Continuación del viaje, cuyo relato empezó en la etapa anterior. Este es el enlace:
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DIA 2.
PARQUE NACIONAL DE GARAJONAY Y VALLE DE GRAN REY.
Cuando te levantas por la mañana, abres la contraventana y aparece un paisaje como éste desaparecen todos tus males.
Hacia la costa.
Hacia el interior y el Parque de Garajonay.
Hacia el interior y el Parque de Garajonay.
Alrededores de Hermigua.
Después de desayunar muy bien en el hotel, empezamos nuestro recorrido, subiendo, en principio, por la carretera que lleva a San Sebastián, hasta llegar al cruce con la transversal que desde el valle de Hermigua cruza el Parque de Garajonay . Allí vimos con horror un cartel de carretera cortada excepto para realizar a pie dos senderos que empiezan en esta zona. Si era cierto, nos aguardaba un contratiempo parecido al que nos ocurrió en El Hierro, donde nos encontramos cortado un tramo de carretera en el extremo noroccidental que impedía dar la vuelta a la isla.
Panorama hacia Herrmigua desde la carretera que sube a Garajonay.
Decidimos hacer alguno de esos senderos. Debimos pasarnos el punto de inicio de las rutas sin darnos cuenta, pero cuando más mosqueados estábamos, vimos un par de coches que venían en dirección contraria a la nuestra. Como no era muy factible que hubieran dado la vuelta en aquella zona de la carretera, estrecha y rodeada de precipicios, pensamos que procedían del otro lado del parque, así que continuamos hasta que nos topamos con las obras, donde vimos un carril cortado por desprendimientos y personal con maquinaria trabajando en la calzada. Había un semáforo para regular la circulación alterna de vehículos, así que pudimos pasar sin problemas.
Durante la mañana recorrimos varios senderos en Garajonay, pero el relato de nuestras andanzas por el Parque lo dejo para una etapa propia, ya que llevaría mucho tiempo añadirlo aquí con la amplitud necesaria. Anticipar solo que un sencillo paseo en coche por el parque ya es una experiencia gratificante, pero como se disfruta realmente de este lugar maravilloso es recorriendo a pie alguna de las 18 rutas a señalizadas. Las hay de todo tipo y duración, lineales y circulares, desde simples paseos de 20 minutos, a caminatas de más de 6 horas. Todas merecen la pena y no necesariamente las más largas tienen que ser las más bonitas. Además, unas suelen enlazar con otras, con lo cual es posible ampliarlas o reducirlas según se quiera.
Sendero en Garajonay.
Miradores en Garajonay.
Bosques de Garajonay.
Bosques de Garajonay.
Ni que decir tiene que es una actividad imprescindible para cualquier persona que visite La Gomera, no en vano es una de las razones principales de que esta isla esté catalogada como Reserva Mundial de la Biosfera, la sexta en el territorio canario. Además, el Parque Nacional de Garajonay es Patrimonio Natural de la Humanidad desde 1986.
Vistas desde el bosque del Cedro.
Después de comer, teníamos previsto pasar de la zona del bosque del Cedro a la más occidental de Garajonay, siguiendo la recomendación de la señora que nos atendió en el Centro de Visitantes. Sin embargo, conforme avanzábamos por la carretera hacia el oeste, las nubes empezaron a bajar bruscamente hasta que nos envolvió la niebla. Nos habían dicho que esos senderos ganaban con la niebla, así que no importaba mucho, pero el panorama empeoró según nos fuimos acercando al inicio de la ruta, donde llovía a cántaros. Así que decidimos dejarlo para el día siguiente.
Pensamos que si nos alejábamos del centro de la isla hacia la costa haría mejor tiempo. Así que enfilamos hacia el Valle Gran Rey. Hasta pasada la localidad de Arure no cambió demasiado el oscuro panorama. El cielo estaba negro cuando nos detuvimos en uno de los miradores más famosos de La Gomera, menos mal que ya apenas llovía.
Mirador del Palmarejo.
Obra de César Manrique, tiene también un restaurante que estaba cerrado a cal y canto, y parecía llevar tiempo así; quizás no era temporada. Pudimos visitar la terraza-mirador exterior, pero supongo que en el interior del restaurante hay otros miradores. Aunque muy cuidado y con una ubicación tremenda, el conjunto no me pareció tan bonito y acertado como otros de este artista canario que tanto admiro, por ejemplo, el del Mirador de la Peña de la isla de El Hierro que habíamos visitado unos días antes.
El barranco aparecía ante nuestra vista como una caldera gigante y alargada que caía hacia el mar semejando enormes tentáculos rocosos modelados por la erosión de siglos. El lugar es espectacular y pese a que no había demasiada luz natural se apreciaban las casas de colores y los grupos de palmeras salpicando el imponente panorama, confirmando un cambio en el tipo de vegetación respecto a la zona norte de la isla. Valle Gran Rey aparecía muy al fondo, en la costa, donde moría el barranco.
Viendo el gran espacio de aparcamiento en el exterior, resultaba curioso que no hubiera nadie por la zona salvo nosotros dos, ni personas ni vehículos.
Mirador de los Granados.
Está unos cientos de metros del anterior. Se ven unas vistas parecidas, pero más centradas sobre la salida al mar de Valle Gran Rey.
Con las nubes negras sobre nosotros, seguimos descendiendo por la vertiginosa carretera que se retuerce por las laderas del barranco hasta la costa, brindando bonitos paisajes.
VALLE GRAN REY.
Llegamos a Valle Gran Rey, el mayor complejo turístico de la isla, que anuncia bonitas playas de aguas cristalinas. Nos dirigimos directamente el Puerto. La verdad es que habíamos descartado alojarnos aquí porque pensábamos que sería el típico centro de veraneo, con mini-resorts y chiringuitos. Y sí que hay construcción turística, pero no está tan mal como pensábamos. Salvo algún caso aislado, no hay construcciones altas y la zona todavía está bastante civilizada. Sin embargo, dista mucho de la sensación de serenidad que rezuma el norte de la isla.
Aparcamos el coche en el Puerto, único lugar desde el que sale la excursión al célebre acantilado de Los Órganos, adonde solo se puede llegar en barco. Zarpa algunos días de la semana y siempre que lo permita el estado del mar. Nos hubiera gustado verlo, pero fue imposible cuadrar el día y la hora, alojados como estábamos a tanta distancia de allí (más en tiempo que en kilómetros, por cierto). Queda pendiente para la próxima visita.
Todavía lloviznando, fuimos a tomar un café por la zona del puerto, en cuyo extremo está el faro de Vueltas. Impresiona la enorme roca que lo preside: el extremo del tentáculo que baja desde el centro de la isla. Los barcos parecen juguetes diminutos a sus pies.
Nos fijamos en una pista que recorría la base de la roca, por la que circulaba algún coche y paseaban varias personas. Nos acercamos y vimos que se dirigía a la playa de Argaga, donde muere el imponente barranco del mismo nombre. Había un indicador de circulación peligrosa y playa prohibida. Seguimos a pe, contemplando un imponente panorama, en el que resaltaban las rocas y los nubarrones. Cuando llegamos cerca de la playa mencionada, vimos el hueco sorprendente abierto en el barranco que acababa en una pequeña playa de arena negra y piedras. Había una construcción que podía ser un restaurante y/o un hotel rural, pero no se veía nadie por allí. Entonces nos fijamos en la fisura vertical que presentaba una de las enormes rocas que están detrás de la playa “prohibida”. Se ponían los pelos de punta al ver esa grieta, pero había muchas más en la pared rocosa, así que resulta comprensible la llamada a la prudencia ante posibles desprendimientos.
A la izquierda, la grieta en cuestión.
Dimos media vuelta, contemplando un paisaje más espectacular según el cielo empezaba a mostrar retazos azules entre las nubes y los rayos del sol incidían sobre las rocas, proporcionándoles un seductor tono dorado. Precioso atardecer en la zona occidental de la isla.
En el puerto vimos un restaurante que nos gustó para cenar (hay varios y te enseñan el pescado fresco de que disponen, se trata de elegir el que más te guste en cuanto a materia prima y precio), pero todavía era temprano. Así que fuimos en el coche por la costa hacia el extremo opuesto de Valle Gran Rey, hacia la Playa de la Puntilla. Mientras tanto, la tarde cayó rápidamente, brindando una espectacular puesta de sol. Fuimos hasta la zona de apartamentos, buscando el Charco del Conde (una piscina natural con bastante vegetación según anunciaban), pero allí no había ni un hueco libre para aparcar, así que seguimos hasta la Punta de Calera, con la puesta de sol ya dando sus últimos coletazos.
Dimos un paseo por el paseo marítimo, lleno de gente en un ambiente típico de sol y playa que no se respira en ningún otro lugar de La Gomera. Se nota que aquí se aloja la mayor parte del turismo de la isla, en especial los extranjeros.
De vuelta al restaurante que habíamos visto en el puerto, pedimos para cenar una parrillada de pescado y marisco, con sus patatas y mojos y una botellita de vino blanco gomero. Muy rico todo y por 38 euros.
Lo peor fue el retorno hasta Hermigua, ya de noche, por una carretera plagada de curvas y subidas y bajadas, en un trayecto de casi hora y media, donde no faltó la lluvia en algunos puntos. Es lo malo que tiene viajar en invierno: que los días son demasiado cortos y los trayectos, a veces, demasiado largos y sinuosos, más todavía en una isla como ésta.
TERCER DÍA.
GARAJONAY, PLAYA SANTIAGO Y FIN DEL VIAJE.
El día amaneció más nublado que el anterior. Desayunamos, contemplando por última vez las maravillosas vistas desde el hotel y dejamos Hermigua, pasando por el centro urbano antes de llegar a la costa, donde volvimos a encontrarnos con unas maravillosas vistas de Tenerife y El Teide. No en vano se dice que la isla de la Gomera es el mejor mirador del volcán rey canario.
Pasamos Agulo y seguimos hacia Vallehermoso, pasando nuevamente la Laja del Infierno, que bajo el cielo cubierto de nubes casi negras hacía todavía más honor a su nombre que la primera vez que lo vimos. Paramos en Vallehermoso para comprar pan y fiambre para los bocatas. Necesitábamos ahorrar tiempo para caminar en Garajonay pues a las seis salía nuestro avión hacia Tenerife. Las nubes caían a plomo desde el centro hacia la costa norte y empezó a chispear. No era buen presagio, pero como en La Gomera la meteorología es tan cambiante, cuando llegamos a nuestro primer destino en Garajonay, aunque seguía estando muy nublado, había dejado de llover.
Laja del Infierno desde la carretera.
Camino de Garajonay por la carretera de Vallehermoso.
En la zona occidental, hicimos dos senderos preciosos: El Raso de la Bruma y el de Creces. Según transcurrían las horas fue abriendo un poco el día. Comimos unos bocadillos en la zona recreativa del Parque llamada Laguna Grande. De camino hacia allí por la carretera, cuando los árboles dejaban hueco, pudimos apreciar los estragos que causó el gran incendio de 2012, que calcinó casi un 20 por ciento de la isla, del cual un 18 por ciento correspondía al Parque Nacional. Lo ves y no quieres mirar, porque hay zonas enteras quemadas que abarcan el horizonte. Sin embargo, también es cierto que la vegetación se está regenerando y eso anima un poco el la vista y el corazón.
El Raso de la Bruma.
Creces.
Antes de almorzar, hicimos la pequeña caminata de la Laguna Grande, muy corta y fácil, pero bonita, muy preparada para que todo tipo de visitantes puedan hacer su caminata y conocer la belleza del parque como debe hacerse: andando. Curiosamente, apenas nos cruzamos con nadie pese a que la zona recreativa estaba a tope. Más tarde, terminamos nuestro recorrido por Garajonay con el sendero que asciende desde Contadero al Alto de Garajonay, el punto más elevado de la isla. Esta ruta transcurre en buena parte por la zona que se quemó en 2012, pero desde las alturas aparte de la superficie calcinada también se aprecia mejor la progresiva recuperación de la masa forestal de brezo y fayaL, y sobre todo se vislumbran las plantas de suelo, verdes y casi totalmente recuperadas, lo que proporciona un esperanzador toque de color al paisaje, también favorecido, quizás, por el día nublado.
Sin embargo, no era el momento propicio para apreciar las vistas desde el Alto de Garajonay, ya que la niebla cubría toda la parte noreste, impidiendo distinguir casi nada desde la cumbre, mientras que sí se veía la parte sur (la quemada).
Como he escrito antes, todos los detalles sobre nuestras andanzas por el Parque de Garajonay los contaré en la siguiente etapa del diario. Un lugar fascinante.
ALAJERÓ Y PLAYA SANTIAGO.
Cuando bajamos del Alto de Garajonay, eran casi las cuatro. Teníamos que ir ya hacia la zona del aeropuerto, que está al sur de la isla, muy cerca de Playa San Vicente.
Alajeró.
En un nuevo recorrido de montaña rusa, sorteando otro de los barrancos que bajan al mar, pasamos por Alajeró, contemplando sus casas salpicando las laderas. No pudimos detenernos en el pueblo porque no nos daba tiempo. Según nos acercábamos a la costa, el sol se alzaba sobre la densa capa de nubes y el azul del mar se tornó en una línea de un tono y brillo espectacular. De verdad que pocas veces he visto u tono azul tan intenso y bello (quizás solamente en el Caribe) y la silueta de Tenerife con el Teide que apareció de pronto, puso la guinda al pastel. Un paisaje realmente precioso que no pueden captar las fotos que fui haciendo desde el coche. Una lástima que, al ir ya con bastante prisa, no pudiéramos disfrutarlo plenamente.
Llegando a Playa Santiago, con la estampa de Tenerife y el Teide al fondo.
Llegamos a Playa Santiago, otra de las zonas de veraneo de la isla, una especie de pequeño Valle Gran Rey, con playa, puerto y su propio promontorio rocoso, menos concurrido pero muy bonito. Aquí se encuentra, un tanto apartado, casi colgando sobre el acantilado, un hotel de lujo con campo de golf y todo. Tomamos un café y dimos una vuelta.
Nos llamó la atención una especie de túnel natural en una roca sobre el pueblo, como una puerta abierta en un montículo. Un curioso hito natural, adonde seguramente se pueda subir. Parecía haber existido o existe aún una especie de mirador, quizás al final de un sendero. No lo sé porque no teníamos tiempo ni ganas de acercarnos. Demasiado alto y picaba bastante el sol. Apetecía más pasear cerca de la playa.
Sin tiempo de más, deshicimos los cuatro kilómetros que habíamos avanzado desde el aeropuerto (un edificio bastante nuevo), dejamos el coche en el aparcamiento y esperamos la llamada para el embarque del vuelo hacia Tenerife Norte, que salió puntual. Apenas 30 minutos, que nos permitieron contemplar desde el cielo la isla: claramente Valle Gran Rey, bañado por el sol; y cubierto de nubes Garajonay y el norte. Preciosa La Gomera, en todo caso. Nos gustó tanto que estamos pensando en volver cuando nos sea posible para pasar una semana completa allí.
Aeropuerto de La Gomera.
Los tremendos barrancos de La Gomera desde el avión.
Manto de nubes sobre La Gomera con Tenerife al fondo.
Por cierto, que no quiero terminar este diario sin referirme al silbo gomero, una forma de lenguaje silbado único en el mundo, que existe desde tiempos remotos para facilitar la comunicación entre las personas en lugares llenos de barrancos, como es el caso de La Gomera. No es fácil conseguir asistir a una demostración de auténtico silbo, pues las que se ofrecen suelen ser durante las excursiones organizadas por las agencias (asistimos a una en nuestra anterior visita a La Gomera). Como forma de preservar este rasgo cultural único, el Gobierno Canario ha presentado a la UNESCO la candidatura del silbo como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Respecto al precio del viaje, he preferido no dar importes globales porque no serviría de nada, ya que todo depende de los precios que se consiga para los vuelos. El alojamiento quizás sea más caro que en Tenerife o en Gran Canaria porque hay menor cantidad y variedad, pero si se opta por los apartamentos, el precio baja bastante. Es cuestión de mirar. Los restaurantes, por lo general, tienen muy buena comida y no es cara. Aunque hay autobuses que cubren las principales rutas, el alquiler de un coche lo veo imprescindible para moverse cómodamente por la isla.
Nuevamente se nos había hecho muy corta la estancia. Esa sensación ya la tuvimos en El Hierro y volvía a repetirse aquí. Ambas islas, aunque son pequeñas, hubieran merecido una semana cada una. Pero estábamos muy contentos de haber visitado las dos, porque la elección entre ellas se presenta muy difícil, más aún después de haberlas visitado, tan diferentes, pero igual de bellas: dos paraísos para los amantes de la naturaleza, con buena gastronomía y a buen precio, y sin salir de España. ¿Quién da más?