Nos levantamos temprano. Nos hacemos con nuestro ya tradicional desayuno de lata de café y bollo llamativo. Nuestro destino mañanero es la estación de Arashiyama.
Lo primero que vemos, en la propia estación, es el precioso e infravalorado Bosque de Kimonos. Es algo complicado de describir, pero para intentarlo diré que son cientos de pilares decorados con diseños de kimono que, además, se iluminan cuando oscurece. Aunque no vayas a la zona en tren merece la pena entrar unos minutos en la estación y hacer unas cuantas fotos.



En la zona hay múltiples opciones culturales con las que desarrollar nuestra mente y ahondar en nuestro conocimiento sobre... bueno... hemos decidido subir al parque de los macacos de Iwatayama a darles de comer :) El parque cuenta con unos 120 macacos japoneses (no es que tengan pasaporte, es que así llaman a su especie, la macaca fuscata). Entrada 240 yens. La visita se inicia con una subida no muy larga pero algo durilla, que es justo el momento que aprovecha el sol para asomarse y complicar más el asunto. Al llegar a la cima del monte se olvida el esfuerzo enseguida al contemplar las vistas de las zona y ver a los macacos pasearse. Este no es un lugar en el que los monos tengan jaulas o zonas delimitadas, sino que eres tú quien visita su zona y acabas en una jaula. Hay un área exterior compartida en la que no se puede dar comida a los monos ni tampoco acercarse demasiado, pero la gente enseguida pasa a una caseta en la que, a través de ventanas con rejas, se puede interactuar realmente con los macacos que se acercan a las ventanas desde el exterior. Compramos algo de comida y pasamos un rato con los monos, entusiasmados con sus idas y venidas, tratando de hacer fotos. Podríamos pasarnos horas allí, pero hoy hay mucho que ver. Mientras bajamos del monte desarrollamos una compleja teoría según la cual los macacos son los propietarios del parque y se llevan los beneficios de las entradas y de la comida que la gente compra para darles. Sí, se supone que somos mayores de edad.



El barrio es similar a Gion, pero es una gozada callejear sin notar ese tufo turístico que inevitablemente tiene Gion. A pesar de tener información sobre distintos locales y casas de té finalmente no tomamos nada en esa zona, sobre todo porque al encontrarnos delante de sitios sin cartel alguno, sin saber precios y no tener la menor idea de cómo funciona nada nos entra cierta timidez.
Regresamos a la zona más céntrica con idea de cenar en algún local de Shijo Dori, una calle comercial con las aceras techadas y otro detalle curioso del que nos cuesta un par de minutos ser totalmente conscientes: tiene hilo musical. La cena no es de las más gloriosas, pero antes de decidirnos por un restaurante vemos algo que tenemos que investigar después... una especie de callejón (que en realidad es la planta baja de un edificio, pero parece un callejón) con bares minúsculos. No es una forma de hablar: caben TRES PERSONAS en algunos de ellos, y en los otros no creo que más de cinco. Recorremos un par de veces el callejón intentando decidir en cuál entrar, preguntándonos si realmente son bares abiertos al público o no. Entramos en uno que está vacío y que automáticamente pasa a estar al 66% de su capacidad. Pedimos cerveza y pasamos un rato largo preguntándonos cómo es posible que un par para tres personas con un precio normal pueda pagar el alquiler (de sus 6 metros cuadrados) y el resto de gastos además de un sueldo. ¡Tan raro era todo que hasta nos pusieron tapa! Dejo las coordenadas para quienes quieran visitar ese pintoresco rincón: 35°00'15.6"N 135°45'53.6"E
Sin salir de nuestro asombro, nos vamos a dormir. Todo bien.