Este es el primer día realmente planeado del viaje (no diré “normal” porque -afortunadamente- ninguno lo fue).
Caminamos todavía de noche hacia la lonja de Tsukiji. Hemos pensado no ir a la subasta, porque tras ver fotos y vídeos estuvimos de acuerdo en que no merecía el esfuerzo. La razón fundamental para visitar la lonja es que puede ser la última oportunidad de hacerlo (aunque finalmente el traslado se ha aplazado hasta octubre de 2018). La lonja está bastante sobrevalorada, en mi opinión. Asistir a la subasta supone ir de madrugada y esperar horas para ver algo que en realidad no me parece muy interesante. Si no vas a la subasta no puedes entrar a la lonja hasta las 10 de la mañana, y para entonces ya -literalmente- está todo el pescado vendido.
Lo que sí merece la pena es darse unas vueltas por el llamado “Mercado exterior”, formado por un par de galerías comerciales y numerosos puestos callejeros en los que se puede comer sashimi, erizo de mar, tamagoyaki (tortilla japonesa) con diversos añadidos, ostras enormes (pero de poco sabor) y muchas cosas que no logramos reconocer. Levantarse temprano para pasear por allí es, además, una buena opción para combatir el jet-lag. El ambiente y la comida de estas callejas alrededor de la lonja son una buena forma de comenzar el día. No vayas desayunada.
Al abandonar la lonja vamos al sur, a los cercanos Jardines de Hamarikyu. Asombra estar en unos jardines de estilo clásico con más de 6000 árboles y ver edificios ultramodernos al levantar la vista. Hay una preciosa casa de té, puentes, árboles centenarios... que disfrutaríamos más de no ser porque llueve de nuevo. Entrada: 300 yens.
En el extremo este de los jardines hay un embarcadero. Dos veces por hora un barco va desde este embarcadero al de Asakusa (haciendo antes una breve parada en Hinode) en unos 40 minutos. 740 yens. A pesar de ser un día lluvioso disfrutamos del paseo y escuchamos -tras comprar un par de cervezas en el mismo barco- lo que nos cuenta la audio-guía, que a ratos es interesante y a ratos un poco absurda. Al llegar a Asakusa vemos a nuestra derecha el edificio de la cervecera Asahi, que imita una jarra de cerveza y tiene a su lado el famoso “cagarro de oro”, y detrás el Tokyo Skytree, la “estructura artificial más alta en Japón desde 2010”.
El templo Senso-Ji de Asakusa es una de las visitas imprescindibles de Tokio. Justo enfrente de la Kaminarimon (“Puerta de los Truenos”, entada principal al Senso-Ji) hay un centro de información turística al que entramos para echar un vistazo al conjunto del templo desde su piso más alto y hacer unas cuantas fotos. Espectacular. Nakamise-dori es el nombre de la calle de 250 metros de largo y 89 pequeñas tiendas que lleva hasta el templo, y en la que ya se vendían cosas a peregrinos y visitantes en el periodo de Edo (1603-1868). La paseamos mirando souvenirs y comida mientras nos dejamos abrazar por el ambiente. Damos una vuelta viendo todos los edificios que forman el Senso-Ji, leyendo algo de historia. Son demasiados datos para resumirlos, pero os invito a llevar información cuando vayáis para entender un poco más lo que hay.
Después de comer ramen, fuimos a Shibuya. Saludamos a Hachikō y subimos a un sitio secreto al que hay que entrar casi como ninjas para ver el famoso cruce de Shibuya desde un piso 25 y tomar unas buenas fotos (me temo que es uno de esos secretos que se estropean si los conoce demasiada gente, así que he de callar). Tras ver algunas de las calles más bulliciosas del barrio damos una vuelta por la colina de los 'Love hotel', que resulta menos llamativa de lo esperado, y nos acercamos a Flying Books, una librería curiosa en la que se puede tomar una cerveza.
Después nos dirigimos a un bar muy peculiar: Ginza Panorama. Se trata un pequeño local con una docena de taburetes cuyo principal atractivo es que se encuentran alrededor de una increíble maqueta de trenes que ocupa más o menos la mitad del establecimiento. No hace falta ser un gran fan de los trenes para que tomarse una copa allí sea una experiencia entretenida.
Teníamos un par de locales más en mente pero llegó la hora de cenar. Después decidimos tomar una última copa en Shibuya, y lo hacemos en el Bellovisto, en la planta 40 del Cerulean Tower Tokyu Hotel. Las vistas son espectaculares, y el bar no tiene nada que envidiar al que aparece en la película 'Lost in translation'. Eso sí, hay que decir de este bar lo mismo que del resto de los que he conocido en Japón: las copas no son lo suyo.
Nos mojamos otro poco al volver a casa. Todo bien.