Amanece el día en Blönduós lluvioso, frío y gris. Nos espera un abundante desayuno cortesía de doña señora polaca. Aprovechamos y hacemos el desayuno de reyes para cargar las pilas durante todo el día.
Aparece la rubia de la habitación de enfrente en el comedor, con cara de no haber dormido bien la noche anterior por problemas de sonoridad con las escaleras y la llegada de algún inquilino tardía. Desde luego la gente no tiene decencia. Todavía con la tostada en la boca le pedimos consejo a la señora del alojamiento y que nos recomendara por dónde ir, ocasión que aprovechó la mujer para enseñarnos el álbum familiar y a sus hijos luciendo cadenas doradas al cuello. Debido al gusto de los años 60...70...40... que tenía la mujer llegamos a la conclusión de que haríamos todo lo contrario de los que nos aconsejó, pero eso sí, la mujer nos trató como a sus propios hijos y nos trató de maravilla y la nota del booking sería de 9 para arriba.
Después de sobrevivir a la bajada de la escalera maldita cargando el maletón, partimos hacia Hvitserkur, una playa de arena negra en la que había una roca de basalto que se asemeja a un dragón bebiendo agua. La roca está unos metros dentro del mar con lo que depende de la marea para que el dragón en cuestión beba del cuenco o del mar directamente, en concreto cuando llegamos nosotros estaba en el cuenco. Fue una pena no poder bajar a la playa y hacernos una foto con él, pero el tiempo era un poco perruno y la ladera estaba demasiada embarrada como para arriesgarnos a ver a un dragón de piedra bebiendo en un cuenco, ya veríamos otro algún día.
Para ver dicho dragón tuvimos que retroceder un poco e ir hacia el oeste, así que una vez visto condujimos hacia el este. El camino de tierra estaba embarrado y sufrimos nuestro primer susto con el 4x4 al derraparnos de las ruedas traseras.
Una vez que bajé los atributos masculinos de la garganta a la entrepierna pusimos dirección a Holar que era un pueblecito que recomendaba la Lonely. No me cansaré de decir una y mil veces lo bonito que eran los paisajes por los que conducíamos, y puedo decir que el dicho de "si no te gusta el tiempo de Islandia, espera 5 minutos" era totalmente cierto, pasamos de un día nubloso y lluvioso a empezar a despejarse. Holar es un pequeño pueblo de 89 habitantes pero ¡ojo!, posee una catedral y un colegio universitario. La catedral tendrá capacidad para los 89 habitantes o menos y el campanario, que se encuentra a 10 metros de la catedral tiene una altura de 20 metros.
Catedral. Colegio universitario. 89 habitantes. Los tienen bien puestos. Como se empadrone una familia de 3 miembros te montan un cuartel militar y un Mercadona. Aparte de todo esto tienen también unas viviendas típicas con tejado de hierba a modo de museo para el turismo. Hicimos una visita a la catedral, rápida, como no podía ser de otra manera, y después de decir lo bonito o lo feo que había en ella y blasfemar como solo los españoles sabemos hacerlo, charlamos con la "guardiana" de la catedral que hablaba...per-fec-ta-men-te el español, la cual había estado viviendo en Chile 2 años. Una mujer encantadora y que por la manera que se comportó con nosotros dimos por hecho que no nos había escuchado nada y mucho menos la broma del órgano de la catedral y el órgano sexual, gracias a Dios. Después de ver la catedral y las casas de techo vegetal decidimos completar la visita completa a Holar y tomarnos una cerveza en el comedor del colegio universitario.
Debido a que no sabíamos dónde íbamos a comer durante el camino, comimos en el pueblo y seguimos hacia el alojamiento sin ningún sitio que resaltar hasta el alojamiento. Paramos en Siglufjörður un pueblo en el que había supermercado y teníamos que aprovechar para abastecer nuestras alforjas para cenar. Después de comprar arándanos y tener una discusión eterna de como se decía arándano en inglés, blackberry, blueberry, redberry, Halle Berry... nos dimos un homenaje a nuestros paladares para sobrellevar el día de perros que nuevamente había hecho aparición. Entramos en una cafetería-pastelería y nos tomamos unos cafeses con un bollo típico que empezamos a ver a menudo hecho de canela llamado kanelbullar y que yo personalmente me podía comer 20 ó 30 en una tarde. A la salida de cafetería vimos uno de los detalles más curiosos del viaje, una enorme bandera de España a media asta por los atentados ocurridos el día anterior en Barcelona. En la cafetería nos indicaron que era una guesthouse que cada día izaba una bandera distinta y ese día en memoria de España izaron nuestra bandera a media asta. ¡¡Bravo!!.
Teníamos ganas de llegar a la casa ya debido a que llovía mucho y no quedaba nada por ver, así que tranquilamente cogimos el coche y...¡flash! ¿?...¡flash!. O había turistas dentro de un túnel o nos habían sacado una foto las autoridades policiales de Islandia, en un futuro lo veríamos. Recordad que en las carreteras de Islandia la velocidad máxima es de 90 km/h salvo en algún sitio que baja a 70 ó 50.
Llegamos a una de las mini joyas de alojamiento en las que estuvimos. La Great View Guesthouse. Una casa que era una preciosidad. En ella vivía un matrimonio en el que el señor era diseñador y se había diseñado su casa. La casa muy acogedora con un prado en el que había plantado una portería de fútbol, una colchoneta elástica, y columpios. En la parte de atrás de la casa tenía un jacuzzi con unas vistas espectaculares de las montañas. La mujer nos dio vía libre para el uso y disfrute de su casa exceptuando su habitación y su marido. La cocina, la sala de estar, el comedor, el baño, el jacuzzi...todo lo podíamos usar sin problemas. Y porque estábamos cansados que si no nos quedamos a dormir en el jacuzzi porque tenía una pintaza… No éramos los únicos inquilinos en la casa, aparte de nosotros había una pareja de italianos y una pareja de japoneses con dos niños pequeños, uno de ellos recién nacido, ¿esto qué quiere decir?, que el recién nacido no paro de llorar hasta bien entrada la noche. Yo estuve a punto de cometer de un homicidio involuntario al pasar por el pasillo y rozar sin querer un biombo y caer a pocos centímetros de la mayor de las hijas japonesas. La niña del susto estuvo a punto de volver a Japón del bote que dio.
Fue uno de los pocos días que llegamos con tiempo al alojamiento así que fuimos a dar una vuelta a Akureyri, la segunda ciudad del país, 18.000 habitantes.
Allí fue donde empezamos a darnos cuenta de que el país era un pelín caro. Salía más barato comprar una nevera que un imán para la nevera. Y lo mismo un llavero, unos posavasos, una jarrita, etc. por no hablar del precio prohibitivo de un oso polar disecado. Curiosa y moderna era la iglesia de la ciudad que desde una pequeña colina sobresale del perfil de la ciudad. Entre nosotros había disparidad de opiniones sobre el diseño, algunos habían visto tiendas de ultramarinos más bonitas y otros pensaban que desde Ana Obregón no habían visto nada tan bonito. Dimos una corta vuelta por la ciudad y volvimos a la casa. Allí seguía llorando la pequeña nipona. Y después de cenar y ducharnos nos fuimos a dormir porque como todos los días estábamos rotos.
Aparece la rubia de la habitación de enfrente en el comedor, con cara de no haber dormido bien la noche anterior por problemas de sonoridad con las escaleras y la llegada de algún inquilino tardía. Desde luego la gente no tiene decencia. Todavía con la tostada en la boca le pedimos consejo a la señora del alojamiento y que nos recomendara por dónde ir, ocasión que aprovechó la mujer para enseñarnos el álbum familiar y a sus hijos luciendo cadenas doradas al cuello. Debido al gusto de los años 60...70...40... que tenía la mujer llegamos a la conclusión de que haríamos todo lo contrario de los que nos aconsejó, pero eso sí, la mujer nos trató como a sus propios hijos y nos trató de maravilla y la nota del booking sería de 9 para arriba.
Después de sobrevivir a la bajada de la escalera maldita cargando el maletón, partimos hacia Hvitserkur, una playa de arena negra en la que había una roca de basalto que se asemeja a un dragón bebiendo agua. La roca está unos metros dentro del mar con lo que depende de la marea para que el dragón en cuestión beba del cuenco o del mar directamente, en concreto cuando llegamos nosotros estaba en el cuenco. Fue una pena no poder bajar a la playa y hacernos una foto con él, pero el tiempo era un poco perruno y la ladera estaba demasiada embarrada como para arriesgarnos a ver a un dragón de piedra bebiendo en un cuenco, ya veríamos otro algún día.
Para ver dicho dragón tuvimos que retroceder un poco e ir hacia el oeste, así que una vez visto condujimos hacia el este. El camino de tierra estaba embarrado y sufrimos nuestro primer susto con el 4x4 al derraparnos de las ruedas traseras.
Una vez que bajé los atributos masculinos de la garganta a la entrepierna pusimos dirección a Holar que era un pueblecito que recomendaba la Lonely. No me cansaré de decir una y mil veces lo bonito que eran los paisajes por los que conducíamos, y puedo decir que el dicho de "si no te gusta el tiempo de Islandia, espera 5 minutos" era totalmente cierto, pasamos de un día nubloso y lluvioso a empezar a despejarse. Holar es un pequeño pueblo de 89 habitantes pero ¡ojo!, posee una catedral y un colegio universitario. La catedral tendrá capacidad para los 89 habitantes o menos y el campanario, que se encuentra a 10 metros de la catedral tiene una altura de 20 metros.
Catedral. Colegio universitario. 89 habitantes. Los tienen bien puestos. Como se empadrone una familia de 3 miembros te montan un cuartel militar y un Mercadona. Aparte de todo esto tienen también unas viviendas típicas con tejado de hierba a modo de museo para el turismo. Hicimos una visita a la catedral, rápida, como no podía ser de otra manera, y después de decir lo bonito o lo feo que había en ella y blasfemar como solo los españoles sabemos hacerlo, charlamos con la "guardiana" de la catedral que hablaba...per-fec-ta-men-te el español, la cual había estado viviendo en Chile 2 años. Una mujer encantadora y que por la manera que se comportó con nosotros dimos por hecho que no nos había escuchado nada y mucho menos la broma del órgano de la catedral y el órgano sexual, gracias a Dios. Después de ver la catedral y las casas de techo vegetal decidimos completar la visita completa a Holar y tomarnos una cerveza en el comedor del colegio universitario.
Debido a que no sabíamos dónde íbamos a comer durante el camino, comimos en el pueblo y seguimos hacia el alojamiento sin ningún sitio que resaltar hasta el alojamiento. Paramos en Siglufjörður un pueblo en el que había supermercado y teníamos que aprovechar para abastecer nuestras alforjas para cenar. Después de comprar arándanos y tener una discusión eterna de como se decía arándano en inglés, blackberry, blueberry, redberry, Halle Berry... nos dimos un homenaje a nuestros paladares para sobrellevar el día de perros que nuevamente había hecho aparición. Entramos en una cafetería-pastelería y nos tomamos unos cafeses con un bollo típico que empezamos a ver a menudo hecho de canela llamado kanelbullar y que yo personalmente me podía comer 20 ó 30 en una tarde. A la salida de cafetería vimos uno de los detalles más curiosos del viaje, una enorme bandera de España a media asta por los atentados ocurridos el día anterior en Barcelona. En la cafetería nos indicaron que era una guesthouse que cada día izaba una bandera distinta y ese día en memoria de España izaron nuestra bandera a media asta. ¡¡Bravo!!.
Teníamos ganas de llegar a la casa ya debido a que llovía mucho y no quedaba nada por ver, así que tranquilamente cogimos el coche y...¡flash! ¿?...¡flash!. O había turistas dentro de un túnel o nos habían sacado una foto las autoridades policiales de Islandia, en un futuro lo veríamos. Recordad que en las carreteras de Islandia la velocidad máxima es de 90 km/h salvo en algún sitio que baja a 70 ó 50.
Llegamos a una de las mini joyas de alojamiento en las que estuvimos. La Great View Guesthouse. Una casa que era una preciosidad. En ella vivía un matrimonio en el que el señor era diseñador y se había diseñado su casa. La casa muy acogedora con un prado en el que había plantado una portería de fútbol, una colchoneta elástica, y columpios. En la parte de atrás de la casa tenía un jacuzzi con unas vistas espectaculares de las montañas. La mujer nos dio vía libre para el uso y disfrute de su casa exceptuando su habitación y su marido. La cocina, la sala de estar, el comedor, el baño, el jacuzzi...todo lo podíamos usar sin problemas. Y porque estábamos cansados que si no nos quedamos a dormir en el jacuzzi porque tenía una pintaza… No éramos los únicos inquilinos en la casa, aparte de nosotros había una pareja de italianos y una pareja de japoneses con dos niños pequeños, uno de ellos recién nacido, ¿esto qué quiere decir?, que el recién nacido no paro de llorar hasta bien entrada la noche. Yo estuve a punto de cometer de un homicidio involuntario al pasar por el pasillo y rozar sin querer un biombo y caer a pocos centímetros de la mayor de las hijas japonesas. La niña del susto estuvo a punto de volver a Japón del bote que dio.
Fue uno de los pocos días que llegamos con tiempo al alojamiento así que fuimos a dar una vuelta a Akureyri, la segunda ciudad del país, 18.000 habitantes.
Allí fue donde empezamos a darnos cuenta de que el país era un pelín caro. Salía más barato comprar una nevera que un imán para la nevera. Y lo mismo un llavero, unos posavasos, una jarrita, etc. por no hablar del precio prohibitivo de un oso polar disecado. Curiosa y moderna era la iglesia de la ciudad que desde una pequeña colina sobresale del perfil de la ciudad. Entre nosotros había disparidad de opiniones sobre el diseño, algunos habían visto tiendas de ultramarinos más bonitas y otros pensaban que desde Ana Obregón no habían visto nada tan bonito. Dimos una corta vuelta por la ciudad y volvimos a la casa. Allí seguía llorando la pequeña nipona. Y después de cenar y ducharnos nos fuimos a dormir porque como todos los días estábamos rotos.