El desayuno en el hotel Rodeway Inn Fallsview de Niágara nos sorprende porque es servido en mesa. Es el primer alojamiento donde el desayuno no es de tipo buffet. Nos sirven un zumo de naranja, una tostada con mermelada y café o té.
Nuestro plan para hoy, lunes, es dedicar la mañana a ver la pequeña localidad de Niágara on the Lake, que está aquí al lado, para después ir a Toronto, donde pasaremos el resto del día.
(Imagen obtenida de Google Maps)
En poco más de veinte minutos estamos en Niagara on the Lake. Ya las preciosas edificaciones de madera con porche y jardines que vamos viendo a medida que nos acercamos a la población nos van dejando entrever el tipo de lugar que vamos a visitar. Esta pequeña localidad, situada a orillas del río Niágara en su desembocadura al lago Ontario, llegó a ser capital de la primitiva Canadá cuando ésta era aún una colonia de Inglaterra. Hoy en día viven fundamentalmente del turismo y de la producción vinícola de la zona.
Dejamos el coche en una de las calles del centro, donde hay parquímetros. Ponemos una hora, que son 2,25 CAD.
Niagara on the Lake es muy bonito: calles primorosamente adornadas con macizos de flores, pequeñas casitas de ladrillo o madera y grandes mansiones de estilo victoriano, todo ello extremadamente pulcro y cuidado con esmero, dentro de un ambiente muy apacible. Es un placer caminar por Queen Street, atravesar el Simcoe Park y acercarse hasta la orilla del lago Ontario.
Paseando por Queen Street (en la tercera foto, el Ayuntamiento):
Los parterres son atendidos con mucho mimo:
Escaparate en Queen Street:
Diríase que hemos viajado al siglo XIX:
Casas señoriales:
Simcoe Park:
Momentos de paz absoluta frente a la inmensidad del lago Ontario:
Volvemos al coche justo al límite de los sesenta minutos que habíamos puesto en el parquímetro. No ha sido mucho tiempo, pero suficiente para hacernos una idea de lo bucólico que debe de resultar vivir aquí.
Nos ponemos en marcha ya hacia Toronto, último paso de este fantástico viaje que tantas buenas sensaciones nos está dejando. ¡Qué pena!
De camino hacia Toronto atravesamos la población de St. Catherines, preciosa también por lo que podemos ver desde el coche, con sus casitas individuales con porches de madera, sin vallas, rodeadas de pradera y los caminitos que llevan hacia ellas desde la carretera principal.
Tardamos una hora y media hasta Toronto. Afortunadamente en nuestro sentido no hay atasco, aunque hacia Niágara sí que vemos retenciones hoy lunes también.
Volvemos a la “civilización”:
Festival de cables y semáforos en Spadina Avenue:
Nuestro hotel para nuestra última noche en Canadá es el Super 8 by Wyndham Downtown. Está situado en Spadina Ave, en pleno barrio chino. Hemos elegido esta ubicación, diferente de la del primer día en Toronto, para poder visitar a pie otras zonas. El barrio chino de Toronto está en pleno centro, muy cerca de lugares de interés como Kensington Market o la Universidad.
Unas vistas de Spadina Ave:
El Hotel Super 8 tiene la peculiaridad de estar situado en las plantas 3ª y 4ª de un edificio en cuyos bajos hay un centro comercial chino. Íbamos con un poco de recelo por esto, pero no hay ningún inconveniente. El hotel tiene acceso independiente desde la calle con un ascensor que te lleva directamente a la planta 3ª, donde está la recepción.
Lo malo es que es imposible parar el coche en Spadina Ave porque no hay carril para aparcar y el tráfico es intenso, de modo que nos bajamos la Chiquilla y yo para ir haciendo el check-in mientras que el Míster y el Chiquillo se van en el coche a la parte de detrás de la manzana, que es una calle secundaria más tranquila donde pueden estacionar un rato sin problema.
Una vez hecho el check-in e informadas en la recepción, vamos a buscarlos para decirles que el parking del hotel tiene precisamente un acceso por esa calle trasera, así que metemos el coche y subimos a nuestra habitación. Una de las condiciones que nos pusimos a la hora de buscar hotel en Toronto era que tuviera disponibilidad de parking.
Nos han dado una habitación impresionante, de tamaño, de bonita y de moderna. En la pared del fondo tiene un gran ventanal de suelo a techo, y cuando abrimos las cortinas descubrimos que tenemos unas magníficas vistas… ¡de la recepción del hotel! Sí, vemos las coronillas del personal de recepción justo debajo de nuestra ventana. Como no da a la calle, el ventanal ni siquiera tiene mecanismos de apertura, es una cristalera fija.
Si no fuera por este curioso inconveniente, diríamos que la habitación es fantástica.
Una vez instalados, salimos a la calle para retomar la visita de Toronto que habíamos comenzado el primer día del viaje. Justo delante del hotel hay una parada de tranvías y nos sorprende éste anunciando la cerveza Estrella:
Pongo aquí un plano con los puntos a los que nos vamos a desplazar hoy, y mañana por la mañana, en Toronto:
En primer lugar vamos a visitar la zona de Kensington Market, que está a unos 8 minutos andando del hotel. Este barrio es uno de los más multiétnicos y coloridos de Toronto. Empezó a crearse en la segunda mitad del S.XIX con la llegada de inmigrantes irlandeses, empujados por la Gran Hambruna que sufrió Irlanda en aquella época, y escoceses. A principios del XX empezaron a llegar también judíos del este de Europa y luego fueron aterrizando latinos, africanos, asiáticos… que se instalaron en pequeñas casas de estilo victoriano (muchas de las cuales aún se conservan) con bazares en la planta baja donde vendían productos importados de sus países para ganarse la vida.
Todavía hoy la zona está llena de pequeños comercios: de fruta, de ropa y objetos de segunda mano, de tatuaje, y muchos locales para comer o tomar algo. Hay todo tipo de tribus urbanas y flota cierto olor a marihuana. Como no podía ser de otra forma en un barrio de estas características, no faltan los murales y graffitis. Una especie de mundo alternativo dentro de la barahúnda de la gran ciudad. Un barrio muy curioso y diferente, que merece una visita si se viaja a Toronto.
Como se nos ha echado encima la hora de comer, la Chiquilla nos recomienda un local de Kensington Market llamado KOS donde ya ha estado ella anteriormente, que tienen cosas ricas a buen precio. Nos sentamos en la terraza entarimada y nos tomamos dos hamburguesas, una quesadilla enorme y un plato de huevos rancheros, más una cerveza y jarras de agua, por 67 CAD, impuestos y propina incluidos (44 €). ¡Muy bien! No pedimos postre porque la Chiquilla quiere llevarnos a tomar más tarde unos pasteles que le gustan de otro sitio.
Desde Kensington Market, con los estómagos satisfechos, caminamos durante diez minutos hasta Graffiti Alley (“el callejón de los graffitis”), que es básicamente una encrucijada de tres o cuatro callejones cuyas paredes están absolutamente tapizadas por coloridos murales. Las fachadas no son más que feas traseras de edificios, los callejones están sucios y hay cubos de basura, por lo que el único encanto de esta zona radica en los propios murales, que dan un gratificante toque de alegría.
Volvemos hacia el hotel porque ahora vamos a coger el coche. Queremos a ir a la zona de Lappin Avenue, donde ha vivido la Chiquilla este año, que está a más de 5 km de aquí. Las razones para ir hasta allí son dos: primera, para ir a tomarnos el postre a la pastelería donde venden esos pasteles que le gustan a ella; y segunda, por pura ñoñería de ver cómo es el lugar donde nuestra hija ha desarrollado su vida durante el último año. De camino hacia el hotel, en la esquina de las calles Queen y Cameron, nos encontramos este peculiar edificio invadido por la marabunta:
Así pues, cogemos el coche, conducimos hasta un centro comercial que hay en la intersección de Dufferin Street y Lappin Avenue, y aparcamos en el parking exterior gratuito. La pastelería está en el centro comercial y se llama Happy Bakery.
Compartimos tres deliciosas porciones de tarta que nos cuestan un total de 13,85 CAD (9 €) y damos una vuelta por los alrededores de su casa. Esta zona de Toronto es de casitas unifamiliares adosadas; aquí ya no se ven rascacielos, que están todos confinados en el centro financiero de la ciudad. Nos llama la atención que ninguna de ellas llega a estar totalmente pegada a las de los lados, sino que siempre hay un espacio de treinta o cuarenta centímetros entre una y otra, seguramente para evitar problemas de medianerías entre vecinos.
Satisfechas la gula y la curiosidad, volvemos al hotel a dejar el coche y descansar un ratito.
La Chiquilla nos debía el regalo de Reyes
El restaurante indio UTSAV está en 69 Yorkville Avenue. Para llegar allí caminamos hasta la estación de Metro de Osgoode Station y vamos en línea directa hasta Museum Station.
Aquí hago un inciso para explicar lo absurdo del método de fichas para entrar al Metro de Toronto. Para cada viaje necesitas tener un Token, que es una especie de monedita redonda que cuesta 3 CAD. Si no tienes, lo compras en la taquilla. Puedes comprar varios de una vez, para tener para varios viajes. Pues bien, depositas un Token en un bote que hay al lado de la taquilla y acto seguido te diriges a una maquinita que hay más adelante, donde pulsas una tecla y te sale el billete. La maquinita no está conectada al bote ni nada por el estilo, de modo que te va a dar un billete cada vez que pulses la tecla, independientemente de que en el bote hayas echado un Token, un botón, un céntimo de euro, un chicle masticado o nada en absoluto. Tampoco es que al activar la máquina se abra el torniquete, porque éste está siempre abierto… O sea, todo un protocolo ciertamente surrealista e innecesario. Entiendo que el sistema se basa en la honestidad de la gente, pero ¿qué necesidad hay del paso intermedio del Token?
En fin, el caso es que el billete tiene la hora impresa y te da derecho a utilizar el transporte público durante sesenta minutos a partir de ese momento.
Como decía, nos bajamos en Museum Station y nada más salir del metro vemos de frente el espectacular Royal Ontario Museum. Este museo alberga una enorme exposición de historia natural y en él pueden verse desde dinosaurios y fósiles hasta meteoritos. El edificio original fue construido en 1912, pero ha ido acumulando tanto contenido que ha tenido que ser ampliado ya en tres ocasiones. En la última de ellas, en 2005, se le añadieron los volúmenes acristalados que hoy llaman tanto la atención:
Cenamos muy bien en el indio UTSAV. Aunque es pequeñito y no habíamos reservado, hemos tenido suerte y sólo hemos tenido que esperar 15 minutos para que quedara una mesa libre. Pedimos cuatro platos para compartir, cuatro panes indios y una cerveza, y nos cuesta todo 75,15 CAD, impuestos y propina incluidos (49 €). Quedamos muy satisfechos; todo estaba delicioso y las raciones eran suficientes.
Terminamos la noche subiendo a la torre The One Eighty. Está situada en 55 Bloor Street West y es un rascacielos de 51 plantas en cuyo ático han instalado una terraza-mirador al aire libre donde tomar algo mientras disfrutas de unas magníficas vistas de la ciudad, CN Tower incluida.
Por supuesto, el local no es barato. Un cóctel no baja de los 17 CAD más impuestos. Tres cócteles y un zumo nos cuestan un total de 75 CAD ya con la propina (¡lo mismo que la cena!) pero el lugar es muy especial. Y si lo comparamos con los 38 CAD que cuesta por persona subir a la CN Tower, aún hemos ahorrado y encima nos hemos tomado una bebida.
Volvemos al hotel en el metro y en tranvía, que nos deja en la misma puerta. Son las 00:15 cuando llegamos a la habitación para acostarnos. Ha sido un día muy intenso en el que hemos visto muchas cosas ¡y no sabría decir cuál me ha gustado más!