Oaxaca es una bonita ciudad donde se combinan perfectamente la arquitectura virreinal, el componente indígena (una gran parte de la población lo es, y por la ciudad, y sobre todo por el campo, aún se escuchan lenguas propias), además de con una gastronomía muy interesante, destacando los moles, los tamales y las tlayudas (unas tortillas finas y crujientes donde le ponen salsa de frijoles y todo lo que se quiera). A pesar de ser realmente bonita, no me acabó de atrapar. Supongo que estaba cansado del viaje y tenía las expectativas tan altas que no acabé de disfrutarla, además de una diferencia térmica entre el mediodía y el anochecer que, al no ir muy preparado, hizo que no acabara de disfrutarla. Reconozco que tiene mucho encanto, pero no acabé de “pillarle el truco”…el centro me parecía demasiado al del DF pero en pequeñito, y sin su encanto caótico de gente y puestos de comida en la calle. Con todo, hay edificios muy bonitos, además de la catedral y algunas iglesias. El primer día estuve callejeando y comiendo en el mercado 2 de noviembre (imperdible y, además, había músicos tocando y los paradistas bailando espontáneamente…y es que realmente en Oaxaca hay muy buen ambiente), además de una excursión a Monte Albán, a media hora en bus y que son unas importantes ruinas pre-hispánicas (concretamente de los zapotecas, que se dice que fueron los primeros en elaborar un lenguaje escrito y una ciudad como organización social y política en todo Mesoamérica). El segundo día contraté un taxi e hice un recorrido triangular bajando hasta San Bartolo Coyotepec (famoso por su barro negro), Ocotlán (donde era día de mercado), Hierve el Agua (curiosas y bonitas formaciones naturales) y Mitla (otro importante antiguo centro pre-hispánico). Me cobró 180 pesos por hora (unos 10 euros)…el precio estándar es más elevado, pero conseguí un buen acuerdo. Además, el conductor había sido cocinero del ejército e inmigrante ilegal en Estados Unidos, donde llegó saltando el muro y trabajó en la construcción durante siete años, así que tenía un montón de historias interesantes que contar. Tras dos días en Oaxaca y alrededores, era hora de partir. Me había sabido a poco; el jet lag me afectó bastante, así como las altas expectativas.