Una de las visitas que más me atraían de todo el viaje era precisamente la que estaba a punto de descubrir en unos minutos. Sinceramente, siempre he pensado que la Naturaleza, así con mayúsculas, es algo fascinante y el ser humano, en minúsculas, una insignificancia que a nivel cronológico no llegamos ni a la categoría de "visita molesta" porque no nos va a dar tiempo. Un terremoto, un volcán, un río desbordado, un tsunami...todos son ejemplo del inmenso poder de este planeta. Y me hacía mucha ilusión poner el pié justo en el lugar en que las placas continentales de América y Eurasia se empiezan a alejar la una de la otra...es, a nivel macro, como cuando cruzas el puente que une los lados asiáticos y europeos de Estambul, sólo que menos espectacular visualmente y mucho más importante. Estamos hablando de una separación de 2 cms anuales!
Estamos en Thingvellir, el que quizás sea el lugar histórico más importante de todo el país. Aquí fue donde allá por el 930 los primeros pobladores fundaron su Parlamento y mantuvieron asambleas con carácter anual durante ocho siglos. Realmente es una enorme grieta en la tierra, con una buena acústica, algo ideal para aquellos primeros parlamentarios que debían arreglar a gritos todos los grandes asuntos que habían esperado meses para gestionarse. El grupo, junto a todos los demás grupos, cruza en procesión ese camino que no llega a quinientos metros y puede uno sentirse vikingo por unos minutos. A pesar del "vaya mierda" de los Benegas, la verdad es que impresiona, especialmente a los que nos gusta imaginar un retroceso en el tiempo.
Desde ahí, de vuelta al autobus, cosa que sinceramente se llega a agradecer por el aire del norte que no dejará de soplar en todo el viaje y que nos tiene a todos temblando, y unos kilómetros más adelante nos encontramos con una nueva prueba de la grandeza geológica de la Tierra. En Geysir, zona de cuyo nombre ha derivado la palabra "géiser" nos encontramos con un espectáculo inolvidable.
Tras la seria advertencia de no abandonar los senderos marcados, y sobre todo, evitar esa costumbre tan española de meter la mano en cualquier cosa, especialmente en las corrientes de agua que corren a 88 grados, entramos en el area de geireses y fuentes calientes. Yo, que soy un romántico empedernido, me fui directamente al GEYSER original y me dispuse a esperar pacientemente. Por desgracia, si bien la naturaleza es incontrolable, también es cierto que el ser humano es muy puñetero y decenas de años de intromisión en el ciclo natural del chorro (hasta jabón lanzaban algunos guías deseosos de mostras a sus clientes toda la espectacularidad del agua) han provocado que la frecuencia se haya ido disminuyendo hasta que se ha convertido en algo impredecible y poco frecuente. Por suerte, aun podemos disfrutar de las irrupciones del Strokkur, cada cinco o diez minutos, que nos sirven para hacernos una perfecta idea del funcionamiento del proceso. Merece la pena salirse un poco del grupo y pasear entre lagunas, algunas pestilentes por el azufre. Hay tiempo de sobra antes de la hora de comer, en un hotel justo a la salida de la zona. Junto al hotel, una enorme tienda de recuerdos, atestada porque fuera había comenzado a nevar, con un pequeño buffet para los que no quieren comer de mesa y mantel, aunque debo decir que la sopa de champiñones que probamos allí fue una autentica delicia (o quizás es que con frío cualquier cosa caliente que necesite una cuchara para comerse es una maravilla)
Estamos en Thingvellir, el que quizás sea el lugar histórico más importante de todo el país. Aquí fue donde allá por el 930 los primeros pobladores fundaron su Parlamento y mantuvieron asambleas con carácter anual durante ocho siglos. Realmente es una enorme grieta en la tierra, con una buena acústica, algo ideal para aquellos primeros parlamentarios que debían arreglar a gritos todos los grandes asuntos que habían esperado meses para gestionarse. El grupo, junto a todos los demás grupos, cruza en procesión ese camino que no llega a quinientos metros y puede uno sentirse vikingo por unos minutos. A pesar del "vaya mierda" de los Benegas, la verdad es que impresiona, especialmente a los que nos gusta imaginar un retroceso en el tiempo.
Desde ahí, de vuelta al autobus, cosa que sinceramente se llega a agradecer por el aire del norte que no dejará de soplar en todo el viaje y que nos tiene a todos temblando, y unos kilómetros más adelante nos encontramos con una nueva prueba de la grandeza geológica de la Tierra. En Geysir, zona de cuyo nombre ha derivado la palabra "géiser" nos encontramos con un espectáculo inolvidable.
Tras la seria advertencia de no abandonar los senderos marcados, y sobre todo, evitar esa costumbre tan española de meter la mano en cualquier cosa, especialmente en las corrientes de agua que corren a 88 grados, entramos en el area de geireses y fuentes calientes. Yo, que soy un romántico empedernido, me fui directamente al GEYSER original y me dispuse a esperar pacientemente. Por desgracia, si bien la naturaleza es incontrolable, también es cierto que el ser humano es muy puñetero y decenas de años de intromisión en el ciclo natural del chorro (hasta jabón lanzaban algunos guías deseosos de mostras a sus clientes toda la espectacularidad del agua) han provocado que la frecuencia se haya ido disminuyendo hasta que se ha convertido en algo impredecible y poco frecuente. Por suerte, aun podemos disfrutar de las irrupciones del Strokkur, cada cinco o diez minutos, que nos sirven para hacernos una perfecta idea del funcionamiento del proceso. Merece la pena salirse un poco del grupo y pasear entre lagunas, algunas pestilentes por el azufre. Hay tiempo de sobra antes de la hora de comer, en un hotel justo a la salida de la zona. Junto al hotel, una enorme tienda de recuerdos, atestada porque fuera había comenzado a nevar, con un pequeño buffet para los que no quieren comer de mesa y mantel, aunque debo decir que la sopa de champiñones que probamos allí fue una autentica delicia (o quizás es que con frío cualquier cosa caliente que necesite una cuchara para comerse es una maravilla)
Una vez respuestos alma y cuerpo, volvemos al autobus para conocer la que para mi es la principal y más espectacular estapa de la jornada. A pocos minutos, en medio de una gran tormenta de nieve, llegamos a la "cascada de oro", la gran catarata de Gullfoss. El hecho de que parezca "encajada" en una enorme brecha no le resta espectacularidad; más bien al contrario. Aunque lo que si que la desluce un poco es el hecho de que el aire, que no para, hace que la nevada, cada vez más intensa, nos golpee de lado y nos dificulte la visita. Sin duda merece la pena recorrer todo el caminito que lleva hasta el punto más alto y que permite una visión global. Recuerdo en ese momento algunas fotos de la catarata completamente congelada y me vuelvo a sobrecoger, pensando lo frágiles que somos ante la Naturaleza y lo indómito del caracter de estos islandeses, que han hecho de este inhóspito lugar un sitio al que llamar "hogar". Cierto es que la riqueza geotérmica del país ha favorecido, y aun lo hace, determinados aspectos y asentamientos, pero también es verdad que cuando dice de hacer frío aquí se hielan hasta los pensamientos.
Pero una buena nevada no desanima a un aguerrido grupo de turistas, y menos aun a Stefan, nuestro conductor, ni a Jorge, nuestro guía islandés, que nos conducen sin problemas de vuelta a Reykjavik. Durante todo el trayecto de vuelta, en medio de la nieve y casi sin visibilidad, no hacen más que repetirnos que el clima del país es impredecible y que desde la Agencia están acabando de decidir si esta noche podemos realizar, como teníamos previsto, la "caza de Auroras Boreales". Sinceramente yo estaba sorprendido de que aun no lo hubieran cancelado, pero allí esábamos, rodeados de blanco hasta donde alcanzaba la vista, esperando una llamada que nos confirmara si esa noche podríamos finalmente salir de la ciudad a sentirnos, si es que no habíamos tenido bastante, muy pequeños en medio de la grandeza natural que nos rodeaba.
No quedaba otra que esperar entonces....
Pero una buena nevada no desanima a un aguerrido grupo de turistas, y menos aun a Stefan, nuestro conductor, ni a Jorge, nuestro guía islandés, que nos conducen sin problemas de vuelta a Reykjavik. Durante todo el trayecto de vuelta, en medio de la nieve y casi sin visibilidad, no hacen más que repetirnos que el clima del país es impredecible y que desde la Agencia están acabando de decidir si esta noche podemos realizar, como teníamos previsto, la "caza de Auroras Boreales". Sinceramente yo estaba sorprendido de que aun no lo hubieran cancelado, pero allí esábamos, rodeados de blanco hasta donde alcanzaba la vista, esperando una llamada que nos confirmara si esa noche podríamos finalmente salir de la ciudad a sentirnos, si es que no habíamos tenido bastante, muy pequeños en medio de la grandeza natural que nos rodeaba.
No quedaba otra que esperar entonces....