Nos despertamos pronto sin saber si realmente podríamos ir a Cozumel, porque no teníamos ni idea de cómo se levantaría el terremoto. Pero haciendo honor a su apodo, se levantó como si nada hubiera pasado. Así que después de un buen desayuno, Abenamar vino a por nosotros y de ahí nos fuimos a Playa del Carmen.
Como Cozumel no es una excursión habitual, solo encontramos que la ofrecían agencias locales que no incluyen el ferry desde Playa del Carmen a la isla. Tuvimos que ir por nuestra cuenta, y eso hicimos. Cogimos el ferry de Xcaret, cuyos barcos son completamente nuevos. En la cabina tienen unas pantallas gigantes en las que durante todo el viaje (aproximadamente 45 minutos) te bombardean con sus parques. Mi marido y yo nos mirábamos de reojo pensando en que ya tenemos excusa para volver, porque la verdad es que todos los parques tienen muy buena pinta.
Cozumel es la definición de Caribe. Si te piden que cierres los ojos e imagines cómo es una ciudad costera del Caribe, sin quererlo te aparece Cozumel en la mente. El malecón, el agua clara, los barcos, palmeras y casitas de colores…maravilloso.
El guía nos pidió que lo esperáramos en un punto al otro lado de la calle y llegado el momento nos llevó hasta un pequeño muelle con una embarcación tipo cayuco. Seríamos un grupo de unas 25 personas. Salimos del muelle y estuvimos cerca de una hora navegando mientras veíamos el litoral de la isla y los cruceros gigantes que atracan en la isla. Nos hizo gracia porque tenemos un amigo que había estado una semana antes en el MSC World America, una pena no haber podido coincidir con él.
La primera parada fue los arrecifes Palancar y Colombia. La Riviera Maya cuenta con la segunda barrera de coral del mundo por detrás de la gran barrera australiana y en Palancar y Colombia puedes hacer snorkel y observar la fauna autóctona. Tras saltar de la barca al agua (la terremoto se tiró con su padre y no dijo ni mu), nada más poner la cabeza dentro del mar, ya veías multitud de peces. El agua era cristalina y la visibilidad increíble. Jamás había visto tantos tan fácilmente, me encantó. Y lo mejor aún estaba por llegar.
La segunda parada de la excursión era El Cielo, una zona de unos 2-3 metros de profundidad con un agua tremendamente limpia, preciosa. La cuestión es que la zona de un azul tan intenso que parece el cielo, y lo remata el hecho de que en el fondo está lleno de estrellas. Vimos muchísimas, enormes y preciosas. No te puedes acercar ni tocarlas, pero verlas es una experiencia de esas que te llevas a la tumba, de verdad.
Por último, nos llevaron a El Cielito, un arenal en medio del océano, con una profundidad de unos 80cm. La gracia del sitio es que, aparte de que allí el agua ya es completamente irreal y tienes la sensación de que la han creado por IA, las mantas se pasean por allí tranquilamente y es toda una experiencia ver cómo pasan por tu lado. La terremoto se lo pasó pipa persiguiéndolas con las gafas de bucear. Además, aunque no es lo habitual, encontramos otra estrella de mar y la peque pudo verla más de cerca que en El Cielo.

Para mí fue el día más increíble de todo el viaje, la excursión que más disfruté y de la que guardo un recuerdo más bonito.