Tanto para mi mujer como para mi este era uno de los puntos fuertes del viaje porque difícilmente en una vida tiene uno la oportunidad de estar junto a estos formidables animales.
Llegamos al Tiger Kingdom después de visitar el orquidiario y antes de almorzar, en el segundo día de nuestra estancia en Chiang Mai. Ya sabíamos los precios (pongo una foto del folleto explicativo) y no es precisamente barato. Ya saben que hay 4 posibilidades: los pequeños que son como muñecos de peluche, los cachorros que eran los que estaban mas activos y que ya dan miedo (como un perro de los grandes), los medianos, algo mas grandes, que no visitamos, y los adultos, ejemplares de varios cientos de kilos, con una mano mas grande que mi cabeza, auténticos reyes de la naturaleza. También hay otra categoría: los recién nacidos, con medidas especiales de asepsia (vestidos especiales, mascarillas, etc...) y que no nos parecieron interesante. Desde una ventanita los vimos cuando una pareja los visitaba y eso parecía un quirófano.
La reserva tiene 2 ejemplares de tigre blanco (la primera foto es de uno de ellos) a los que pude fotografiar mientras esperábamos nuestro turno. Al parecer sufren de una desviación genética que afecta al color amarillo y no al negro, creo que no son albinos. Suelen ser mas grandes que los otros con la misma edad y tan juguetones y sanos como todos.
No me pareció en ningún momento que estuvieran drogados, no estaban demasiado activos (menos mal), excepto los cachorros, los de 30 o 40 kilos, que se dedicaban a jugar y dar zarpazos con una mano llena de uñas como puñales (en uno de ellos incluso se engancharon en mi anillo, tengo video de eso). Si acaso los menos despiertos eran los pequeños, los peluches, a los que sería innecesario drogar.
Permanecimos unos quince minutos en cada jaula, visitando dos o tres ejemplares en cada una que siempre estaban separados (imagino que para que no se exciten). Nunca me enteré del sexo de los ejemplares y eso que a veces pregunté pero me contestaron en thai, creo, de modo que no me enteré.
En fin, una experiencia que, a mi que me encantan los felinos, me dejó completamente satisfecho y que aconsejo a todo el mundo, fuera de consideraciones éticas.
El día libre que teníamos en Chiang Mai lo dedicamos por entero a los elefantes.
Ya lo teníamos contratado desde España, Jan de Siamtrails nos reservó el día en el Thai Elephant Home por unos 135 € por cabeza al cambio. El precio incluya la recogida en el hotel y pasar un día completo (bueno, hasta las 3 de la tarde) con un elefante cada uno montando a pelo, con comida, baño de barro y en el río, videos y fotos de recuerdo.
Nos recogieron a las 8:30 y tardamos poco mas de media hora en llegar al recinto. Nos vestimos con la ropa de faena que nos proporcionaron (costó encontrar mi talla) y nos dieron una somera explicación de lo que íbamos a hacer y un conjunto de ordenes que debíamos dar al elefante para que luego éste haga lo que le de la gana. Me extrañó que no hubiera nadie mas recibiendo la charla de modo que le pregunté al chico que donde estaban los demás. Para sorpresa nuestra me contestó que no había nadie mas. Tres elefantes (los nuestros y otro mas pequeño que nos acompañaba con su mahout), el guía, los entrenadores de nuestros elefantes y otro chico con una cámara de fotos y otra de video solo para nosotros. La cosa empezaba bien sobretodo porque tendríamos dedicación exclusiva del chico multimedia solo para nosotros sin compartirlo con nadie.
Después de la charla nos dirigimos al comienzo del tour donde hicimos la típica ofrenda en un pequeño altar con una estatua de Ganesha (claro), el dios elefante y muy pronto aparecieron nuestros dos compañeros de ruta a los que dimos plátanos para empezar a conocernos. Nos dijeron como se llamaban pero se nos ha olvidado.
Subir a estos animales no es demasiado difícil. Ellos mismos te facilitan la tarea agachándose o fabricando una escalera con su pata delantera. De modo que una vez arriba y bien situados comenzamos colina arriba por un estrecho sendero.
El trayecto no es precisamente cómodo. Mantenerse encima de estos animales no es demasiado fácil, estos chicos que no llegan a 50 kilos se montan en un salto y permanecen hasta de pie si les viene en gana, pero cuando uno pasa de los 50 y tiene el doble de kilos que de años el centro de gravedad empieza a subir de forma peligrosa. Si a esto le unimos que solo tienes para sujetarte una cuerda que rodea al animal a la altura del pecho, justo después de las patas delanteras, cuerda que se movía con el ritmo del paquidermo y que no era del todo estable pues, que queréis que os diga, yo me sentía allí arriba de todo menos seguro. Mi mujer lo pasaba con menos apuro por que se asía a la melena del bicho y tenia delante toda la cabeza del animal pero parece que a mi me tocó el elefante calvo y cuellicorto (las fotos lo atestiguan) de modo que 3 o 4 veces estuve a punto de caerme.
Estos animales tienen lo que parece un estribo en las orejas donde yo colocaba las rodillas para sujetarme pero el jodido bicho abría las orejotas para airearse y mis piernas se quedaban colgando y con ellas mi estabilidad. Además, en el trayecto no tienen un ritmo fijo de marcha, dan pasos como les da la gana y de vez en cuando se giran y alargan la trompa y el cuello para alcanzar ramas o cañas de su proximidad. Cada vez que se doblaba yo me veía en el suelo. Yo llevaba colgada la cámara acuática pero ni la toqué hasta que llegamos arriba. Para soltarme de manos estaba yo. Solo un momento para las fotos y de nuevo a agarrarme bien fuerte aunque me dolieran los nudillos.
Tardamos una interminable hora en subir hasta arriba por una vereda que a veces no llegaba al medio metro de ancho con la falda de la montaña a la izquierda y un verde precipicio a la derecha (como para caerse estaba la cosa). El día estaba perfecto, algo nublado, incluso cayeron unas gotas en algún momento pero también vimos el cielo azul y el sol dejo escapar algunos rayos en la lejanía. Nos rodeaba una paleta de verdes inmensa y solo se oía el cantar de los pájaros y el crujido de las plantas y hierbas al paso de los animales. Un paraíso salvaje. Solo faltaba una música apropiada (debí llevarme el móvil en vez de la cámara).
Llegamos hasta un mirador elevado con una mesa y dos bancos de madera donde nos pusieron la comida. Un padthai que aun estaba caliente envuelto en grandes hojas y frutas exóticas. El plato estaba muy rico pero comimos muy poco porque aun no eran las doce y no teníamos hambre. Mientras, en una zona enfangada que había mas abajo, dos de los elefantes se revolcaban pingándose de barro de cabeza a cola.
Nosotros nos encargamos de rebozar al tercero. El baño de barro les proporciona protección contra los insectos y el sol a la vez que les hidrata la espesa capa de piel agrietada. Nuestro elefante se dejaba manosear como disfrutando con ello. Levantaba las patas ayudando a que ni un solo centímetro de piel quedara al descubierto moviendo la trompa y las orejas como muestra de agradecimiento. También nos unimos a él embadurnándonos con ese lodo.
Al baño de barro le siguió una rápida sesión de fotos y luego bajamos por otro camino acompañando a los animales hasta el río para darnos un buen baño.
Yo ya había completado el cupo de cabalgada pero Maribel decidió entrar en el agua como una reina, a lomos de su animal y una vez en el centro del cauce se dejo resbalar hasta el agua. En esa zona del río el agua nunca llega a cubrirnos pero la corriente era lo suficientemente fuerte como para que fuera difícil mantenernos de pie. Los animales, por su parte se dejaban mecer arrodillándose o directamente tumbándose en el agua hasta llegar casi a cubrirlos y a nosotros nos toco la dura tarea de frotarlos y rascarlos para eliminar el barro, ya casi seco, de sus cuerpos. Y ellos encantados. De vez en cuando hundían la trompa soltando una ráfaga de agua para facilitar la tarea.
Una vez satisfechos y cansados posamos por ultima vez con los animales en una especie de fin de fiesta de agua uniéndose todo el grupo para las instantáneas finales. Les acompañamos sin prisa hasta el campamento donde nos despedimos efusivamente, nos duchamos y nos tomamos un café mientras esperábamos las casi 200 fotos escogidas y los 5 videos en un dvd dedicado. También nos regalaron un par de camisetas serigrafiadas con el logo de la casa. Volvimos al hotel casi a las 4 de la tarde dando por terminada una de las jornadas mas memorables del viaje y que, sin duda permanecerán siempre en nuestra memoria.
En ningún momento vi la mas mínima muestra de maltrato ni ninguna herida o señal en los animales y eso que me fijé bien mientras los lavaba pero soy consciente que se trata de un negocio donde las estrellas son los animales y para ello se les educa y cuida.
Esa fue nuestra ultima jornada en Chiang Mai. Al día siguiente decíamos adiós al norte, a sus espectaculares templos, a su gente y a sus animales. Llegaba la aventura del sur, las playas y el relax, que buena falta nos hacia. Nos esperaba Krabi.