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Tras la aventura de ayer lo primero que hacemos nada más levantarnos es mirar la página del estado de las carreteras, porque hoy era el día que más kilómetros teníamos pensado hacer. La idea inicial era hasta Vík para ver la Playa Negra y luego volver parando en las cascadas de Skógafoss, Seljalandsfoss y Urriðafoss.
Había estado nevando casi toda la noche, pero la web nos dice que sólo existe un tramito de unos 12 km en los que están trabajando las máquinas quitanieves. "¿Qué hacemos, vamos o no vamos?" "Vamos despacito y si no se puede pues nos volvemos y damos vuelta por Reykjavík".
El día está despejado pero hay nieve para aburrir en todo el trayecto hacia nuestro destino. A veces la carretera también tiene tramos con nieve en la calzada, pero ya nos estamos acostumbrando a conducir así. A medida que va amaneciendo el cielo va tomando unos colores muy llamativos.
A las 11:30 llegamos al pueblito de Vík, reconocible por su iglesia situada en lo alto de una colina y por su playa desde la que se ven las Reynisdrangarson, que son tres grandes rocas de basalto que salen de océano Atlántico a poca distancia del monte Reynisfjall. La leyenda popular islandesa cuenta que las rocas Reynisdrangar son malévolos trolls convertidos en piedra por el sol. Tres trolls llamados Skessudrangar, Landdrangar y Langhamrar habían salido de sus cuevas durante la noche y estuvieron arrastrando un barco de tres mástiles hacia la orilla. El trabajo les tomó mucho más tiempo del que habían previsto, hasta tal punto que transcurrió toda la noche y se vieron sorprendidos por el sol. Con la llegada del día, fueron convertidos en piedra por los primeros rayos de sol, tanto los trolls como el barco. Y esto es lo que generó las tres rocas que hoy llamamos rocas Reynisdrangar. Como curiosidad hoy día cada una de las tres piedras mantiene el nombre de cada uno de los tres trolls.
Nos marchamos ahora al otro lado del monte Reynisfjall para ver las columnas de basalto que hay en la playa Negra. Contrasta la cantidad de gente que hay en este lado en comparación a la que hay en la playa de Vík, que estaba completamente vacía. La playa Negra es inmensa e impresionante.
Nos tomamos nuestro correspondiente café calentito en el restaurante/cafetería que hay al lado del aparcamiento de la playa antes de volver a montarnos en coche y empezar el camino de regreso hacia Reykjavík. El día está espectacular. El sol está todo lo alto que puede estar en un día de enero en esas latitudes, pero ahí está. Se ven algunas nubecillas a lo lejos, pero no son preocupantes...
Tardamos una media hora en deshacer el camino hasta la cascada de Skógafoss, donde el río Skógá se precipita desde una altura de 62 metros y su anchura es de 25 metros. Es visible desde la carretera principal y se llega en dos minutos desde el desvío.
Se puede llegar andando hasta la misma base de la cascada y también existe una escalera lateral que permite subir para ver la cascada casi desde su mismo inicio. Impresiona ver la cantidad de agua que cae sin descanso, desde esa altura.
Como veréis hoy no he hecho referencia al frío. No es que no hiciera, que lo hacía, pero el estar el sol, aún con su leve calentar, hacía la estancia más agradable.
Tras esperar turno para hacer foto en cascada (sí, había montón de japoneses...) volvimos al coche para dirigirnos a la siguiente cascada, la de Seljalandsfoss. Se tardan unos 25 minutos en llegar.
La caída del agua de Seljalandsfoss procede del río Seljalandsá y cae desde unos 60 metros de altura. Su caudal no resulta tan espectacular como el de otras muchas cascadas de Islandia, pero la belleza del paraje en su conjunto cautiva y te hace dar mil suspiros de admiración. La peculiaridad que la hace especial y única es que la puedes rodear completamente. Hay un caminito que sale por la derecha de la cascada que conduce a su zona de atrás. En esta época del año ese camino está cerrado ya que los escalones estaban totalmente congelados.
Una vez montados en el coche tenemos casi una hora de trayecto hasta la siguiente parada: la cascada de Urriðafoss, en el río Þjórsá. Esta cascada no destaca por su altura, sino por su anchura y el gran caudal de agua que mueve. El acceso está bien indicado y el aparcamiento está a unos dos kilómetros de la carretera principal. No tiene pinta de ser una cascada muy visitada en comparación con las que habíamos visto anteriormente. Sólo había un coche aparcado... nacionalidad del conductor... ¿quién lo adivina?
Bueno, ya sólo nos queda una hora de viaje para regresar a Reykjavík. Queremos llegar con un poquito de luz solar para hacer algo de turisteo por la capital, que apenas la hemos pisado. Pasamos por Selfoss y por el sitio donde ayer por la mañana no se veía nada con la ventisca matutina. Que diferencia. Ahora, con plena visibilidad, se ven campos interminables de blanquísima nieve, montañas coronadas con helados glaciares, paisaje de Juego de Tronos de más allá del muro (mucho he tardado en hacer reseña a la serie...). En verdad, espectacular.
Llegamos a nuestro destino sobre las 17:00 h, con las últimas luces del día. Vamos directamente hacia Sólfarið, que está al lado del apartamento y lo hemos visto varias veces pero de noche. Fotos rápidas porque hay que seguir...
De ahí subimos hasta Hallgrímskirkja (Hallgrímstorg 101) pero llegamos tarde para poder visitarla por dentro. Cierra a las 17:00 h. Damos un paseo por los alrededores, compramos algunos souvenirs y volvemos al coche.
Es nuestra última noche y tenemos otra oportunidad para ver la aurora boreal. Las condiciones, según las predicciones de las páginas webs, son buenas. Va a estar medianamente despejado y el índice Kp es 3... Pues venga, vayámonos para nuestro punto de avistamiento. Llegamos allí sobre las 18:50 h y cuando llegamos flipamos con la cantidad de coches que había allí. Por lo menos 60 o 70 coches; aparacamiento hasta la bola... Bueno, a ver si tal afluencia de público hace que la aurora se muestra en todo su esplendor para complacernos...
Pero no pudo ser. Después de 2 horas y media largas de espera sólo se vio un amago. Se empezó a formar una línea en el horizonte de color de verdoso pero no muy nítida. Duraba unos cinco o diez minutos y desaparecía. Al rato volvía a aparecer, pero no llegó a verse en su plenitud. Y encima comienza a nublarse... Mala suerte; nos quedamos con las ganas y nos llevamos sólo dos avistamientos muy débiles. Habrá que preparar otra excursión a Laponia o norte de Noruega para intentarlo otra vez.
Exhaustos y fracasados (como dice alguna canción) comenzamos el regreso hacia el apartamento. Toca hacer maletas porque mañana hay que salir muy temprano para el aeropuerto de Keflavík, ya que le vuelo es a las 11:05.
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