La impresión sobre el hotel Beausejour boutique hotel beausejour que tuvimos al llegar la noche anterior se reforzó por la mañana al levantarnos, después de haber dormido muy bien, y poder verlo de día. Es un edificio moderno, decorado con muchos detalles, con un pequeño jardín y terraza desde la que se ven lo volcanes que vigilan Arequipa. El desayuno lo sirven en el salón-comedor de la casa, igual que si estuvieras en casa de unos amigos. Está servido con todo detalle y los platos de la fruta son una verdadera alegría para la vista. Sus dueños, Verónica y Gerard, salieron a saludarnos, a preguntarnos si todo estaba bien y a presentarnos los compañeros de la mesa, una pareja francesa muy simpática y con los que medio en francés, medio en español que él hablaba bastante, pudimos mantener una agradable conversación.
El golpe en la cabeza me dolía bastante y, con las indicaciones de Verónica y en el taxi que ella nos llamó por teléfono, fuimos al centro de la ciudad a un consultorio para que me viera un médico. Me pareció que la sanidad en Perú es prácticamente privada por la cantidad de gente que había en la pequeña clínica y todos los servicios clínicos que anunciaba en sus carteles. Era "Medicentro Arcángel", una gran empresa que tiene multitud de farmacias en muchas de las ciudad que visitamos y, por lo que luego vimos, bastantes consultorios médicos como el que estuvimos.
En recepción me tomaron los datos y me cobraron 10 soles que era el importe de la visita, me dieron una hoja de consulta y pasé a otra sala a esperar que me llamara el médico.Éste me dijo que si no había tenido ni vómitos, ni vértigos ni somnolencia, no debía preocuparme y solo seguir curando la herida.
Más tranquilos nos fuimos a pasear. Llegamos hasta el mirador de Yanahuara (también con las indicaciones que nos dio Verónica). El Misti, el Chachani y el Pichu-Pichu, los volcanes que están al frente, se ven desde allí muy bien.
Llegamos hasta el río Chili y el centro de la ciudad. Las calles estrechas y llenas de coches atascados llamaban la atención.
En la calle Santa Catalina, seguimos las vallas del Monasterio de Santa Catalina que ocupa varias manzanas muy grandes, frente a ellas, está la Casona Santa Catalina en un edificio colonial de fachada amarilla y patio interior con una fuente y plantas y ,rodeándolo, los restaurantes Chicha y Tanta de Acurio, una platería y una tienda de ropa de alpaca baby.
Comimos en el Tanta, en la terraza del patio. Pedimos: Sanguche de chancho, Minicausas variadas y Yuquitas dos texturas. Todo muy bueno y abundante. Nos costó un poco caro, 105 soles. Miramos el Chicha y como nos gustó, reservamos para la cena a las 7,30.
Cogimos en la misma puerta un taxi para ir al hotel (6 soles). Venían allí a recogernos para hacer el City-tour Colonial.
Puntual, llegó un minibús con el conductor, la guía y otra pareja (la chica solo hablaba ingles), con los que haríamos la excursión.
Fuimos a las afueras de la ciudad, a un mirador desde el que se ven también los tres volcanes y unas vistas de Arequipa y sus alrededores estupendas, allí la guía nos contó la fundación de la ciudad. (url=http://https://es.wikipedia.org/wiki/Arequipa#Localizaci.C3.B3n]Arequipa[/url]
Después a Yanahuara, en dónde habíamos estado por la mañana, por nuestra cuenta. El centro histórico con el templo y plazoleta de San Francisco; la Plaza de Armas y la Catedral; Cúpula y claustros de la Compañía de Jesús y Casonas Coloniales.
La guía, magnifica y amena, se despidió de nosotros a la entrada del Monasterio de Santa Catalina en dónde cada pareja formamos parte de un grupo (ellos en inglés), con una guía del monasterio que nos haría la visita.
El Convento de Santa Catalina se fundó en 1579, tras altas y gruesas murallas de sillar. Desde su inicio mujeres de diversos estratos sociales entraron en él para servir como monjas de clausura, construyendo sus celdas privadas (para ellas y para sus criadas) de gran tamaño (verdaderas casas), creando una ciudadela en la que se conservan diseños y formas arquitectónicas con elementos españoles y nativos. Durante casi dos siglos, en la época virreinal, los claustros y celdas del monasterio sufrieron modificaciones, agregados y nuevas construcciones, convirtiéndolo en un verdadero muestrario de la arquitectura colonial de Arequipa que, aquí dentro, no es la ciudad blanca como se la llama, los edificios están enfoscados y pintados de colores fuertes y muy alegres (amarillos, rojos en todas sus gamas, ocres, azulones, añil...) El espacio que ocupa el monasterio es enorme, con calles y plazas con nombres de ciudades españolas (Córdoba, Sevilla, Toledo...) como si fuese un pequeño pueblo.
La visita, muy completa y amena, resultó una verdadera sorpresa.
Cuándo acabó seguimos paseando por el centro. Estuvimos en una especie de pequeño centro comercial en el que la mayoría de puestos era de artesanías y recuerdos típicos. Está cerca de la Plaza de Armas y la Catedral, a la que entramos para visitarla.
Seguimos por las calles del centro histórico llenas de casonas coloniales; en algunas entramos ya que casi todas eran comercios, la mayoría anticuarios, tiendas de ropa de alpaca, o de recuerdos.
Se nos hizo la hora en que habíamos quedado para cenar en el Chicha de Acurio.
Chicha Arequipa El restaurante tiene una terraza cubierta desde la que se ve la cocina, separada por un cristal, y varios salones, cada uno de un estilo.
Decidimos cenar en la terraza. Aunque era de noche cerrada y hacía bastante frío, se estaba bien con las estufas altas que había repartidas.
Pedimos "Pulpo a la brasa" y una botella de vino blanco peruano como aperitivo, mientras pensábamos qué seguir pidiendo de la carta.
El pulpo era un par de patas con una salsa de aceitunas, cebollas blancas, chimichuri, salsa rosa... Estaba francamente delicioso. Casi terminándolo, encontramos en el plato un trozo de plástico de cocinar, que nos dio bastante asco.
Nos quedamos alucinados y más, la camarera a la que llamamos para enseñárselo. Vino la jefa del restaurante y se llevó el plato, pidiéndonos tantas disculpas que no sabíamos qué decir. Desde nuestra mesa vimos la revolución que se armó en la cocina cuándo llegó el plato con el plástico. La camarera se acercó a pedir disculpas...
Volvió la jefa, nos dio todo tipo de explicaciones de lo que, decía, era un error imperdonable. Y nos preguntó qué nos apetecía pedir para seguir cenando.Ya no nos apetecía pedir nada más, y cuándo se lo dijimos nos insistió en que quería que nos quitásemos el mal sabor de boca.
Nos convenció para pedir un "Tiradito del día" estaba recién hecho, y quería que lo probásemos. Era trozos de pescado blanco, marinado en zumo de limón (a la lima le llaman limón), con salsa de rocoto amarillo y aceite de oliva. No supimos decir que no y aceptamos.
El tiradito estaba impresionante y acabamos el vino con él.
Pedimos la cuenta y, con muchísimas disculpas más, nos la trajeron cobrándonos solamente 39 soles que era lo que valía el vino.
Con ella venía una encuesta sobre el restaurante, como la que ya habíamos rellenado en la mañana en el Tanta. Nos habían pedido tantas disculpas..., se habían sentido todos tan agobiados con el plástico..., el servicio había sido tan estupendo..., que no fui capaz de escribirlo en la encuesta, ni de poner una calificación mala. Eso me hizo sentir luego mal, pensando que si hubiera sido en un restaurante más vulgar, con menos servicio y menos nombre, seguro que sí lo hubiera contado en la encuesta.
Nos pidieron un taxi y, un poco disgustados, nos fuimos al hotel.
El golpe en la cabeza me dolía bastante y, con las indicaciones de Verónica y en el taxi que ella nos llamó por teléfono, fuimos al centro de la ciudad a un consultorio para que me viera un médico. Me pareció que la sanidad en Perú es prácticamente privada por la cantidad de gente que había en la pequeña clínica y todos los servicios clínicos que anunciaba en sus carteles. Era "Medicentro Arcángel", una gran empresa que tiene multitud de farmacias en muchas de las ciudad que visitamos y, por lo que luego vimos, bastantes consultorios médicos como el que estuvimos.
En recepción me tomaron los datos y me cobraron 10 soles que era el importe de la visita, me dieron una hoja de consulta y pasé a otra sala a esperar que me llamara el médico.Éste me dijo que si no había tenido ni vómitos, ni vértigos ni somnolencia, no debía preocuparme y solo seguir curando la herida.
Más tranquilos nos fuimos a pasear. Llegamos hasta el mirador de Yanahuara (también con las indicaciones que nos dio Verónica). El Misti, el Chachani y el Pichu-Pichu, los volcanes que están al frente, se ven desde allí muy bien.
Llegamos hasta el río Chili y el centro de la ciudad. Las calles estrechas y llenas de coches atascados llamaban la atención.
En la calle Santa Catalina, seguimos las vallas del Monasterio de Santa Catalina que ocupa varias manzanas muy grandes, frente a ellas, está la Casona Santa Catalina en un edificio colonial de fachada amarilla y patio interior con una fuente y plantas y ,rodeándolo, los restaurantes Chicha y Tanta de Acurio, una platería y una tienda de ropa de alpaca baby.
Comimos en el Tanta, en la terraza del patio. Pedimos: Sanguche de chancho, Minicausas variadas y Yuquitas dos texturas. Todo muy bueno y abundante. Nos costó un poco caro, 105 soles. Miramos el Chicha y como nos gustó, reservamos para la cena a las 7,30.
Cogimos en la misma puerta un taxi para ir al hotel (6 soles). Venían allí a recogernos para hacer el City-tour Colonial.
Puntual, llegó un minibús con el conductor, la guía y otra pareja (la chica solo hablaba ingles), con los que haríamos la excursión.
Fuimos a las afueras de la ciudad, a un mirador desde el que se ven también los tres volcanes y unas vistas de Arequipa y sus alrededores estupendas, allí la guía nos contó la fundación de la ciudad. (url=http://https://es.wikipedia.org/wiki/Arequipa#Localizaci.C3.B3n]Arequipa[/url]
Después a Yanahuara, en dónde habíamos estado por la mañana, por nuestra cuenta. El centro histórico con el templo y plazoleta de San Francisco; la Plaza de Armas y la Catedral; Cúpula y claustros de la Compañía de Jesús y Casonas Coloniales.
La guía, magnifica y amena, se despidió de nosotros a la entrada del Monasterio de Santa Catalina en dónde cada pareja formamos parte de un grupo (ellos en inglés), con una guía del monasterio que nos haría la visita.
El Convento de Santa Catalina se fundó en 1579, tras altas y gruesas murallas de sillar. Desde su inicio mujeres de diversos estratos sociales entraron en él para servir como monjas de clausura, construyendo sus celdas privadas (para ellas y para sus criadas) de gran tamaño (verdaderas casas), creando una ciudadela en la que se conservan diseños y formas arquitectónicas con elementos españoles y nativos. Durante casi dos siglos, en la época virreinal, los claustros y celdas del monasterio sufrieron modificaciones, agregados y nuevas construcciones, convirtiéndolo en un verdadero muestrario de la arquitectura colonial de Arequipa que, aquí dentro, no es la ciudad blanca como se la llama, los edificios están enfoscados y pintados de colores fuertes y muy alegres (amarillos, rojos en todas sus gamas, ocres, azulones, añil...) El espacio que ocupa el monasterio es enorme, con calles y plazas con nombres de ciudades españolas (Córdoba, Sevilla, Toledo...) como si fuese un pequeño pueblo.
La visita, muy completa y amena, resultó una verdadera sorpresa.
Cuándo acabó seguimos paseando por el centro. Estuvimos en una especie de pequeño centro comercial en el que la mayoría de puestos era de artesanías y recuerdos típicos. Está cerca de la Plaza de Armas y la Catedral, a la que entramos para visitarla.
Seguimos por las calles del centro histórico llenas de casonas coloniales; en algunas entramos ya que casi todas eran comercios, la mayoría anticuarios, tiendas de ropa de alpaca, o de recuerdos.
Se nos hizo la hora en que habíamos quedado para cenar en el Chicha de Acurio.
Chicha Arequipa El restaurante tiene una terraza cubierta desde la que se ve la cocina, separada por un cristal, y varios salones, cada uno de un estilo.
Decidimos cenar en la terraza. Aunque era de noche cerrada y hacía bastante frío, se estaba bien con las estufas altas que había repartidas.
Pedimos "Pulpo a la brasa" y una botella de vino blanco peruano como aperitivo, mientras pensábamos qué seguir pidiendo de la carta.
El pulpo era un par de patas con una salsa de aceitunas, cebollas blancas, chimichuri, salsa rosa... Estaba francamente delicioso. Casi terminándolo, encontramos en el plato un trozo de plástico de cocinar, que nos dio bastante asco.
Nos quedamos alucinados y más, la camarera a la que llamamos para enseñárselo. Vino la jefa del restaurante y se llevó el plato, pidiéndonos tantas disculpas que no sabíamos qué decir. Desde nuestra mesa vimos la revolución que se armó en la cocina cuándo llegó el plato con el plástico. La camarera se acercó a pedir disculpas...
Volvió la jefa, nos dio todo tipo de explicaciones de lo que, decía, era un error imperdonable. Y nos preguntó qué nos apetecía pedir para seguir cenando.Ya no nos apetecía pedir nada más, y cuándo se lo dijimos nos insistió en que quería que nos quitásemos el mal sabor de boca.
Nos convenció para pedir un "Tiradito del día" estaba recién hecho, y quería que lo probásemos. Era trozos de pescado blanco, marinado en zumo de limón (a la lima le llaman limón), con salsa de rocoto amarillo y aceite de oliva. No supimos decir que no y aceptamos.
El tiradito estaba impresionante y acabamos el vino con él.
Pedimos la cuenta y, con muchísimas disculpas más, nos la trajeron cobrándonos solamente 39 soles que era lo que valía el vino.
Con ella venía una encuesta sobre el restaurante, como la que ya habíamos rellenado en la mañana en el Tanta. Nos habían pedido tantas disculpas..., se habían sentido todos tan agobiados con el plástico..., el servicio había sido tan estupendo..., que no fui capaz de escribirlo en la encuesta, ni de poner una calificación mala. Eso me hizo sentir luego mal, pensando que si hubiera sido en un restaurante más vulgar, con menos servicio y menos nombre, seguro que sí lo hubiera contado en la encuesta.
Nos pidieron un taxi y, un poco disgustados, nos fuimos al hotel.