Hoy nos vamos aún más lejos a buscar castillos. En este caso nos toca el de Chambord, a una hora de Tours.
Es uno de los castillos más reconocibles en el mundo debido a su arquitectura renacentista francesa, muy distintiva, que mezcla formas tradicionales medievales con estructuras clásicas italianas.

Es el castillo más grande de los Castillos del Loira, pero fue construido para servir sólo como un pabellón de caza para el rey Francisco I. Posteriormente fue pasando de unas manos a otras según nos explica el vídeo informativo que encontramos a la entrada.
La visita se hace por plantas, entrando por la planta baja y subiendo a las demás.
El edificio tiene como eje central las escaleras dobles diseñadas por Leonardo Da Vinci. En ellas, dos personas que recorran cada una un vuelo de la escalera podrán verse por las aperturas del núcleo, pero no se cruzarán jamás.

A lo largo de la visita veremos, como en otros castillos, diversos aposentos entre los que destaca sobre todo el utilizado por Luis XIV (el Rey Sol), recubierto por todos lados de oro y como dentro de una especie de escenario.

Hay otros aposentos menos ostentosos, pero igualmente bonitos.
Y volviendo a la ostentación, se encuentra el aposento de Francisco I, primer habitante del castillo (imágenes central e izquierda).
Hay otras habitaciones también majestuosas, como los salones de recepción que posee el castillo.
En la planta inferior encontramos una sala llamada Museo de Fábrica, donde se exponen torres, bóvedas y contrafuertes de iglesias. Es curioso ver estos elementos arquitectónicos tan de cerca.
Justo al lado se encuentra la sala de carruajes, donde se exponen carruajes de caballo que no se utilizaron jamás.
En este castillo se utilizaron mucho los tapices para decorar las paredes, os invito a mirarlos de cerca. En algunos como éste os podéis reír con los animales que representan (buitre fastidiando a perro, lince drogado con speed, aguilucho molestando a gallina y mono ladrón).

En todos los castillos encontramos una capilla. En Chambord tampoco falta este elemento, pero siendo sincera, me pareció demasiado grande y sobria.
Para acceder a las torres laterales hay que hacerlo por galerías. No me gustaría estar en la galería de los ciervos durante un terremoto…
La última planta está dedicada a una exposición de Arte Moderno. Sinceramente… creo que nunca lo entenderé.
Merece la pena subir a las terrazas, no tanto por los paisajes (ya que el castillo está en medio de la nada), sino por ver una perspectiva distinta de su exterior.

Fuera del castillo (al igual que en el castillo D’Ussé), encontramos una pequeña capilla muy bonita.
Este castillo es inmenso por dentro y muy laberíntico. Tardamos 2 horas y media en completar todo el recorrido de la visita. El precio de la entrada es de 15 € y el aparcamiento son 4 € (sin límite de tiempo).
Tras la visita a este castillo nos dirigimos al Castillo de Cheverny, que se encuentra a media hora. Al llegar nos quedamos espantados al ver la enorme cola que había. Veinte minutos de espera para comprar los tickets (y más de la mitad de ese tiempo fue esperando al sol, a la una del mediodía con 34 ºC). Sorprendentemente sólo había una cajera.
Pertenece a los descendientes de la familia Hurault. Es de los castillos más conocidos ya que Georges Remi, más conocido como “Hergé” (autor de las Aventuras de Tintín), se inspiró en este castillo para crear el Castillo de Moulinsart, el cual aparece por primera vez en el episodio “El Secreto del Unicornio”.

En comparación con Chambord, este castillo es muy pequeño por dentro, pero no por ello menos bonito.
Nada más entrar nos indican que comencemos la visita girando a la derecha, donde encontramos un precioso comedor con unos impresionantes techos de madera pintada.
No es el único salón espectacular que tiene. La sala de armas, que es la sala más grande del castillo, presenta una destacable colección de armas y armaduras de los siglos XIV y XV.
Pero la estancia que más me gustó fue el Gran Salón, por las pinturas de sus techos y paredes.

En cuanto a los aposentos, destacan la habitación de los nacimientos (foto izquierda, donde se ve parte de la cuna), que permitía a los padres presentar a sus recién nacidos, y la habitación infantil, llena de juguetes como el caballito de madera.
Entre otras habitaciones llamativas está la habitación de los casados, en la que encontramos el vestido de boda de la Marquesa de Vibraye (1994).
Como anécdota de la foto de la izquierda, cuando fuimos había una familia española delante nuestra viendo la habitación. La madre explicó a su hijo que la sala roja era un tocador. El niño (bendita inocencia) respondió a su madre: “Sí, un tocador para tocarse”. La madre (de mente menos inocente que los niños, como nosotros) se rió ante la respuesta de su hijo.
Para finalizar el apartado de habitaciones, hay que hacer mención especial a la habitación Real, reservada al rey e invitados distinguidos. Es tan impresionante por la decoración de su techo, inspirada en la mitología de Perseo y Andrómeda. El resto de la habitación también tiene temática mitológica, ya que los tapices ilustran el periplo de Ulises.

Además de dormitorios y salones, encontramos salas de estar y una biblioteca con 2.000 libros.
Al igual que el castillo de Chambord, la visita tiene su eje en la escalera de honor, al estilo Luis XIII.
Son muchos los cuadros que encontramos en este castillo, pero uno nos llamó la atención sobre los demás por su enorme parecido a Paquirrín.
Finalizada la visita al castillo nos disponemos a visitar sus jardines. La visita termina saliendo por la puerta trasera, por lo que podemos ver el Castillo de Cheverny desde otra perspectiva.
Tras pasar debajo de un cenador. llegamos al Café de L’Orangerie. Tras dos días de bocadillos nos apetecía tomar algo caliente para almorzar. Pensábamos comer algo fuera del castillo, pero la cola de 20 minutos para poder entrar nos hizo cambiar de idea. Eran las dos de la tarde y teníamos hambre, así que decidimos comer en la cafetería del castillo. Un edificio muy bonito con techos de madera. Pedimos paninni, quiche Lorraine, Orangina (que echo de menos que no se venda ya en España) y tarta de merengue y limón. El precio: 21.20 €, y la comida no estaba mal.
Proseguimos la visita por los jardines, al estilo Chaumont: grandes extensiones de jardín con césped y algunos árboles. Hubo un detalle ornamental que me gustó mucho: soy una enamorada de las mariposas, y las usaron para decorar los árboles.

Encontramos además un pequeño estanque por el que se puede pasear en barca si lo contratas.
Y un original árbol con sus ramas por el suelo.
Hay una exposición de Tintín por 4.5 € más, pero no somos muy fans de esos dibujos así que pasamos de entrar. Sí que incluye la entrada la visita a las perreras. Me quedé sorprendida: primero, porque pensaba que los perros eran mucho más pequeños; segundo, por el horror de verlos un poco hacinados; tercero, por el asco al ver que si uno se meaba, el resto lamía su orina del suelo; y cuarto, por el terrible hedor que había. Menos mal que al rato encendieron un aspersor que los mojaba (porque como vemos en la foto, alguno que otro tenía calor) y disipaba un poco el olor.
Justo al lado está el Jardin Potajer, muy parecido al Vergel de las Flores del Castillo de Chenonceau.
Y el salón de trofeos (bastante desagradable para mí, que odio la caza).
El precio de la entrada básica (sin acceso a la exposición de Tintín, al paseo por el canal en barca ni a los vehículos eléctricos) es de 10 €. El aparcamiento es gratuito, y tardamos aproximadamente 1 hora y 45 minutos en verlo todo (obviamente sería más tiempo con la entrada completa que lo incluye todo, y que cuesta 20 €).
Como nos sobraba tiempo (porque eran sólo las cuatro de la tarde) y estábamos ya un poco cansados de castillos (hemos visto ya 8), decidimos ir a visitar uno de esos pueblos con encanto del Sur de Francia: Montrésor.
El camino de una hora se nos hace corto por los preciosos pueblos como Saint Oignan u Orbigny que cruzamos, y sus paisajes como el túnel de árboles en medio del campo de cultivos.
Montrésor es un pueblo con muchísimo encanto por el que merece la pena pasear. Es pequeño, así que no os llevará mucho tiempo verlo.

Llegamos tarde así que no entramos a verlo, pero posee un castillo visitable que nosotros vimos por fuera.
Nos dirigimos a la Colegiata (La Collégiale) que sí estaba abierta. Fue fundada por Ymbert de Bastarnay y edificada entre 1519 y 1547 para recibir la sepultura de los miembros de su familia.
El edificio es una obra renacentista del que destacan sus capiteles y bóvedas.
Pero sin duda, lo imprescindible de ver en este pequeño pueblo es lo que llaman Les Balcons de L’Indrois: un precioso parque al lado del río L’Indrois que os enamorará.
¡Ojo! Hay una zona con caballos: no os acerquéis a la valla porque ese tejido que parece gasa está electrificado. Yo me llevé un buen chispazo por tocarlo…
Desde el río tenéis unas preciosas vistas del castillo.
Y también hay bonitas vistas del otro lado de la orilla en general, donde se ve el castillo y la antigua fortaleza.

Otra vista curiosa es la del antiguo lavadero.
En el plano también se informa de otros dos puntos a visitar: el palacio del Canciller, de estética similar al castillo y el salón de Cardeux.
En una hora y cuarto ya hemos visto todo el pueblo.
De nuevo el camino nos deja una preciosa estampa de los girasoles al atardecer y un árbol a lo lejos que, si tenéis imaginación como yo, parece un cerdo haciendo el pino sobre las patas delanteras con un gorro de chef.


En esta ocasión no nos dirigimos a Tours, sino que hacemos noche en Châteauroux, a una hora y cuarto de este castillo, para estar más cerca del plan del siguiente día: visitar la gruta de Padirac y los pueblos del sur de Francia.
Como el hotel estaba en medio de la nada, buscamos algún sitio donde comer. Mi pareja ya estaba harto de crepes y galettes, así que fuimos a un restaurante de comida americana llamado Búffalo Grill, una franquicia muy famosa en Francia. Fue un auténtico horror entenderse con el camarero: no hablaba nada de español y menos aún inglés, así que fue difícil hacernos entender.
De entrante nos pusieron gratis una ensalada pequeña para cada uno; luego pedimos para compartir un combo para dos personas (pinchos de pollo, aros de cebolla, croquetas rellenas de queso y algo parecido a mini rollitos de primavera con relleno picante); como plato principal, pedimos una hamburguesa de carne de ternera desmigada (buenísima); y por último, nos despedimos por todo lo alto con un súper postre de helado, nata, brownie y caramelo. Eso sí, no fue barato: 34.70 €, pero se come muy bien.
Con la panza bien llena nos fuimos a dormir, ya que el día siguiente sería muy largo.