Dentro de las opciones de alojamiento que teníamos disponibles, yo me decanté por la más económica, y creo que no me equivoqué. El Hotel Klettur está muy bien situado, y aunque es muy básico (funcionalmente la habitación era como la de un Ibis, por ejemplo) tiene todo lo que yo busco en un hotel. Y el desayuno, que teníamos incluído, era pobre, pero tampoco esperaba más. Lo suficiente para coger algo de fuerza y caloría antes de comenzar el día.
Como comenté antes, lo primero que hice nada más llegar al hotel fue soltar la mochila y salir a pasear. Y como tendría ocasión de comprobar más que de sobra en los días siguientes, la mejor, y casi única opción es la calle Laugavegur, la principal de la ciudad. En ella se concrentra la vida nocturna, los restaurantes, algunas galería de arte, y todos los caminos acaban, empiezan o básicamente son aquí. La idea aquella noche no era otra que dar un breve paseo y buscar algo de cenar antes de ir a la cama, pero pagué la novatada de salir a cuerpecito gentil, como se suele decir, dejándome el gorro, los guantes y un buen jersey en el hotel... no se porqué había supuesto que el frío estaria controlado. La temperatura no era demasiado baja en realidad; no estaba previsto bajar de cero grados. Lo que ocurre es que durante todo el viaje sopló un viento del norte absolutamente helador, que hacía que no pudieras exponer la mano al aire más de los segundos necesarios para tomar la foto de rigor. La sensación térmica bajaba de diez grados bajo cero y aunque es algo que me encanta, hay que estar preparado y yo aquella noche no lo estaba, de modo que me contenté con comprar un bocadillo en algún supermecado de esos que no cierra nunca y di buena cuenta de él en mi habitación. Opté por descansar antes de la excursión que nos esperaba al día siguiente.
Pocas sensaciones supongo que hay mejores que desperarte bien descansado, habiendo recargado las pilas y unos minutos antes de que suene la alarma que habías programado la noche anterior. La ducha con el agua hirviendo procedente del corazón de la tierra islandesa revitaliza y el desayuno del hotel, sin ser una experiencia sensorial, reconforta y anima lo justo y a la hora previsto, todo el grupo del hotel nos apiñábamos en el pequeño hall de recepción esperando el autobús.
Mientras esperábamos, el tema de conversación era sobre quien había sido más aventurero la noche anterior, o como si estuviéramos en un viaje de estudios, quien se había ido a la cama más tarde. Al final, parece que ganaron los Benegas, que estuvieron cenando en el restaurante Grill que había tomado prestada la imagen de Chuck Norris y tenía la carta entera basada en el personaje. Por supuesto, todos habíamos visto ese local ya que esta en la calle Laugavegur, como la mayoría, pero sólo ellos habían osado entrar. Ellos eran los ganadores morales del concurso internaconal de trasnochadores (días más tarde confesarían en petit comité que la experiencia había sido cara, mala y se habían sentido estafados, pero aquella noche había que saborear las mieles del éxito)
Con total puntualidad, como casi siempre, el autobús llegó y nos subimos ocupando las plazas libres, puesto que el grupo estaba repartido en tres hoteles y nosotros éramos los últimos en subir y los primeros en bajar. Así que, de nuevo como en un viaje de estudios, nos apiñamos en la parte de atrás. Los últimos puestos para los Benegas y yo un poco más adelante, compartiendo pasillo con los pequeños Huguets.
Una vez completo el pasaje, el autobús comenzó a buscar la mítica carretera 1, de la que casi no me podría separar en toda mi estancia en el país. Se trata de la única vía que une circularmente el país a lo largo de 1.300 kms y irremediablemente siempre es el inicio de cualquier ruta que se realice en Islandia.
Como digo, ya en ruta hacia nuestro destino, el guía estaba aprovechando para presentarse y darnos algunos datos generales sobre el país, la ciudad, nuestra estancia y en general cualquier cosa que el entendiera que nos venía bien saber. Era interesante, en mi opinión, cuando hablaba de cómo los vikingos habían llegado a aquellas inhospitas tierras y hábían comenzado sus asentamientos, pero claro, lo que es interesante para unos no tiene porqué serlo para todos, y en ese momento, el mayor de los pequeños Huguet decidió que era mucho más provechoso jugar con su flamante cámara Go Pro...el hecho de que cada operación fuera acompañada de un molesto pitido parecía no tener mayor incidencia, ni para ellos ni para sus padres, que lo oían tan nitidamente como el resto de pasajeros que por allí andábamos. Y nada, que así andamos los minutos interminables que el zagal quiso toquetear la cámara. Y en fin, ya habíamos embocado nuestro primer destino. Y comenzaba a nevar.
Como comenté antes, lo primero que hice nada más llegar al hotel fue soltar la mochila y salir a pasear. Y como tendría ocasión de comprobar más que de sobra en los días siguientes, la mejor, y casi única opción es la calle Laugavegur, la principal de la ciudad. En ella se concrentra la vida nocturna, los restaurantes, algunas galería de arte, y todos los caminos acaban, empiezan o básicamente son aquí. La idea aquella noche no era otra que dar un breve paseo y buscar algo de cenar antes de ir a la cama, pero pagué la novatada de salir a cuerpecito gentil, como se suele decir, dejándome el gorro, los guantes y un buen jersey en el hotel... no se porqué había supuesto que el frío estaria controlado. La temperatura no era demasiado baja en realidad; no estaba previsto bajar de cero grados. Lo que ocurre es que durante todo el viaje sopló un viento del norte absolutamente helador, que hacía que no pudieras exponer la mano al aire más de los segundos necesarios para tomar la foto de rigor. La sensación térmica bajaba de diez grados bajo cero y aunque es algo que me encanta, hay que estar preparado y yo aquella noche no lo estaba, de modo que me contenté con comprar un bocadillo en algún supermecado de esos que no cierra nunca y di buena cuenta de él en mi habitación. Opté por descansar antes de la excursión que nos esperaba al día siguiente.
Pocas sensaciones supongo que hay mejores que desperarte bien descansado, habiendo recargado las pilas y unos minutos antes de que suene la alarma que habías programado la noche anterior. La ducha con el agua hirviendo procedente del corazón de la tierra islandesa revitaliza y el desayuno del hotel, sin ser una experiencia sensorial, reconforta y anima lo justo y a la hora previsto, todo el grupo del hotel nos apiñábamos en el pequeño hall de recepción esperando el autobús.
Mientras esperábamos, el tema de conversación era sobre quien había sido más aventurero la noche anterior, o como si estuviéramos en un viaje de estudios, quien se había ido a la cama más tarde. Al final, parece que ganaron los Benegas, que estuvieron cenando en el restaurante Grill que había tomado prestada la imagen de Chuck Norris y tenía la carta entera basada en el personaje. Por supuesto, todos habíamos visto ese local ya que esta en la calle Laugavegur, como la mayoría, pero sólo ellos habían osado entrar. Ellos eran los ganadores morales del concurso internaconal de trasnochadores (días más tarde confesarían en petit comité que la experiencia había sido cara, mala y se habían sentido estafados, pero aquella noche había que saborear las mieles del éxito)
Con total puntualidad, como casi siempre, el autobús llegó y nos subimos ocupando las plazas libres, puesto que el grupo estaba repartido en tres hoteles y nosotros éramos los últimos en subir y los primeros en bajar. Así que, de nuevo como en un viaje de estudios, nos apiñamos en la parte de atrás. Los últimos puestos para los Benegas y yo un poco más adelante, compartiendo pasillo con los pequeños Huguets.
Una vez completo el pasaje, el autobús comenzó a buscar la mítica carretera 1, de la que casi no me podría separar en toda mi estancia en el país. Se trata de la única vía que une circularmente el país a lo largo de 1.300 kms y irremediablemente siempre es el inicio de cualquier ruta que se realice en Islandia.
Como digo, ya en ruta hacia nuestro destino, el guía estaba aprovechando para presentarse y darnos algunos datos generales sobre el país, la ciudad, nuestra estancia y en general cualquier cosa que el entendiera que nos venía bien saber. Era interesante, en mi opinión, cuando hablaba de cómo los vikingos habían llegado a aquellas inhospitas tierras y hábían comenzado sus asentamientos, pero claro, lo que es interesante para unos no tiene porqué serlo para todos, y en ese momento, el mayor de los pequeños Huguet decidió que era mucho más provechoso jugar con su flamante cámara Go Pro...el hecho de que cada operación fuera acompañada de un molesto pitido parecía no tener mayor incidencia, ni para ellos ni para sus padres, que lo oían tan nitidamente como el resto de pasajeros que por allí andábamos. Y nada, que así andamos los minutos interminables que el zagal quiso toquetear la cámara. Y en fin, ya habíamos embocado nuestro primer destino. Y comenzaba a nevar.