30/ Enero /2015
Toca madrugar de nuevo. Hoy empezamos el día cogiendo un bus llenísimo de gente hasta el Vaticano. Después de hacernos muchas fotos, nos ponemos en la larga cola que a estas horas intempestivas rodea la plaza. He de decir que la cola no era tan larga como esperábamos, puesto que en unos 20 minutos estábamos pasando los controles de seguridad que dan acceso a la Iglesia del Vaticano. Estuvimos debatiendo la idea de subir a la cúpula para ver la Capilla Sixtina, pero al final decidimos que se nos iba de presupuesto; por lo que optamos mejor por pasear por la Iglesia. Ostentosa como la que más, destaco el poco respeto por la máxima imagen representativa del cristianismo, puesto que en ésta la gente no reparaba en sacar los palos selfies y hacerse fotos tan gores como con la tumba de Juan Pablo II. En sí misma, la Iglesia es imponente aún más si cabe que por fuera, llegando a parecerme incluso fastuosa.

Plaza del Vaticano

Después de alrededor de una hora recorriendo cada rincón de ésta, nos ponemos rumbo al Castel Sant’ Angelo, donde de nuevo empieza a llover, y tenemos que sucumbir a los encantos de los vendedores ambulantes de paraguas hindús. Tras este inciso, vemos el castillo y el puente con su nombre; decidiendo ir a la parada de autobuses más cercana a esperar al bus con destino Trastévere. Tras estar unos 20 minutos en la parada, cogemos el autobús que suponemos (según Google maps) era , teniendo la mala suerte de pillar solo un asiento vacío. Y vaya asiento. Me siento al lado de una mujer de unos cuarenta años, que debido al pequeño tamaño del autobús, ocupa su asiento y parte del mío. Yo, haciendo uso de mi oportuna verborrea, incrementándose aún más si cabe en países donde creo que no me entienden, le hago un comentario a mi chico acerca de lo incómoda que voy en el asiento. Tras esto, nos disponemos a planear la llegada a Trastevere cuando la chica de mi lado nos dice en un español perfecto que si necesitamos ayuda. Era de Madrid. Genial. Nos aconsejó bajarnos en la siguiente parada, puesto que en su opinión nos habíamos equivocado de autobús, y ese no conducía a Trastévere. En mi opinión, fue una venganza muy bien organizada, puesto que nos dejamos guiar por ella y acabamos en el culo de Roma. Un mirador precioso con unas vistas impresionantes, eso sí.

Vistas Piazzale Giuseppe Garibaldi
Echamos a andar hacia Trastévere, perdiéndonos en sus calles hasta la hora de la comida, donde nos decidimos por un calzone buenísimo. Después de esto, caminamos hasta la Boca de la Verdad, sentándonos antes en un parque que está justo enfrente y que me pareció bonito. Tras la cola de 15 minutos de la Boca de la Verdad, y tras la típica foto de rigor, fuimos andando bordeando el Circo Massimo hasta la parada del bus, donde lo cogimos rumbo al hotel. Una vez en éste, descansamos y salimos en busca de la cena, que comimos en la habitación junto a nuestros compañeros coreanos. Cuando nos disponíamos a acostarnos apareció un nuevo compañero de habitación de Chile, con el cual nos podíamos comunicar perfectamente después de una semana sin la barrera del idioma (al menos yo). Por lo que decidimos bajar los tres juntos a tomarnos algo al bar del hostal, que por la noche se ponía en modo discoteca. Acabamos regresando a la habitación a las 2:30 de la madrugada después de muchas cervezas y risas con viajeros como nosotros de distintos países.
Lo mejor del día sin duda fueron esas conversaciones en distintos idiomas chapurreados, esas risas producto tanto de las cervecitas como de las situaciones creadas allí.