otra pareja de turistas. Eso fue lo mejor de la visitar, el poder ver las ruinas vacías, sin nadie más que nosotros.
Seguimos por la misma carretera hasta llegar al Horseshoe Pass. Nos pasamos toda la subida buscando un lugar donde parar para poder disfrutar de las vistas. Pero no hubo manera de encontrar un hueco hasta que llegamos a la cima. La subida mereció la pena, las vistas desde allí arriba eran preciosas. Pero hacía un frío tremendo. Un viento helado que quemaba la garganta y que no nos dejó disfrutar plenamente del lugar. Continuamos un poco más, pero una vez pasado el Horseshoe Pass, las vistas ya no eran tan buenas, así que no tardamos en dar media vuelta e iniciar de nuevo el descenso.
Volvimos a Erddigg, y de nuevo sorpresa. Estaba hasta la bandera. No es que el parking estuviera lleno, es que todos los alrededores estaban llenos de coches. Tuvimos que dar varias vueltas antes de encontrar un hueco. Aquel aparcamiento daba miedo, tantos coches no podían significar otra cosa que mucha gente. De digo mucha gente, muchísima gente.
El horario es un tanto peculiar. De marzo a octubre os jardines abren a las 11:00 y cierran a las 17:00. Las visitas a la casa empiezan a las 12:30 y finalizan a las 16:30. El resto del año el jardín se puede visitar de 11:00 a 16:00, y la casa de 11:30 a 15:30. La entrada conjunta para el jardín y la casa cuesta 10,30 GBP por persona.
Este fue el único sitio donde tuvimos que hacer cola para comprar las entradas. No creo que sea lo normal. Supongo que el hecho de que fuera la fiesta de Pascua tuvo mucho que ver con ello. Y sobre todo que ese día hubieran organizado actividades para niños. Les daban un mapa con un recorrido marcado y ellos tenían que ir descubriendo unos sombreros de colores con huevos de pascua. Al finalizar el recorrido, como premio, les daban un huevo de chocolate.
Al ver tantos niños sueltos nos pusimos a temblar. Ya me lo estaba imaginando, niños por todas partes, corriendo, gritando, trepando a los árboles, revolcándose en el suelo, cruzándose por delante, chocando con nuestras piernas, subiéndosenos a la chepa. El caos absoluto versión infantil. Pues no. Todo lo contrario. Niños modositos y educados. Sin gritos, sin carreras alocadas. Todos caminaban tranquilamente junto a sus padres, sin descontrolarse. Y cuando encontraban un sombrero con los huevos, pequeños grititos de alegría y saltitos contenidos. Y es que en educación y saber estar esta gente nos dan mil vueltas.
Y esa educación se nota cuando se hacen mayores. Me cansé de oír, Sorry y Excuse me. Lo repiten continuamente. Si te rozan al cruzarse contigo. Sorry. Si pasan demasiado cerca. Excuse me. Justo como aquí, donde si te rozas con alguien al cruzarte con él, mejor que no te diga nada, porque si lo hace será para decirte que va a partirte la cara.
O al llegar a una puerta. Todo el mundo se para y cede el paso; aunque haya llegado antes tú. Y por si acaso te sueltan un Excuse me. Pero por qué pides perdón alma de cántaro, si soy yo quien debería darte las gracias por dejarme pasar. En España si vemos que alguien se dirige a la misma puerta que nosotros aceleramos el paso para pasar antes que él. Y si es necesario correr, pues se corre. Al Usain Bolt ese me gustaría ver a mí compitiendo con un español por ver quien llega primero a un portal. Y al llegar a la entrada, si es necesario sacamos los codos para cerrar el paso a todo el que se aproxime. Cualquier argucia es valida con tal de pasar primero. Luego si es necesario, nos paramos nada más atravesar la puerta, nos agachamos y nos atamos un zapato, nos atusamos el pelo, sacamos la cartera y rebuscamos una moneda que no aparece. Cualquier cosa con tal de que el perdedor, pague por su derrota. Porque lo importante no es haber llegado los primeros, sino que los demás lo sepan. Y para eso, que mejor que hacerlos esperar. Pero volvamos a Erddig, que me distraigo con una mosca. Para entrar en la casa tuvimos que pedir hora. Nos dieron a las dos. Faltaban más de dos horas. Tocaba empezar por los jardines. No son muy grandes, pero no por ello dejan de ser agradables. Se trata de una gran explanada de césped con un estanque alargado en medio. A los lados unas hileras de árboles muy curiosos. Los habían podado de manera que parecían planos. Al sembrarlos en hileras, habían juntado las ramas, dando la sensación de ser un tendido eléctrico. Pero lo que más me sorprendió fue que muchas de las ramas iban de un árbol a otro sin que se apreciase la separación entre ellas. Otos estaban sembrados junto a las paredes laterales a las que se pegaban como si fueran enredaderas. Una cosa rarísima. Frente a la casa hay una zona con flores de varios colores. Bonita, pero después de ver Bodnant Gardens, cualquier jardín me parecería pequeño.
Después de pasear por el jardín rodeamos la casa para ver la que en otro tiempo debía ser la entrada principal. Una fachada cubierta de hiedra. Pero lo mejor eran las vistas, que desde esa zona eran muy bonitas. A continuación pasamos por las estancias accesorias. Establos con caballos percherones, garajes con coches antiguos, motos y bicis viejas. Algunos carros. Alguna que otra dependencia más. Y un poco apartados, dos invernaderos. Nada muy interesante, pero de alguna manera teníamos que pasar el rato.
La una, el tiempo no corre cuando esperas. Fuimos a comer al restaurante que hay allí mismo. Por lo menos nos iríamos con un trabajo hecho. Pedimos un sándwich de queso, un bocadillo de pollo, un puding y un agua. 11,50 GBP. Para matar el hambre y poco más.
Dimos otra vuelta por el jardín y nos fuimos hacia la casa. Faltaban unos 20 minutos para que dieran las dos, pero tal vez hubiera suerte y nos dejaran entrar antes. Y sí, la hubo, entramos sin problemas Si lo llegamos a saber vamos antes.
Los jardines están bien, pero lo realmente interesante en Erddig es la mansión. Se trata de un caserón amueblado con todo lujo. Durante la visita se recorren varias plantas, pasando por dormitorios, comedores, salones, despachos, y todo tipo de estancias. Para acabar en la planta sótano donde se pasa por la cocina, el salón del servicio, la lavandería, y el horno. Todo está muy bien amueblado y decorado, como si todavía vivieran en la casa. Una visita muy agradable. Creo que merece la pena.
Si perder ni un minuto salimos hacia Powis Castle. 49 kilómetros que recorrimos en 45 minutos. Junto a la entrada hay una amplia zona de aparcamiento, que de nuevo volvía a estar llenísima. Y gratis. Mucha suerte estábamos teniendo ese día con los aparcamientos.
La entrada conjunta para los jardines y el castillo cuesta 11,80 GBP. El horario de los jardines de 10:00 a 18:00 en los meses de abril a septiembre, y de 10:00 a 16:00 el resto del año. El horario del castillo es de 12:30 a 17:00 de abril a septiembre y de 12:30 a 16:00 el resto del año. Empezamos la visita por el castillo, ya que si bien está abierto hasta las cinco, la última entrada es a las cuatro y media. Eran las tres y media, así que nos sobraba tiempo, pero tampoco era necesario apurar.
El castillo es de piedra roja. Diferente a los que habíamos visitado hasta ese momento. Y tan diferente. No se trata de unas ruinas, sino de un castillo perfectamente conservado.
Nada más acceder al patio de entrada ya se ve la diferencia. ¡Esto es otra cosa!.
Como curiosidad, tienen pavos reales sueltos por los jardines. Uno se había apoderado de la puerta de entrada al interior del castillo. Se estaba pavoneando (nunca mejor dicho) con la cola extendida. Son preciosos estos animales cuando despliegan la cola. Todo el mundo se agolpaba frente a él. Era la atracción de la tarde, mucho más que el propio castillo. Hasta que una niña intentó tocarle la cola, y la replegó. Se acabó la fiesta. Y todos para adentro. Menos el pavo, que se quedó en el patio. Me pareció bien que no lo dejasen entrar. Estaba claro que no tenía entrada, y tratos de favor, no. Aunque sea vecino, si quiere entrar que pague como todo quisqui.
La visita consiste en ir recorriendo el castillo siguiendo un itinerario previamente marcado. Varios dormitorios, el comedor, el salón de juego, el gran corredor con bustos de emperadores romanos, una biblioteca a la que se accede por la puerta secreta, el despacho. Vamos, lo típico en estos casos. Lo novedoso es que todo estuviera impecable. Para acabar se baja al sótano, donde se visitan la cocina, y un par de salas más. Siendo lo mismo que habíamos visto en Erddig, resulta mucho más llamativo. Todavía hay clases y Erddig no deja de ser una casa señorial, mientras que Powis Castle era una residencia real.
A continuación pasamos a los jardines. Están en la ladera de una colina, a los pies del castillo que se encuentra en la cima. Desde arriba, se obtiene una perspectiva buenísima del conjunto. Con la ladera llena de plantas y flores, la explanada de césped en la parte inferior, y una pequeña zona boscosa un poco más allá. Fuimos bajando poco a poco disfrutando de las vistas y de las plantas que tenían sembradas en las diferentes terrazas. Además pudimos contemplar el castillo desde una perspectiva diferente. Como en todos los jardines que visitamos, abundaban las flores de diferentes colores. Pero en este caso lo más llamativo fueron unos enormes arbustos muy tupidos de forma redondeada. Unas plantas extrañas y muy llamativas.
Una vez abajo paseamos por la explanada de césped y por los corredores de setos. Todo inmaculado, como si acabará de pasar una legión de jardineros. Desde allí las vistas del castillo son inmejorables. Encaramado en la cima de la colina, con las flores dando el tono de color a sus pies. Para acabar la visita dimos una vuelta por la zona más boscosa, con unos inmensos árboles a través de los cuales se podía entrever el castillo. Esta zona acaba junto a un estanque desde el que sale de camino que conduce a la salida.
Es una visita muy agradable. De lo mejor que vimos en Gales, tanto el castillo como los jardines. No os perdáis ninguna de las dos cosas.
Cumplido el programa del día volvimos hacia Llangollen. Pero antes de llegar, al ver el desvío a Trevor, pegué un volantazo. No teníamos nada mejor que hacer, así que podíamos intentar localizar el famoso acueducto que cruza el río en esa localidad. Tuvimos suerte, ese camino pasaba justo por al lado del acueducto. Pudimos verlo de cerca. Pero no nos bastó, paramos en un aparcamiento que había al lado y nos acercamos a la zona donde estaban las barcas. Por cierto el aparcamiento era de pago, pero al ser ya tarde nos salvamos.
De haber estado las barcas para turistas en funcionamiento nos habríamos dado una vuelta en una de ellas. Pero a esas horas estaban todas amarradas. Si que vimos alguna barca cruzando el acueducto. Pero eran barcas particulares. Bastaba mirar el interior, en lugar de bancos para que se sienten los turistas durante el recorrido, tenían una cocina, un comedor y el dormitorio. Muy apañado todo. Algo así como una casa flotante.
El acueducto no es más que un puente grande que cruza el río. En la parte superior tiene un canal por el que circulan barcas. En realidad no es más que un tramo de una red de canales mucho más extensa que recorre toda la zona.
Cruzamos el acueducto, lo que nos permitió disfrutar de unas maravillosas vistas, hacia ambos lados. El camino continúa paralelo al canal, pero las vistas ya no son lo mismo. A pesar de ello seguimos caminando un rato más, pero no tardamos en dar media vuelta y volver al coche ya que aquella zona no resultaba interesante.
Las vistas desde el acueducto son muy buenas. Pero eso es todo, porque lo del acueducto en si no deja de ser una chorrada, un puente grande y punto. Seguro que los habéis visto más grandes, más bonitos, más antiguos, más altos, y más de todo.
Todavía quedaba tiempo para algo más. Nos decantamos por el Dinas Bran Castle. Por suerte este castillo también aparecía entre los puntos de interés del GPS. Para llegar hay que tomar un desvío antes de llegar a Llangollen, la Panoramic Route. El castillo no está señalizado, por lo que tengo que reconocerlo, sin GPS no lo hubiéramos encontrado nunca. Nos metimos en una carretera muy estrecha. De esas por las que solo pasa un coche, y en las que te pasas todo el camino rezando para que no venga nadie de frente Resulta incomodísimo conducir por esos caminos tan estrechos, ya que a la que te descuidas un segundo ya estás con una rueda fuera del asfalto.
“Ha llegado a su destino”. Essssssttttttooooo. Y el castillo, ¿dónde está?. Salimos del coche y lo localizamos en lo alto de una montaña. Se veía un caminito que subía por la ladera. El coche por allí no subía. Eso estaba claro. La única alternativa posible era subir andando. Mi mujer se miró el camino de arriba abajo; suspiró, y con ojos de cordero degollado me dijo “creo que yo no voy a subir”. La entendía. Solo de mirar la subida casi me salieron agujetas. La pendiente era de órdago. De esas que antes de atacarlas no sabes si llevarte un piolet y una cordada. Así que deje aparcados al coche y a mi mujer a un lado del camino y me dispuse a conquistar el castillo.
Por una portezuela entré en un prado custodiado por un rebaño de fieras salvajes. Los guardianes del castillo. Un enorme rebaño de ovejas asesinas, con los ojos inyectados en sangre. Se lanzaron a por mí con aviesas intenciones. Presentar oposición era inútil, eran demasiadas para mí. Solo me quedaba una opción, huir. Corrí ladera arriba luchando por salvar mi vida. Esquivando ovejas y corderos que surgían de las nada por todas partes como por arte de magia. Poco a poco fui dejándolas atrás, y sus balidos amenazantes fueron perdiendo fuerza. A media subida se dieron por derrotadas y abandonaron su caza. Eufórico por mi victoria me giré hacia ellas y les grité, “nunca podréis alcanzarme, futura carne de kebab”. Estaba a salvo. Al menos de momento. Al bajar tendría que volver a enfrentarme con ellas. Pero eso ya será otra historia.
Lo de la ovejas no lo toméis al pie de la letra, he exagerado un poquillo. Una pequeña licencia novelesca que me he permitido. En realidad las ovejas no eran tan numerosas. Bueno siiii, mi vida nunca llegó a estar nunca en peligro. Vale, es verdad, nadie ha oído hablar nunca de ovejas asesinas. Pero vosotros no estabais allí, así que no sabéis lo que realmente ocurrió. Además todo tiene una primera vez, ¿así que por qué no podría ser este el primer ataque de un rebaño de ovejas asesinas?
Subí deprisa, muy deprisa. Casi corriendo. Y digo casi, porque con esa pendiente tan pronunciada era imposible correr. Por lo menos no fue muy larga. No tardé mucho en llegar arriba. Sudando como un loco. ¡Vaya paliza!.
Pero al llegar arriba se me pasó el cansancio de golpe. Menudo lugar. Del castillo apenas queda nada, está totalmente en ruinas. Todo sobre un precioso manto verde de hierba. Tan solo se conservan algunos fragmentos de las paredes y parte del foso que lo rodeaba. El silencio y la soledad del lugar, hicieron que el momento fuera mágico. Esa combinación de piedras y hierba con unas vista espectaculares, hizo que el Dinas Bran Castle sea uno de los lugares de los que más grato recuerdo guardo.
Porque reconozcámoslo, como castillo no vale un pepino: pero las vistas quitan el hipo. De las mejores que vi en este viaje. Unas vistas panorámicas de 360º. No me contenté con dar una sola vuelta al contorno del castillo. Tuve que dar una segunda vuelta para saborear mejor el momento y el lugar. Mereció mucho la pena el esfuerzo de subir hasta allí arriba. Este es uno de los lugares que recomiendo encarecidamente a todo el mundo.
Cuando llegué a la cima, había cuatro personas más allí arriba. Pero no tardaron en irse, y me quedé solo. Que más se puede pedir. El silencio resultaba sobrecogedor
Bajar si que lo hice corriendo. Cogí por sorpresa a las ovejas asesinas, que ante mi repentino ataque no supieron reaccionar. Cuando quisieron darse cuenta yo ya había salido del prado por la portezuela. Me lanzaron una fiera mirada al tiempo que me amenazaban con sus terroríficos balidos. Pero yo ya estaba a salvo.
Aun quedaba lo peor, el último tramo de la Panoramic Route. Igual de estrecha que el tramo anterior. Igual de estresante al volante. Aprovecho estas líneas para dar las gracias a los galeses por la deferencia que tuvieron con nosotros de no circular en dirección contraria a la nuestra. Si es que ya lo dicho, son gente educada y con tal de no molestar con capaces de cualquier cosa.
Como no hay mal que cien años dure, llegó el final de la carretera. Y de ahí a Llangollen, un suspiro. Dejamos el coche en un aparcamiento, de pago hasta las seis, y gratis a partir de esa hora. Aprovechamos para dar un paseíto por el centro del pueblo. No es gran cosa, pero ya que estábamos allí. Lo mejor la zona del río.
Cenamos en una pizzería no muy lejos del río. Pedimos una pizza de frutos del mar, un pan de ajo, cordero al horno con verduras, y dos batidos de chocolate. Una cena excelente por.25,70 GBP.
A las diez y media estábamos de vuelta en el hotel.
Etapa anterior
Últimos comentarios al diario: 
Tema: 
Ir a tema del foro
