Después de dormir bastante bien, y una buena ducha con una cortina de agua inmensa que cae desde su gran alcachofa, nos avisan a las 6,40 de la mañana de que el taxi nos está esperando en la puerta (Inkandina ya nos avisó ayer -y está escrito en los vouchers que nos entregaron- de la hora que llegaría el taxi). Durante este viaje nos estaremos levantando la mayor parte de los días a las 4 ó 5 de la mañana. Nos va a llevar a la estación de autobuses de Cruz del Sur, para que cojamos el que sale a las 7,30 de la mañana hacia Paracas-Ica.
Las calles están mojadas, como si hubiese llovido; nos dicen que es la gran humedad del ambiente, que cae por las noches.
Regresaremos a este hotel la última noche antes de que volvamos a Madrid.
Nos dieron una caja de poliexpan en la que está nuestro desayuno, ya que aún no era hora de desayunar en el hotel. Tiene un zumo, un bollito relleno de mermelada y galletitas saladas (todo sintético). Una vez en la estación, entregadas las maletas, subimos a su cafetería y pedimos un café con leche que estaba estupendo, 9 soles dos cafés.
Nuestro autobús es de la serie cruzero, con asientos VIP, unos asientos increíblemente anchos y mullidos de piel sintética, que al estirarse se hacen casi cama. Están situados en el primer piso, que es una zona independiente y cerrada, según subes al bus. Son solo 9 asientos, 6 en filas de 2, y 3 de 1, con un baño para ellos. El resto son asientos normales y está en el piso de arriba, al que se accede por una escalera. El conductor va en una zona cerrada y según su publicidad, son dos conductores. Llevamos los asientos 6 y 7.
El mozo del bus (que ya explicó a la salida que la manta, la almohada, e incluso la revista estaba prohibido llevárselas -si desaparecían, como tenían los datos de los billetes, se le cargaría su importe a quién ocupase ese asiento- y que las recogerían un rato antes de la llegada), al hablar por megafonía lo hacía con una voz estudiada y pausada, arrastrando las últimas sílabas, y parecía que estaba ofreciendo servicios sexuales más que una explicación de como se coloca para atrás el asiento, o de cómo pedirle ayuda para cualquier cosa. Nos reímos un montón cada vez que contó algo.
Al poco de salir, pasamos por algún barrio de los extrarradios de Lima.
A las 3 horas nos dieron un sándwich de pan integral, de jamón y queso, una mandarina y una manzanilla, o lo que quisieras beber, teniendo en cuenta que fuera del café o infusiones el resto de bebidas son de pago.
El viaje fue inmejorable, cómodos y superanchos. Íbamos por la Panamericana Sur, la renombrada carretera en libros y películas, que recorre América de Norte a Sur.
En Perú, La Panamericana recorre toda la costa y es totalmente asfaltada. Desde Lima nos pareció una carretera vulgar, de dos sentidos, y con alguna parada de pago de peaje. Va paralela al mar y, a veces, muy cercana a él. Pero el paisaje sí fue impresionante por lo desértico, con alguna pequeña aldea desperdigada y muy pocos pueblos.
Seguimos el camino bordeado por desierto a ambos lados, con pueblos que parecen asentamientos de refugiados, y el Pacífico que vemos de vez en cuándo. Todo es árido y seco, con polvo en el ambiente y un nublado terroso que fue abriendo al final de viaje. No existe ninguna parada en la ruta que llevamos, pero si la hubiese no apetecería de ninguna manera bajar. Pasamos por un pueblo en el Km. 199 de la Panamericana (creo que Chincha), el único un poco más grande, que era un espanto. Parecía una zona destruida por un bombardeo de lo a medio hacer que estaba todo, con unas polvorientas calles sin asfaltar, llenas de coches en un atasco y un tráfico tipo Lima que no esperaba encontrar en un sitio así. Cientos de motocarros de colores chillones, que eran taxis, salían de cualquier parte.
A las 11 llegamos a Paracas, en dónde en una increíble estación de autobuses hecha con cañas y ramas se bajaron los viajeros que iban a esta ciudad. En un momento seguimos hacia Ica a dónde llegamos a las 12 de la mañana. Y allí no nos esperaba nadie. Nos ayudaron a llevar las maletas hasta la sala de espera de una también mínima estación, y allí un amable señor llamó con su móvil a nuestro hotel y a Inkandina en Lima para preguntarles quién tenía que venir a recogernos. Poco después llegó el conductor que venía a por nosotros diciendo que llegaba tarde por los atascos. Sería el primero de varios problemas de organización de esta agencia de Paracas, que sería la que peor funcionó de todo el recorrido. y afortunadamente, la única mala.
El Oasis de Huacachina se encuentra a 5 km. del centro de Ica, y llegamos enseguida.
Es verdaderamente un oasis tal y como lo imaginamos y lo vemos en las películas. Una laguna rodeada de palmeras y de imponentes dunas.
Nuestro hotel El Huacachinero, situado al borde mismo de las dunas nos gustó mucho. La habitación sencilla con buenas camas y edredones y el baño amplio y con una ducha enorme, daban a la zona del jardín y la piscina, y frente a ella el restaurante, muy bien puesto.
Tomamos algo en el restaurante para comer, y nos recogieron el chofer y un guía para hacer el city tour de Ica y las bodegas de Pisco, en privado. Fuimos a las bodegas "El Catador" para ver las instalaciones que se utilizaban antiguamente.
Nuestro guía, muy educado eso sí, no hablaba prácticamente nada. Se limitaba a señalarnos con la mano, lo que ponían los letreros, y contestar a las preguntas que le hacíamos. Al final, le terminamos contando como se hace el orujo en Galicia. Nos dejó en la tienda y allí nos hicieron las catas del pisco y de los diferentes licores que con él comercializan. La verdad es que comparado con nuestro orujo -sin ir más lejos- no nos gustó demasiado, y no compramos nada. Era el principio del viaje y no íbamos a estar llevando la botella de un sitio para otro.
Desde allí nos llevaron al city-tour de Ica. Aquí la Ica antigua, dijo el guía; aquí la Ica moderna señalando por la ventanilla. Nos dieron una vuelta a la Plaza de Armas, en la que, sin bajarnos, nos comentó que eran edificios coloniales y poco más. Nos señaló la catedral destruida por el último terremoto, y la gran iglesia del Señor de Luren, que tiene muchos devotos, también destruida en el mismo seísmo.
Nos llevó al Museo Regional de Ica Adolfo Bermúdez Jenkins. Fundado en 1946, y considerado uno de los mejores museos del país por el valor de sus piezas arqueológicas de cinco culturas: Paracas, Nazca, Wari, Chincha e Inca.
Tienen una colección de momias y mantos Paracas, cerámica Nasca, utensilios, instrumentos musicales y quipus.
Existe una sala de antropología con muestras de deformaciones y trepanaciones craneanas, cabezas trofeos, así como alimentos. En el segundo piso se conserva una colección de la época colonial y republicana con cuadros y muebles de la época. Se exhibe también una maqueta de las líneas de Nazca que ha sido construida en una escala de 1/500. www.deperu.com
La visita fue relámpago, sin apenas explicaciones, y viendo solo alguna vitrina. Una pena ya que el museo tiene piezas impresionantes.
Desde allí nos llevó al Oasis, frente a nuestro hotel, a esperar en la puerta de su agencia a que llegase el buggy en el que íbamos a hacer el paseo por las dunas. Eran más de las cuatro y media, y sería el último viaje arriba ya que se hace de noche pronto. El buggy no llegaba y nuestro guía llamaba y llamaba por teléfono. Viendo que nos quedábamos sin excursión, le insistimos un par de veces en que se nos iba a hacer de noche. Llamó a un conocido que al poco pasó con el buggy a recogernos. Venía el conductor y una pareja de jóvenes, nos subimos al carro, no sin cierta dificultad ya que hay que cogerle el tranquillo para gatear por sus tubos y meterte dentro.
En el inicio de la subida a las dunas hay que parar para pagar la tasa de entrada a la municipalidad de Ica (3,8o soles cada uno). Creo que ya debía estar incluida en lo que habíamos pagado en la agencia, pero tampoco era como para ponerse a preguntar.
La excursión nos hacía mucha ilusión, el desierto en sí y sus dunas atraen solo al mirarlas, ya habíamos visto la publicidad de estos "Carros areneros" que dicen ellos en internet, y parecía algo diferente, sobre todo teniendo en cuenta la segunda parte que es el tirarte encima de una tabla: el Sandboarding.
Apenas comenzamos a subir, ya impresionados por las enormes dunas y el paisaje, el coche se paró, y nos dice el chofer que se le ha roto el cable del acelerador (no debía ser la primera vez), con lo que tuvo que ponerse a arreglarlo. Conseguimos llegar hasta arriba y allí subimos y bajamos dunas enormes, con sensación de que el carro volcaría de tan altas. Paró varias veces para que pudiésemos hacer fotos, e incluso nos hizo él a cada pareja con nuestras cámaras. En lo alto de una gran duna, paró y sacó del coche dos tablas a las que le dio cera por la parte de abajo, para que nos tirásemos duna abajo. La primera vez, te parece que no vas a poder, aunque te tiras animado por el conductor sobretodo. Luego las siguientes lo disfrutas ya que es una sensación tremenda el dejarte caer hasta el final. Una experiencia genial que nos encantó y que no estábamos seguros de que fuésemos capaces de hacer.
De vuelta nos dejó en la puerta de nuestro hotel y, como era pronto, fuimos a dar un paseo por el oasis hasta que se hizo de noche.
Cenamos en el restaurante del hotel estupendamente: "Pollo milanesa con ensalada" (una barbaridad de grande y con guarnición de dos aguacates y medio partidos a la mitad, además de la ensalada) y "Saltado de res al Pisco" carne rehogada con pisco, arroz blanco y patatas. Todo buenísimo y muy abundante.
Las calles están mojadas, como si hubiese llovido; nos dicen que es la gran humedad del ambiente, que cae por las noches.
Regresaremos a este hotel la última noche antes de que volvamos a Madrid.
Nos dieron una caja de poliexpan en la que está nuestro desayuno, ya que aún no era hora de desayunar en el hotel. Tiene un zumo, un bollito relleno de mermelada y galletitas saladas (todo sintético). Una vez en la estación, entregadas las maletas, subimos a su cafetería y pedimos un café con leche que estaba estupendo, 9 soles dos cafés.
Nuestro autobús es de la serie cruzero, con asientos VIP, unos asientos increíblemente anchos y mullidos de piel sintética, que al estirarse se hacen casi cama. Están situados en el primer piso, que es una zona independiente y cerrada, según subes al bus. Son solo 9 asientos, 6 en filas de 2, y 3 de 1, con un baño para ellos. El resto son asientos normales y está en el piso de arriba, al que se accede por una escalera. El conductor va en una zona cerrada y según su publicidad, son dos conductores. Llevamos los asientos 6 y 7.
El mozo del bus (que ya explicó a la salida que la manta, la almohada, e incluso la revista estaba prohibido llevárselas -si desaparecían, como tenían los datos de los billetes, se le cargaría su importe a quién ocupase ese asiento- y que las recogerían un rato antes de la llegada), al hablar por megafonía lo hacía con una voz estudiada y pausada, arrastrando las últimas sílabas, y parecía que estaba ofreciendo servicios sexuales más que una explicación de como se coloca para atrás el asiento, o de cómo pedirle ayuda para cualquier cosa. Nos reímos un montón cada vez que contó algo.
Al poco de salir, pasamos por algún barrio de los extrarradios de Lima.
A las 3 horas nos dieron un sándwich de pan integral, de jamón y queso, una mandarina y una manzanilla, o lo que quisieras beber, teniendo en cuenta que fuera del café o infusiones el resto de bebidas son de pago.
El viaje fue inmejorable, cómodos y superanchos. Íbamos por la Panamericana Sur, la renombrada carretera en libros y películas, que recorre América de Norte a Sur.
En Perú, La Panamericana recorre toda la costa y es totalmente asfaltada. Desde Lima nos pareció una carretera vulgar, de dos sentidos, y con alguna parada de pago de peaje. Va paralela al mar y, a veces, muy cercana a él. Pero el paisaje sí fue impresionante por lo desértico, con alguna pequeña aldea desperdigada y muy pocos pueblos.
Seguimos el camino bordeado por desierto a ambos lados, con pueblos que parecen asentamientos de refugiados, y el Pacífico que vemos de vez en cuándo. Todo es árido y seco, con polvo en el ambiente y un nublado terroso que fue abriendo al final de viaje. No existe ninguna parada en la ruta que llevamos, pero si la hubiese no apetecería de ninguna manera bajar. Pasamos por un pueblo en el Km. 199 de la Panamericana (creo que Chincha), el único un poco más grande, que era un espanto. Parecía una zona destruida por un bombardeo de lo a medio hacer que estaba todo, con unas polvorientas calles sin asfaltar, llenas de coches en un atasco y un tráfico tipo Lima que no esperaba encontrar en un sitio así. Cientos de motocarros de colores chillones, que eran taxis, salían de cualquier parte.
A las 11 llegamos a Paracas, en dónde en una increíble estación de autobuses hecha con cañas y ramas se bajaron los viajeros que iban a esta ciudad. En un momento seguimos hacia Ica a dónde llegamos a las 12 de la mañana. Y allí no nos esperaba nadie. Nos ayudaron a llevar las maletas hasta la sala de espera de una también mínima estación, y allí un amable señor llamó con su móvil a nuestro hotel y a Inkandina en Lima para preguntarles quién tenía que venir a recogernos. Poco después llegó el conductor que venía a por nosotros diciendo que llegaba tarde por los atascos. Sería el primero de varios problemas de organización de esta agencia de Paracas, que sería la que peor funcionó de todo el recorrido. y afortunadamente, la única mala.
El Oasis de Huacachina se encuentra a 5 km. del centro de Ica, y llegamos enseguida.
Es verdaderamente un oasis tal y como lo imaginamos y lo vemos en las películas. Una laguna rodeada de palmeras y de imponentes dunas.
Nuestro hotel El Huacachinero, situado al borde mismo de las dunas nos gustó mucho. La habitación sencilla con buenas camas y edredones y el baño amplio y con una ducha enorme, daban a la zona del jardín y la piscina, y frente a ella el restaurante, muy bien puesto.
Tomamos algo en el restaurante para comer, y nos recogieron el chofer y un guía para hacer el city tour de Ica y las bodegas de Pisco, en privado. Fuimos a las bodegas "El Catador" para ver las instalaciones que se utilizaban antiguamente.
Nuestro guía, muy educado eso sí, no hablaba prácticamente nada. Se limitaba a señalarnos con la mano, lo que ponían los letreros, y contestar a las preguntas que le hacíamos. Al final, le terminamos contando como se hace el orujo en Galicia. Nos dejó en la tienda y allí nos hicieron las catas del pisco y de los diferentes licores que con él comercializan. La verdad es que comparado con nuestro orujo -sin ir más lejos- no nos gustó demasiado, y no compramos nada. Era el principio del viaje y no íbamos a estar llevando la botella de un sitio para otro.
Desde allí nos llevaron al city-tour de Ica. Aquí la Ica antigua, dijo el guía; aquí la Ica moderna señalando por la ventanilla. Nos dieron una vuelta a la Plaza de Armas, en la que, sin bajarnos, nos comentó que eran edificios coloniales y poco más. Nos señaló la catedral destruida por el último terremoto, y la gran iglesia del Señor de Luren, que tiene muchos devotos, también destruida en el mismo seísmo.
Nos llevó al Museo Regional de Ica Adolfo Bermúdez Jenkins. Fundado en 1946, y considerado uno de los mejores museos del país por el valor de sus piezas arqueológicas de cinco culturas: Paracas, Nazca, Wari, Chincha e Inca.
Tienen una colección de momias y mantos Paracas, cerámica Nasca, utensilios, instrumentos musicales y quipus.
Existe una sala de antropología con muestras de deformaciones y trepanaciones craneanas, cabezas trofeos, así como alimentos. En el segundo piso se conserva una colección de la época colonial y republicana con cuadros y muebles de la época. Se exhibe también una maqueta de las líneas de Nazca que ha sido construida en una escala de 1/500. www.deperu.com
La visita fue relámpago, sin apenas explicaciones, y viendo solo alguna vitrina. Una pena ya que el museo tiene piezas impresionantes.
Desde allí nos llevó al Oasis, frente a nuestro hotel, a esperar en la puerta de su agencia a que llegase el buggy en el que íbamos a hacer el paseo por las dunas. Eran más de las cuatro y media, y sería el último viaje arriba ya que se hace de noche pronto. El buggy no llegaba y nuestro guía llamaba y llamaba por teléfono. Viendo que nos quedábamos sin excursión, le insistimos un par de veces en que se nos iba a hacer de noche. Llamó a un conocido que al poco pasó con el buggy a recogernos. Venía el conductor y una pareja de jóvenes, nos subimos al carro, no sin cierta dificultad ya que hay que cogerle el tranquillo para gatear por sus tubos y meterte dentro.
En el inicio de la subida a las dunas hay que parar para pagar la tasa de entrada a la municipalidad de Ica (3,8o soles cada uno). Creo que ya debía estar incluida en lo que habíamos pagado en la agencia, pero tampoco era como para ponerse a preguntar.
La excursión nos hacía mucha ilusión, el desierto en sí y sus dunas atraen solo al mirarlas, ya habíamos visto la publicidad de estos "Carros areneros" que dicen ellos en internet, y parecía algo diferente, sobre todo teniendo en cuenta la segunda parte que es el tirarte encima de una tabla: el Sandboarding.
Apenas comenzamos a subir, ya impresionados por las enormes dunas y el paisaje, el coche se paró, y nos dice el chofer que se le ha roto el cable del acelerador (no debía ser la primera vez), con lo que tuvo que ponerse a arreglarlo. Conseguimos llegar hasta arriba y allí subimos y bajamos dunas enormes, con sensación de que el carro volcaría de tan altas. Paró varias veces para que pudiésemos hacer fotos, e incluso nos hizo él a cada pareja con nuestras cámaras. En lo alto de una gran duna, paró y sacó del coche dos tablas a las que le dio cera por la parte de abajo, para que nos tirásemos duna abajo. La primera vez, te parece que no vas a poder, aunque te tiras animado por el conductor sobretodo. Luego las siguientes lo disfrutas ya que es una sensación tremenda el dejarte caer hasta el final. Una experiencia genial que nos encantó y que no estábamos seguros de que fuésemos capaces de hacer.
De vuelta nos dejó en la puerta de nuestro hotel y, como era pronto, fuimos a dar un paseo por el oasis hasta que se hizo de noche.
Cenamos en el restaurante del hotel estupendamente: "Pollo milanesa con ensalada" (una barbaridad de grande y con guarnición de dos aguacates y medio partidos a la mitad, además de la ensalada) y "Saltado de res al Pisco" carne rehogada con pisco, arroz blanco y patatas. Todo buenísimo y muy abundante.