DÍA 11. TOURS-AMBOISE- CHAUMONT SUR LOIRE-TOURS ✏️ Diarios de Viajes de Francia

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Empezamos el día cogiendo un tren en Tours hacia St-Pierre des Corps, muy cercano a la ciudad y donde van todos los trenes. Una vez allí cogimos otro que va hacia Orléans y nos bajamos en Amboise (apenas si tardamos 12 minutos).

Para llegar al castillo simplemente tenemos que tomar una calle y atravesar dos puentes. Desde el segundo, sobre el río, se obtiene la típica vista de la ciudad que sale en todas las guías.

Nada más pasar el puente nos encontramos con la iglesia desacralizada de St. Florentin. Se construyó a petición de Luis XI en el siglo XV para que la iglesia del castillo dejara de ser parroquial (el miedo a los contagios, básicamente). Se modificó en estilo renacentista en el siglo XVI. Durante la Segunda Guerra mundial las vidrieras se destruyeron y fueron remplazadas por unas de Max Ingrand (ya hemos hablado de él). Se cerró por mal estado y ahora sirve para exposiciones. Junto a ella encontramos en museo de la villa en una mansión antigua.

Subiendo una calle llegamos a una plaza. En una calle adyacente está el ayuntamiento, nuevo y feo. Si subimos por una pequeña cuesta entramos en el castillo real.

En este caso llevábamos las entradas compradas por Internet pero no hacía falta porque hay gente pero no en exceso (empiezan a llegar grupos más tarde). Cuesta 11,50 euros (de las más caras pero el castillo también es de los más importantes).

Desde el neolítico el promontorio de Chatelliers, un espolón de roca, ha sido un importante puesto de observación por la confluencia entre el Loira y uno de sus afluentes, el Amasse. Desde la edad del Hierro fue lugar de intercambios comerciales y de artesanía. Se convirtió en la ciudad de los turones, la tribu celta que vivía en el área de la futura Touraine (Turena). Fue en esa época que empezó a fortificarse.

En el año 503 Clodoveo, rey de los francos, y Alarico, rey de los visigodos, se reunieron aquí.
Destruido varias veces por los normandos, Amboise fue integrado en los bienes de la casa de Anjou antes de pertenecer a la casa de Amboise-Chaumont y de pasar en 1422 al vizconde de Luis de Thouars en herencia. En 1431, Louis d'Amboise participa en un complot contra Louis de la Trémoille, favorito del rey Carlos VII, y es condenado a muerte. Posteriormente se conmuta la pena, pero su castillo es confiscado por el rey de Francia.

Las fortificaciones del Castillo de Amboise fueron construidas desde el siglo XIII. Carlos VIII nació en Amboise. A Francisco I le trajeron a los 4 años y pasó aquí toda su juventud. Varias mujeres influyentes se distinguieron a ejemplo de Ana de Bretaña, Luisa de Saboya y Catalina de Médicis. La corte de Amboise atraía también a letrados y artistas como Ronsard, Du Bellay y el célebre Leonardo da Vinci. Al hilo des siglos, prestigiosos personajes pasan por él: el emperador Carlos V, el rey Luis XIV, el futuro Felipe V de España, el emperador Napoleón III, el emir Abd el Kader.

Mientras se construía la fortificación de Amboise Carlos VII residió en Loches y en Chinon. Luis XI residía en el castillo de Plessis-les-Tours (La Riche) pero Amboise era la residencia de la reina y allí nació el delfín, futuro Carlos VIII, en 1470. En aquella época se entraba en la fortaleza por una rampa y un puente levadizo. En la pared sur del castillo había adosado un oratorio antes de la construcción de la capilla de saint Hubert. En 1469 el rey fundó la primera orden de caballería francesa, en la Colegiata de santa Florentina, iglesia románica que fue demolida en el siglo XIX.

Carlos VIII fue el rey que permaneció más tiempo en Amboise porque vivía allí a diario, con Ana de Bretaña, su esposa.

Un buen número de sus emblemas (espada de fuego por Carlos VIII de la cola de armiño de Ana de Bretaña) y su número, presente en las habitaciones del castillo, dan testimonio de su presencia. Carlos VIII es, sin duda, el mayor arquitecto del castillo porque él dedicó toda su energía a la transformación de la fortaleza medieval en un palacio gótico suntuoso. Ordenó la construcción de dos torres 'de caballeros' de tamaño excepcional, que permitieron que los caballeros y los entrenadores llegaran desde la ciudad a las terrazas del castillo, situado 40 metros por encima. impidió ver a su gran proyecto terminado.

Bretaña, ducado independiente, había sido un peligro para la estabilidad del frágil reino de Carlos VIII. Después de la muerte de Francisco II de Bretaña, Carlos compitió con el emperador Maximiliano de Austria por la mano de su heredera, Ana. Después de muchos intentos diplomáticos (y se dice que incluso anulando aquella primera unión, que sí habría tenido lugar), Carlos se casó con Ana en 1491 y Bretaña quedó incorporada al reino de Francia.

Carlos VIII murió sin un heredero varón, por lo que su primo el duque de Orleans el trono bajo el nombre de Luis XII. El nuevo rey se instaló en el feudo en Blois, mientras que su joven primo y presunto heredero, Francisco de Angulema, fue educado en Amboise. Luis XII siguió la obra comenzada por Carlos VIII incluyendo el ala perpendicular a la residencia de Carlos VIII.

Contrariamente a lo que parece, los reyes no vivían en el castillo durante todo el año. Muchos de ellos utilizaron Amboise como un punto de parada durante varias semanas antes de salir para luchas y anexionarse o recuperar territorios.

Francisco I pasó su infancia en el castillo y ordenó hacer reformas en estilo italiano. Su hijo Enrique II construyó un edificio paralelo al ala Luis XII (hoy desaparecido) y su esposa llevó al castillo el estilo de vida italiano.

La capilla de Saint-Hubert, edificada sobre una gran roca entre 1491 y 1496, situada fuera del cuerpo del castillo, y cuya decoración, de arquitectura gótica tardía, tiene como tema la caza (san Huberto es el santo patrón de la caza). El dintel de la puerta de entrada de la capilla es una representación del santo en una cacería. Esta capilla formaba parte integrante del castillo y en ella se encuentra la tumba de Leonardo da Vinci, si bien está vacía, pues fue profanada durante la revuelta de los hugonotes.



Leonardo vino a Francia invitado por Francisco I, seguramente tras la muerte, en 1516, de su protector Julián Médicis. Llegó a la corte francesa con 64 años, se puso a su disposición para alojarse en la casa solariega de Cloux (Clos-Lucé) con una rica renta de 700 escudos de oro. Dedica su tiempo al dibujo y la enseñanza, entre otras cosas en el campo de los canales, el urbanismo y la arquitectura. Algunos autores le atribuyen el proyecto del palacio de Romorantin y de algunas partes del castillo de Chambord. Íntimo del rey (se comenta que Francisco I le llamaba padre) habría imaginado algunas distracciones para él como la Festa del Paradiso, en 1518, una de las más célebres cuya ingeniosa maquinaria reproducía la carrera de los astros. Leonardo murió en la casona de Cloux el 2 de mayo de 1519 y fue inhumado, según su voluntad, en la colegiata de san Florentin del castillo de Amboise. En el siglo XIX se trasladaron sus restos a la capilla de san Humberto después de la demolición de la colegiata.


Precisamente lo primero que visitamos fue la capilla, dedicada a san Humberto, patrón de los cazadores. El edificio, no muy grande, está realizado en estilo gótico flamígero, con frisos con figuras vegetales y animales. En el dintel exterior, sobre la puerta de entrada, vemos a un san Antonio de Alejandría, a un san Cristóbal con el niño, la conversión de san Humberto e incluso a Carlos VIII y a Ana de Bretaña. La altísima aguja también tiene una curiosidad pero se requiere buena vista para verlo. Está adornada con cuernos de ciervo (no en vano la capilla estaba dedicada al patrón de los cazadores).

En el interior los ojos se van inmediatamente hacia el lado izquierdo, allí donde está la losa sepulcral del gran Leonardo. Es muy sencilla. Sólo una imagen de su rostro y su nombre.

Salimos de la capilla después de haber rendido homenaje a uno de los artistas más grandes de la historia y pasamos frente a la Torre del niñito, acercándonos al castillo por el ala de Carlos VIII. Precisamente allí se encuentra el foso. El 7 de abril de 1498 el rey Carlos VIII caminaba con su esposa, Ana, por esa zona. Se dirigía a la galería Haquelebac para asistir a un juego de palma (el antepasado del tenis). Tuvo la mala suerte de golpearse con el dintel de una puerta y murió unas horas más tarde, a la edad de 28 años, sin heredero.

El castillo que vemos hoy en día es fruto de diversas transformaciones realizadas por Luis XII, Francisco I y Enrique II. En tiempos de éste había 220 habitaciones.

Entramos en el castillo por la sala de los guardias donde vemos algunas armas y armaduras del siglo XVI. Salimos al paseo de los guardias, una galería abierta que permitía controlar el río, para acceder a la sala de los guardias nobles, destinada a aquellos que se dedicaban a la guardia cercana del rey. Uno de ellos, como nos recuerda el folleto explicativo, era Charles Ogier de Batz de Castelmore, Conde d'Artagnan, el protagonista de la famosa novela Los tres mosqueteros. En contra de lo que algunos creen no fue una invención de Dumas sino que existió de verdad, al igual que Athos, Porthos y Aramis, si bien no se conocieron entre sí. Pues d’Artagnan en persona estuvo en Amboise, siendo capitán de los mosqueteros del rey, del 4 al 16 de diciembre de 1661, cuando escoltaba al antiguo ministro Fouquet a París donde se le iba a juzgar. Lo más llamativo de la sala quizás sea el pilar central en forma de palmera.

La siguiente es la sala de los tamborileros, que evoca las fiestas y bailes que se daban en el castillo. Se le dio ese nombre durante una estancia en Amboise de Luis XIV en 1661. Allí vemos un suelo con baldosas de barro cocido con flores de lis inspirado en el siglo XV, la cátedra de Jorge de Amboise (primer ministro en el reinado de Luis XII y la persona que organizó el matrimonio entre Carlos VIII y Ana de Bretaña), un tapiz de Flandes de finales del siglo XVI, retratos de Carlos VIII y Ana de Bretaña o una estatua de San Luis.

La primera de las grandes estancias que vemos en Amboise es la sala del Consejo, que en el Renacimiento servía para celebrar audiencias solemnes y fiestas en un tiempo en el que la Corte era itinerante y donde iba el rey iban todos los nobles. En el centro, junto a las ventanas, vemos un trono flordelisiado. Hay dos chimeneas, una a cada lado, y en el techo los monogramas de Carlos VIII y Ana de Bretaña y en el panel de madera a la derecha de la entrada la salamandra de Francisco I (ya hablé de ella en Blois). Ya he dicho que Francisco sentía un especial afecto por Amboise porque pasó allí su infancia desde que llegó con 4 años, acompañado de su madre y de su hermana.

Entramos ya en los apartamentos renacentistas. La sala del copero tiene unas mesas dispuestas que nos recuerda que allí era donde se servían las bebidas. Vemos tanto mobiliario gótico (una alacena, un arca y dos cátedras) como renacentista (unas mesas llamadas a la “italiana”, un arca de nogal y cátedras). También vemos tapices franceses del siglo XVII.

Llegamos a la estancia llamada cámara de Enrique II, que lindaba con un pabellón, hoy destruido, que se construyó por orden de Catalina de Médicis. Lo que más llama la atención es la cama de estilo Enrique II. También vemos una mesa de la misma época, un arcabanco renacentista, un cofre de joyas, tapices y un retrato de la reina.

La antecámara del cordón (llamada así por el cordón labrado en la chimenea) servía para recibir a los huéspedes y hacerles esperar hasta que se diera la orden de que entraran en los aposentos reales.
Enrique III redujo las estancias de la Corte en Amboise y Enrique IV prácticamente las eliminó. Por eso dejó de tener una función palaciega para convertirse en una prisión de estado o para los prisioneros de guerra. Sin embargo eso no significa que los reyes ya no fueran nunca.

En 1763 el duque de Choiseul se hizo con la propiedad del castillo (fue un regalo del rey) pero no habitó en él porque prefería el castillo de Chanteloup (muy próximo). Cuando murió el duque de Penthièvre, primo de Luis XVI y nieto de Luis XIV (era hijo de Luis Alejandro de Borbón, hijo a su vez del Rey Sol y de Madame de Montespan), lo compró, acondicionó el Aposento real y creó nuevos jardines a la inglesa. En la Torre del Niñito edificó una pagoda, algo que estaba muy de moda en la época (de hecho en Chanteloup hay una, que vemos de lejos).

Durante la Revolución francesa el castillo fue confiscado, sufrió un incendio y fue destruido en parte. En la Restauración regresó a manos de la única heredera del duque, Luisa María Adelaida de Borbón, duquesa de Orléans, que era la viuda de Luis Felipe José, llamado Felipe Igualdad por haber apoyado a los revolucionarios a pesar de ser descendiente de Luis XIV.

El gabinete de trabajo tiene una serie de retratos de finales del siglo XVIII que representan al abuelo materno y a los padres de Luis Felipe I, rey de Francia, es decir, al duque de Penthièvre, a Luisa María Adelaida y a Felipe Igualdad. También vemos las paredes tapizadas en rojo y muebles del siglo XVIII. La cámara de los Orléans, igualmente tapizada en rojo, está dedicada a Luis Felipe I. Vemos el retrato oficial del futuro rey, mobiliario del siglo XVIII y retratos de su primogénito y de la esposa de éste.

Luis Felipe I, a pesar de haber destruido las casas cercanas a la muralla para dar mayor visibilidad al castillo, parece ser que sólo visitó Amboise una vez. sin embargo el castillo se acondicionó como lugar de vacaciones de su familia, por eso en esa sala vemos algunos recuerdos. Cuando abdicó sus bienes fueron confiscados por el gobierno provisional de la República y el castillo pasó a manos del Ministerio de la Guerra, que necesitaba un lugar digno para alojar a un prisionero de estado muy importante, el emir Abdelkader. Resulta que uno de los hijos de Luis Felipe fue gobernador de Argelia y se enfrentó a la resistencia de las tribus locales, lideradas por el mencionado emir. Abdelkader fue capturado y después de dar muchas vueltas acabó pasando 4 años de arresto domiciliario (que no fue de lujo como puede parecer ya que tuvieron que soportar frío, humedad, aislamiento) en Amboise con su familia y su séquito.

Salimos de los apartamentos de los Orléans por la Torre de los Mínimos, en el tejado, desde donde se obtiene una hermosa vista. Allí fue donde había un salón panorámico del siglo XIX, hoy desaparecido.
Para llegar a los jardines bajamos por una escalera y luego por una rampa y llegamos a la Galería de Aumale, que en el Renacimiento comunicaba el aposento real con los apartamentos de Enrique II, hoy desaparecido. A la izquierda de esa galería vemos la Terraza de Nápoles, con tres miradores. Fue el primer jardín renacentista del Valle del Loira.

Más abajo encontramos los jardines paisajísticos con encinas, cipreses o viñas. Frente a ellos vemos un busto en blanco de Leonardo da Vinci, marcando el lugar donde estuvo la Colegiata de Saint Florentin (desaparecida) y su primera tumba.

Caminando por los bien cuidados jardines vemos unos marcos bien dispuestos para que te hagas una foto con el castillo de fondo y quede como si de un retrato del genial artista se tratara.

Subimos hasta la terraza sureste donde encontramos el Jardín de Oriente, con un enorme cedro del Líbano y la tumba de los 25 miembros del séquito de Abdelkader que murieron en el exilio.
Salimos del castillo bajando por la Torre Heurtault. Por esa rampa hizo su entrada a caballo en 1539 Carlos V, con tan mala fortuna que una antorcha prendió un tapiz mural a su paso.

Abandonamos el castillo de Amboise y cogemos la calle a la izquierda para llegar, al cabo de 800 metros, a Le Clos Lucé, cuya entrada ya tenemos comprada de antemano.


Fue construido por Étienne le Loup a mediados del siglo XV, y adquirido en 1490 por el rey Carlos VIII de Francia para su mujer, Ana de Bretaña. Más tarde, fue utilizado por el rey Francisco I, así como por su hermana, Margarita de Navarra, de la que se sabe que empezó a escribir su libro Heptamerón cuando vivía allí.

En esta mansión pasó Leonardo da Vinci los últimos tres años de su vida, entre 1516 y el día en que falleció, el 2 de mayo de 1519; una semana después hubiera cumplido los 67 años de edad. Se ha hablado mucho de sus últimos momentos, acompañado por el rey de Francia, Francisco I, en cuyos brazos se dice que murió.

Curiosamente, en la cabecera de su cama, que todavía está en la misma habitación de la mansión, también se encontraba su retrato de la Madonna Elisa Gherardini, mujer del marqués de Giocondo, la celebrada Mona Lisa, la Gioconda. Al parecer fue uno de los cuadros que Leonardo llevó consigo en su viaje a Francia.

En los sótanos de esta mansión es posible observar los numerosos modelos dibujados por Leonardo, como un tanque, un puente de asedio o el precursor de un helicóptero. En sus jardines, de los que se dice que se conservan casi como en 1519, se han instalado maquetas de algunas de las piezas de ingeniería que, adelantándose hasta en cuatro siglos, Leonardo imaginó.
Forma parte del conjunto de castillos del Loira que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2000.

El castillo (o casona) está construido con ladrillos rosas y toba. Subimos por una escalera y llegamos a una estrecha galería donde se encontraba una culebrina en la edad media. Era una especie de cañón que servía para tener al pueblo a raya. Resulta complicado pararse allí para observar las figuras de la fachada porque es estrecho, como dije, y pasa todo el mundo. En realidad visitar la última casa de Leonardo ya veremos que no es fácil porque está a reventar de gente.

Avanzamos un poco y llegamos a la habitación del artista, donde redactó su testamento en 1519 y donde murió poco después. Llama la atención la preciosa cama con cortinajes rojos.

Otra importante habitación es la de Margarita de Angulema, reina de Navarra y hermana de Francisco I y al parecer una dama muy culta. Vemos la cama, otros muebles y un retrato que hizo de ella Jean Clouet en el que la joven lleva en la mano una especie de cotorra. Se ha colocado junto a la cama un maniquí con el mismo vestido.

Ver el taller donde trabajaba Leonardo es bastante complicado. Vemos a duras penas que estaba dividido en varias zonas y cómo era su día a día de trabajo.

Los salones del siglo XVIII son mucho más luminosos que los hemos visto hasta el momento. Allí fue donde Leonardo acabó según parece su cuadro de San Juan Bautista. Pasamos al salón renacentista, donde el artista recibía a sus célebres visitas (embajadores, artista o el mismo Francisco I). Algunos muebles son los originales.

Con algo de esfuerzo seguimos la visita para llegar al salón comedor con su gran mesa de madera y luego a la cocina, también atestada de gente.

En la planta inferior se han recreado algunos de los inventos de Leonardo que demuestran su genialidad. Así pues podemos ver un tanque (o vehículo blindado), máquinas voladoras, anemómetros para medir la velocidad del viento, un antepasado del paracaídas, un mortero de 33 cañones, otro de triple cañón, una ballesta gigante, un reloj muy perfeccionado que tenía un mecanismo para los minutos y otro para las horas, puentes giratorios, un tipo de esclusa, etc. Películas animadas nos enseñan cómo funcionaban.

Una escalera lleva al sótano, donde está el pasadizo que conecta con el castillo.

Salimos del edificio y ya en los jardines nos dirigimos a la llamada Terraza renacentista, donde está la tienda, los wc y hay una creperie. Estuvimos esperando un poco pero era imposible quedarse a comer. Había demasiada gente. Entonces nos adentramos en los jardines, mucho más boscosos que los que habíamos visto hasta ahora y donde encontramos dispersas las invenciones de Leonardo pero mucho más grandes (y que se pueden tocar).

En medio del jardín, tocando al molino, encontramos dos locales para comer, uno de comida rápida para llevar (más barata) y otro que parece calcado a la creperie pero con otros platos. Allí sí que conseguimos mesa. Pedimos una ensalada Fantasía italiana (con lechuga, tomate, mozzarella, olivas, jamón y melón) para compartir (es muy grande), un plato de bavette (una especie de filete con salsa de queso y patatas fritas), una hamburguesa muy grande de pavo rebozado con mostaza y bacon con patatas y una copa de helado con dos bolas de coco, 1 de vainilla, nata y un chorreón de chocolate. Nos costó 42 euros todo. Estaba muy bueno.

A unos 800 metros (o menos) siguiendo la calle, llegando al parking y girando a la izquierda llegamos al Chateau Gaillard, que destaca por sus hermosos jardines, llamados los Jardines del rey por ser los primeros construidos en estilo renacentista italiano por encargo de Carlos VIII. La entrada cuesta 11 euros. No se debe confundir con el del mismo nombre del municipio de Les Andelys y mucho más antiguo. No lo visitamos por falta de tiempo.

En cambio sí fuimos a dar un paseo por Amboise desandando lo andado. Muy cerca del castillo encontramos la Torre del reloj, construida sobre una antigua puerta de la ciudad. Data del siglo XV. Se le agregó el reloj que le da el nombre a principios del siglo XVI.



Seguimos adelante por la Rue Nationale, plagada de tiendas y mucho más tranquila a medida que te vas alejando del castillo.

El último lugar que visitamos en Amboise fue la iglesia de Saint Denis. Llama especialmente la atención la tumba de la llamada mujer ahogada.

A las 15.36 horas cogimos un tren hacia Chaumont-sur-Loire. Sólo es una parada y se llega en 15 minutos (parada de Onzain-Chaumont). Para llegar al castillo se tienen que caminar unos dos kilómetros y medio (y de nuevo atravesar el río Loira). No tiene pérdida.

La visita al castillo y a los jardines, que son enormes, cuesta 12 euros.

El castillo lo fundó Eudes I, conde de Blois, sobre el año 1000 para vigilar la frontera entre los condados de Blois y Anjou (propiedad de Foulques Nerra, del que hemos hablado ya varias veces). Con posterioridad pasó a manos del normando Gelduin. Su nieta, Denise de Fougères, se casó con Sulpicio I de Amboise allá por el siglo XI.


En 1465 el rey Luis XI mandó quemar el castillo para castigar a Pedro I de Amboise, implicado en un complot en su contra. Cuando recuperó el favor real empezó a reconstruirlo de nuevo. Su hijo Carlos II y el tío de éste, el cardenal Georges de Amboise, siguieron con las obras. Con ellos el conjunto empieza a adoptar motivos italianizantes típicos del Renacimiento.

La reina Catalina de Médicis compró la propiedad en 1550. Cuentan que fue allí donde uno de sus astrólogos de cabecera, Cosimo Ruggieri, le predijo el fin de la dinastía de los Valois en beneficio de los Borbones (como así pasó). Cuando Enrique II murió, Catalina exigió a la que había sido su amante, Diana de Poiters, que le devolviera el castillo de Cheanonceau, que él le había regalado, con el pretexto que pertenecía a la corona y que no podía salir de ella (efectivamente era como la reina decía aunque ella seguramente lo hizo por venganza). A cambio le dio el castillo de Chaumont.

Diana no visitó demasiado Chaumont-sur-Loire (prefería su castillo de Anet) aunque siguió reformándolo hasta su muerte. Por herencia pasó a su hija.

A mediados del siglo XVIII Jacques-Donatien Le Ray, comerciante muy rico, compró el castillo y creo en él dos manufacturas, una de cerámica y otra de vidrio, en el sitio donde ahora están las caballerizas. Su hijo, establecido en EEUU, lo visitó poco pero permitió que su buena amiga, la famosa Germaine de Staël, lo ocupara una temporada mientras corregía y supervisaba la impresión de uno de sus libros. En los pocos meses que pasó allí el castillo recibió a muchos visitantes famosos.

El conde de Aramon lo compró en 1833 y se preocupó por crear el parque. Su viuda siguió con el proyecto pero era tan caro que tuvo que vender el castillo. En marzo de 1875 lo adquirió Marie Charlotte Constance Say, heredera de una importante refinería de azúcar. Ese mismo año se casó con el príncipe Henri-Amédée de Broglie y ambos se dedicaron a restaurarlo y a invitar a personalidades como Eduardo VII de Inglaterra, los maharajás de Kapurthala o Patiala o la actriz Sara Bernhardt. Pero las cosas empezaron a ir mal para la pareja a partir de 1905. El director de las azucareras hizo malas inversiones que les hicieron perder un tercio de su fortuna. Con la muerte del príncipe las cosas fueron a peor: una mala gestión por parte de la princesa, el crack de 1929… En 1930, con 73 años, la dama se casó con el Infante de España, Luis Fernando de Orléans y Borbón, 30 años más joven, pero eso no evitó que tuviera que dividir el dominio, quedando muy reducido. En 1937 el Estado expropió el castillo.
Una vez en el castillo, comprada la entrada, tuvimos que subir una empinada cuesta unos 10 minutos para llegar al edificio. Pasamos por una puerta entre dos torres por un puente “levadizo” y llegamos al pórtico. Bajamos primero a las antiguas cocinas, donde ahora se exponen unas raras obras de arte contemporáneo. Lo mismo ocurre con la capilla del castillo. Construida en estilo gótico flamígero a principios del siglo XVI (restaurada en el siglo XIX) apenas se puede apreciar con una obra de arte que se asemeja a un bosque fantástico. En cuanto a las vidrieras, se construyeron en el siglo XIX y representan la historia del castillo.

Entrando ya en los aposentos oficiales, encontramos en primer lugar la habitación llamada de Ruggieri. Se llama así por unos símbolos en la chimenea que se pensaron signos cabalísticos del astrólogo de Catalina de Médicis. En realidad se cree que son la letra delta griega (inicial de Diana de Poitiers) y tres círculos o lunas llenas (Diana era la diosa de la luna para los romanos). También vemos una cama con dosel de finales del siglo XVII, un presunto retrato de Ruggieri y un escritorio con tapa abatible también del siglo XVII. En cuanto a la chimenea es del siglo XVI y está policromada. Las paredes están construidas en ladrillo y piedra, tal y como eran en el siglo XVI.

La siguiente habitación toma el nombre de Catalina de Médicis por el retrato de cuerpo entero de la famosa reina (copia del siglo XIX). Allí vemos el tapiz más antiguo del castillo, tejido en Tournai (zona francesa de Bélgica) en el siglo XV que representa la historia de Perseo y Pegaso. Hay otro tapiz de Flandes de finales del siglo XVI y una cama del siglo XIX estilo Enrique II con cabecero y columnas de madera tallada. También encontramos una silla del siglo XVI con el relieve de una garza comiéndose una anguila bajo dos unicornios enfrentados que sostienen un escudo y un armario del siglo XV con las tallas de las tres virtudes teologales, las cuatro estaciones y los cinco sentidos.

La sala del consejo tiene un maravilloso suelo de cerámica siciliana del siglo XVII que los Broglie compraron para ponerlo en su castillo. Los muebles de la sala son una mesa del siglo XVI, una placa de chimenea del siglo XVII que procede de un castillo cercano a Blois, los tapices de los Planetas y los días (siglo XVI) y un retrato de Diana de Poitiers.

La sala de los guardias está en un lugar privilegiado, encima del porche del castillo. Encontramos una caja de caudales del siglo XVI que pesa 250 kilos. También hay un tapiz de finales del siglo XVII y una panoplia con armas otomanas en la chimenea, regalo del maharajá de Kapurthala a sus amigos, los Broglie. Los cuadros son de los siglos XVII y XIX.

En la habitación llamada de Diana de Poitiers vemos un arca del siglo XV y una silla de la misma época. Las ventanas tienen decoraciones del siglo XVI y fueron una compra que los Broglie hicieron en Alemania. También vemos 70 medallones y 8 moldes del siglo XVIII que representan a personajes célebres de la época (María Antonieta, Luis XVI, Luis XVI…).

La habitación denominada del rey, en la torre oeste, tiene decoración historicista policromada del siglo XIX. Podemos ver fotos y documentos de los Broglie.

La escalera de honor, que es de caracol, es el resultado de adaptar un estilo italiano renacentista. Permite acceder a los distintos espacios de castillo, algunos hoy museo de arte contemporáneo.
Pasamos a los aposentos privados para llegar en primer lugar al comedor. Lo que más llama la atención es la chimenea en la que podemos ver la insignia de Carlos II de Amboise y los escudos de armas del cardenal Georges de Amboise.

La biblioteca se ha reconstruido para dejarla igual a como era pero un incendio hizo que perdiera parte de su decoración.

Las salas siguientes son el pequeño salón, con muebles de estilo Imperio y donde hay recuerdos de la estancia de Madame de Staël, la sala del billar, con techo policromado, y el gran salón, redecorado a mediados del siglo XIX en estilo historicista.

Ya en los jardines tenemos que dirigirnos a las espectaculares caballerizas, en su tiempo las más lujosas y modernas de Europa. Podemos ver la de los propietarios y la de los invitados y dentro de la primera la gran caballeriza con su acondicionamiento interior intacto (bancos, boxes, abrevaderos…). En el guardarnés de gala, intacto desde el siglo XIX, vemos arneses de enganche, piezas metálicas y fustas. En una esquina del patio hay un picadero cubierto. También vemos la caballeriza de los poneys y unos curiosos tejados, recuerdo de cuando era una fábrica.

Por último cabe destacar el espectacular jardín, donde incluso encontramos las tumbas de los perros de la familia.

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